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La reina Isabel II: sus más grandes secretos, infidelidades, crisis y escándalos que enfrentó
El mundo despide toda una era con la muerte de la mujer que terminó siendo la salvación de la monarquía británica, un símbolo de estabilidad y una imponente figura que resume un siglo de historia. Su partida deja una estela de desconcierto. Informe especial. Por Arnoldo Mutis
Las alarmas se encendieron el 6 de septiembre cuando la foto de la reina en el nombramiento de Liz Truss como primera ministra, en la residencia de Balmoral, en Escocia, dejó al descubierto un gran moretón en una de sus manos. Ello y la fragilidad que se hacía evidente sembraron en muchos un mal presentimiento que se haría realidad. Por supuesto, corrieron las especulaciones, como que se le habría puesto una cánula para efectos de una operación.
Dos días más tarde, los periodistas y observadores quedaron estupefactos ante un inusual comunicado de la corte, que decía: “Luego de una evaluación adicional esta mañana, los médicos de la reina están preocupados por la salud de su majestad y recomendaron que permaneciera bajo supervisión médica”.
Se trataba de un movimiento absolutamente contrario al estricto código de discreción que rige a la casa real. La “preocupación” de los doctores, de inmediato, fue entendida como una sutileza, otro rasgo del lenguaje de la monarquía británica para decir que el estado de Isabel II era grave, como lo expresó Nigel Cawthorne, biógrafo de la realeza.
La BBC, estatal de televisión y, por ende, el canal oficial de la Corona, suspendió su programación habitual y empezó a registrar que los miembros de la familia real, como el ahora rey Carlos III y su esposa, Camilla, los príncipes Andrés, Ana, Eduardo, William y Harry, empezaban a dirigirse a Balmoral, otro gesto opuesto a las costumbres, que agudizó el sentimiento sombrío.
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Sin duda, los movimientos de Harry, duque de Sussex, fueron un capítulo aparte, dado que unos días antes él había estado en Inglaterra junto con su esposa, Meghan, pero no fue a ver a su abuela en Escocia, ignorante de lo que sucedería. Como se recuerda, la pareja desencadenó la última crisis familiar de las tantas que debió afrontar la reina.
De inmediato, tanto los dirigentes locales, empezando por la primera ministra, como los del resto del mundo comenzaron a expresar que sus pensamientos y oraciones estaban con la reina, cuyos 70 años en el trono, que se celebraron el 2 de junio pasado con bombos y platillos, configuran el reinado más largo en la historia del trono británico.
Ante esta seguidilla de hechos inusuales, los súbditos, quienes veían en Isabel II a la madre de la nación y una garantía de estabilidad, empezaron una romería a las puertas del Palacio de Buckingham, su residencia oficial en Londres, cada vez más nutrida.
Al caer la tarde, la conmoción se regó como pólvora por el planeta cuando la casa real anunció que su majestad había muerto “apaciblemente” y rodeada de su familia. Al dar la noticia, la BBC transmitió una imagen de ella en full regalía, es decir, con las joyas de la Corona y demás insignias como monarca, mientras sonaban las emocionantes notas del himno nacional, God Save the Queen, adoptado en 1745 y cuyo augurio parece haberse cumplido en Isabel II: ¡Dios salve a nuestra gloriosa reina, / larga vida a nuestra noble reina, / Dios salve a la reina; / que la haga victoriosa, / feliz y gloriosa, / que tenga un largo reinado sobre nosotros: / Dios salve a la reina!
Si algo caracterizó a Isabel II en sus 96 años de vida fue su salud de hierro. Se decía que tres eran las claves para su resistencia en las agotadoras jornadas propias de su rol: dormía bien, tenía buenas piernas y contaba con el apoyo incondicional de su esposo, el príncipe Felipe, fallecido hace un año.
A partir de tan sensible pérdida, que le dejó un gran vacío, como ella misma manifestó, su salud empezó a ceder. Procuró retornar a la normalidad tras el duelo, pero en octubre usó un bastón durante una sesión en la Abadía de Westminster, lo que nunca había hecho en una ceremonia importante. Luego, sus médicos le prescribieron descansar y cancelar su visita a Irlanda del Norte tras cumplir una ajetreada agenda.
