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El libro de Gustavo Petro: el nuevo presidente habla de su vida en el M-19, de Hugo Chávez, su “amigo”, de Uribe y su reunión con Castaño
El presidente publicó hace poco su libro de memorias para contarle al país cómo fue su vida. Estos son algunos de los pasajes más impresionantes.
Si hay alguien que podría encarnar a la perfección la frase de que la política es dinámica es Gustavo Petro. Este siete de agosto, cuando el país posesione al primer mandatario de izquierda de la historia, su polifacética vida será recordada en todas las esquinas. Será la primera vez que un exguerrillero llegue al poder en el país. Ese recorrido lleno de obstáculos hacia la Casa de Nariño podría dar para una película.
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Si la hicieran, el guion perfecto sería el libro Una vida, muchas vidas, escrito por el mismo presidente. El documento fue publicado por Planeta meses antes del triunfo, cuando el líder del Pacto Histórico era uno de los grandes favoritos para ganar la carrera a la Casa de Nariño.
A diferencia de muchas otras personas que llegan el poder tras una carrera de ascensos sin mayores contratiempos, en la vida de Gustavo Petro nada ha sido fácil ni apacible. En su autobiografía, el nuevo presidente narra las intimidades de sus momentos más duros, los golpes que recibió y los enemigos que se labró en el camino.
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1. “Sabía que no podían matarnos”
“La tortura no es un momento de abstracción intelectual. Es un momento de resistencia física y de sobrevivencia pura. Cuando empezó, los golpes fueron permanentes. Usaban unas prácticas de violencia que se suponía que no dejaban huella para eliminar cualquier evidencia, pero conmigo no lo lograron. Quedé con bastantes cicatrices, sobre todo en la cara. Y, claro, cuando los golpes eran puños, obviamente salían moretones.
Había una práctica conocida como la tortura china, que consistía en dejar a la víctima durante horas de noche debajo de una gota de agua que caía permanentemente. Otra práctica era hacerlo a uno dormir debajo de los caballos, sin comida o mantas, esposado a las cercas donde tenían a los animales. Eso fue en la Escuela de Caballería. Los caballos no permitían siquiera la posibilidad de que uno durmiera. Los militares también me golpearon con fusiles y me pusieron en el pecho unos corrientazos de electricidad tremendamente dolorosos... Sabía que no podían matarnos. Les quedaría muy difícil explicar nuestras muertes. Íbamos a sobrevivir, estaba convencido”.
2. “Un desastre para el país”
“La idea de la toma del Palacio era reiniciar el proceso de paz entre el M-19 y el Gobierno. Era una operación para negociar, para llegar a un acuerdo. Desde la cárcel, viendo por televisión la toma, pensaba que mi estadía allí pronto acabaría y que podría regresar a Zipaquirá para continuar haciendo política. Sin embargo, al segundo día, con el Palacio en llamas, entendí que el operativo había sido un desastre para el país y también para el M-19… el M-19 ingresó al Palacio para que la Corte Suprema estudiase un proceso contra el presidente Belisario Betancur, en la tradición de las demandas armadas que ya había insinuado alguna vez Rafael Uribe Uribe. El M-19 nunca tuvo la intención de exterminar o atacar a los magistrados de la Corte Suprema”.
3. “No por nada sus amigos lo habían apodado ‘Carro Loco’”
“A decir verdad, hasta el día de su muerte nosotros no fuimos amigos, no construimos conjuntamente; de hecho, nos veíamos en cierta forma como rivales, si bien yo no tenía la dimensión de él. En mi opinión, hoy pienso que su cambio de parecer (para apostarle a un proceso de paz) se debió a su intuición. Pizarro siempre tuvo una personalidad intuitiva. No era un hombre de conocimientos teóricos profundos, no era analítico. Era, más bien, un hombre pasional. No por nada sus amigos lo habían apodado ‘Carro Loco’. Esa impulsividad de Pizarro cuajaba con su valentía y se expresaba muy bien en el terreno militar. En la política, se expresaba por medio de su intuición... Él sabía que si hacía la paz como comandante general del M-19, el país entero iba a girar en torno al proceso y que él iba a ser su protagonista”.
4. “Chávez fue mi amigo”
“Poco tiempo después del regreso de Chávez a Venezuela, se volvió presidente elegido por el pueblo y logró convocar una Asamblea Constituyente. Se convirtió en un líder latinoamericano hasta su muerte. Chávez fue mi amigo y respeté su proceso, pero me sembró muchas dudas el hecho de que en la fase final tratase de imitar el modelo cubano… Tampoco me gustaba que el círculo que rodeaba a Chávez tuviera como su referente en Colombia a las FARC. No eran conscientes del enorme desprestigio del movimiento. Chávez caía en la trampa que le tendía Uribe de meterlo en un proceso que significaba más guerra para Colombia: el intercambio humanitario, el canje de prisioneros de guerra”.
