GUARDIANES DE LA SELVA
“Sao Paulo se quedó sin agua por la destrucción de la selva”
Carlos Rodríguez, director de Tropenbos Internacional Colombia, lleva una vida cuidando la selva amazónica. Cuenta los secretos que la sabiduría ancestral puede enseñarle a la ciencia de Occidente.
Semana.com: Usted lleva varios años trabajando en la protección de la Amazonía. ¿En qué momento usted se da cuenta que eso es lo que quiere hacer en la vida?
Carlos Rodríguez: Esa es una pregunta muy fácil. Desde muy chiquito mi papá tenía una fábrica de muebles y, desde chiquitico, yo conocía la madera. Mi papá apreciaba mucho la madera y nos enseñaba cuáles eran las especies, los colores, los brillos, etcétera, etcétera, y decía que algún día tocaba conocer esos árboles. Yo conozco de cerca la naturaleza por eso. La madera me acercó a ella.
Semana.com: ¿Cómo comenzó este trabajo?
C.R.: Yo estudié Biología en la Universidad de los Andes. Allí teníamos algunas saliditas de campo. Siempre con los compañeros queríamos conocer mucho más la selva. Ya desde el primer semestre, cuando tenía 17 años, salimos con un compañero a conocer la selva del Amazonas por el lado del Caquetá. En esa época llegamos a Cartagena del Chairá y, de ahí en adelante, uno dice “esta es la entrada de la selva” y la selva es grandísima. Además, las culturas indígenas que viven ahí son interesantísimas. Desde entonces, me metí de cabeza a trabajar por la Amazonía y a trabajar por las comunidades indígenas del Amazonas.
Semana.com: Actualmente usted es el director de Tropenbos Internacional Colombia. ¿Cómo terminó dirigiendo esta organización?
C.R.: En la Universidad terminé Biología. Después hice una maestría en desarrollo regional y urbano y para hacer los trabajos hice algo que siempre quise: trabajé con la selva amazónica. Ahí terminamos con un compañero antropólogo, Camilo Robayo, en Araracuara, en el 83. Llegando a Araracuara pues lógicamente se interna uno en el mundo indígena y empecé a conocer estas etnias del país: los andoque, los miraña, los huitoto, los nonuya, los moinane… Con este compañero fuimos a acompañar un proceso de investigación que venía haciendo la corporación de Araracuara, que fue la precursora del Instituto Sinchi, para hacer una documentación de la parte de migración de postura de huevos de las tortugas curafas.
Semana.com: ¿Y qué pasó ahí?
C.R.: De ahí en adelante el vínculo con el Amazonas siguió muy de cerca. Y en el 84, 85, nos vinculamos a un proyecto con Martin Von Hildebrand que se llamaba “Participación Indígena en el Desarrollo del Amazonas”. Ese proyecto duró unos dos años. Trabajamos en el bajo Caquetá, desde la desembocadura del río Apaporis en el río Caquetá y el río Mirití y toda esta zona de la parte baja del río Caquetá. Así estuvimos dos años trabajando en el campo.
Cuando volvimos, mi suegro estaba consolidando Tropenbos como una propuesta de generación de conocimiento desde las universidades holandesas y colombianas para la conservación del bosque tropical amazónico.
Semana.com: Es decir, usted vivió el crecimiento de esta organización…
C.R.: ¡Claro! Nosotros vimos desde las primeras discusiones de la creación de Tropenbos con las universidades holandesas. Ahí había mucha participación de la Universidad de Ámsterdan, y varias otras, y Tropenbos se inició con esa integración de visiones de las universidades. Y cómo desde las universidades, desde la academia holandesa se apoyaba a la colombiana. Y en ese proceso, ¡pues imagínese! Ya se unieron más de 19 doctorados, más de 75 maestrías y más de 200 pregrados.
Semana.com: ¿Cómo armonizar en este trabajo el conocimiento de la biología que usted estudió y los saberes tradicionales de los indígenas?
