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Íngrid Betancourt: la mujer que sacudió el tablero electoral de 2022
El sacudón que protagonizó la candidata presidencial en el centro dejó estupefactos a unos, pero a los que la conocían desde antes de su secuestro solo les quedó una impresión: sigue siendo la misma.
En la vida de Íngrid Betancourt pocas veces ha habido matices. La hoy candidata presidencial, quien ya aparece en el tercer lugar de la intención de voto para las elecciones presidenciales de 2022, se ha empeñado a fondo y sin importar las consecuencias en las causas que ha creído. La cantada de tabla que le hizo a Alejandro Gaviria en el debate de SEMANA y El Tiempo sorprendió a las nuevas generaciones, pero dejó en quienes llevan años en las lides de la política con una única sensación: sigue siendo la misma.
Betancourt causó una implosión en la Coalición de la Esperanza en apenas unos minutos. A Gaviria lo acusó de haberle apostado a las maquinarias de toda la vida, al aceptar los apoyos de Germán Varón, recién divorciado de Cambio Radical, y de Miguel Ángel Pinto, un viejo conocido del liberalismo.
Los ultimátum y sus declaraciones en video provocaron una crisis en esa colectividad que alega tener la bandera de romper con el continuismo, dejaron en un limbo jurídico a muchas de las grandes figuras de la misma –especialmente a Humberto de la Calle– y la catapultaron a ella que antes iba a jugar en el grupo como una candidata solitaria para la próxima contienda.
La verdad es que nada de lo que pasó sorprende. A Íngrid, cuya ascendencia francesa suele salir en cada coyuntura, siempre la han visto como una Juana de Arco.
Colombia conoció a la heroína en el proceso 8.000. Betancourt fue quizá la mujer más emblemática de la política en los años 90 y obtuvo gracias a ese trabajo de cruzada contra la corrupción las mayores votaciones de la historia hasta ese momento en el Congreso.
Íngrid había llegado a Colombia también producto de una ruptura profunda. La colombiana se había ido a estudiar la universidad en Science Po, el prestigioso centro académico en el corazón de París. Allí había conocido a un diplomático francés, Fabrice Delloye, del que se había enamorado. Y para finales de los 90 ese amor tenía dos retoños: Melanie y Lorenzo.
Según cuenta en su libro La rabia en el corazón, una especie de autobiografía que escribió antes de su secuestro por las FARC, el matrimonio se acabó por el enorme deseo de Íngrid de volver a Colombia, a pesar de tener la más idílica de las vidas en el extranjero. La familia había vivido en las paradisiacas islas Seychelles y en Los Ángeles, en Estados Unidos.
La muerte de Luis Carlos Galán irrumpió ese placer. Yolanda Pulecio, la mamá de Íngrid, fue una de las primeras mujeres en hacer política en Colombia. Aunque muchos la recuerdan por su clamor por la libertad de su hija, otros más tienen en mente a una de las líderes más progresistas de su generación. Después de ser reina de belleza y de fundar un hogar para los niños de las calles (aún hoy hace esa labor), fue concejal y congresista. El día que mataron al líder del Nuevo Liberalismo ella estaba en la tarima con él.
Íngrid cuenta que el colapso de su mamá a través de la línea del teléfono la hizo decidir en volver inmediatamente. Al regresar al país, su primer trabajo fue en el Ministerio de Comercio Exterior con Juan Manuel Santos. Allí conoció a Clara Rojas, quien también era asesora de ese despacho.
En 1993, Íngrid decidió lanzarse al Congreso. Era tan desconocida que la idea le pareció descabellada a todos sus allegados. Íngrid tenía 33 años y contaba con muy poco capital para emprender esa odisea. Se lanzó en contra de todo pronóstico con una de las campañas más audaces para esa carrera: repartir condones en la calle.
La tesis de Íngrid en ese momento es la misma de ahora: acabar con la corrupción. La idea la tuvo el publicista Germán Medina, quien al oír sus ideas pensó que una cara de ella con un enorme preservativo al lado podría tener un enorme impacto. Íngrid decidió llevar un paso más allá la cosa y comenzó a entregar condones en los semáforos.
El más escandalizado con la idea fue su papá, el exministro conservador Gabriel Betancourt. En su libro, Íngrid recuerda –sin embargo– que fue un hecho lo que la hizo ganar. Tras su simpática campaña, Yamid Amat la invitó a una entrevista en su noticiero de la noche. Íngrid comenzó a hablar sobre la necesidad de acabar con la corrupción. Yamid le pidió que dijera cinco nombres de los políticos que ella consideraba eran ese sida para el país. Íngrid los dijo uno a uno con nombre y apellido.
La denuncia se convirtió en una noticia nacional y desde ahí comenzó a recibir donaciones. Al final, quedó elegida por el Partido Liberal, donde militaba su mamá, para el período de 1994-1998. Paradójicamente esos cuatro años fueron el epicentro del mayor escándalo presidencial del país hasta el momento: el proceso 8.000.