Por esos mismos días, pasó una noche hospitalizada en secreto, pues los médicos querían hacer “investigaciones preliminares”, pero al día siguiente trabajaba en su despacho en el Castillo de Windsor. Isabel II no había sido internada desde 2013, cuando estuvo en el hospital Edward VII por síntomas de gastroenteritis. Su anterior paso por un centro médico había sido diez años antes para una operación de rodilla.
Hacía tiempo sufría de la espalda y fueron justo los problemas de movilidad los que empezaron a alejarla de sus actividades desde el año pasado. Ella, a quien le disgustaba no cumplir su agenda a pie juntillas, no debía sentirse tan bien como para ausentarse de actos tan importantes como el Remembrance Sunday (Domingo de la Remembranza). El resto de 2021 y en enero de este año solo cumplió tareas leves, como audiencias presenciales y virtuales.
En febrero volvió a aparecer en aquella publicitada recepción en que le respondió a un invitado que le preguntó por su salud: “Bueno, como puede ver, casi no me puedo mover”. La revelación no fue una casualidad y lo más probable es que la reina haya querido romper con su discreción para descubrir ella misma sus problemas. Ese mismo mes la inquietud por su estado aumentó porque contrajo covid-19 y al recuperarse contó que el virus la había dejado cansada.
Desde ese momento, sus faltas en los actos más importantes de su agenda anual, como el servicio en el Día de la Commonwealth o la apertura del Parlamento, aumentaron el nerviosismo e hicieron mirar a los súbditos la dura realidad: el declive de la reina se hacía cada vez más notorio. A finales de mayo, el Palacio de Buckingham anunció que ya casi no asistiría a eventos públicos y que en caso de hacerlo se anunciaría el mismo día de la programación.
Sus comparecencias por sorpresa, entonces, causaron sensación, en especial en los festejos centrales de su Jubileo de Platino, a comienzos de junio, en los cuales protagonizó un divertido clip junto con el oso Paddington antes de aparecer, por última vez, en el balcón del Palacio de Buckingham ante una multitud exultante. Tres meses después, el país y el mundo lloran su partida por causas que palacio mantiene en reserva.
¿Cómo fueron los últimos días de la reina?
Siguiendo una vieja tradición, Isabel se retiró a la residencia estival de Balmoral a pasar el verano, donde la sorprendió la muerte. Sus días finales, cuentan testigos, estuvieron llenos de alegría. El reverendo Iain Greenshields, de los últimos en verla, le contó a The Times: “Ella era la vida y alma de las cosas. Me habló muy personalmente sobre su infancia aquí (en Balmoral), de sus caballos, me dijo los nombres de los que había tenido en los últimos años, recordó también nombres de lugares y de personas. Era un ser completamente sobresaliente”. El sacerdote también comentó que hablaron de la guerra en Ucrania y otros temas de actualidad.
Desde que llegó a Balmoral, el 21 de julio, la monarca era visitada a menudo por sus hijos mayores, Carlos y Ana. Alister Jack, parlamentario conservador, asistió a una reunión por video del Consejo Privado y le dijo al diario londinense que ella mostró su acostumbrada agudeza mental. El expremier Tony Blair almorzó con ella hace pocas semanas y expresó lo mismo. “Estuvo cálida, graciosa, de buen humor y enérgica”, recordó.
Sus momentos más oscuros
En enero de 1952, el rey Jorge VI despidió a la princesa Isabel II y a Felipe, rumbo a una gira por Australia. Sería la última vez que verían al monarca, pues a los pocos días, durante la escala en Kenia, les llegó la noticia de su sorpresivo fallecimiento.
Una anécdota: el código para anunciar su muerte, Hyde Park Corner, no funcionó y la nueva reina, internada en la selva africana, fue la última en saber que su destino cambiaba radicalmente. “¿Bajo qué nombre desea reinar?”, le preguntó un asistente. Y contestó: “Con el mío, ¿con cuál otro?”.
