VIOLENCIA
Granadas y tiros de gracia: así masacraron a los seis jóvenes en Buenos Aires, Cauca
El hecho se registró en la vereda Munchique. SEMANA visitó la zona y recogió testimonios de familiares de las víctimas y sobrevivientes del hecho.
“La masacre en la vereda Munchique –zona rural de Buenos Aires, Cauca– comenzó hacia las 2:15 de la tarde del domingo”, recuerda Plinio Carabalí. Justo antes de los primeros disparos, él había terminado una reunión y caminaba hacia su casa cuando escuchó las detonaciones; quiso devolverse, pero cada vez eran más intensas, entonces se refugió en un matorral al costado de la carretera. Cerró los ojos y pensó en rezar, aunque –reconoce– no se acordó de ninguna plegaria; solo guardó silencio.
El sonido de las balas cesó diez minutos después. Los asesinos huyeron con un desfile de disparos al aire y nadie se atrevió a salir inmediatamente, aunque todos ya imaginaban la tragedia. Plinio se devolvió y vio a cinco de sus amigos muertos. Estaban tirados sobre un planchón de tierra amarilla, allí mismo donde pensaban jugar a las peleas de gallo.
Víctor Caicedo, de 17 años, estaba sobre la vía. A él fue el primero que mataron de dos disparos en la cabeza; no le preguntaron nada, solo le dispararon a quemarropa. Cuando los casi veinte jóvenes escucharon los balazos y vieron a los asesinos subir una pequeña loma con armas cortas y largas, intentaron correr, pero les tiraron dos granadas –una de ellas no estalló–. La onda explosiva alcanzó a Harrison Balanta, John Ibarra, José Manuel Mancilla y Juan Salinas, a quienes remataron después con tiros de gracia en la frente y en la sien. Todos afrodescendientes entre los 19 y 26 años.
Los demás se alcanzaron a tirar por un barranco para salvar sus vidas, de lo contrario hubieran muerto unas veinte personas. Edwin Caicedo, de 19 años, corrió y estuvo a pocos metros de huir de las balas, pero un proyectil impactó su pierna derecha. Murió desangrado minutos después entre matorrales, alejado de la escena del crimen donde quedaron los cuerpos de las otras cinco víctimas.
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En Munchique ya nadie quiere hablar de lo ocurrido, quieren llorar a sus muertos solos y esperar lo que se viene. Ya no hay optimismo, solo permanecen el miedo y dolor. “¿Para qué hablamos si igual no va a pasar nada, aquí nos van a seguir matando”, dicen. Esta vereda del corregimiento Honduras está a 20 minutos en carro de la cabecera municipal de Buenos Aires y a 25 minutos en carro de Suárez. Su posición es un paso estratégico que une a dos municipios del norte del Cauca donde tiene injerencia la columna disidente Jaime Martínez, comandada por Johany Noscué, alias Mayimbú.
El 27 de abril de este año, Munchique vivió su primera masacre en los últimos veinte años: tres jóvenes fueron baleados por hombres armados ajenos a la comunidad. Desde ese día empezaron a circular panfletos que ordenaban a la comunidad evitar las aglomeraciones y fiestas por la pandemia de covid-19. Ante la falta de autoridad, los grupos al margen de la ley quieren suplantar al Estado y tomar decisiones por la comunidad. La instrucción es que nadie puede transitar después de las 2 de la tarde.
Esa es una de las principales hipótesis que tienen las autoridades para tratar de descifrar lo que pasó, porque no hay otra razón. Los seis jóvenes asesinados trabajaban en una mina de oro cercana, no tenían problemas, ni líos judiciales. “Los mataron gente que no es de acá, gente que solo viene a hacer daño y atemorizarnos”, comenta un habitante del lugar.
En Munchique quieren saber por qué los mataron, quieren establecer qué es lo que están haciendo mal para que la violencia se haya ensañado con ellos y los esté obligando a vivir presos de la zozobra. “Uno solo espera para saber dónde será el otro golpe”, sentencia Plinio, en medio del dolor.