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Los retos del cese bilateral del fuego
Una tregua entre el gobierno y las FARC parece inevitable si se quiere la paz. Pero es un camino lleno de espinas. SEMANA explica por qué.
En los últimos tres meses Colombia volvió a sentir el vértigo de la guerra. Soldados muertos en emboscadas, guerrilleros caídos en bombardeos, un holocausto ambiental por los sabotajes a los oleoductos, bombas que dejaron sin energía a ciudades enteras, campesinos huyendo de los combates y petardos en el corazón de Bogotá.
El efecto psicológico en los colombianos de este atroz déjà vu ha sido profundo. La guerra venía bajando de intensidad desde diciembre cuando las FARC declararon un cese unilateral del fuego. Pero se rompió en mayo y el miedo, la rabia y la desesperanza volvieron a apoderarse de la gente. La ofensiva guerrillera puso en la cuerda floja al proceso de paz, al punto que por primera vez desde que empezaron los diálogos el gobierno le dio un ultimátum a su contraparte. “Un día de estos tal vez las FARC no nos encuentren en La Habana”, le dijo Humberto de la Calle al periodista Juan Gossaín en una entrevista publicada por varios medios el domingo pasado.
Ante el riesgo real de que se cierre la puerta de la paz y volvamos a un ciclo de conflicto armado, con su dialéctica de muerte y destrucción, ha empezado a abrirse paso la discusión sobre un cese bilateral del fuego. Cuba y Noruega, como países garantes, y Venezuela y Chile, como acompañantes, expresaron su preocupación: “Instamos a las partes a restringir al máximo las acciones de todo tipo que causan víctimas y sufrimiento en Colombia, e intensificar la implementación de medidas de construcción de confianza”, dijeron en un escueto comunicado en el que piden gestos inmediatos que bajen la intensidad de la confrontación mientras se avanza en el resto de la agenda y en el diseño de un cese bilateral del fuego y de hostilidades definitivo.
Las FARC respondieron con un paso en esa dirección. Anunciaron un nuevo cese unilateral a partir del 20 de julio, esta vez por un mes. Y enviaron un mensaje de tranquilidad para Santos al decirle que quieren al proceso como “la niña de los ojos” y que esperan que se firme la paz en su gobierno. Claro, la credibilidad de las FARC pasa por uno de sus peores momentos pero tampoco se puede desconocer el mensaje.
Santos, por su parte, abrió la puerta para que se llegue a un cese bilateral antes de la firma del armisticio, siempre y cuando los pilares del acuerdo sobre justicia ya estén claros. El gobierno tiene el convencimiento de que la justicia y el cese bilateral constituyen la fórmula que podría propiciar un salto de la incertidumbre a la paz.
La idea de negociar como si no hubiera guerra y de seguir combatiendo como si no hubiera un proceso de paz definitivamente se agotó. Eso pudo ser necesario al principio y habría sido viable en una negociación corta. Pero los hechos son tozudos y el cese bilateral se vislumbra hasta ahora como el único camino posible. Sin duda, el presidente pagó un precio por negociar en medio del fuego y pagará también un precio alto por hacer el cese. Pero al final, y frente a la historia, lo que importará es que Colombia pase la página del conflicto armado.
Un camino de espinas
Que el cese bilateral se abra paso es una buena noticia sobre todo para la Colombia rural y vulnerable que sufre la guerra directamente. Esa medida aliviaría a poblaciones como Tumaco, en Nariño, que han quedado sin agua y sin luz por culpa de los sabotajes terroristas de las FARC. En segundo lugar, podría contribuir a mejorar el clima de confianza de la opinión pública, y entre las partes enfrentadas.
La mala noticia es que, como todo cese del fuego, este no será una rosa con espinas, como calificó Santos al cese unilateral de las FARC en diciembre, sino un camino lleno de espinas. “El cese tiene ventajas y desventajas y aunque es necesario, nunca será suficiente”, dice el profesor Frédéric Massé, director del Centro de Investigaciones y Proyectos Especiales de la Universidad Externado de Colombia. O en palabras del coordinador residente y humanitario del sistema de la ONU Fabrizio Hochschild: “Al cese hay que llegar luego de medidas progresivas de desescalamiento”.
