HIDROITUANGO

Cauca, el poderoso río que el hombre secó

SEMANA estuvo en Puerto Valdivia, un lugar antes bañado por sus caudalosas aguas, en las que ahora apenas se pueden ver pequeños charcos, ocasionados por el corte del caudal que hizo EPM. "Hay algo de místico —de atroz— en ver un río ausente.. como si Bogotá de un brochazo perdiera a su Monserrate".

7 de febrero de 2019
Los niños juegan en el río Cauca como si se tratara de una quebrada. Foto: Esteban Valencia. | Foto: Esteban Valencia

*Por Daniel Rivera Marín / Fotografías de Esteban Valencia

El río Cauca, portentoso, que desde lejos parecía tener la fuerza suficiente para revolcar el mundo, ya no está. Desapareció el color de siempre: pantanoso, café, oscuro. Ahora es un agua clara, verdosa y mansa, una quebrada. Algunos peces luchan por sobrevivir en las piedras y los pescadores, manicruzados, ven ese río extraño que ahora les envían desde Hidroituango como si fuera un animal muerto. 

Es raro —dicen los hombres entre las piedras y los remolinos de tierra desde donde exuda un aroma a pescado que calcina el aire— pero sabían que esto iba a suceder. Dicen que sabían que la idea de controlar el río Cauca se le iba a salir de las manos a EPM y que se convertiría en una tragedia. Y que si existe una tragedia muy grande es la de perder un río. Un río que es una cosa viva, enorme, poderosa, dicen. Lo conocen, y asi mismo le temen. Una casa se cae, una puente se viene abajo, un carro se hace pedazos, ¿pero cómo detienen un río, como lo desaparecen de su lecho?.

"Hay algo de místico —de atroz— en eso, en ver un río ausente"

Nueve meses atrás el Cauca se abrió paso por un túnel colapsado en las obras de Hidroituango y bajó con tal fuerza que se llevó un puente peatonal en Puerto Valdivia. Arrastró casas, escuelas, pangas, marranos, reses, gallinas. Hubo temor pero nadie se atrevió a dejar su casa, su sitio, porque al río se le teme, pero se le quiere, se le necesita. Cuatro días después, el Cauca se abrió pasó por una de las galerías de la casa de máquinas y en el estallido por la presión hídrica, un obrero estuvo a punto de perder la vida, entonces las autoridades ordenaron que lo mejor era desalojar el caserío porque en cualquier momento la represa podía romperse y detrás de esa grieta abrirse una avalancha nunca antes vista. Se habló de una ola de 25 metros, de una inundación que anegaría pueblos muy distantes.

Entonces Puerto Valdivia, en cuestión de horas, se convirtió en un desierto. Todos huyeron y dijeron que ya habían advertido que algo así podría suceder, que el Cauca no se podía controlar tan fácil, como si fuera un riachuelo. Pero las familias, acostumbradas a tomar del agua lo necesario: los peces, la arena, el oro, regresaron porque la tragedia nunca sucedió. Siempre estuvo la zozobra de lo que podía pasar aguas arriba en esa mole de cemento que es la represa más grande del país. Siempre les dijeron que estuvieran tranquilos, que ya todo estaba bajo control, dice un pescador en las piedras que antes estaban bajo agua mientras unos niños juegan en la mitad del río como si estuvieran en un charco inofensivo.

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Ahora el problema es otro: después de que el río Cauca pasara durante meses por la casa de máquinas, en la estructura se abrió una grieta, lo que obligó a EPM a cerrar una de las dos compuertas de captación; el agua siguió pasando y los expertos encontraron que había una caverna entre los dos túneles de la casa de máquinas, lo que producía una gran burbuja de aire, esto obligó a la empresa a cerrar por completo la casa de máquinas, pues la presión del embalse podría reventarla, ocasionando un paso de agua incontrolable y entonces una subienda del río Cauca sin precedentes. En resumen, una tragedia.   

El Cauca desapareció y apenas quedaron las quebradas que lo alimentan después del muro de presa.

Cerraron las compuertas y el río Cauca se quedó represado, subiendo el embalse —se espera que el viernes llegue a la cota 405, su colmo, y se vierta de manera controlada—, y aguas abajo el caudal se disminuyó como si todo se tratara de un verano atroz. El Cauca desapareció y apenas quedaron las quebradas que lo alimentan después del muro de presa, por eso el agua verdosa, por eso la poca profundidad, por eso la corriente mansa. Para comprobar que el río es otro, que su fondo está a unos cuantos centímetros de la superficie, no basta con ver fotos, no es suficiente verlo desde la carretera, hay que bajar hasta el lecho, oler el aire calcino, ver las piedras, el pantano fresco, los pececillos boqueando en la ribera.

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Hay algo de místico —de atroz— en eso, en ver un río ausente. Es como si de repente, por el brochazo de un hombre, desapareciera uno de los elementos. Como si a los bogotanos les dijera que ya no está más Monserrate; o que a los medellinenses salieran a la calle y se enteraran de que el cerro Nutibara no está más y en su lugar hay un montículo de arena; es un ataque directo a la identidad de las personas y  de los lugares.

Río abajo, hasta Caucasia, solo hay una imagen: grandes islotes que se abren mostrando sus piedras blancas y pulidas.

Todo ha sido una cadena de errores: un túnel que colapsó, bajando el nivel del agua en marzo del año pasado; un destaponamiento repentino, una creciente, un nuevo sellamiento; la apertura de casa de máquinas sin que la obra estuviera totalmente terminada, corriendo el riesgo de que el macizo rocoso cediera; un daño en la infraestructura de la misma casa que obliga a cerrar el paso del río. Una serie de eventos desafortunados que —dicen los campesinos, dicen las comunidades aguas abajo que no fueron tenidas en cuenta en el Estudio de Impacto Ambiental como área de influencia directa, dicen algunos concejales de Medellín— no son sólo el resultado de una azar perverso. EPM, mientras tanto, mientras todo ocurre, espera que una firma chilena diga qué sucedió: qué falló.

Cecilia Muriel, una mujer nacida en Puerto Valdivia, pescadora, barequera, dice que todos siempre supieron que algo malo iba a suceder, que de repente el río se iba a salir de su madre. Suena a misticismo, suena a que tiene la razón. Lo mismo dice Jesús Albeiro Cárdenas, que pescaba bocachico y ahora se rasca la nuca como uno de tantos desocupados.

Río abajo, hasta Caucasia, solo hay una imagen: grandes islotes que se abren mostrando sus piedras blancas y pulidas, niñitos pasando el río como si jugaran en un charco en el patio de la casa, hombres tratando de pescar desde la orilla usando el puro ojo, barcazas cruzando casi empujadas. El río se recupera un poco después de doce quebradas que alimentan el caudal. En la carretera, carrotanques reparten agua y carros perifonean los mensajes que EPM le envía a la comunidad: hay profesionales salvando peces.     

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*Editor de SEMANA