CRIMEN
De comerciante humilde al asesino más buscado, así fue el camino de Guacho
En 10 años pasó del anonimato a ser el líder de la disidencia más peligrosa de las Farc, la que mató a los tres periodistas de El Comercio. En su ascenso delincuencial se aprovechó de la fragilidad de la frontera y de un multimillonario negocio en reorganización.
La frontera es porosa. El río Mira la atraviesa desde el departamento colombiano de Nariño hasta la provincia ecuatoriana de Esmeraldas. Solo la selva funciona como el límite binacional, pero su naturaleza bravía hace de ese límite un línea difusa. Al norte de esta se estableció un enclave de cultivos de coca y laboratorios de cocaína sin igual en el mundo, disputado a fuego por los narcos colombianos, atractivo para los carteles mexicanos. Apenas unos kilómetros al sur, del otro lado, el territorio parecía mantenerse ajeno a ese conflicto, en una calma frágil que por momentos se trastocaba, y que se quebró definitivamente con el doloroso secuestro y asesinato de tres trabajadores del diario El Comercio.
Guacho se aprovechó de esa ambigüedad del territorio. Luego de años de patrullaje en la frontera, como guerrillero de las Farc, dominó su geografía. Tras el desarme, usó ese conocimiento para traficar ahora por su cuenta, y también para escabullirse del cerco de las autoridades. "Estamos viviendo las consecuencias del conflicto de nuestro vecino hermano", dijo el presidente Lenín Moreno, luego de confirmar que Javier Ortega, Paúl Rivas y Efraín Segarra fueron asesinados. Ahora se espera que sean las autoridades de los dos países, en una operación amplia y conjunta, las que atraviesen ese límite fronterizo para dar con los asesinos.
Hace 10 años, Walter Patricio Arizala, quien entonces era un humilde comerciante ecuatoriano, cruzó esa frontera convertido en Guacho, un recluta de la columna Daniel Aldana de las Farc. Se ubicó en las inmediaciones del río Mira, en jurisdicción de Tumaco. Allí fue entrenado en el manejo de explosivos con los que atacó la infraestructura de la región, por la que pasa el oleducto trasandino, uno de los blancos predilectos de la hoy disuelta guerrilla.
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Guacho escaló rápido. Se convirtió en un mando medio y de pronto, cuando las tropas guerrilleras avanzaron hacia el desarme, en 2016, él decidió escindirse. Ya conocía las movidas del narco en la región y tenía los contactos para traficar. Entonces jaló alrededor de 250 hombres, según sus propios cálculos, y de mando medio pasó a convertirse en el comandante de la disidencia más peligrosa de las Farc.
El ascenso veloz de Guacho no puede explicarse sin el contexto de la región que conoce al dedillo. Solo en Tumaco se calculan alrededor de 20.000 hectáreas sembradas con coca, la séptima parte de las que hay en todo el país, según las observaciones del 2017. El territorio está plagado de laboratorios de cocaína, y de toda una economía dispuesta para el negocio.
Las bombas de gasolina ubicadas a las orillas ribereñas lo que menos hacen es llenar los tanques de las lanchas, y lo que más, abastecer la cocinas de la droga. Las vías son tan paupérrimas que el cultivo de cualquier producto que no tenga los altos dividendos de la coca es inviable económicamente para los campesinos. Buena parte de la costa pacífica está abierta para que se embarquen desde allí los cargamentos, vía al mar, para que comiencen su travesía hacia el norte del continente.
Y en los últimos años, con el desinterés de los narcos colombianos de la ruta gringa de la cocaína, los mismos carteles mexicanos empezaron a enviar a sus emisarios hasta la región, para comprar, como si estuvieran en una subasta, kilo por kilo hasta completar sus cargamentos.
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Un territorio tan complejo estaba llamado a convertirse, desde antes de la firma del acuerdo, en un laboratorio de la paz. Si la implementación de lo pactado funcionaba allí, funcionaría en cualquier lado. Pero con el paso de los meses, las apuestas gubernamentales por la erradicación forzada sobre la sustitución de cultivos y el mismo sabotaje de los mismos criminales, sembraron el caos.
Guacho supo fortalecerse en medio del desorden. Fue el año pasado cuando en la zona empezaron a reconocerlo como el líder de un grupo al mando, el que él mismo bautizó como frente Oliver Sinisterra, usando el nombre de un guerrillero con el que compartió tropa en las Farc.
"Cuando comenzamos la intervención en Tumaco hace varios meses, las propias comunidades identificaron a un individuo de origen ecuatoriano, con 26 años de edad, altamente vinculado al mundo del narcotráfico. Desde hace ya meses, el gobierno colombiano lo declaró objetivo de alto valor. Llegó la hora de terminar con la actividad criminal de Guacho", aseguró el vicepresidencia Óscar Naranjo, quien desde el año pasado asumió la crisis social que se vive en el suroccidente del país.
Con la salida de las Farc de su zona, Guacho y Cachi -su hombre de confianza- quedaron a cargo de buena parte del negocio de la coca en la zona más boyante para ese cultivo. Desde entonces, abandonaron cualquier interés político y se dedicaron de lleno al narcotráfico. Solo una de sus cocinas, que fue destruida por el Ejército y la Policía en octubre pasado, tenía capacidad para producir 2 toneladas de clorhidrato de cocaína cada semana. Un cargamento así cuesta alrededor de 6 millones de dólares en Colombia y se vende 10 veces más caro en Estados Unidos. Las dimensiones del negocio de Guacho son astronómicas.
A comienzos de este mes, el Ejército capturó a dos miembros de la disidencia y recuperó una caleta con ocho fusiles, dos ametralladoras, cuatro lanzagranadas, dos granadas y municiones, que dan cuenta del poder del arsenal que tiene. En su zona, sus hombres se mueven en camionetas 4x4 sin placas.
En Ecuador, las autoridades de ese país capturaron a cuatro presuntos miembros de la organización, entre ellos su supuesta cuñada, quien mantendría contacto telefónico constante con Guacho. Pero el golpe más fuerte ya se lo habían propinado el 14 de marzo, cuando en Colombia capturaron a Cachi, su mano derecha, un hombre experimentado en el narcotráfico. La acción de las autoridades contra el creciente Guacho arreciaba. En esa arremetida, buscaba blindarse.
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El 26 de marzo pasado, Guacho huía del cerco de los militares ecuatorianos. Él y sus hombres buscaban cruzar la frontera, guarecerse en el lado colombiano. El equipo periodístico de El Comercio había viajado a la provincia de Esmeraldas justamente a reportear la situación de los habitantes que tenían que padecer la presencia del frente Oliver Sinisterra. Fue entonces cuando se cruzaron y, según las autoridades, los criminales los secuestraron con el propósito de disminuir la intensidad de la persecución.
Con los periodistas retenidos, Guacho le exigió al Gobierno ecuatoriano que frenara la ofensiva. También le solicitó el canje por un grupo de criminales de su bando, capturados en ese país. Lo que pasó a continuación fue una tragedia. El plagio se extendió por 18 días hasta que este viernes, finalmente, el presidente Lenín Moreno confirmó que los tres ecuatorianos fueron asesinados.
Tras lamentar la tragedia, los primeros mandatarios Santos y Moreno anunciaron que trabajarán en grupo para desactivar su grupo criminal, y Ecuador ofreció una recompensa de 100.000 dólares a quien ayude a encontrarlo. Así fue como Guacho, el que parecía un narco más, se convirtió en cuestión de semanas en el principal blanco militar de dos naciones.