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Gabriel, el niño asesinado en Melgar por su padre, sufrió abandono y maltrato: este es el revelador y doloroso informe
La Procuraduría General de la Nación presentó un informe con fines disciplinarios en el caso niño de 5 años.
Este miércoles 13 de octubre, la Procuraduría General de la Nación presentó un informe con fines disciplinarios, tras evidenciar posibles falencias por parte de las autoridades en las actuaciones administrativas adelantadas frente al caso del niño Gabriel Esteban, quien fue asesinado por su padre en un hotel del municipio de Melgar, en el departamento del Tolima.
Para el ente de control, hubo unos hallazgos importantes en este caso: el primero tiene que ver con la retención del menor por parte del padre, y confeso asesino, y la negativa que mantenía de devolvérselo a su expareja cuando se terminaba el horario de las visitas.
El otro hallazgo está relacionado con las denuncias reiteradas ante los defensores de Familia de Usme por parte del padre, en los que reportaba hechos de descuido, abandono y maltrato por parte de la madre, Consuelo Rodríguez.
De hecho, en el informe se revela que en la Defensoría de Usme hubo un total de ocho llamadas ―los días 16, 25 y 31 de julio; 6, 20, 27, 28 de agosto y 10 de septiembre― en las que la trabajadora social reitera que eran preocupantes algunas situaciones contra el pequeño.
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“Según la información verbal dada por el funcionario de la Comisaría, Libardo Parra Afanador, en varias ocasiones la progenitora Consuelo Rodríguez Salguero manifestaba que la violencia era contra ella por haber terminado la relación con su excompañero y tener una nueva relación”, se agregó en el informe.
Por lo tanto, para la entidad, tanto el padre como la madre de Gabriel cometieron aterradoras acciones contra él, quien no debería haber estado bajo custodia de ninguno de los dos progenitores.
Para la Procuraduría, también “debieron explorarse las dinámicas familiares, la existencia de otras medidas de restablecimiento de derechos y de protección en favor del núcleo familiar y explorar las posibles afectaciones por los hechos de violencia psicológica referida por la víctima, es decir, con la madre del niño, que permitieran prever un comportamiento violento, agresivo o criminal del padre hacia su hijo o si este ejercía algún tipo de manipulación del niño, para afectar a la progenitora”.
El ente de control destacó que el informe remitido por reparto a las procuradurías distritales de instrucción de Bogotá por parte de la Procuraduría Delegada con Funciones Mixtas para la Defensa de los Derechos de la Infancia, la Adolescencia, la Familia y la Mujer, se elaboró a partir de la respuesta entregada por la directora Regional Bogotá del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF), en relación con la existencia y trámite impartido al proceso administrativo de restablecimiento de derechos del menor de edad.
Igualmente, destacó la respuesta de la Comisaría de Familia 1 de Usme sobre las medidas adoptadas en el proceso por violencia intrafamiliar que allí cursaba en favor de la madre del niño y visita practicada por el Procurador Judicial a quien le fuera asignada agencia especial.
“El niño intentó defenderse”
“Lo asfixié con la almohada de la habitación y tuve que usar todo el peso de mi cuerpo, porque el niño intentó defenderse”, dijo Gabriel Enrique González al confesar frente a los investigadores de qué forma asesinó a su propio hijo. El homicidio ocurrió en un hotel de Melgar, Tolima, en un aberrante acto de venganza en contra de su exesposa, madre del pequeño Gabriel Esteban, quien se negaba a regresar con él.
En el relato que conoció SEMANA, el asesino dejó en claro que el crimen lo tenía fríamente calculado. Dijo que recogió al niño en la casa de su exesposa, en el sur de Bogotá, y salió con destino a Melgar hacia el hotel que escogió como sede de su brutal venganza. La descripción es estremecedora. Los detalles aterran, no solo por lo macabro del mismo crimen, ya inexplicable, sino por la tranquilidad de su perturbador testimonio.
