TESTIMONIO
La carta del hijo del fiscal Martínez a su amigo Alejandro Pizano
Humberto Martínez Beltrán, hijo del fiscal general de la Nación le escribió esta carta a su mejor amigo fallecido trágicamente, Alejandro Pizano, el hijo de Jorge Enrique Pizano.
"Totu, ¿cómo hago para vivir con tantos recuerdos de mi papá?”. Esta fue, tal vez, la última pregunta que me hizo Alejandro Pizano apenas unas horas antes de morir. Me la hizo después de recordarle el semestre en el que invitamos a su padre, Jorge Enrique Pizano, o Macas como le solíamos decir, a que hiciera parte de nuestro equipo de fútbol en el torneo de exalumnos del Gimnasio Moderno. Durante todo ese torneo de 2008, Macas tuvo la costumbre de ponerse el uniforme y los guayos como si fuera a jugar. Sin embargo, cuando lo íbamos a meter al campo, siempre decía “en cinco minutos”. Al finalizar los partidos, Macas, con ese tono mamagallista que lo caracterizaba, se quejaba diciendo que nosotros no lo dejábamos jugar porque “en ese equipo hay mucha rosca”.
Cuando Alejo me hizo esa pregunta, yo le dije que no rechazara esos recuerdos, sino que, al contrario, los valorara y celebrara. Tristemente, en este país no todo el mundo tiene la fortuna de tener recuerdos con el papá. En ese momento no se me cruzaba por la cabeza que tan solo unos días después tendría yo que estar siguiendo mi propio consejo. Escribo estas palabras como un testimonio de lo que fue la vida de Alejandro para que le queden a su hija María del Mar. Solo espero que estén a la altura.
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Yo conocí a Alejandro a los 4 años, en 1992, cuando ambos entramos juntos al colegio. De esos primeros años no recuerdo mucho más a que siempre fuimos cercanos. No obstante, fue en 1998 durante un torneo de fútbol en Denver, Estados Unidos, cuando Alejandro y yo, junto con otro amigo, Diego, comenzamos a construir una amistad de verdad. Luego llegó Rafael, un año mayor que nosotros, y, desde entonces, los Cracks, como Alejo solía llamar a nuestro cuarteto de amigos, hemos sido inseparables.
Quien conoció la manera de ver la vida de Alejo debe saber que, a pesar de su prematura partida, vivió sus 31 años con toda intensidad. Él siempre tuvo claro que nuestro tiempo en esta tierra era finito y por eso aprovechaba al máximo cada momento, cada detalle. De hecho, su lema era LA VIDA ES UNA, y así la vivió.
Como lo dije en el brindis de su matrimonio, Alejo Pizano se puede definir en tres palabras: familia, amor y compromiso. Desde siempre, Macas, la Nena, Carola y Juanita fueron su prioridad. A esto habría que sumarles a Rafael y Elsa, a sus tíos y a todos sus primos. Son innumerables las ocasiones en que Alejandro puso por delante a un familiar que a él mismo. Recuerdo como si fuera ayer esa vez que Alejo nos invitó a los Cracks a la hermosa celebración de los 40 años de la finca de los Ponce de León. Ese día se nos hizo evidente el papel protagónico que Alejo cumplía en su familia.
Es amor la segunda palabra que describe lo que era Pizano. Alejo tenía un corazón tan grande que no le cabía en el cuerpo. Él nos enseñó que cuando se ama, se debe amar sin medida, sin límite y sin reserva. Nos mostró que el orgullo es enemigo del amor, y que amor sin lealtad no es amor verdadero. Alejo era una persona que se expresaba a través de este sentimiento y, por eso, no era difícil para él conectarse con personas de todas partes del mundo; su lenguaje era universal. Él no le tenía miedo a entregarse entero a quienes amaba, ya fuera su esposa, su familia o sus amigos. Es más, de Pizano brotaba tanto amor que era capaz de sentirlo por personas que nunca conoció. No fueron pocas las noches que, con música de Nana Mouskouri de fondo, nos contaba lo mucho que amaba a su tío Ricardo. Por esto, sé de primera mano del inmenso amor que ya le tenía a su María del Mar quien hasta ahora viene en camino.
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La tercera palabra para describir a Alejo es compromiso. Compromiso con su familia, con su esposa, con su trabajo y con sus amigos. Él se caracterizaba por no hacer las cosas a medias; cualquier cosa a la que se comprometía, la hacía al ciento diez por ciento. Pizano era un buscador continuo de la perfección. Por eso fue que encontró su refugio laboral al lado de Carlos Lleras, su mentor, quien lo formó y lo ayudó a desarrollar esa sensibilidad artística que ya estaba en él, pero que no había podido enfocar.