El regreso a Londres fue un drama, con trasbordos aéreos y tormenta de por medio. Así comenzó el reinado más extenso del milenario trono de las islas, en siete décadas de cambios como pocos periodos de la historia.
Isabel II marcó un hito al celebrar tres jubileos, en 1977, 2002 y 2022, cuyas multitudes dispuestas a rendirle tributo mostraron cuán hondo caló, con su astucia, adaptación a lo nuevo y capacidad para leer el mood de la nación. Presentaba un as de cualidades que hoy parecen pasadas de moda, como constancia, compromiso con el deber y espíritu de servicio. Así, puso a salvo la monarquía, cuando se llegó a pronosticar que sería “reina absoluta de la nada”.
Fue exitosa en garantizar que la Corona fuera garante de la protección del Estado y del sentido de continuidad y estabilidad. También es cierto que esas virtudes fueron desafiadas por una serie de tormentas, originadas casi siempre por su familia, que también definen su era.
Para unos, la reina buscó salidas a fin de complacer a su hermana; otros consideran que sabía que aquella unión sería un desastre. En todo caso, el Parlamento no autorizó el enlace y la novia desistió. El siguiente instante perturbador fue la humillación que sufrió el Reino Unido durante la crisis del Suez, en 1956, que puso en tela de juicio la utilidad de la reina.
Era una diplomática astuta. Este baile con el presidente de Ghana, Kwame Nkrumah, formó parte de su estrategia para evitar que el comunismo siguiera avanzando en el país. - Foto: getty images
En 1957, lord Altrincham publicó un incendiario artículo que enfureció a Isabel II, pues decía que su voz era como un dolor de cuello, que parecía una niña de colegio o que sus discursos parecían sermones puritanos. La crítica apuntaba a que a la monarquía le faltaba sintonía con el país y la reina terminó por hacerle caso. El príncipe Felipe, su gran apoyo en 74 años de matrimonio, fue el más entusiasta en emprender esa modernización, que, entre otras cosas, llevaron a que la reina interactuara más con la gente del común.
En 1979, el grupo terrorista IRA mató en un atentado con explosivos a lord Mountbatten, el tío Dickie, mentor de Felipe y Carlos. Fue otro eslabón en la turbulenta relación entre el reino y la República de Irlanda. Empero, en 2011, Isabel visitó ese país por primera vez, gesto que significó la normalización de las relaciones entre los dos países. Fue uno de sus triunfos diplomáticos, pero ninguno como el del empuje que le dio a la Commonwealth, grupo de 54 excolonias británicas, que ahora conforman la asociación de naciones más influyentes del planeta.
Con los 14 primeros ministros que trabajó (a Liz Truss, la número 15, solo alcanzó a nombrarla), Isabel II cumplió su función de asesora, pero el contacto personal a veces hizo estragos. Winston Churchill, el primero, parece que se enamoró de la joven reina. A Harold Wilson lo invitó en ocasiones a unos tragos en palacio. Y con Margaret Thatcher, primera mujer en el cargo, tuvo fuertes diferencias por el apartheid en Sudáfrica.
Otro miembro que volvió a la familia real un hazmerreír fue su hijo Andrés, duque de York, llamado a juicio en Estados Unidos porque Virginia Roberts lo acusó de tener sexo con ella cuando niña, a instancias del pedófilo Jeffrey Epstein. Isabel II se vio obligada a retirar de sus funciones al que se dice que era su hijo favorito. Pero otras actitudes dieron a entender que creía en su inocencia.
La última oportunidad que tuvo para mostrar su temple y generosidad de matrona fue con la crisis que causaron su nieto Harry y su esposa, Meghan, por su agrio retiro de la casa real. Hasta sus días postreros, su actitud fue la de tender puentes, como invitarlos a Balmoral. Ellos no aceptaron y se perdieron la oportunidad de estar con ella antes de morir. Ahora está por verse si su partida hará que cambien su hostilidad hacia los Windsor.