González les dijo a los funcionarios, encargados de vigilarlo luego de su captura, que llevaba semanas planeando la venganza. Tenía claro que sería un fin de semana, el espacio de tiempo que irónicamente las autoridades le dieron para visitar al niño. Grabó un video con su celular, lo descargó en un computador y lo guardó en una USB.
“Antes de llevarme el niño, me metí al baño de la casa de Consuelo y dejé la USB con el video, escondida para que no lo encontrara tan fácil. En ese video le decía que iba a matar al niño y luego me suicidaría”, señaló el asesino a sus custodios.
Enfatizó el momento exacto cuando llamó a su exesposa: 3:50 a. m. del lunes 5 de septiembre. Le pidió buscar la USB en un punto específico del baño. “La llamé y le dije que buscara, que le advertí y no hizo caso, ahora ella también sería responsable”.
En este crudo relato, en poder de SEMANA, el asesino no se guardó nada. Dijo por qué se vengaba y hasta se ufanó de cumplir su miserable objetivo. Quienes lo escucharon divagaban entre la rabia y la obligación de su trabajo de garantizar la seguridad al asesino de un niño, a quien veían a través de los ojos de sus propios hijos.
“Todo lo planeó en detalle y con varios días de anticipación. Era muy difícil escucharlo, daban ganas de castigarlo por el crimen, pero debíamos cuidarlo, eso es más difícil de entender”, dijeron los investigadores a SEMANA. Arriesgaban su propia vida en momentos en que los ciudadanos de Girardot, Cundinamarca, querían ajusticiar al asesino.
La confesión continuó. Contó que después de asesinar a su hijo pasó tres horas junto al cuerpo, dando vueltas en una habitación de dos metros cuadrados, en el segundo piso del hotel. La escena del crimen.
SEMANA llegó hasta esa habitación que tiene de fachada un balcón con vista a una calle principal en Melgar y que, de no ser por las cortinas, habría dejado ver los minutos de horror, la escena macabra de Gabriel Enrique sobre su hijo asfixiándolo.
El cuarto se encuentra en la mitad de un largo pasillo, con habitaciones calcadas. Al abrir la puerta de frente se observa una repisa que hace de clóset. A la izquierda, la cama, pegada a la pared donde está anclada la puerta de entrada. A la derecha, un baño sencillo: inodoro, lavamanos y una ducha. Justamente, la distribución de la habitación impidió a la camarera observar el cuerpo del niño una vez el asesino salió con la excusa de buscar el desayuno.
“Cuando la camarera abre la puerta ve la repisa, y ahí estaban las maletas. Por eso ella cerró inmediatamente, no ingresó e informó que los huéspedes no se habían ido del hotel. Incluso, cuando entré con la policía a la habitación, no me percaté del cuerpo. El uniformado me pidió abrir el baño, luego giró la cabeza y se espantó. ¡Uy, ahí está! Salgamos de acá, me dijo”, advirtió Fabián Vidal, administrador del hotel.
De regreso a su confesión, este asesino, de 50 años, que trabajaba en el área de archivo de una multinacional con sede en Cajicá, Cundinamarca, les relató a los agentes lo que hizo después de asfixiar a su hijo. Lo contó con detalle, como si en verdad quisiera dejar un testimonio que lo llenaba de orgullo, incluso de sus fallidos intentos por suicidarse.
“Cuando lo asfixié fui al baño, pero no encontré con qué ahorcarme. Así que tomé 40 pastillas que llevaba en un frasco y que supuestamente eran fulminantes, pero no pasó nada”, dijo el asesino, tratando de ganar un poco de indulgencia de los investigadores. Ellos, en lugar de pesar, amasaban un dolor profundo por estar escuchando al responsable de tan atroz crimen.
Tras revelar el macabro secreto, de cómo en su venganza incluyó a su propio hijo, el asesino se esforzó por contarles a los investigadores cómo por su mente o su conciencia no pasaba nada, no sentía nada, era un ente sin remordimientos, tristeza o dolor. En su cuerpo había satisfacción, dijeron los agentes.