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La encrucijada de Vargas Lleras

El exvicepresidente va punteando en las encuestas. Sin embargo muchos creen que para tener el triunfo asegurado necesita el apoyo del uribismo o de la coalición del gobierno. Ninguno se ha concretado hasta ahora.

15 de abril de 2017
Foto: Alejandro Acosta-Dinero

A Germán Vargas Lleras le está yendo bien en las encuestas. En la de Datexco lidera la intención de voto y le saca 4 puntos tanto a Sergio Fajardo como a Clara López. En la de Cifras y Conceptos, 22 por ciento de los encuestados cree que él va a ser el próximo presidente, frente a 7 que cree que va a ser Gustavo Petro. En la del Centro Nacional de Consultoría, en escenarios de segunda vuelta, supera fácilmente a Humberto de la Calle, a Gustavo Petro, a Iván Duque y a Clara López. El único que le ganaría sería Sergio Fajardo.

Sin embargo, a pesar de esas mediciones favorables hay nubarrones en el horizonte que hacen pensar que Vargas Lleras todavía no tiene asegurada la Presidencia. Las mismas encuestas, si se analizan detenidamente, muestran posibles grietas hacia adelante. La de Cifras y Conceptos, que dice que el 22 por ciento cree que Vargas será presidente, demuestra simultáneamente que más de la mitad de ese porcentaje piensa votar por otra persona. En otras palabras, una cosa es creer y otra querer. Según Invamer Gallup, entre diciembre y febrero su favorabilidad bajó del 61 al 44 por ciento. Igualmente, su imagen desfavorable creció de 24 a 44 en el mismo lapso. Esas cifras pueden haber mejorado un poco después de su retiro, pero están aún lejos de lo que fueron hace seis meses.

En cuanto a intención de voto, Vargas casi siempre comparte uno de los tres primeros puestos con Petro y Fajardo. Esos empates, sin embargo, no son muy alentadores, pues dadas las gabelas que ha tenido Vargas Lleras al controlar dos ministerios de chequeras abultadas, recorriendo todo el país y mostrando resultados, debería estar muy por encima de los demás aspirantes. En cierta forma, Vargas lleva seis años en campaña permanente mientras que los otros aún no han comenzado.

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¿Cómo se explica que su ventaja no sea mayor? La verdad es que el exvicepresidente ha tenido que caminar por una cuerda floja en los últimos seis años. De ser considerado el hombre fuerte de la centro derecha pasó a convertirse en el número dos de un gobierno de centro izquierda. Juan Manuel Santos también había sido de centro derecha antes de ser presidente. El proceso de paz, sin embargo, lo posicionó en el otro lado del espectro con el costo político que ha entrañado ese movimiento pendular. Para el uribismo, el presidente es un traidor. Para la izquierda, la comunidad internacional y de pronto para los libros de historia, un gladiador por la paz.

A Germán Vargas le tocó vivir esa transición sin que le preguntaran qué opinaba. Eso lo convirtió en un copiloto incómodo en esa nave. Cada día tuvo que manejar un difícil equilibrio entre lealtad y escepticismo. No podía elogiar el proceso de paz, pero tampoco criticarlo. Lo mejor era pasar agachado y dedicarse a sus casas, sus acueductos y sus carreteras. Había que sacarle con tirabuzón cualquier declaración suya sobre el tema de la paz y en la medida de lo posible prefería no aparecer en la foto, como sucedió el día de la firma del acuerdo final en el Teatro Colón.

Esa ambivalencia ha sido buena y mala. Para la mitad del país, a la que no le gusta el proceso de paz, a futuro es mejor un escéptico que un fanático. Para la otra mitad, que cree que es un paso histórico, Vargas Lleras no es un escéptico, sino un peligro. Navegar entre esas dos aguas era exponerse a no quedar del todo bien con ninguna de las partes.

La obra del gobierno de Germán Vargas es verdaderamente monumental. En un país caracterizado más por promesas que por resultados, él ha invertido la ecuación. Lo que hizo en materia de vivienda, acueductos y carreteras va a representar una gran transformación en el país.

