CONFLICTO
Las indígenas barí que desalojaron un campamento del ELN para sanear su espíritu
El atentado contra uno de sus caciques movilizó a la comunidad ancestral del Catatumbo, atrapada entre distintos grupos armados, a declararse como una nación y expulsar a los foráneos. Un viejo lío de tierras complica la decisión.
En el corazón del Catatumbo, el cacique barí Leonardo Catsú navegaba a bordo de un bote por el río de Oro, el mismo que marca la frontera entre Colombia y Venezuela, un territorio cien veces transitado por él, dominado por su pueblo desde tiempos prehispánicos, y disputado por un puñado de grupos armados desde hace 50 años. El pasado sábado 20 de enero a las 2:30 de la tarde se escucharon los estruendos que quebraron la paz espiritual de su gente.
Cuando pasaban por aguas del municipio de Convención, Norte de Santander, y desde una de las orillas, llegaron las balas de fusil que alcanzaron la fragil embarcación y lo impactaron a él y a otro de los indígenas a bordo. Durante dos horas, los heridos fueron conducidos por sus dos acompañantes, remontando la corriente del río, hasta que llegaron a Bokshí, un pequeño poblado barí, habitado por la comunidad que Leonardo Catsú lidera, y donde finalmente atendieron su padecimiento.
Para los barí fue impactante ver la sangre derramada de su cacique. En su forma de concebir el mundo, un ataque de esa gravedad contra un líder constituye una agresión al espíritu del pueblo. En las últimas cinco décadas, los barí han visto cómo su territorio ancestral se convirtió en el escenario de la barbarie, un espacio disputado por paramilitares, Farc, ELN y EPL, grupos que hicieron de la región uno de los mayores focos de los cultivos ilícitos en el país. En medio de esa transformación ha habido masacres y detierros. Pero el agravio contra su líder les quebró el aguante.
La comunidad concluyó que el ataque provino de guerrilleros del ELN y decidieron que no soportarían la presencia de los agresores en su territorio. Luego de ver la agonía de Catsú, los indígenas se embarcaron en 15 botes y emprendieron camino, río abajo. Cerca al sitio del atentado encontraron un caserío de una docena de viviendas de tabla, habitadas, según ellos, por campesinos auxiliadores del ELN. A todos los desalojaron y le prendieron fuego a las viviendas, que terminaron reducidas en ceniza.
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Los barí sabían que cerca a ese punto, monte adentro, había un campamento guerrillero ocupado por hombres armados. Los indígenas iban con las manos vacías, sin nada para confrontarlos. Entonces las mujeres de la comisión barí recogieron la sangre de Catsú que había quedado regada dentro del bote y se introdujeron en la selva. Al caer la noche encontraron a los elenos.
Cuando los tuvieron al frente, arrojaron la sangre de Catsú sobre los guerrilleros y les ordenaron que se desnudaran. Los elenos accedieron a la demanda. Las mujeres tomaron los uniformes y las insignias, y apenas con sus palabras, los expulsaron del territorio. Los guerrilleros obedecieron sin violencia, y se retiraron aún más adentro del monte. Entonces las mujeres quemaron el campamento y todo lo que había allí. Ese fue el primer acto de un ritual para sanear el espíritu de su pueblo que aún no termina.
Los años de la barbarie
Los primeros actores armados ilegales aparecieron en los años 70 y 80 en el Catatumbo. Llegaron atraídos por la infraestructura petrolera y por las ventajas estratégicas de la frontera y de la geografía selvática de la región. Por esos años hubo una primera oleada de amenazas, desplazamientos y asesinatos, sobre todo a algunos líderes campesinos que encabezaban las juntas comunales de la zona.
Durante los 90, pese a la presencia de esos actores armados, el movimiento social afloró en la región y se fortalecieron varias agremiaciones de campesinos. La Unión Patriótica y el Frente Popular cobraron fuerza. Pero antes del comienzo del siglo, los paramilitares decidieron entrar a sangre y fuego al Catatumbo. El mismo Carlos Castaño, entonces jefe máximo de las AUC, ordenó el desplazamiento de centenares de paramilitares desde el Urabá hasta Norte de Santander, con la orden de sacar a los guerrilleros del enclave.