C.R.: Nuestro trabajo está enfocado no solamente en proteger a la naturaleza sino también a las comunidades. Eso es bonito. Cuando Tropenbos comenzó a trabajar con los estudiantes universitarios, y eso eran todas las líneas de investigación que influían estudiantes de doctorado, maestría y pregrado, y se hacían los trabajos de campo en Araracuara. Y todos los estudiantes decían “agradezco mucho a los compañeros indígenas que fueron mis guías, las cocineras, los que me enseñaron a conocer el monte, los que me cuidaron cuando me enfermé, los que me curaron, etc., etc., y que saben tanto del bosque”. Ahí pensamos que era mejor generar toda una estrategia de reconocimiento de saberes, de reconocer esos saberes propios, locales, tradicionales, y mejor ponerlos en diálogo de tú a tú con el conocimiento académico. Esa relación de investigación académica y de estudiantes de alto nivel trabajando con las comunidades fue muy fructífera para ir generando lo que hoy en día nosotros ya conocemos como diálogo de saberes.
Semana.com: ¿Y cómo han hecho ese trabajo?
C.R.: Por otro lado, mi esposa es María Clara van der Hammen, es antropóloga. Nosotros mismos veníamos trabajando desde el 86 con comunidades indígenas, y no ha habido un día de nuestro trabajo -ya más de 30 años de trabajo- en que no nos asombremos de la sofisticación y de la profundidad de los saberes indígenas del bosque y del conocimiento del manejo de los recursos naturales del bosque. Por todo esto, lo que hemos inspirado mucho en Tropenbos es apoyar, a través de becas, tanto para la academia como para las comunidades, para que documenten sus saberes y nos los den a conocer al mundo occidental, a la academia, a las instituciones, y, ahí sí, generar un diálogo de saberes y reconocer los saberes tradicionales al mismo nivel que se reconocen los saberes académicos.
Semana.com: ¿Qué tan difícil es trabajar con las comunidades?
C.R.: Es una maravilla. Ahí está toda la parte linda del país, que es la diversidad cultural y son todos esos procesos de interculturalidad. Nosotros no apreciamos porque tampoco conocemos claramente la riqueza étnica del país y la riqueza de saberes que hay en él, y la riqueza de visiones del mundo, de estéticas, de éticas, y sobre todo de esas éticas de relación con la naturaleza. Cuando uno va descubriendo esto con las comunidades y va viendo esas cosmovisiones tan impresionantes, tan lindas -porque además son bien bonitas-, va viendo esa parte ritual y además esa ética de interacción con la naturaleza y su cuidado, no es más que una maravilla. Es todo un privilegio tener la opción de trabajar directamente con las comunidades, conocerlas, interactuar con ellas y acompañarlas en todo este proceso para que se comuniquen con el resto de la sociedad. En definitiva, es una maravilla tener esa opción.
Semana.com: Desde su perspectiva, ¿Cuál es el impacto que tendrá el último acuerdo internacional sobre cambio climático, el Acuerdo de París, en la Amazonía?
C.R.: Del Acuerdo de París, como parte de todos los acuerdos que se han hecho en el mundo, la implementación es fundamental. Todos conocemos el impacto humano sobre el cambio climático y, sobre todo esto, para hacer aumentar la temperatura del planeta en unos cuantos grados con todas las implicaciones que esto tiene. Pero, a nivel ecosistémico todo el mundo reconoce, y ya se sabe, el papel fundamental en la regulación del clima y en especial de la regulación de las lluvias o del ciclo del agua en la amazonia, y la recirculación de estas lluvias en el continente y su importancia como proveedor de agua para las grandes ciudades.
Semana.com: ¿Cómo así?
C.R.: Yo siempre pongo de ejemplo este caso de Sao Pablo. La ciudad llega con problemas de gestión del agua simplemente por todos los impactos que se han tenido en la destrucción de la selva amazónica y con ello la destrucción de los ciclos climáticos y los ciclos del agua, de lluvia, que se dan que son los que empujan las nubes de lluvia hacia Sao y son los que definen la oferta de agua para la ciudad. Entonces, la implementación de los acuerdos no es cualquier cosa. La implementación de los acuerdos es el clima del globo en general, el bienestar de la naturaleza y el bienestar de las poblaciones, que dependemos de ella para el futuro. La implementación de los acuerdos, sea Paris, sea Kyoto, sea el que sea, es fundamental para que logremos de alguna manera convivir y enfrentar todos estos desafíos que implica el cambio climático.
