NACIÓN
Germán Vargas Lleras: ahora o nunca
El vicepresidente, quien deja su cargo este martes, tiene todas las condiciones que se le exigen a un candidato presidencial, pero la elección del 2018 puede romper tradiciones. SEMANA analiza sus cinco fortalezas y debilidades para la campaña electoral.
La renuncia de Germán Vargas Lleras a la vicepresidencia es, de facto, su lanzamiento como candidato para las próximas elecciones presidenciales. Es, por lo tanto, la crónica de una decisión anunciada. Más aún en un político que desde niño jugaba en la presidencia y hasta decía discursos. Es decir, de alguien que siempre ha tenido entre sus cuentas la de ser presidente, como su abuelo Carlos Lleras Restrepo.
La del 2018 no será su primera apuesta, sino la segunda después de un intento en 2010. Pero esta es, sin duda, la definitiva. A sus 55 años, ya no es un político que participa en las elecciones para darse a conocer. Después de haber sido vicepresidente en los últimos dos años y siete meses, la presidencia de la República es el único escalón que le falta.
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Germán Vargas Lleras tiene las características que normalmente se asocian con un presidenciable: vocación, trayectoria, ambición. Pero llegar al cargo más alto del país no es un objetivo seguro para nadie. Muchos aspiran y compiten, y al final solo uno llega. ¿Lo logrará Vargas? SEMANA resume, a continuación, las cinco principales fortalezas y debilidades de quien parte con cierto favoritismo para una de las campañas más largas de la historia.
FORTALEZAS
Hoja de vida
Germán Vargas Lleras tiene una preparación académica sólida –abogado rosarista con posgrado en administración pública en la Universidad Complutense de Madrid- y una larga trayectoria en diversas esferas del poder. En lo local, fue concejal. En el Congreso, fue senador en tres periodos, y ocupó la presidencia. En el gobierno, fue ministro del Interior y Justicia y Vivienda, y luego, como Vicepresidente, coordinó las carteras de Transporte y Vivienda. Ha recorrido el país y el Estado, y los conoce a fondo.
Partido Propio
Cambio Radical es, hoy en día, una organización con un liderazgo incuestionado. Aunque no lo fundó, Vargas Lleras manda sin contrapesos ni divisiones dentro de su colectividad. Y es, además, un partido político que compite con la U, el Liberal y el Conservador, en términos de su votación nacional. En las últimas elecciones regionales demostró fuerza. En especial, en la Costa Atlántica, donde el alcalde de Barranquilla, Alejandro Char, tiene popularidad, influencia y poder, que se extienden a varios municipios y departamentos.
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Buen candidato
En la campaña presidencial de 2010, Germán Vargas fue una gran sorpresa. Obtuvo 1.400.000 votos y ocupó el tercer lugar, que no estaba en los cálculos de nadie. La campaña tuvo como eslogan “Mejor es Posible”, un valioso concepto estratégico para expresar apoyo a lo fundamental del popular gobierno saliente –de Álvaro Uribe y su seguridad democrática- pero a la vez ofrecer mejoras en otros campos. Vargas Lleras, en esa ocasión, hizo un juicioso trabajo para redactar documentos programáticos serios y sensatos sobre los principales problemas del país. Ya en el gobierno de Juan Manuel Santos, manejó con destreza el cambio del ministerio del Interior –que se suele asociar con el manejo de los puestos y de la política- al de vivienda, donde se consolidó como buen gerente y ejecutor de casas –algunas, incluso, gratuitas- y de obras públicas. Vargas Lleras es disciplinado para mantener mensajes claros. Durante los seis años y medio del gobierno Santos se apoderó de banderas populares como la infraestructura, y tomó distancia frente a los temas más controversiales, como el proceso de paz y la reforma tributaria. Con excepción de la última encuesta de Invamer-Gallup, en la que tuvo un fuerte desplome, ha sido uno de los políticos con una mejor imagen, y sostenida a lo largo del tiempo. Es una buena “materia prima” para diseñar una buena estrategia publicitaria.
Don de mando
A Germán Vargas Lleras lo recuerdan como un heredero del temperamento de su abuelo, Carlos Lleras Restrepo. Una personalidad fuerte, que en el caso de este último condujo al famoso toque de queda en abril de 1970, después de las elecciones en las que compitieron Misael Pastrana y Gustavo Rojas Pinilla, que terminaron con versiones de fraude y amenazas al orden público. Este rasgo, aunque puede resultar controversial, es una condición necesaria para quien aspira a ejercer el poder. A Vargas Lleras lo critican por antipático, pero no por blandengue ni porque carezca de capacidad para tomar decisiones firmes.