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Lo que vino con la incursión paramilitar fue el periodo más oscuro en la historia del Catatumbo, marcado por actos atroces como la masacre de La Gabarra. Los datos del Centro Nacional de Memoria Histórica indican que entre 1997 y 2004, 77.000 personas salieron desplazadas de la región. Muchos pobladores de los cascos urbanos de los 11 municipios que componen el Catatumbo encontraron en las tierras más profundas un refugio. Y ese era el territorio barí.
Los indígenas los acogieron y, en medio de la violencia, la solidaridad estrechó el lazo entre los barí y los campesinos. Los nuevos vecinos terminaron firmando un pacto en 2007, en el que acordaban que los refugiados abandonarían el territorio 10 años después.
El problema de la tierra
Cuando ocurrió el atentado contra Catsú, las autoridades de las 23 comunidades barí de Venezuela y de Colombia estaban reunidas en una asamblea, a 10 horas de caminata de Bokshí. Pero por la dificultad de las telecomunicaciones, solo se enteraron 5 días después del ataque contra el cacique. De inmediato, las autoridades viajaron hasta allá a expresar su solidaridad. El resultado del encuentro fue una declaración sin precedentes en su historia.
Los indígenas de ambos lados de la frontera se reconocieron por primera vez como una sola nación barí. Entre otras decisiones, determinaron que todos los foráneos presentes en su territorio, incluyendo los grupos armados, debían abandonarlo. Sin proponérselo, su decisión coincidió con el fin del acuerdo que hicieron con los campesinos para acogerlos: el pasado 12 de febrero se cumplieron los 10 años pactados.
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El pasado sábado, luego de ser notificados de la instrucción barí de abandonar el territorio, los campesinos del sector de La Cooperativa, en Convención, se reunieron y se declararon en refugio humanitario. A los indígenas especialmente les preocupaba que ese grupo abandonara su tierra, pues allí se estableció una especie de puerto comercial campesino que no concuerda con las costumbres indígenas y que, dicen, terminó llenándose con muchas personas más de las que fueron acogidas allí durante los tiempos del paramilitarismo.
Este lunes, los barí llegaron hasta La Cooperativa y expulsaron a los campesinos, que se refugiaron en terrenos más adentro, sobre zona rural del municipio de Teorama. Para Andrés Barona, vocero de la Organización Nacional Indígena de Colombia, quien asumió la vocería de los barí, se trata de un ejercicio de autonomía sobre su territorio. Para Johnny Abril, vocero de Ascamcat, que agremia a buena parte de los campesinos de esa zona, "la salida debe ser dialogada, sentados en una mesa". También piden asistencia humanitaria del Estado para las 30 familias que se quedaron sin techo.
Pero los barí quieren que el resto de foráneos en su territorio lo abandonen. Reconocen que allí hay refugiados del conflicto, pero también colonos que llegaron a sembrar coca y que "desarmonizan" el territorio. A estos últimos les piden que se vayan, para los primeros desean una salida en el marco de la sentencia T-052 de 2017, de la Corte Constitucional, que ordena que se delimite definitivamente el territorio barí y que se tramite la posibilidad de constituir una zona de reserva campesina en la región, fuera de los límites indígenas.
"Hay que delimitar el territorio campesino y el indígena. Pero el Gobierno no avanza en eso, ni siquiera en el primer paso, que es la caracterización de los habitantes de la zona", dice Abril.
Lo concreto es que el ataque al cacique avivó un viejo lío de tierras y recordó los días duros del conflicto en el Catatumbo. El cacique Catsú, por su parte, se recupera en Maracaibo. Los barí dicen que tardará al menos tres años para armonizar su cuerpo. Para ese pueblo indígena que por siglos ha ocupado la región, lo que pasó con su líder puede ser un punto de inflexión en su historia.