SALUD
Las dos caras de la soledad
A veces estar solo es necesario para el bienestar mental y la creatividad, pero en otras ocasiones, no es sano y con frecuencia estos solitarios requieren de ayuda de un profesional de la salud mental. El psiquiatra José A. Posada Villa, explica las diferencias entre estos dos estados.
Hay un tipo de soledad que mata. Esa es la conclusión de un estudio reciente de la Universidad Brigham Young, que además advierte que podría ser el próximo gran problema de salud pública global, junto con la obesidad y el abuso de sustancias psicoactivas.
Las cifras son contundentes: el sentimiento subjetivo de soledad aumenta el riesgo de muerte en un 26 por ciento. El aislamiento social y el hecho de vivir solos son aún más devastadores para la salud de una persona que sentirse solo, aumentando el riesgo de mortalidad en un 29 y 32 por ciento respectivamente.
La soledad es un sentimiento humano común, sin embargo, es una experiencia compleja y única para cada individuo. No tiene una sola causa. Es distinto lo que siente un niño que trata de hacer amigos en el barrio, que la persona que se ha quedado viuda o huérfana.
En general, hay tres tipos de soledad: Una que depende fundamentalmente de factores ambientales como la falta de contactos sociales, el desplazamiento geográfico, los conflictos personales, los accidentes, los desastres, etcétera. Otra es aquella que en algún momento se siente el deseo de intimidad o necesidad de relacionarse con los demás. Esta necesidad es esencial para el desarrollo humano.
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La tercera es la soledad que se origina en aspectos de la personalidad o por ansiedad, baja autoestima, sentimientos de culpa o de inutilidad y dificultades para enfrentar situaciones difíciles.
Los estudios científicos que muestran que la soledad puede afectar negativamente el sistema inmune y el sistema cardiovascular y que es más peligrosa que el consumo de cigarrillo o la obesidad. Sentirse aislado de los demás puede afectar el sueño, aumentar la presión arterial, disminuir las defensas, aumentar la depresión e incrementar la hormona del estrés (cortisol). La soledad también puede precipitar ideas suicidas o enfermedad de Alzheimer.
Por otra parte, se ha descubierto que los cerebros de las personas solitarias difieren de los de las personas no solitarias. De hecho, las personas solitarias permanecen más alertas a las amenazas y al posible peligro de extraños, porque sus cerebros se vuelven más activos en situaciones sociales.
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Cuando se sienten socialmente aislados, el sistema nervioso cambia automáticamente al "modo de autoconservación", lo que los vuelve más agresivos y defensivos, incluso si en realidad no existe ninguna amenaza. Parece ser que los cerebros de las personas solitarias están condicionados a sintonizar amenazas sociales más rápido de lo que se considera "normal". También se ha descubierto que las personas solitarias están inconscientemente buscando más los aspectos negativos de la vida.
Las personas solitarias a menudo comparten ciertas características como antecedentes de pérdidas o traumas y una infancia difícil. La soledad es a menudo un sentimiento que da lugar a emociones de ira, tristeza, depresión, inutilidad, resentimiento, vacío, vulnerabilidad y pesimismo. Generalmente temen el rechazo y se mantienen a distancia, lo que alimenta la soledad.
Pero existe otra cara de la moneda. Todo el mundo tiene momentos de soledad por razones situacionales o porque han elegido estar solos. Estar solo puede experimentarse como positivo, placentero y emocionalmente agradable si está bajo el control de la persona. Pasar un tiempo leyendo, escuchando música, observando la naturaleza, mirando los pájaros, disfrutando del silencio, con videojuegos, es bueno. Cada vez más investigaciones muestran que cuando la soledad se busca por elección, puede resultar terapéutica.
Cuando un individuo está viviendo una crisis, no siempre su origen es personal. Se trata de cómo se siente en el grupo, en la familia o en el trabajo y en esas ocasiones la soledad permite analizar lo que somos y hacemos, además de reflexionar sobre cómo superar las dificultades del entorno social. En otras palabras, cuando las personas se alejan del contexto social, están en mejores condiciones de ver cómo las afecta ese contexto y observar las cosas en perspectiva.
La soledad es productiva si es voluntaria, si la persona puede regular las emociones efectivamente, si puede unirse a un grupo social cuando lo desee y si puede mantener relaciones positivas fuera de él. Cuando tales condiciones no se cumplen, la soledad puede ser perjudicial. La diferencia entre la soledad como algo sano y la soledad como sufrimiento es la calidad del descanso y reflexión que se pueden generar mientras se está en ella y la capacidad de volver a los grupos sociales cuando se quiera.
Sin embargo, el estudio de la soledad como un factor positivo de crecimiento es reciente. Es difícil hablar en términos científicos precisos al respecto: no sabemos cuál es la cantidad ideal, por ejemplo, o incluso si hay una. Lo más probable es que esas medidas sean diferentes para cada persona.
Desde el campo de la salud mental, se han identificado cuatro estrategias de intervención para personas en este tipo de situaciones: la primera es mejorar las habilidades sociales (conjunto de comportamientos que permiten interactuar y relacionarnos con los demás de manera efectiva y satisfactoria), la segunda, mejorar el apoyo social (que la persona sienta que es parte de un grupo que está ahí para brindar ayuda, información, afecto o cubrir otras necesidades), la tercera es aumentar las oportunidades para el contacto social y la última, más desde el punto de vista terapéutico, dar apoyo para que se tenga mayor conciencia de cómo los seres humanos perciben las emociones propias y de los otros, poder entender lo que piensan los demás en determinadas situaciones, evaluar adecuadamente las interacciones personales y sobre todo cómo realizar acciones sociales adecuadas en la vida diaria.
Vale la pena resaltar que algunas experiencias humanas muy profundas tienen poco que ver de manera directa con las relaciones con los demás. Por eso la utilidad ya probada de la meditación y la espiritualidad.