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Iván Duque, cada vez más cerca de la Casa de Nariño

El ex senador demostró que además de contar con la fuerza de Uribe, hizo méritos propios para pasar a segunda vuelta. Paradójicamente, sus supuestas debilidades acabaron convertidas en sus fortalezas. El ex presidente sí quita voto, pero pone más.

27 de mayo de 2018
Cuando le dicen que está muy pollo, él contesta que en otros países del mundo han asumido la Presidencia líderes jóvenes: Emmanuel Macron llegó al Elíseo en Francia a los 39 años; Matteo Renzi, en Italia, también tenía esa edad; Tony Blair llegó con 43 y Justin Trudeau de Canadá, con 45.

Con su alta votación en primera vuelta, Iván Duque confirmó todo lo que las encuestas pronosticaban. Álvaro Uribe necesitaba un alfil fresco, fiable y renovador para ganar las elecciones de 2018. Nadie llenaba más esos requisitos que Iván Duque. Se sabía que quien tuviera la famosa camiseta de ‘el que diga Uribe’ pasaría a la segunda vuelta. Pero no solo la bendición del jefe ungió a Duque. El joven candidato hizo lo suyo.


Foto: Daniel Reina/SEMANA

En 2014 el expresidente lo invitó a formar parte de la lista del Centro Democrático al Congreso. De ese modo, Duque, totalmente desconocido en la clase política después de pasar 15 años en Estados Unidos, aterrizó en Colombia con una gran vitrina que aprovechó mejor que nadie. El joven político, graduado de derecho de la Universidad Sergio Arboleda y estudioso de los temas económicos, ocupó una curul a la diestra del expresidente y senador en el Capitolio. Pero sus méritos van más allá de salir en fotos al lado de Uribe.

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Duque –al amparo de la bancada– logró proyectar una agenda propia en torno a asuntos económicos, la innovación y la cultura con perspectiva empresarial. Le ayudaron la disciplina y la capacidad de estudiar los temas y su facilidad de verbo. Todo ello le permitió tomar vuelo y descollar entre los principales áulicos de Uribe. Durante los cuatro años en el Congreso, Duque forjó la imagen de un uribista distinto si se admite la contradicción. Tuvo un discurso estructurado y tranquilo, respaldado por la imagen de parlamentario juicioso y dedicado que le reconocieron sus colegas en varias ocasiones.



Paradójicamente, las dos debilidades atribuidas a Iván Duque acabaron convertidas en sus dos fortalezas: ser el candidato de Uribe y su inexperiencia. Uribe quita muchos votos, pero pone más. Y su falta de trayectoria le evitó tener rabo de paja y, por el contrario, le dio una imagen de candidato novedoso y no contaminado. Cuando le dicen que está muy pollo, él contesta que en otros países del mundo han asumido la Presidencia líderes jóvenes: Emmanuel Macron llegó al Elíseo en Francia a los 39 años; Matteo Renzi, en Italia, también tenía esa edad; Tony Blair llegó con 43 y Justin Trudeau de Canadá, con 45.

También buena parte de los 7,6 millones de votos de Duque se deben a que tuvo a Gustavo Petro como contraparte. El ascenso de este, con el fantasma del castrochavismo, hizo también crecer a Duque. Petro empezó a subir en las encuestas y las imágenes de sus enormes manifestaciones en la plaza pública produjeron pánico en el establecimiento y fortalecieron a Duque. El país se dividió en dos extremos y quedaron borrados los candidatos que representaban opciones de centro. El temor de convertirse en otra Venezuela hizo que muchas personas decidieran votar de una vez con Duque para atajar al exalcalde.

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En el camino tuvo también que competir con la eventual aspiración de Óscar Iván Zuluaga y Luis Alfredo Ramos, dos pesos pesados capaces de sumar maquinaria y opinión. Los dos tuvieron que retirarse por enredos judiciales. Hasta ahí Duque tuvo suerte, pero a partir de entonces alcanzó méritos propios. Derrotó en el sistema de encuestas sucesivas del Centro Democrático a todos sus rivales: Carlos Holmes Trujillo, Paloma Valencia, Rafael Nieto y María del Rosario Guerra. En diciembre de 2017 ganó Duque y se convirtió en ‘el que dijo Uribe’.

