POLÉMICA

Anatomía de un video que indignó al país

Las imágenes de unos indígenas que agreden a miembros del Ejército en el Cauca dejan profundas reflexiones sobre el ejercicio de la autoridad en Colombia y los límites de la protesta social. Análisis de Eduardo Pizarro Leongómez*

13 de enero de 2018

La imagen de un indígena amenazando con un machete a un soldado e intentando apropiarse de su fusil de dotación y la respuesta de otro soldado disparando al piso para ahuyentar a los miembros de la comunidad nasa que pretendían ocupar la hacienda Miraflores, sembrada en caña de azúcar, en el municipio de Corinto (Cauca) a fines del año pasado, ha generado un verdadero incendio en las redes sociales. En efecto, ha habido una increíble cantidad de lecturas distintas y opuestas en torno al mismo hecho.

Esta diversidad de lecturas me recordaron las reacciones al acto terrorista cometido contra el semanario satírico francés Charlie Hebdo el 7 de enero de 2015: de un lado, aplausos de islamistas radicales al ataque perpetrado por los hermanos Saïd y Chérif Kouachi, armados con fusiles de asalto, como respuesta a la caricatura considerada como blasfema contra Mahoma; de otro, condenas al acto terrorista, pero comprensión hacia los atacantes por la burla contra un símbolo religioso sagrado de la comunidad musulmana. Así mismo, se oyeron voces críticas a ambos, los caricaturistas y los responsables de la brutal respuesta, considerando a los unos como responsables de un acto de terrorismo moral y a los otros como autores de un acto de terrorismo puro; y, finalmente, la reprobación total al acto terrorista acompañada de una solidaridad plena con el equipo de Charlie Hebdo.

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Quienes asumieron esta última postura, se apropiaron a los pocos días del eslogan creado por el grafista Joachim Roncin, Je suis Charlie, y se lanzaron a la calle en manifestaciones multitudinarias contra el acto de terror. Sin embargo, el agravio a la comunidad musulmana, incluso para aquellos que condenaron el hecho, continúa viva.

No me parece un despropósito comparar la reacción en Francia y en Colombia, pues, a pesar de que en el Cauca no hubo víctimas que lamentar, el hecho también produjo como en el país reacciones muy distintas y, algunas de ellas, claramente enfrentadas.

Según un comunicado del Consejo Indígena del Cauca (Cric), los hechos se originaron en la represión que sufrieron los comuneros que se hallaban ejerciendo un derecho legítimo de “liberación de la Madre Tierra”, la Pachamama, como la llaman las comunidades indígenas de los Andes centrales de América del Sur. Según se desprende de sus planteamientos, la acción se justifica y no importa si los terrenos de la hacienda Miraflores, perteneciente al Ingenio del Cauca, tienen títulos de propiedad legales, pues según la visión del Cric son tierras ancestrales que les fueron expropiadas a las comunidades originarias en el pasado. El líder indígena Feliciano Valencia manifestó, a su turno, que lamentaba que “esa situación se haya presentado” y pidió al gobierno cumplir los acuerdos en materia de tierras que reclaman los aborígenes. 

La reacción de la contraparte involucrada no se hizo esperar. En un comunicado, la Tercera División del Ejército informaba que los miembros de la Fuerza de Tarea Apolo habían acudido a la finca para impedir una ocupación ilegal y desa-

lojar a los invasores. Tras señalar que adelantarán una investigación sobre los hechos acaecidos, anuncian que el Ejército va a instaurar una denuncia por el delito de violencia contra un servidor público “tipificado en el accionar violento y amenazante de los civiles que se encontraban en el lugar contra miembros de la fuerza pública”.

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Finalmente, el presidente Juan Manuel Santos manifestó a través de su cuenta en Twitter que “ningún colombiano debe agredir o irrespetar a nuestros soldados que solo cumplen con el deber de proteger a los ciudadanos y sus derechos. La justicia debe operar contra los agresores”.