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Ejecutor
La imagen de gerente que Vargas Lleras intentó construir durante su tiempo como ministro de Vivienda y Vicepresidente encargado de la infraestructura, no es artificial. En otros cargos también ha dejado huella y casi nunca ha pasado inadvertido. Su debate contra el proceso de paz del Caguán, en el gobierno de Andrés Pastrana, influyó en el fin de la zona desmilitarizada de 42.000 kms cuadrados. Como ministro del Interior, en la primera presidencia de Santos –y en la primera legislatura- sacó leyes significativas, tanto en número como en fondo. Las viviendas y carreteras también tuvieron un boom bajo su liderazgo. En un Estado lento y paquidérmico, esta será una carta valiosa para la campaña.
DEBILIDADES
Mal genio
Su carácter firme tiene un lado negativo: se sale de casillas con facilidad y puede llegar a maltratar a los demás, y en especial a quienes trabajan para él. El episodio del coscorrón a un escolta, en diciembre pasado –grabado en un video- fue viral en las redes sociales y transmitió un mensaje de un hombre patán y maltratador con un subordinado. Nadie espera que la política la practiquen los ángeles, pero perder el control durante los largos y muy tensos meses de campaña puede afectar su imagen de manera significativa. De hecho, la caída en la última encuesta de Invamer Gallup se explica, en parte, por el episodio del coscorrón.
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En el lugar equivocado
Los analistas y los estudios de grupos focales identifican a Germán Vargas Lleras como un exponente de la derecha y, sobre todo, de la mano dura. Y aunque esa bandera puede ser rentable, ya tiene nombre propio: el uribismo, y sobre todo después del triunfo del No en el plebiscito de octubre pasado. El ex vicepresidente ha intentado mirar hacia el centro y hacia los partidos de la U y el Liberal, pero allí se encuentra con resistencias muy fuertes, surgidas de la difícil cohabitación en los últimos seis años y medios dentro de la Unidad Nacional. Su trayectoria política le ha dejado profundas heridas, tanto con el expresidente Álvaro Uribe, como con el partido Liberal. Por otro lado, el hecho de haber sido vicepresidente de Juan Manuel Santos durante casi seis años no le permitirá desligarse del profundo desgaste que sufre el gobierno saliente. En una elección que, finalmente, se decidirá por alianzas, Germán Vargas corre el peligro de quedarse sin socios.
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Avales cuestionados
Vargas es pragmático, y en sus campañas se ha rodeado de aliados eficientes a la hora de conseguir votos pero que han tenido problemas por investigaciones y denuncias de los medios de comunicación y de la propia justicia. Dentro de las propias filas de Cambio Radical ha habido disputas públicas por quién ha tenido la responsabilidad de otorgar avales a candidatos como Oneida Pinto y Kiko Gómez, en la Guajira, ambos hoy detenidos. El lío puede ser aún mayor si, como se ha dicho hasta ahora, el gran tema de la campaña es la corrupción. La situación es tan negativa, que algunos de los miembros de su partido le han sugerido que no inscriba su candidatura presidencial con el aval de Cambio Radical, sino por firmas, para abrir distancias con el manejo político de su propio partido. Una alternativa que sería mal vista, pero su sola consideración es elocuente sobre la magnitud del problema que ejercerán en la campaña las malas compañías de los últimos años.
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Posición ambigua hacia la paz
Durante las negociaciones entre el gobierno de Juan Manuel Santos y las Farc, Germán Vargas envió mensajes en varias direcciones. Guardó silencio, lo cual alimentó la especulación sobre su escepticismo –o abierta oposición- hacia los diálogos. En el plebiscito invitó a votar por el Si, a regañadientes y a pedido de Santos, pero hizo críticas concretas a algunos aspectos de la Justicia Especial para la Paz. Y mientras tanto, la bancada de Cambio Radical votó a favor de casi todas las iniciativas legislativas relacionadas con el proceso (incluido el acto legislativo que adoptó el mecanismo de fast track). Si Vargas Lleras llega a la presidencia el 7 de agosto del 2018, el proceso estará avanzado y el nuevo gobierno tendrá que administrar lo pactado. La posición que hasta ahora ha sostenido Vargas Lleras debilita el argumento de que él podría ser el líder de la implementación y le dejaría esa carta –de gran valor- a sus competidores.
Imagen deteriorada
La reciente caída en la imagen de Vargas Lleras le llegó en el peor momento: justo cuando va a iniciar la campaña. Y sobre todo, la magnitud del descalabro es preocupante: la imagen positiva bajó de 61 a 40 por ciento, en menos de tres meses, y la negativa creció de 24 a 44 por ciento. Por primera vez en muchos años, su desfavorabilidad supera a su imagen positiva. El golpe fue descomunal, y se ha explicado por tres razones: las polémicas por casos de corrupción de miembros de Cambio Radical, el video del coscorrón al escolta, y el ambiente negativo que hay en el país sobre su futuro y sobre el gobierno. Vargas necesitará explicar esos puntos y remontar las cifras porque, de otra manera, la candidatura no sería viable. Sobre todo frente a otros competidores que tienen una imagen mucho mejor en estos momentos. Si las elecciones del 2018 resultan aptas, como se ha dicho, para un outsider o para un anti-político, se romperán tradiciones. Y Vargas Lleras es un aspirante de corte tradicional.