Íngrid Betancourt es un caso excepcional: víctima, carismática, con vocación de liderazgo, y ahora serena y con el alma tranquila. | Foto: Guillermo Torres

NACIÓN

El tono de Íngrid

Esta Íngrid Betancourt -centrada, sin odios, constructiva- es diferente a la que se fue hace seis años y encuentra un país –polarizado y pugnaz- distinto al que dejó. Por eso impactó tanto.

Rodrigo Pardo, director editorial de Semana
6 de mayo de 2016

Hace mucho no se veía un personaje público con tanta presencia. Íngrid Betancourt estuvo en todas partes. Habló en radio, televisión y periódicos. Se encontró con compañeros de su secuestro. Volvió a ver a su ex fórmula presidencial, Clara Rojas. Y participó en el foro de la Fundación Buen Gobierno, invitación que fue la razón formal para su regreso a Colombia. Causó impacto: se habló mucho de ella, no solo por su omnipresencia sino por lo que planteó.

Sobre todo, por lo que dijo y por la manera en que lo hizo. Fue pausada y generosa. Víctima de un secuestro atroz, se recuerda por aquella dolorosa imagen en cautiverio –triste y demacrada- y por su espectacular rescate y su inolvidable declaración: “la operación fue perfecta”. Ahora habla a favor de la paz en un tono tranquilo y reflexivo que se ha vuelto una rareza en Colombia.

“Si me encuentro con Joaquín Gómez y él me abre los brazos, pues yo lo abrazo”, afirmó en la fundación Buen Gobierno. Algo que diría poca gente, pero que en labios de quien sufrió lo que sufrió tiene mayor trascendencia. Una invocación al perdón de parte de una víctima. Un llamamiento con convicción, credibilidad y autoridad. Una actitud que contrasta con los ánimos de revancha que de manera explicable pero inconveniente mueven a las víctimas de las múltiples violencias. “Perdonar lo hace a uno mejor persona”, declaró Íngrid. Todavía llora: derramó lágrimas en una conmovedora entrevista con Juan Roberto Vargas, director de Caracol Noticias. Pero dice que está “muy feliz”. Entre otras, “porque la verdad libera”.

Esa expresión, y la invitación al abrazo de Íngrid Betancort, marcan un contraste con las formas del debate que se está dando en la Colombia de hoy sobre los asuntos públicos, y en especial sobre la paz. ¡Hay que oir las cosas que se dicen en el Congreso y en los medios de comunicación! Los argumentos se reemplazan por insultos, la sensatez por el odio, la moderación por la vehemencia descontrolada. Se toleran las mentiras, siempre y cuando se digan en tono duro.

La controversia política se ha degradado por muchas causas, pero la principal es la confrontación entre el santismo y el uribismo, y sobre todo por las pasiones que genera el proceso de paz con las Farc. Se ha perdido la sindéresis. Por algo, un respetable grupo de intelectuales hizo una declaración esta semana solicitando un tono constructivo en el debate público y en La Habana se ha dicho que hay que desescalar el lenguaje.

Íngrid Betancourt lo ha hecho. Parecería que ha superado un proceso de dolor intenso y profundo y gracias a eso ha podido crecer y ascender para mirar la realidad con la altura de una persona con paz interior, la generosidad de quien ha perdonado, la distancia de quien se apartó de la política mezquina y la sofisticación de quien profundizó la reflexión académica.

La ex candidata presidencial planteó cosas que nadie está diciendo. En una entrevista con Yolanda Ruiz, en RCN Radio, dijo que la paz “se puede hacer sin Uribe”, porque el expresidente está en desacuerdo, y que de hecho buscar consensos “es antidemocrático” pues lo que funciona en las democracias es la generación de mayorías a través de las elecciones. Pero también tuvo palabras comprensivas y amables con el expresidente Uribe. ¿Tienen que ser enemigos quienes opinan distinto sobre la paz o sobre otros temas? Íngrid, evidentemente, piensa que no. Y sobre el complejo dilema entre verdad, justicia, reparación, hizo una afirmación lúcida: “lo justo sería decir la verdad”.

Y tuvo gestos de humildad. Reconoció que se equivocó cuanto interpuso una millonaria demanda al Estado por haber fallado en proveerle su defensa, cuando fue secuestrada. Algo que es más común de lo que se cree: lo han hecho muchos secuestrados. Pero reconoció que causó un amplio rechazo.

Íngrid Betancourt es un caso excepcional: víctima, carismática, con vocación de liderazgo, y ahora serena y con el alma tranquila. Pero la lección que deja su paso por Bogotá es que se pueden deponer los odios y se puede decir cualquier cosa de manera apropiada. El tono sí importa. 

El gobierno y las Farc deberían tomar nota y aprender. Las dos partes han hecho esfuerzos por llegar a un acuerdo. La firma final está cerca y ambos lados merecen la gratitud de los colombianos. Pero convendría introducir, en la etapa final de la negociación, en la firma, y en la implementación, un lenguaje de convergencia. Más allá de las diferencias pasadas (en la guerra), presentes (en la negociación) y futuras (en la controversia ideológica y política) la defensa del proceso es un objetivo común. A las Farc les convendría que el presidente Santos no estuviera tan desprestigiado y al gobierno le facilitaría su trabajo por la paz, que las Farc tuvieran mayor simpatía. Seguir hablando como enemigos, en vísperas de un acuerdo, solo ayuda a deteriorar la confianza frente al proceso. La cual, en la última encuesta Gallup, subió a un 66 porciento.

Habría un trabajo conjunto por hacer, que por ahora no parece viable. Pero la experiencia, el discurso y el tono de Íngrid, hacen pensar que sí es posible. El tono sí importa, y no es un simple asunto de forma.