POLÍTICA

Gobierno versus uribismo: Fuego amigo

El inicio del gobierno de Iván Duque está marcado por una paradoja: lo critican más dentro de su propio partido que en las demás fuerzas políticas.

25 de agosto de 2018
El presidente ha tenido que caminar en la cuerda floja entre el furibismo y la opinión pública independiente

El presidente Iván Duque y su mentor, Álvaro Uribe, se encuentran en orillas diferentes en la consulta anticorrupción de este domingo. Duque ha reiterado su apoyo a esta. Uribe, en cambio, el día de la posesión el pasado 7 de agosto se bajó del bus. Ese no ha sido el único punto de divergencia entre ambos. La semana pasada el expresidente sacudió el mundo al presentar un proyecto de ley para darle al presidente facultades extraordinarias para incrementar, por una vez, el salario mínimo. Argumentó que lo hacía para cumplir la promesa electoral del Centro Democrático de subir salarios y bajar impuestos.

En términos económicos, la propuesta de Uribe es un contrasentido (ver artículo titulado ‘Propuesta castrochavista’). En las campañas presidenciales los candidatos prometen muchas cosas que en la práctica resultan imposibles de cumplir. Esa es parte de las realidades políticas y la gente está acostumbrada. Por eso, tanto el presidente Duque como el ministro de Hacienda, Alberto Carrasquilla, han guardado prudente silencio. Carrasquilla tiene en sus manos un chicharrón más serio y más difícil de manejar. Es necesario buscar ingresos adicionales para compensar el hueco que va a producir la reducción de los impuestos a las empresas. Esa sí era una promesa electoral que tocaba cumplir. Una de las posibles fuentes de ingreso para llenar ese hueco es ponerle IVA a los productos de la canasta familiar hoy exentos. Lo cierto es que la iniciativa de Uribe tiene poco que ver con el problema real y por el contrario lo agudiza.

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Más allá de la consulta anticorrupción y de la política sobre el salario mínimo, llama la atención la diferencia de tono y de fondo entre el presidente y su partido. Esa divergencia se notó desde el día uno, el 7 de agosto, por la contradicción entre el discurso del primer mandatario y el del presidente del Senado, Ernesto Macías. Aunque Duque había prometido no gobernar con espejo retrovisor, el memorial de agravios de Macías echaba por el suelo ese anhelo.

Las relaciones entre Iván Duque y su partido, el Centro Democrático, no han sido fluidas.

Más llamativo aún fue ver al senador Uribe con su bancada –en el video publicado por Noticias Uno después de la transmisión del mando– cuando afirmaba, con tono de felicitación para Macías, que “su discurso era necesario” para hacer un corte de cuentas con Santos. El mismo que se realizó en inusuales avisos de página entera en los principales diarios del país que criticaban duramente el balance de la administración saliente, pagados por el Centro Democrático. La imagen fue inevitable: Duque, conciliador y el uribismo, radical.

En los sectores más duros del Centro Democrático tampoco han recibido bien la posición del nuevo gobierno sobre la paz. El discurso de “volver trizas los acuerdos” quedó atrás. En cuanto al ELN, Duque aterrizó su posición y le concedió un compás de espera de un mes a los diálogos. Y frente a las Farc, ha moderado posturas como al proponer que solo pueden ser elegibles quienes ya han cumplido las penas impuestas por la JEP. Según su propia ministra de Justicia, Gloria María Borrero, esta modificación –de ser aprobada– aplicaría hacia el futuro y no hacia el pasado.

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Pero tal vez las fisuras se notaron más en la reciente elección del contralor. Después de que el Centro Democrático se comprometió a apoyar a José Félix Lafaurie, a la hora de la verdad lo dejaron colgado de la brocha. La bancada esperaba que el presidente le hiciera el guiño al candidato de su propio partido, pero Duque prudentemente se abstuvo, lo que dio como resultado la elección de Carlos Felipe Córdoba.

Además, como sucede con los nuevos gobiernos, hay roces por razones burocráticas. Por un lado, están los que se sienten omitidos y con méritos para ser nombrados. De esos hay muchos. Pero también están los nombrados que no gustaron en el furibismo. Uno de estos fue Víctor Saavedra, nuevo viceministro de Vivienda –exsegundo del Ministerio de Educación con Gina Parody– criticado por haber sido el artífice de las célebres cartillas contra la discriminación por género. La ratificación de otros funcionarios de segundo nivel –cerca de 15– también le generó palo al gobierno proveniente de tuiteros y congresistas de su propio partido. “La gente se ha visto desplazada con los nombramientos”, dice la senadora María Fernanda Cabal, “en especial de personas que han sido agresivas con Uribe”.

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El presidente ha tenido que caminar en la cuerda floja entre el furibismo y la opinión pública independiente.

Estos episodios alimentan la versión de que las relaciones entre el presidente Iván Duque y su partido, el Centro Democrático, no han sido fluidas. Todo indica que tenía razón la vicepresidenta Marta Lucía Ramírez cuando afirmó en una entrevista con El Espectador que “una cosa es el Centro Democrático y otra el gobierno”.

La falta de sintonía entre Duque y el uribismo ha recibido muchas interpretaciones. Algunos consideran que el Centro Democrático, que surgió para hacerle oposición a Santos, no se da cuenta de que ahora es el partido de gobierno. El exministro Rudolf Hommes considera que el Centro Democrático “no es un partido de gobierno, sino un partido de oposición con presidente”.

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Otros creen que el partido tiene una estrategia de doble discurso. Sería lo que se denomina ‘buen policía-mal policía’, que consiste en mostrar simultáneamente la zanahoria y el garrote. Bajo ese escenario, no habría ninguna fricción entre el gobierno y el partido, pues cada uno estaría dedicado a lo suyo. En todo caso, ruptura entre Duque y Uribe no se ve en el horizonte. El presidente ha tenido que caminar en la cuerda floja entre el furibismo y la opinión independiente. Falta ver si puede sostener por mucho tiempo semejante acrobacia.