Íngrid era congresista del partido del presidente Ernesto Samper, quien además era muy amigo de su madre. Antes de que se conocieran los llamados narcocasetes, Íngrid emprendió una causa en casa: hacer el código de ética del Partido Liberal. Se trató de un manifiesto extenso que contenía los principios que debía tener esa colectividad, muy al estilo de lo que se pensaba hacer en la Coalición Centro Esperanza. Y su compañero de ese trabajo era un viejo conocido de hoy: Humberto de la Calle. Samper, al final, expidió el documento en el que ambos trabajaron.
Cuando se conoció la entrada de dineros calientes a la campaña de Samper, a Íngrid el tema se le convirtió en una obsesión. En ese momento, Samper negaba esos nexos con el cartel de Cali. La frase de monseñor Rubiano –'Es imposible que no haya visto un elefante en el antejardín’– se convirtió en el lema principal contra su gobierno.
Íngrid, para la época, emprendía los más duros debates contra el gobierno y andaba con una camiseta de elefante por los pasillos del Capitolio.
En esa cruzada por tumbar a Samper del gobierno, Íngrid hizo de todo. El episodio más llamativo ocurre en Cali en una visita que ella y Carlos Alonso Lucio le hicieron a los hermanos Rodríguez Orejuela. En su libro, ella cuenta que estaban en un auditorio en la gobernación del Valle, cuando un emisario llega a decirles que los líderes del Cartel de Cali querían entregarles una información. Ellos aceptaron ir.
Después de un trayecto a oscuras y de pasar por sótanos y ascensores llegaron a un lugar donde los esperaban Miguel y Gilberto Rodríguez Orejuela, con José Santacruz. La conversación avanzó sin sobresaltos y se centró particularmente en Pablo Escobar, la Catedral y la lucha del Estado por capturarlo. En medio de ese relato histórico, Íngrid cuenta que preguntó: ¿cuánto le dieron ustedes a Samper? Los Rodríguez le entregaron ahí la información que necesitaba para sus debates.
Después de eso, Íngrid vivió otro episodio que eclipsó a la política. Ante la negativa de Samper de reconocer responsabilidad, la congresista decidió hacer una huelga de hambre. Su papá sabía que ella no cedería y la acompañó los 10 días que no recibió alimento alguno. Al final, la congresista terminó en el hospital. “Fuiste hasta el final de tus fuerzas, hasta que tu cuerpo te traicionó”, le dijo su papá cuando recobró la conciencia.
La historia de lo que vino después es bastante conocida. La Cámara de Representantes absolvió a Samper en el proceso que se le seguía por el 8.000 y la cosa quedó ahí. La mayoría es amplia: 111 votos contra 43. La Corte Constitucional luego se pronunció a favor de los congresistas que emitieron su voto por el gobierno y dijo que no se puede investigar si recibieron prebendas, pues el voto parlamentario es inviolable.
Por cuenta de todo lo que pasó en el proceso 8.000, Íngrid renunció al liberalismo y tuvo la idea de crear su propio partido, Oxígeno. Con esa campaña obtuvo la primera votación en las elecciones a Senado en 1998. Como senadora siempre dio de qué hablar y siempre fue el tatequieto de múltiples poderes, legales e ilegales.
Para la campaña de 2002, sin el apoyo de nadie, decidió lanzarse a la Presidencia. Para ese momento Íngrid ya había escrito La rabia en el corazón y había dejado de ser la política muy popular que se robaba todas las portadas de medios. El libro había caído mal en el país, pues muchos lo interpretaron como un relato pretensioso de alguien que quería mostrarse como la salvadora del país.
Para las elecciones de 2002, Íngrid intentó hacer una campaña audaz, pero a diferencia de 1994 su idea ya no pegó. Decidió repartir viagra en los semáforos. A la gente eso no le caló y el Invima advirtió que podría tener efectos graves si alguien contraindicado decidía tomárselo.
En febrero de 2002, todo el esfuerzo por firmar la paz con las FARC se vino al traste cuando ese grupo secuestró el avión y lo desvió para retener ilegalmente al senador Gechem Turbay. El gobierno de Pastrana decidió dar por terminado el proceso. En esos días de agite, Íngrid tomó una decisión que le costó demasiado: ir al Caguán. Había una razón para hacerlo: el alcalde de ese pueblo era uno de los pocos elegidos por el partido Oxígeno de Íngrid.
La historia del martirio y sufrimiento que tuvo que padecer tras siete años de cautiverio conmocionó al mundo entero y por más de una década Íngrid se convirtió en la víctima más visible del conflicto armado en Colombia. Tras su espectacular liberación en la Operación Jaque en el año 2008, Íngrid decidió apartarse del país y se radicó en Oxford en donde estudió un doctorado en teología.
En los casi 15 años de libertad, no había estado en Colombia más que en algunas visitas de días. A veces para presentar un libro, otras para hablar en la Comisión de la Verdad, la última vez en política para apoyar a Gustavo Petro.
El regreso permanente de Íngrid en 2022 provocó un sacudón electoral. Una parte del país se le vino encima después de su reclamo a Alejandro Gaviria. Otra parte considera que por fin llegó alguien que pone los puntos sobre las íes a los mismos de siempre. ¿Habrá Íngrid para rato?