Semana.com: ¿Qué papel juegan, o deberían jugar, las comunidades frente a la implementación de estos acuerdos?
C.R.: Para la implementación es fundamental tener en cuenta el papel de las comunidades. Por eso nosotros trabajamos en el Amazonas con el ecosistema y con las comunidades indígenas, porque gracias al manejo que le han dado las comunidades indígenas, durante miles de años al bosque, es que aún hoy en día tenemos bosque. Entonces, hoy en día los acuerdos de cambio climático deben reconocer ese papel que han jugado las comunidades indígenas en la conservación de los bosques.
Semana.com: ¿Cómo sufren las poblaciones indígenas el impacto del cambio climático?
C.R.: Las comunidades son muy sensibles a los efectos del clima. Además, es una belleza la forma como lo conciben: el clima se humaniza también, tiene dueño, tiene dueños espirituales. Los chamanes lo que hacen es llamar a las épocas para que se presenten en el momento del año en el que se deben presentar. Es decir, en todo un equilibrio y en todo un ciclo. Los indígenas dicen “el tiempo no hace caso”, por más de que ellos hagan rituales para que se presenten en las épocas en que se deben presentar ya no se hace caso, pero ellos dicen “no por culpa de nosotros sino por culpa de todos los cambios tan grandes que ha producido el blanco - el mundo occidental- en los cambios de la naturaleza.”
Para adaptarse a esos cambios, los indígenas también tienen herramientas para enseñarnos. Por ejemplo, con los sistemas agrícolas ya no se hace solo una gran chagra. Se hacen tres chagras en el plano inundable para que, si hay mucha sequía, por lo menos esté húmeda con la humedad del río. Hacen una en la terraza baja y hacen una en la parte alta para poder enfrentar justamente el cambio climático. Además, han desarrollado toda una variedad enorme de semillas, de plantas cultivadas, que aguantan períodos extensos de sequía o períodos extensos de humedad. Esas variedades de semillas nosotros ni siquiera las hemos catalogado, coleccionado, y mucho menos hemos generado una estrategia para que las usen, para que aprendamos de las prácticas y podamos acceder a esas semillas para poder también, nosotros, afrontar el cambio climático.
Semana.com: Para usted, ¿Qué significa el Amazonas?
C.R.: Vida. La expresión máxima de vida. Es muy interesante, y también la velocidad de la vida. Allí, con esa diversidad tan enorme, con el clima que tienen es impresionante cómo la vida va y viene a unas velocidades impresionantes. Se muere cualquier animal, en minutos: ya se vienen las abejas, las moscas, los animales que lo están descomponiendo, las hormigas… La velocidad del ciclo de la vida es impresionante. Eso es el Amazonas: una expresión y una velocidad de vida impresionante.
Semana.com: Además, el Amazonas debe ser vital en su familia…
C.R.: Sí, claro. Pero eso es sencillamente parte de la pregunta inmediata de qué es el Amazonas. Esa cobertura vegetal, esa biodiversidad, esa riqueza de fauna, todo es impresionante. Pero es también impresionante el conocimiento de las comunidades indígenas y las formas en cómo interactúan con la naturaleza. Eso es el Amazonas: una interacción con el conocimiento tradicional.
¡Y claro! Con mi mujer llegamos juntos al Amazonas. Las niñas están yendo al Amazonas desde muy chiquiticas, todas las vacaciones nos acompañaron. La selva es parte fundamental de nuestra vida.
*Esta entrevista es parte de la serie "Guardianes de la Selva", realizada gracias al apoyo de la Alianza Clima y Desarrollo (CDKN), la Sociedad Peruana de Derecho Ambiental (SPDA) y la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI).