CRIMEN

Guacho y David, las vidas paralelas de los dos mayores narcos del Pacífico

Pese a ser enemigos declarados, los dos disidentes comparten destinos cruzados. Luego de separarse de las Farc por problemas familiares, construyeron ejércitos de narcos y se aliaron con carteles mexicanos. Uno cayó hace 10 días y el otro huye en medio de fuertes operativos.

16 de septiembre de 2018
| Foto: SEMANA

Guacho y David, dos hombres criados en la entraña de la columna Daniel Aldana de las Farc, se convirtieron en el último año en dos de los mayores narcos del país. El primero en Nariño, sobre la frontera con Ecuador y el otro hacia el norte de ese departamento, asumieron el control del mayor enclave cocalero del mundo, luego del desarme de la guerrila. Pese a su pasado compartido en el conflicto desataron entre ellos una guerra a muerte por la cocaína e inundaron de violencia el Pacífico.

Pero en los últimos ocho días, los que parecían criminales intocables, sufrieron los intensos y gigantes operativos militares y policiales desplegados en su contra. David murió el pasado 8 de septiembre y de Guacho se sabe que está huyendo y acorralado, luego de un despliegue gigantesco de unidades de la fuerza pública que, desde el pasado sábado, se están enfrentando a fuego contra la guardia más cercana del narco.

No es la primera vez que Guacho está acorralado. Dos helicópteros Black Hawk despegaron con 23 soldados del Ejército a bordo, sobre la medianoche del 4 de julio, desde la base de operaciones de la Fuerza de Tarea Conjunta Hércules. Tenían información de inteligencia que les señalaba las coordenadas de la guarida de Guacho, en un punto muy cercano a la frontera con Ecuador. Allá llegaron con la artillería dispuesta y se desató una lluvia de plomo.

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Guacho estaba escondido en una casa de madera de dos pisos, rodeada de cultivos de coca, a 20 metros de un chongo donde se procesa la hoja, y emplazada sobre un morro estratégico para vigilar el área. Muy cerca había una caneca repleta con 150 kilos de explosivos, con los que pensaba levantar una barrera de minas alrededor de la vivienda, para convertirla en su fortaleza.

Los helicópteros entraron disparando en medio de la oscuridad. Los soldados desembarcaron desde el aire, saltaron a 5 metros del suelo y emprendieron la persecución. Guacho dormía en una habitación, mientras sus escoltas, los últimos 3 hombres que lo acompañan de una estructura de 71 delincuentes, pasaban en vela en el cuarto contiguo. Ellos fueron los que escucharon el rotor de las aeronaves en ese silencio nocturno. Entraron a la habitación y lo lanzaron por una ventana. No alcanzó ni a vestirse, salió en calzoncillos, su ropa quedó tirada en el suelo.

Del otro lado de la ventana había un barranco de 50 metros por el que se escurrió como un animal de monte. Los soldados lo persiguieron en la penumbra. Pero a escasos metros pasa el río Mataje, donde se acaba el territorio colombiano y empieza Ecuador. Guacho habría cruzado al otro lado y los soldados le perdieron el rastro. Se salvó por un segundo.

En los últimos meses, Guacho ha perdido influencia en el territorio, precisamente por la guerra que sostiene con otros narcos y la persecusión de las fuerzas del Estado, que lo convirtieron en un objetivo prioritario luego de que asesinó a tres periodistas ecuatorianos y a un equipo del CTI. Su tiempo como jefe criminal, que comenzó cuando decidió irse de las Farc luego de que esa organización le negara un permiso para visitar a su hermana enferma en Ecuador, parece agotado.

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Luego de los operativos de este fin de semana, al parecer Guacho está huyendo con los últimos hombres de su escolta, y la búsqueda no cesa. Las Fuerzas Militares y policiales le están cerrando el cerco sobre la frontera con Ecuador para evitar que vuelva a fugarse. El jefe del frente Óliver Sinisterra podría estar a punto de sufrir la misma suerte de David, su mayor enemigo criminal.

La caída del reino de David

Mientras Víctor Segura, alias David, el disidente de las Farc que llenaba los Estados Unidos de cocaína, construía su fortuna en un inhóspito caserío de Tumaco, su esposa se gastaba los millones de la droga dándose una vida de lujos en Bogotá. La mujer tenía apartamentos en sectores exclusivos de la capital, como Rosales, y había comprado propiedades en Cali y Villavicencio. El capo del Pacífico la envió para alejarla de su sangrienta guerra contra Guacho y el ELN. La única condición que le puso fue que, una semana al mes, volviera a ese diminuto punto entre la selva nariñense para hacerle compañía.