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No menos impresionante que su gestión en materia de infraestructura ha sido haber montado la maquinaria que hoy tiene. Así como una casa se construye de ladrillo en ladrillo, lo mismo sucede con una estructura política: de concejal en concejal, de alcalde en alcalde y de gobernador en gobernador. La posibilidad de recorrer el país de un extremo al otro dejando obras terminadas le dio la oportunidad de entrar en contacto con los dirigentes regionales y consolidar una organización política que no ha sido aún medida en una elección presidencial. La última vez que Cambio Radical midió sus fuerzas, en las elecciones regionales de 2015, fue de lejos el partido que más creció. Hoy, con precandidato a la cabeza, esa colectividad no solo tiene una bandera, sino una cohesión inexistente en los otros partidos.

El problema es que en este momento ninguno de los actuales candidatos tiene asegurado el triunfo sin hacer alianzas. Ni el Centro Democrático, ni Cambio Radical, ni la Unidad Nacional, ni la izquierda. En círculos políticos se considera que Vargas Lleras, a pesar de su gestión, de su maquinaria y de ser el más fuerte individualmente, no puede ganar solo. Pero también hay una teoría según la cual quien esté aliado con él tiene el triunfo asegurado. Para Álvaro Uribe, quien tiene electorado pero no candidato, sería una solución. También lo sería para Juan Manuel Santos, cuya coalición de gobierno tampoco tiene un caballo ganador. Sin embargo, ninguna de esas dos posibles alianzas se ha concretado hasta el momento.

Vargas tendría el plan A de ser el candidato único de tres partidos: Cambio Radical, Partido Liberal y La U. Esa coalición aseguraría el paso a la segunda vuelta, y en ese momento podrían sumarse otras fuerzas que, aunque no son vargaslleristas, lo preferirían al candidato uribista. En ese realineamiento podría haber conservadores, santistas, verdes y hasta la izquierda.

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El presidente Santos y él han contemplado la posibilidad de armar esa coalición para la primera vuelta. El mecanismo sería que cada uno de esos partidos hiciera una consulta interna para escoger a su propio candidato, y el que tuviera la mayor votación individual recibiría el apoyo de los otros dos. Por ejemplo, podría ser una comparación de votos entre Vargas Lleras por Cambio Radical, Humberto de la Calle por el Partido Liberal y Juan Carlos Pinzón o el que sea por La U.

Sin embargo, todavía no ha sido posible volver realidad esa fórmula. El principal obstáculo es que la rechazan los jefes del Partido Liberal, como Horacio Serpa y Juan Fernando Cristo, y los de La U, como Roy Barreras y Armando Benedetti. Su argumento es que mal podría la coalición de un gobierno que se la jugó por la paz apoyar a un candidato escéptico sobre aspectos claves de los acuerdos. A esa razón se suma otra que no expresan abiertamente: que Vargas Lleras les ganaría a todos.

Al presidente la fórmula de Vargas como candidato de la Unidad Nacional no le chocaría, pero no la puede presionar mucho. Por un lado, tiene que ser neutral en el proceso electoral, y, por el otro, tiene una lealtad con Humberto de la Calle, quien ha sido su hombre en La Habana. Sin embargo, la prioridad de Santos es que no gane Uribe. Él sabe que si Vargas gana le podría hacer algunos retoques al proceso de paz, pero no lo echaría para atrás. Esa es una opción menos mala que la que representaría el triunfo del candidato del Centro Democrático. Y al mismo tiempo le aseguraría al presidente que su antiguo copiloto no acabe en manos de Álvaro Uribe.

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Vargas Lleras no está pensando en irse con Uribe ni Uribe en acercarse a Vargas Lleras. Después de haber sido aliados durante el primer gobierno de la seguridad democrática, acabaron convertidos en enemigos a muerte. Una de las razones es que en forma velada Vargas, a través de su ascendiente en el Congreso y en la corte, contribuyó a sabotear la segunda reelección de Uribe. Además, una de las razones por las cuales el expresidente le declaró la guerra a Santos fue precisamente por nombrar a Vargas ministro del Interior y de Justicia.

Hoy, sin embargo, están en tregua. Aunque hace nueve años no se hablan, cuando cada uno ha sido operado, sus esposas han llamado la una a la otra para expresar su solidaridad. Los rumores de acercamientos entre ambos por lo general han sido falsos, pero a estas horas del juego nadie cierra ninguna puerta. Uribe y Vargas no se tienen el uno al otro como plan A, pero no se descartan como plan B. Eso significa que si a Vargas la Unidad Nacional le cierra las puertas de forma definitiva con un portazo insultante, cualquier cosa puede pasar. Y Uribe, aunque descarta la posibilidad de apoyar a Vargas en primera vuelta, podría cambiar de opinión en la segunda si el candidato del Centro Democrático se cuelga.