Poco a poco, Alejo logró explorar esa gran sensibilidad a través de la fotografía, su gran pasión durante los últimos años. Las fotografías más recientes del Memorist, su alter ego artístico, se dedicaban a contar la historia de las personas en la cotidianidad. A cada fotografía, el Memorist le asignaba una frase o una cita. Tal vez, pienso yo, retratar personas era el reflejo del proceso de descubrimiento individual que Alejo emprendió desde hace un par de años cuando decidió buscar un aire diferente a Bogotá. Ese proceso los llevó a él y a Eugenia a Barcelona. Esta ciudad siempre tuvo un lugar especial en la formación y en el corazón de Alejo, pues estaba enamorado de su arquitectura, de sus calles y de su cultura. Por esto, no sorprende que, solo viviendo su ciudad favorita, Pizano comenzó a valorar todo lo que únicamente Colombia le podía ofrecer. Como cuenta Eugenia, Alejo se dio cuenta de que solo acá podía estar con su familia y con sus amigos.
No se puede aceptar que una pérdida familiar de esta magnitud esté siendo utilizada para crear suspicacias donde no las hay.
Poco puedo decir yo sobre Eugenia que le haga justicia a lo que Alejo sentía por ella. Por eso, me parece más apropiado dejar algunas de las palabras que el mismo Alejo dejó plasmadas, a través del Memorist, sobre el amor de su vida: “Ella”, “Mi felicidad”, “La mía para siempre”, “Gracias a ti, por el tiempo. Mía”, “La Vida. Ella”, “La ‘partner’ mía del camino”, “‘Life is the sum of our memories’. Gracias”, “Eternally”, “I think some people are just inexplicably bonded. Drawn by forces beyond their own comprehension” y, tal vez, la más diciente “Without pause, without doubt, in a heartbeat I’ll keep choosing you”. Solo una persona que es solo sentimiento logra transmitir tanto en tan pocas palabras.
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Ya han pasado varios días desde el fallecimiento de Alejo y, la verdad, aún es difícil entender que él ya no esté con nosotros. Una persona cercana me dijo que el vacío que deja un mejor amigo cuando se va rasga el alma a dentelladas secas y calientes. No se equivoca. Todavía tengo muy claro en mi cabeza cómo Alejo, el día del velorio de su papá, usaba con orgullo una camisa que le regaló Macas y, en medio de su dolor, sonreía por la cantidad de gente que fue a despedir a su viejo. Ese era un Alejo preparado y ansioso por asumir la responsabilidad de ayudar a su mamá, de sacar adelante a sus hermanas y de preparar con Eugenia la llegada de María del Mar. Al fin y al cabo, este era un partido para el cual había entrenado toda su vida. Me arruga el corazón que no lo haya podido jugar.
Sin embargo, en medio de este dolor, es un aliciente observar la fortaleza y la tenacidad con que Eugenia está enfrentando esta situación; y así lo hace, dice ella, por su hija y como testimonio de la vida de Alejandro. De igual manera, refresca el corazón ver como los Ponce de León se han recogido en familia alrededor de las Pizano-Ponce de León para superar esta tragedia lo mejor posible. Definitivamente, esta es la enseñanza más linda que Alejandro nos dejó a todos: los momentos difíciles se superan con amor incondicional.
Hoy más que nunca estoy orgulloso de la amistad que construimos con Alejo desde los 4 años, porque gracias a ella, a pesar del deseo de inescrupulosos, nuestras familias nunca cayeron en el juego de dudar de la otra en el momento más difícil. Nada más explicaría el que Alejo me haya permitido estar ahí con él desde el minuto uno tras la muerte de su papá o que su familia me abriera las puertas con inmenso cariño para poder acompañar, participar y organizar varias de las ceremonias con las que le dijimos adiós a mi hermano del alma. Es por esto que duele en lo más profundo el enfoque que, con propósitos innobles, un sector de la opinión, de la clase política y de los medios han pretendido darle a esta tragedia.
Lo que está pasando es lamentable. No se puede aceptar que una pérdida familiar de esta magnitud esté siendo utilizada para crear suspicacias donde no las hay. No está bien que personas extrañas a nosotros, que no conocen la naturaleza de la relación entre las dos familias, se aprovechen de la manera más abusiva de la tragedia para promover teorías de persecución en busca de su propio beneficio. Estas insinuaciones, además de ser irresponsables con el país y desconsideradas con la familia, son una ofensa para la memoria y el legado de Alejandro Pizano.
Espero que en este pequeño espacio haya podido transmitir que Alejo no era una persona gris. Bien lo dice Eugenia: su esposo era una persona que lo entregaba todo y volcada absolutamente al amor; una persona con una membrana tan sensible que, si uno estaba sufriendo, él no podía ignorar esos sentimientos. De esas personas que todo el mundo debería tener en su vida. Aunque estuvo con nosotros menos tiempo de lo que hubiéramos querido, Alejo es una luz incandescente que seguirá brillando por siempre en el fondo de nuestros corazones.
No tengo duda, Alejo, usted era muy bueno para este mundo. Se puede ir tranquilo y dejar que su luz brille desde el cielo, que acá quedamos muchos, con su amor incondicional en el corazón, para cuidar de los suyos y para intentar ser mejores.