Estas posturas encontradas del Cric, de una parte, y del Ejército y del presidente Santos, de otra, son un pálido reflejo del debate que se ha desarrollado en las redes sociales: existen mensajes con duras condenas a la conducta de los indígenas y de pleno respaldo a la fuerza pública; censuras a los soldados acompañadas de un respaldo total a los indígenas; crítica a los indígenas e, igualmente, a la fuerza pública por su reacción; reprobación a los indígenas, pero comprensión por su reacción (debido, según argumentan, a su lucha justa por la tierra); condena a los militares, pero comprensión por su reacción como un mecanismo legítimo de defensa.

A mi modo de ver, la diversidad de reacciones que hubo en Francia en torno al ataque a Charlie Hebdo es un reflejo de la grave fractura que existe en ese país y, en general, en Europa en torno a la migración y a la diversidad cultural y religiosa. En Colombia, la extrema disparidad de respuestas frente al enfrentamiento entre los indígenas y los soldados en el Cauca evidencia, igualmente, una ausencia de consenso nacional en torno a temas claves de la vida nacional, así como el grado de polarización de la opinión pública.

Luego de ver el video, surgen muchos interrogantes: en primer lugar, ¿tienen derecho los indígenas en nombre de un supuesto “mandato para liberar la Madre Tierra” a apropiarse por la fuerza de propiedades legalmente constituidas? Así mismo, ¿tienen derecho los indígenas a ocupar bienes de otros colombianos a nombre de sus derechos ancestrales, con el argumento de que les pertenecían a los habitantes originales? ¿La distribución inequitativa de la tierra en Colombia y el fracaso de las políticas de repartición de la propiedad rural justifican la utilización de las vías de hecho? ¿El derecho a la movilización y la protesta justifican las agresiones a los miembros de las Fuerzas Armadas? ¿Los miembros del Ejército o de la Policía Nacional pueden ser agredidos impunemente? Pero las preguntas se extienden, también, al accionar de los miembros del Ejército: ¿la reacción de los soldados de disparar al piso para evitar la agresión de los indígenas fue justificada o constituyó un exceso de fuerza?

Pero regresemos al video que tanto impacto ha causado en la opinión pública. Este refleja, en primer término, que el uso de la violencia continúa siendo un recurso que muchos sectores sociales consideran legítimo para obtener beneficios, ya sea individuales, ya sea colectivos. Esta es una de las herencias de la larga e inútil guerra que el país ha vivido en las últimas décadas y, en ese sentido, la primera tarea que debemos enfrentar los colombianos en el futuro próximo es la construcción de un claro consenso nacional en torno a la erradicación total de la violencia como medio para obtener lo que se pretende, incluso cuando aquello que se busca sea moralmente justo.

Igualmente, el video es un testimonio de un acumulado de demandas insatisfechas que existen en el país. La guerra prolongada tuvo también como una de sus consecuencias más negativas la desarticulación de las organizaciones sociales y, por tanto, de la capacidad de tramitación pacífica de las demandas de la sociedad en un país lleno de inequidad y pobreza. Por ello, previendo una implosión inevitable de conflictos socioeconómicos no resueltos, las Fuerzas Militares prefieren hablar de posacuerdo y no de posconflicto. Esto significa que debemos estar preparados para canalizar de manera pacífica un inevitable clima de gran conflictividad social que viviremos en los próximos años y, sobre todo, el Estado y las elites deberán crear las condiciones para satisfacer dichas demandas para así construir una sociedad de mayor bienestar colectivo.

Y, por último, los hechos grabados en el video reflejan el contraste entre la situación de marginalidad histórica de las comunidades indígenas y la grave concentración de la tierra y la riqueza que existe en el país. A pesar de los logros de la Constitución del 91 con respecto a las minorías, las comunidades indígenas han sido víctimas de los distintos grupos armados ilegales y también de las elites regionales; son minorías sistemáticamente desplazadas, sistemáticamente silenciadas. El tercer gran consenso que va a necesitar Colombia es la integración de las minorías étnicas al desarrollo.

En pocas palabras, este video constituye un pequeño micromundo de ese país que todos queremos dejar atrás y de las ‘fallas geológicas’ en el suelo nacional que deberemos reparar en el futuro próximo.