REPORTAJE
Hombres de acero: así se preparan los más experimentados militares en la selva amazónica
SEMANA llegó al corazón de la selva amazónica, donde entrenan los militares más aguerridos de Colombia. Queda en evidencia que las Fuerzas Militares se siguen preparando para combatir grupos criminales, mientras se habla de una paz total.
Tendido en el piso, sobre la vegetación de la selva amazónica, a una hora en lancha de Leticia, está Alejandro Valero, uno de los 112 alumnos del curso internacional de Lanceros. El camuflado que porta del Ejército Nacional de Colombia está completamente enlodado. Son las mismas prendas que hace más de 20 días no se quita. No se ha bañado y lleva semanas en vela caminando cientos de kilómetros continuos, cargando un peso en su espalda que supera los 40 kilos.
Su delgadez, las ampollas y la dislocación del talón del pie izquierdo son la prueba de ello. Así tuvo que pasar una pista de equilibrio con obstáculos a más de tres metros de altura. En cada paso solo repetía: “Lealtad, valor, sacrificio: tres palabras que llevo ante mí”. Como si la frase le mitigara el dolor físico que lo hacía brincar cual corrientazo por el cuerpo. Imaginaba que su familia, que vive en Duitama (Boyacá), lo esperaba al final de cada prueba.
Completó el circuito y se mantuvo erguido bajo el rayo del sol, con 41 grados centígrados y una humedad insoportable. El sudor del rostro camuflaba las lágrimas que corrían sobre él. Una mezcla del dolor físico y el orgullo de lograr lo que la mayoría consideraría imposible.
Saber cuánto dolor siente otra persona es difícil, pero hay escenas que estremecen. La de Valero, una de ellas. El enfermero de combate, sargento Fabián Villamil, lo entiende, ha vivido en carne propia ese dolor. Para poder llegar a ser instructor de la Escuela de Lanceros tuvo que ser alumno y pasó por las mismas pruebas. Le pidió salir de la fila y acostarse en el piso, le quitó las botas y antes de curar sus laceraciones le advirtió con voz de mando: “Alumno, muerda algo, que le va a doler”. La pañoleta que le protegía la cabeza del casco fue la que sirvió para ahogar el grito de un hombre que se prepara para ser de “acero”.
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En 1955 nació la Escuela de Lanceros, cuando el general Gustavo Rojas Pinilla, como presidente, se dio cuenta de que en Colombia el conflicto interno se robustecía y en realidad el Estado no estaba preparado para afrontarlo, así que envió al mayor Hernando Durán Bernal, del Ejército Nacional, para Estados Unidos, donde los militares de ese país vivieron la Segunda Guerra Mundial. Su misión era traer enseñanzas que pudieran replicar.
Al fuerte militar de Tolemaida llegó el oficial del Ejército americano Ralf Puckett, el mismo que dirigió la Octava Compañía de Rangers durante la Guerra de Corea, fue herido en combate en más de dos oportunidades, una de ellas atacado por cientos de soldados chinos. También combatió en Vietnam. Recibió las más altas condecoraciones de su país.
Identificó que los grupos criminales no respetan derechos humanos, juegan a una guerra sucia en la que las trampas son protagonistas en la geografía colombiana, entre ellas, las minas antipersonales y emboscadas que terminaron llevando a secuestros y torturas. Si esa era la debilidad, tenía que entrenar a hombres que salieran un paso adelante a los problemas. Nacieron los Lanceros, que años después, según palabras del mismo Puckett, superaron a los Rangers.
Tanto así, que uniformados de otros países hacen fila para mandar a sus mejores hombres a capacitarse como lanceros de Colombia. Moura es un oficial francés y dice que nunca repetiría el curso más exigente que ha hecho en su vida, el de navegar el río Amazonas, uno de los más largos y caudalosos del mundo, en balsas improvisadas, hechas con las maletas del equipo militar y cubiertas con ramas para evitar ser identificados por el enemigo. En las primeras semanas del curso se enteró de que su abuelo había muerto y no pudo estar para despedirlo. Hubiese podido ir, pero eso implicaba retirarse y no estaba dispuesto a darse por vencido.