Aunque pareciera que solo se necesita voluntad política, un cese bilateral es mucho más complejo y tiene muchos riesgos. Que el gobierno no lo haya aceptado hasta ahora no es un capricho sino que obedece a una lógica del proceso.
¿Por qué es tan difícil?
En casi todos los conflictos los ceses al fuego han tenido problemas y no hay fórmulas mágicas para evitarlos. En Bosnia, antes del armisticio final fracasaron más de 100 intentos de tregua. Estos impases aumentan la desconfianza y por esto tienden a descalificarlos. Sin embargo, muchos expertos creen que es mejor un cese imperfecto que una guerra abierta. Bajar la guerra un 80 %, como ocurrió en Colombia en los primeros meses del año, no es algo para soslayar.
Las FARC han insistido en el cese bilateral desde el primer día de las conversaciones por una razón entendible: son ellos quienes más están perdiendo en la confrontación. Son el eslabón débil de una guerra asimétrica. Pero los temores del gobierno en aras de acceder a un cese a destiempo tienen grandes fundamentos.
El gobierno teme que las FARC aprovechen el cese para fortalecerse luego de haber sido debilitadas militarmente y justo cuando el Estado tiene una absoluta ventaja estratégica clara sobre ellas. Santos pide señales claras de que el proceso no tiene reversa. En particular, que las FARC acepten una justicia transicional con verdad, justicia y reparación. Porque lo que ocurrió con la tregua pactada durante el gobierno de Belisario Betancur, en los años ochenta, es que los frentes de las FARC se duplicaron, así como sus finanzas. Y durante el Caguán ocurrió lo mismo, aunque en ese mismo periodo se empezó a implementar el Plan Colombia y se expandieron los paramilitares.
Otro gran temor es que el cese genere una zona de confort que haga más lentos los diálogos y dilate la firma de un acuerdo. La presión militar puede que ponga en riesgo las negociaciones pero también les da velocidad. O la preocupación de que una vez la intensidad de la guerra baje, los negociadores de las FARC saquen del congelador los temas que consideran pendientes de los tres acuerdos pactados hasta ahora, los cuales son más bien para dirimir en un escenario político futuro.
Finalmente, que el cese se convierta en materia permanente de reclamos en la Mesa, y termine obstaculizando los diálogos. En el proceso de los años ochenta hubo interrupciones en las negociaciones mientras se aclaraban incidentes que alteraron la tregua.
Las inquietudes son reales, pero no desaparecen por el solo hecho de que la confrontación continúe. Seguir negociando bajo fuego a estas alturas del camino ya no significa más velocidad para la Mesa, ni la claudicación de las FARC, ni el debilitamiento del gobierno. Estratégicamente, el balance sigue igual. La guerra en Colombia, en últimas, ha actuado como un espejismo para las dos partes en La Habana. Para las FARC, porque creen que regando petróleo en los ríos y dinamitando torres se muestran fuertes, cuando todo el mundo sabe que no se necesita una gran capacidad operativa para poner una bomba en una selva remota. El gobierno, porque vuelve a hacerle creer al país que existe la opción de aniquilar de un plumazo a las FARC, que no es más que pensar con el deseo.
Por supuesto, hay quienes se oponen. El expresidente Álvaro Uribe considera que el cese debe ser solo de las FARC y en una zona de concentración. Eso es un imposible político en los actuales momentos. A su vez, el procurador Alejandro Ordóñez pide que se mantenga la condición inicial: que el cese bilateral se produzca al final, en la fase de dejación de armas.
Los riesgos del cese bilateral son reales, pero si se sopesan sus ventajas, puede ser, a pesar de los riesgos, la opción más conveniente. Sobre todo si se hace con seriedad y no como una “payasada”, como dijo De la Calle. Se requiere mucho más que voluntad política.