Curiosamente, eso no lo hizo despegar en las encuestas. Pasó solo del 9,3 por ciento de intención de voto en Navidad al 10,7 por ciento en enero. Pero dos meses después el candidato tuvo un ascenso vertiginoso, nunca antes visto, al llegar en marzo al 45,9 por ciento de intención de voto. Esa cifra resultó de una decisión estratégica, que costó trabajo articular, pero que terminó por consolidar la unión de la derecha: participar con Marta Lucía Ramírez y Alejandro Ordóñez en una consulta interpartidista.



Inicialmente, Ramírez, la candidata de Andrés Pastrana, no quiso participar en una interpartidista. La razón es que hasta enero a ella le iba mejor que a Duque en las encuestas. De hecho, en algunas aparecía ganándole a la mayoría de candidatos en segunda vuelta. Pero Uribe y Pastrana acordaron una fórmula sabia en el propósito de lograr la unidad: el que ganara la consulta de marzo sería el candidato y el segundo, su fórmula vicepresidencial. El 11 de marzo llegó el gran día para Iván: se impuso sobre Marta Lucía y Ordóñez con más de 4 millones de votos, pero, sobre todo, terminó por representar una derecha unida, a la que, poco a poco, se han ido sumando sectores evangélicos como Colombia Justa Libres, el Mira y Viviane Morales. Después de ese día, se convirtió en el candidato del No.


Foto: León Darío Peláez/SEMANA

Duque, como antiguo liberal y representante de una nueva generación, debe tener una visión progresista de la vida. Sin embargo, ha tenido que hacer concesiones a las fuerzas de derecha que lo respaldan. Tal vez por eso tuvo que oponerse al matrimonio entre parejas del mismo sexo y a la adopción de parejas LGTBI. Cualquier desviación de esa línea le habría creado un conflicto con el exprocurador Alejandro Ordóñez y los evangélicos. También en materia de drogas tuvo la tesis más dura de todos los candidatos. Aseguró que prohibiría la dosis personal, un tema que la Corte Constitucional avaló desde 1997.

Más importante que lo anterior ha sido su posición frente al proceso de paz. Como candidato de la coalición del No ha tenido que prometer “reformas estructurales”, particularmente, en cuanto a las penas y a la participación en política de los excomandantes guerrilleros. Eso no va a ser fácil, pues esos dos puntos son las columnas vertebrales del proceso. En la práctica, para satisfacer a su base, podría tener gestos simbólicos como extraditar a Jesús Santrich y hacerle unos ajustes a la JEP, pero no mucho más.

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Como era de esperarse, la principal crítica en su contra dice que será un instrumento para que Álvaro Uribe gobierne por interpuesta persona. Duque, por su parte, se ha esforzado por afirmar que nadie distinto a él mandará en Palacio, aunque sin siquiera sugerir un distanciamiento de su mentor. Para conjurar la crítica de que sería un títere, dijo: “Yo voy a ser el presidente y voy a tomar las decisiones”, y agregó: “Pero uno debe tener la humildad para escuchar a las personas que han gobernado bien”.

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El triunfo de este domingo no se puede atribuir exclusivamente a factores externos como el respaldo de Uribe o el miedo a Petro. Eso le dio una plataforma de lanzamiento a Duque, pero no era seguro que pudiera estar a la altura del reto. Y sin duda lo estuvo. Iván Duque fue un muy buen candidato. No solo derrotó a cuatro rivales de su propio partido, sino a Marta Lucía Ramírez y a Alejandro Ordóñez después. Lo foguearon todos los días en todos los escenarios y no cometió errores. Se defendió bien y en muchas ocasiones se lució. Fue elocuente y mostró un conocimiento de los temas que no correspondía con su corta hoja de vida. Fue la cara amable del uribismo. Habrá que ver si esa amabilidad se traduce en independencia frente a Uribe.