En toda la historia del Ejército se han hecho 486 cursos, de los cuales 67 han sido internacionales. SEMANA es el primer medio de comunicación que llega a las entrañas del entrenamiento en la fase de selva, considerada una de las más difíciles, pero indispensable. El 45 por ciento de la geografía colombiana es selvática y el 60 por ciento de las operaciones de las Fuerzas Militares es en este terreno, pues por lo tupido de la vegetación y las vías fluviales, criminales al servicio del narcotráfico, en su mayoría, operan allí.
Los alumnos, luego de recibir una clase teórica de supervivencia, vieron oscurecer y amanecer sin dejar de marchar. Fueron dejados en medio de la nada para ver qué estaban dispuestos a hacer para no morir de hambre, ni por las amenazas que estuvieran alrededor. Hay culebras venenosas, feroces jaguares, entre otros. “No es en medio de la nada, tenemos todo. Acá uno aprende a observar y valorar”, dice González, del Ejército de Panamá, mientras recibe al equipo periodístico de SEMANA en el refugio que hizo con sus compañeros, con capacidad para albergar a siete personas sin usar ni una sola puntilla o cabuya, los mismos bejucos de las plantas de la zona son flexibles para manipular y fuertes para soportar.
Demoraron construyendo la ‘casa’ 10 horas, aprendieron a calcular el tiempo siguiendo las sombras. El mojojoy, un gusano viscoso de la región que se encuentra en cortezas de árboles en descomposición, se convierte en su principal fuente de proteína. Se los comen vivos de un solo bocado.
El ejercicio más difícil es cuando semejan un secuestro, la experiencia es tan real como la narran quienes han logrado sobrevivir a tan atroz crimen. Para muchos, lo que pasa dentro de ese curso es cruel y masoquista, porque nadie va obligado y es considerado como un premio el ser seleccionado para estar en el selecto grupo de lanceros.
Dicen que la única manera de soportarlo es pensando en la familia y aferrando su fe en un ser supremo que dé la seguridad de que todo pasará.
“Para un lancero no existe la palabra imposible porque Dios siempre está”, se repetía el coronel Ramón Royero, comandante de la Escuela de Lanceros, cuando se enteró de que iba a ser papá por primera vez y la bebé venía con medio corazón, todos los especialistas le recomendaron interrumpir el embarazo, pero su esposa se negó y él, con fe, se sostuvo firme. De manera inexplicable, Guadalupe nació sana. “Si todo hubiera pasado antes de hacer el curso de lancero, de pronto hubiera flaqueado, pero ahí entendí que lo imposible no existe”, dice para explicar que todo el que entra a las clases sale con una actitud diferente.
“Uno se vuelve mejor ser humano”, explica el mayor Brayan Trujillo, recordando el día que su “lanza” lo abrazó en medio de la fase de montaña, a más de 4.000 metros de altura, para evitar que muriera de frío y falta de oxígeno porque entró seis meses después de haber perdido un pulmón, tras recibir siete disparos. Era imposible que lo lograra, pero se graduó con honores. Dicen que aprenden a doblegar el orgullo, entendiendo que nadie es más que otro, cuando entran al curso pierden el rango y puede ser el oficial más antiguo o el soldado recién incorporado, pero todos viven en las mismas condiciones.
Hacen maquetas en barro de las operaciones, de la guerra, humanitarias y de reforestación, por eso es tan clave la planeación que aprenden en el curso. “No se puede ser un inservible cuando estamos al servicio de una nación”, dice el mayor Julián Trujillo a su tropa. La mayoría de los lanceros llegan a ser comandantes y la misión de ellos es proteger la vida de todo ciudadano sin importar a que se dediquen porque saben que hay una familia esperándolos.
El Gobierno del presidente Gustavo Petro le apuesta a una paz total, pero hasta el momento la orden es que los operativos se mantienen y, por ende, el entrenamiento a los uniformados también. “Los lanceros tenemos que estar fortalecidos, ya sea para la guerra o para la paz”, dice Royero, comandante de la escuela, antes de recordarle a Oviedo y a sus 111 compañeros que les restan 45 días más de entrenamiento y que cada día será más difícil que el anterior porque el acero se forja en fuego.