Para empezar, el cese necesita que se abone el terreno con medidas de confianza que lo hagan no solo posible, sino también creíble. Al anuncio de un nuevo cese, las FARC agregaron la disposición de entregar a un soldado tomado como prisionero en un combate. A eso se suma que avanza el desminado humanitario en la vereda El Orejón, de Briceño, en Antioquia. Pero los gestos de paz todavía pueden ser más, de lado y lado. Liberar a los niños reclutados o bajarle la intensidad al lenguaje bélico. Incluso que el gobierno gestione la liberación de algunos presos de las FARC que están enfermos. Son medidas que no necesitan un acuerdo, pero sí voluntad de cada parte, y que allanan el camino al cese.
¿Cese del fuego o de hostilidades?
Cese del fuego significa parar de darse bala entre las partes enfrentadas, que es lo que han hecho las FARC con sus ceses unilaterales: comprometerse a no atacar a los militares. Pero un cese de hostilidades va más allá y requiere que se pongan por escrito y con detalle los actos que están prohibidos. Por ejemplo, que la guerrilla pare todas las acciones contra la población civil, inclusive los ataques a la infraestructura, las extorsiones, el reclutamiento y el narcotráfico. El Ejército tendría que parar bombardeos, pero también acciones ofensivas, y dependiendo del caso también labores de propaganda contra la guerrilla e inteligencia. En las negociaciones modernas la lista de actos prohibidos es muy larga y, por tanto, más difícil de verificar. También trae dilemas políticos y económicos profundos. Si la guerrilla no puede financiarse de fuentes ilegales, ¿quién la financia mientras dure el cese? O si, como parte del cese, el Ejército detiene su campaña de desmovilizados, ¿qué pasará con quienes quieren desertar?
También hay aspectos como el espionaje y la propaganda que suelen incluirse como actividades prohibidas, lo cual para las partes significa una desventaja militar y política y por eso es que un cese debe ser definitivo y conducir al armisticio. De lo contrario, termina siendo peor el remedio que la enfermedad.
¿Dónde se aplica?
En la naturaleza del conflicto colombiano no hay líneas de fuego definidas. La guerrilla está muy dispersa en el territorio y tiene algunas zonas bajo un relativo control, como lo demostró el episodio del general Rubén Darío Alzate el año pasado. Pero no puede decirse que dominen territorios sino que copan espacio donde no hay presencia del Estado. En la práctica, guerrillas y militares se mueven todo el tiempo por los mismos corredores y terrenos. Además, en las zonas donde hay FARC también suelen estar el ELN y las bacrim y es muy difícil decir que la fuerza pública se quede quieta. A eso se refería De la Calle cuando dijo que un cese no va a ser tipo “estatua”.
Esto significa que un cese bilateral va a requerir unos mecanismos de comunicación muy sofisticados. Que haya una coordinación permanente entre las Fuerzas Armadas y la guerrilla para saber cuándo se mueven unos u otros y con qué objetivo. Esto requiere confianza entre las partes, algo que en este caso no existe.
Un buen ejemplo de este reto es lo que ha ocurrido con el desminado en El Orejón. Durante la primera jornada conjunta entre militares y guerrilleros para ubicar las minas enterradas se apareció una patrulla del Ejército. Los dos guerrilleros que había allí sintieron pánico porque pensaron que el gobierno les había tendido una trampa. Rápidamente se activó un mecanismo de comunicación y se logró que la tropa supiera que debía pasar de largo, tal como ocurrió.
Estos riesgos no son menores. En el proceso de paz de Betancur hubo cientos de incidentes como los bombardeos de Yarumales, o el ataque que sufrió Carlos Pizarro en Corinto, Cauca, por falta de coordinación entre tropas, o, según otras versiones, por saboteadores del proceso. En el caso de la Corriente de Renovación Socialista cuando, en pleno operativo para concentrar a los guerrilleros que iban a desmovilizarse en Urabá en 1993, una patrulla del Ejército mató a dos de los negociadores de ese grupo.