5. “Era la derrota total”
En ese año, 1994, salí por primera vez de Colombia. Me fui llorando porque ese viaje, para mí, era la derrota total. Aquel viaje era la separación de mi patria... En ese momento tenía 34 años, el mundo soviético se había caído, las alternativas políticas no existían y la idea de hacer una revolución se había desvanecido. Las principales figuras del M-19 que yo había apoyado y querido tenían un discurso neoliberal. Colombia se había quedado sin alternativas. Fue un momento de profunda desazón. Sentí, por primera vez, que nos habían derrotado, y solo fui capaz de superar aquella sensación mucho tiempo después”.
6. “Mi rival más cercana era Gina Parody”
“Descubrí, entonces, un fenómeno que me llamó poderosamente la atención y del que me sentí orgulloso. Mi rival más cercana en ese momento era Gina Parody. Ella venía de esas candidaturas que yo llamo ‘de club’, del estrato 5 y 6 de Bogotá, de las élites. Yo no solo le gané con toda la prensa en mi contra, sino que el esquema social de la votación me dio un mensaje fundamental: entre más pobre era el barrio, más ganaba yo, y mientras más rico el barrio, más ganaba ella. Es decir, en Bogotá ya empezaba a aparecer una selección política que buscaba intereses sociales, que no eran únicamente diversos, sino antagónicos”.
7. “Mi reunión con Carlos Castaño”
“En el año 2000 me hicieron una invitación para hablar con los paramilitares. En un comienzo rechacé la oferta, pero con mi equipo en Bogotá evaluamos si era conveniente sostener esa reunión... Carlos Castaño empezó a hablar y a repetir que Córdoba había llegado a su estado natural gracias a ellos... El hombre se empezó a desmoronar ante mí. Se notaba que, en el fondo, era una persona débil mentalmente, que se diluía ante contrincantes con convicciones e ideas profundas. Al cabo de unos minutos ya tartamudeaba y retrocedía. Sus supuestos subordinados militares lo interrumpían y hablaban en su lugar. Uno, incluso, le quitó la palabra, lo silenció y, para acorralarme, se jactó de que conocía mucho sobre la vieja izquierda. Yo no me dejé encerrar, pero sí comprendí que Carlos Castaño no era el jefe del paramilitarismo. Era apenas una figura que ponían ante las cámaras y las personas vulnerables para asustar”.
8. “Investigar a Uribe”
“Cuando llegué al Senado, como parte del nuevo partido de izquierda Polo Democrático, en 2006, sentí la necesidad de volver a investigar el paramilitarismo región por región. En especial, me llamaba la atención el caso de Antioquia. Tenía la sensación de que a través de esa investigación podría finalmente descubrir los nexos fundamentales que ataban al presidente Álvaro Uribe Vélez con el fenómeno paramilitar. No era una labor sencilla, y por eso nos preparamos durante meses. Toda mi UTL pasaba días y noches dedicada a esa labor. Como era tradicional en nuestra metodología, lanzábamos apartes a la opinión pública para generar expectativa. Pero, en este caso, era más delicado: estábamos jugando con fuego, porque el presidente de la República sabía que nuestra labor era contra él”.
9. “Santos lo hizo contra mí”
“A mí me había dolido que Santos hubiera sido cómplice de mi destitución. Cuando dejé el Palacio de Liévano durante un mes, en 2014, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos me había expedido por unanimidad unas medidas cautelares que el presidente desobedeció, un acto que jamás se había visto en Colombia. Nunca se había desacatado, de manera explícita, una decisión de ese organismo. Y Santos lo hizo contra mí. Respaldó a Alejandro Ordóñez, sin saber que él se convertiría en uno de sus peores enemigos”.
10. “Ese soldado salvó mi vida”
“Mucho tiempo después, cuando era senador, entrando a una universidad, un celador fornido me pidió un minuto para hablar conmigo. “Yo fui el soldado que lo capturó en Bolívar 83, en Zipaquirá”, me dijo. “Le quiero contar lo siguiente: la orden que yo tenía era tirarle una granada, y yo lo cogí del pelo fue para salvarlo. Ese día me echaron del Ejército”.
Casi me pongo a llorar en ese momento. Había pensado todo ese tiempo en otra versión de la historia. Ese soldado salvó mi vida, mientras un mayor de apellido Fúquene, quien por cierto había estudiado en mi mismo colegio, tenía mucha rabia porque no me habían matado, entonces decidió golpearme fuertemente mientras me arrastraba fuera del túnel. De ahí, con la gente aterrorizada, pero consciente de que me habían capturado, me subieron a un camión con unas diez personas más del barrio, muchos jóvenes, y comencé a sentir la humillación: me ponían las botas encima de la cara encapuchada y tras un trayecto largo, según pude entrever por la capucha, supe que estábamos llegando a la Escuela de Caballería, en el Cantón Norte”.
*Esta es una recopilación de historias del libro Una vida, muchas vidas de Gustavo Petro, publicado por la Editorial Planeta.