Semana TV
Impresionante relato de 44 días de secuestro: habla anciano que estuvo en manos de grupos armados
El ganadero Heriberto Urbina habló con SEMANA a pocas horas de ser liberado y contó detalles inéditos de lo que vivió en cautiverio.
Los primeros cuatro días de cautiverio fueron los peores de su vida. Hacían recorridos desde la 6 de la mañana hasta la noche, en mula y moto, su cuerpo ya desgastado por los años se resistía a soportar tanto esfuerzo. Eran tan largos los trayectos por los empinados y rústicos caminos de la región del Catatumbo que la mula era dejada en el camino porque no resistía la jornada. Pero al anciano sí le exigían continuar.
“Subiendo y bajando lomas en moto, ese cuarto día nos cayeron dos aguaceros, yo iba mojado, me quité la camisa, la torcimos y ellos me dieron una camisa, como la que usan los trabajadores de las minas”, describe. Alcanzó a subirse a una camioneta durante algunos minutos. Llegaron al punto que el grupo guerrillero le indicó, aproximadamente a las 3 de la mañana y a esa hora, le pedían que se montaran de nuevo a una moto para seguir moviéndose.
“Yo empecé a temblar como nunca, era algo fuera de lo natural y grité que ahí primero muerto, que yo no me iba a montar a ninguna moto”, asegura el ganadero que les decía mientras les mostraba sus canas y que solo por su edad merecía respeto.
Finalmente, los miembros del grupo criminal decidieron dejarlo en la parcela más cercana, en la que habitaba una familia con dos niñas pequeñas. La familia le dio calor humano, le brindaron alimentación por varios días. Pero el dueño de casa le confesó que le daba pesar lo que estaba pasando con él. Sin embargo, no iba a poder seguir custodiándolo por seguridad, porque en caso de que llegara la autoridad él y su familia terminarían involucrados por recibir órdenes de la organización criminal.
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Antes de salir de ese lugar don Heriberto se deslizó por un abismo y el custodio alcanzó a tomarlo de un brazo, fue el día primer día que se sintió cerca de la muerte.
Lo que vino después y por 16 días fue una pesadilla, lo encerraron en una habitación sin derecho a tomar el sol. “Había una ranura entre el techo y La pared, entraba solo dos pulgadas de sol y yo trataba de poner la frente ahí para recibir energía”, relata. Le dieron un colchón que tiraron al piso, con plástico. Lo que generó escaras en la piel, además de ser un reto para poder levantarse, por el dolor de los huesos. “Varias veces llegaban esos hombres armados a ayudarme a parar”, describió.
Urbina sufre de hipertensión, la próstata y otras enfermedades, al principio no tuvo medicación. “El comandante Juan Carlos llegó un día amenazándome me dijo que mi familia estaba acudiendo a la ley y que si las cosas seguían así iban a matarme a mi hijo y a mí. Yo le dije, pues máteme de una vez”, confiesa que en el fondo sabía que no lo iban a matar.
“Ellos lo que querían era una bolsa de estiércol del diablo, solo plata a cambio de una vida. Empezaron pidiéndome 30.000 millones de pesos, y fueron bajando hasta legar a 10.000.000 igual era mucho dinero, no era fácil reunirlo”, dice el ganadero.
Semanas después cambiaron de comandante y este al parecer era un poco más flexible. Le pasó un cuaderno en el que escribió cartas de amor a su esposa con la que ya completó más de medio siglo casados. Escribió mensaje para sus hijos y nietos y también escribió más de 40 canciones sobre la vida.
Don Heriberto les dijo a sus captores que él se sentía bien cuando estaba rodeado de niños y luego de algún tiempo lo devolvieron a la casa donde estaban las niñas que lo recibieron inicialmente, allí don Heriberto le enseño a una de las menores de 4 años las letras y los números. Ahora, ya en liberad tiene su cuaderno a la mano y muestra los “garabatos” de la pequeña que lo sostuvo y distrajo en medio de la tragedia.
En su retención caminó descalzo por caños y pastizales, porque no tenía zapatos, sino una chanclas que se caían con el barro, “Cuando uno está entre la vida y la muerte, saca fuerzas de donde no las hay para aferrarse a la vida. Y hace cosas que nunca ha hecho, como caminar descalzo”, reflexiona.
“Hay que darle gracias a Dios por el éxito de esta liberación”, dice sonriente antes de empezar a relatar como se dio el tan anhelado momento. Después del día 40 lo volvieron a subir a la camioneta, tenían que pasar por carretera según cuenta Urbina, por esa razón los hombres que lo custodiaban le advirtieron que si alguien los paraba, él no podía decir el nombre real, y que sería presentado como el papá de ellos al que supuestamente levarían a una finca.
El vehículo en el que se movía llevaba las placas tapadas, razón por la cual levantó sospechas, en un retén, dice el ganadero que el no recuerda si era legal o ilegal, no identificaba uniformes, ni brazaletes. En ese momento se llenó de nervios porque cualquier cosa que dijera le podía costar la vida. “Me llamo José Peréz dije a los hombres que me preguntaron al parar el carro”, recuerda.
En ese instante empezaron a requisar el interior del carro y detrás de una de las sillas encontraron tres armas, así que detuvieron a los hombres, en ese momento el ganadero vio una luz para terminar su cautiverio. “Yo les dije mi nombre real es Heriberto Urbina y mostré mis datos que lo había anotado en el cuaderno, porque ando indocumentado, todo se lo entregué a esos delincuentes”, dijo el ganadero. A partir de ese momento empezó el proceso de liberación mediado por la iglesia católica y la defensoría del Pueblo.
A las 11 de la noche del 6 de junio llegó a su casa y a la entrada del municipio lo esperaba una caravana de recibimiento, un postre, su arepa favorita y pechuga de pollo, fue la primera cena después de terminar el cautiverio. Desde ese momento se reintegró a las labores de su negocio, porque como él dice: “La vida sigue”.