Todos estos temores son los que han hecho que las FARC, al tiempo que anunciaron su cese unilateral, reiteren que necesitan garantías de que no las matarán y se acabe el paramilitarismo.
¿Zonas de concentración?
Algunos consideran que la solución al dilema anterior es la concentración de las FARC. Pero eso no es viable, por lo menos por el momento. Por un lado, hay una restricción jurídica que hay que resolver: la ley de orden público prohíbe las zonas de despeje. Aunque esta ley se refiere a la ausencia de todo tipo de autoridad, incluidas las civiles, el gobierno necesitaría de todos modos instrumentos jurídicos para el cese.
El otro problema que tienen las zonas de concentración es que una de las premisas que hay en la Mesa de Conversaciones de La Habana es que nada está acordado hasta que todo esté acordado, y llevar a las FARC a uno o varios lugares sería para ellos tanto como quemar las naves y perder capacidad de negociación en la fase final de las conversaciones.
Ahora, puede haber fórmulas intermedias: zonas amplias con corredores y sistemas de ubicación que hagan más fácil el monitoreo en regiones. Algo así llegó a pactarse en el papel con el ELN hace más de una década, pero nunca llegó a implementarse. Pero esto requiere una alta capacidad de verificación para que las regiones no se conviertan en santuarios en los que la población civil quede expuesta al control del grupo, tal como pasó en el Caguán. Dónde y cómo sería una ‘ubicación’ de los guerrilleros se suma también la necesidad de un calendario. El cese bilateral tiene que ser definitivo pero no indefinido y por eso debe apuntalar la finalización del conflicto.
La verificación es la clave
El punto de partida de un cese es que es imperfecto. Siempre hay violaciones por lo complejo del territorio, por las múltiples provocaciones de los disidentes de un lado y otro, y porque sencillamente dejar la guerra no es fácil. Por eso la verificación es el punto crucial. En Colombia se ha probado tanto con verificación nacional, en los años ochenta, como con verificación internacional, en el proceso con las AUC con la presencia de la Mapp-OEA. En ambos casos la experiencia fue agridulce. A estas verificaciones les faltaron dientes.
Lo importante es que la verificación sirva para aclarar rápido y de manera transparente todo lo que ponga en riesgo el cese. Y que pueda comunicar muy bien al público lo que ocurre.
El proceso de paz con las FARC muy posiblemente cuente con una verificación mixta, nacional e internacional, y es bastante probable que en la baraja de candidatos para hacerla estén Unasur, que les da más confianza pero tiene menos capacidad y experiencia; y la ONU, que tiene la capacidad y experiencia, pero cuya operación es más dispendiosa. Primero, habría que solicitarle al secretario general el envío de una misión técnica, y luego elevar la solicitud bien sea al Consejo de Seguridad o a la Asamblea General. Después, armar la misión que para un caso como el colombiano no será algo pequeño. Es decir, se tomaría varios meses.
El cortejo
Justo porque el cese bilateral del fuego y hostilidades, aunque necesario, no se producirá de la noche a la mañana, es que el camino más lógico para bajar la intensidad del conflicto es el de los gestos unilaterales voluntarios. Una especie de cortejo entre las partes. Las FARC han dicho que este nuevo cese unilateral es como la tomada de mano entre un par de novios, pero que para pasar al beso o al abrazo hace falta un guiño de la contraparte. Que una rosa es una rosa, aunque tenga sus espinas.
Habrá que ver cómo responde el gobierno. Posiblemente con una nueva suspensión de bombardeos, la liberación de algunos presos, o una moderación del lenguaje desde el Ministerio de Defensa. El margen de maniobra de Santos no es muy grande mientras no salgan de La Habana nuevos acuerdos significativos. Esta semana es probable que se logre el acuerdo sobre reparación a las víctimas cuya columna vertebral es el reconocimiento del daño causado y las barbaries cometidas. Esto va en la ruta de mejorar la confianza y acelerar la negociación. Pero como en todo cortejo, los gestos tienen que ser a diario, sin tacañería, y recíprocos.