David no quiso que se fuera sola y envió a uno de sus primos como guardaespaldas. La esposa del capo y su protector terminaron paseándose por los hoteles más lujosos de la capital. Se volvieron amantes. El rumor llegó hasta los oídos del capo. Su primo tuvo que huir y su esposa regresó, casi como una rehén, a ese pequeño caserío en el que David era el rey.

David había llevado la planta eléctrica que iluminaba el poblado y convirtió el barrial donde los niños jugaban fútbol en una cancha de pasto importado. Cinco quinceañeras del caserío estaban embarazadas de él y sus padres no tenían derecho a molestarse. Pese a su cruel prontuario, que incluye torturas y desmembramientos, con la lluvia de los dólares, él y su familia habían comprado la zona. Muchos de sus pobladores estaban dispuestos a enfrentar a las autoridades por defenderlo.

Los hombres de la Dijín, a bordo de los tres helicópteros Black Hawk que aterrizaron en San Juan durante la madrugada del pasado 8 de septiembre sabían que la operación tenía que ser rápida. Cuando la población notara su objetivo, podrían volcarse en su contra. Y no se equivocaron en sus cálculos.

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Aunque llevaba 13 años dentro de las Farc, como miliciano de la columna Daniel Aldana, David escaló hasta la cúspide del narcotráfico en apenas dos años. A mediados de 2016, Don Y, su hermano mayor y jefe de milicias de esa misma estructura, se separó del proceso de paz que avanzaba en La Habana y conformó La Gente del Orden, una estructura armada que controlaba el casco urbano de Tumaco. En noviembre de ese año, Don Y se internó en la selva para buscar una negociación con las Farc y reintegrarse al desarme. Pero la conversación fracasó y terminó en balacera. Don Y murió y David, furioso, le declaró la guerra a la organización.

El disidente armó su propio grupo, al que bautizó como las Guerrillas Unidas del Pacífico Compañía Don Y, y se encargó de distribuir carteles con las fotos de su hermano por la zona, con mensajes en su memoria. También le compusieron una canción: "En Tumaco entero también tengo un contingente. Todo Nariño me quiere por ser el jefe de jefes", dice el narcocorrido de Don Y. David extendió la disidencia más allá del casco urbano y se apoderó del norte del pacífico nariñense, un enclave estratégico, lleno de ríos y con una salida privilegiada al mar, el sueño de un capo.

Su base la estableció en San Juan. Desde allí, apoyado en su hermana Carmen, jefa de finanzas, construyó una red de más de 100 hombres armados capaz de enviar 5 toneladas mensuales de cocaína a Estados Unidos. Su madre, en Tumaco, también participaba de la organización, como una especie de encomendera a la que los criminales de Tumaco le rendían tributo. David se alió con el Cubano, uno de los mayores capos del país, con negocios en la Oficina de Envigado, el Catatumbo, Urabá y el Pacífico. A través de él se contactó directamente con carteles mexicanos como el de Sinaloa y Jalisco Nueva Generación. Por eso, cuando Gentil Duarte, excomandante de las Farc, le comunicó que las disidencias debían unificarse bajo su mando. David lo ignoró. Tenía los cultivos, las rutas, los contactos y no le interesaba recibir órdenes de nadie.

El reino de David se desmoronó el pasado 8 de septiembre. Luego de 20 días de entrenamiento, aislados en una finca y con maquetas del caserío de San Juan, tres helicópteros Black Hawk partieron de la base de Tumaco cargados con hombre de operaciones especiales de la Dijín de la Policía, y también de agentes antidisturbios, conscientes de la revolución que podría desatarse en el poblado con su presencia. Los comandos rodearon la casa del capo. Carmen, la hermana, los recibió por la puerta trasera, la de escape, con una granada en la mano. Murió antes de que pudiera activarla contra los agentes.

En uno de los cuartos encontraron a David empuñando su fusil. También cayó en el lugar. A quien no hallaron fue a su esposa. Algunos de los policías dicen haber visto una silueta femenina que se escabullía en la oscuridad. Afuera de la vivienda ya se había armado la turba. El Esmad apaciguaba a un grupo de pobladores alterados, mientras que los comandos se replegaban en medio de la lluvia de tiros que provenían desde distintos lugares del caserío.

Tras 15 minutos de maniobras en medio del fuego, los helicópteros pudieron recoger a los comandos y los cuerpos. Tres días después, en el casco urbano de Tumaco, una caravana de motociclistas acompañó los cuerpos de David y su hermana hasta la tumba.