Por lo anterior, a estas alturas Germán Vargas sigue solo. Sin embargo, así como su elección no está asegurada, no hay abanico de finalistas que no incluya su nombre. A veces con Sergio Fajardo, a veces con De la Calle, a veces con el candidato de Uribe. Todos rotan, pero Vargas siempre está ahí.

El rechazo que tiene en el Partido Liberal y el Partido de la U está más en la cúpula que en la base. Los jefes de esas colectividades prefieren cualquier alternativa a él, pues le tienen un resentimiento por las ventajas desproporcionadas que le dio su doble condición de precandidato y de vicepresidente. Sin embargo, con las tropas no pasa lo mismo. En forma discreta muchos congresistas del liberalismo y de La U han desfilado por la oficina del entonces vicepresidente. Al fin y al cabo es un Lleras con estirpe liberal y fue colega de todos ellos en el Congreso. Todavía no están oficialmente con él, pues el grueso de los congresistas tiende a inclinarse por donde sople el viento. Pero es un hecho que si a medida que avanza la campaña la candidatura de Vargas se consolida en las encuestas, no pocos del liberalismo y de La U se subirían al vagón de la victoria.

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Por ahora Vargas se encuentra en un limbo que poco tiene que ver con los coscorrones. Él es un hombre muy bravo y se descontrola fácilmente, pero eso lo padecen sobre todo sus subalternos y en algunas ocasiones sus aliados políticos. Hace pocas semanas su principal alfil en la costa, el alcalde de Barranquilla, Álex Char, se quejó por el maltrato de Vargas a los políticos locales de su región. Sin embargo, a nivel nacional el mal carácter a veces se asocia con autoridad y mano dura, y buena parte de su reputación de gran ejecutor está relacionada con esa interpretación. Incluso hay simpatizantes del exvicepresidente que creen que es el único capaz de manejar el posconflicto. Para ellos ha habido tanta improvisación en esa nueva etapa y han quedado tantos cabos sueltos que en este momento nadie manda y lo que se necesita es un ‘dictador’ en el sentido figurativo de la palabra.

Pero más daño que su carácter le ha hecho la hoja de vida de su partido. Cambio Radical es el que ha tenido más avales cuestionados, más funcionarios destituidos y más escándalos mediáticos. Kiko Gómez, Oneida Pinto, el alcalde de Riohacha y el gobernador del Amazonas fueron elegidos por ese partido. Por otra parte, en épocas en que el tema de moda es la teoría del outsider, Germán Vargas definitivamente no representa eso. Las nuevas generaciones no lo miden tanto por su exitosa gestión de gobierno, sino por lo que él encarna: lo perciben como un símbolo del establecimiento y de la política tradicional.

Ese posicionamiento nunca ha sido muy popular, pero casi siempre gana las elecciones. Los antipolíticos son invencibles en las redes sociales, pero no en las urnas. El establecimiento político y económico aglutina factores de poder, no solo a nivel nacional, sino regional. Eso lo saben todos los que votaron por Antanas Mockus, quien a pesar de la ola verde, acabó perdiendo por 5 millones de votos frente a Santos en la segunda vuelta.

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Germán Vargas tiene una ventaja sobre los otros aspirantes a la Presidencia. Es el único que tiene liderazgo a nivel nacional. Sus contendores tienen méritos, pero no esa jerarquía. Es un político muy hábil, muy recursivo, muy disciplinado y muy trabajador. Por haber recorrido todo el país en los últimos casi siete años, lo conoce mejor que nadie. Habla con la misma precisión de municipios, veredas y carreteras, que de alcaldes, concejales y diputados. En política esa combinación de estadista y manzanillo con frecuencia es rentable.

En conclusión, el recién salido vicepresidente no la tiene fácil, pero dado su récord, su energía, su habilidad política y su capacidad de ejecución, va a estar en el terreno de juego hasta el final. Eso no se puede afirmar de la mayoría de sus rivales.