POLÍTICA
Iván Duque: ¿jugado por la paz?
La visita que el presidente hizo al espacio de reincorporación de los exguerrilleros de las Farc en La Guajira pasó relativamente inadvertida. Sin embargo, puede resultar uno de los puntos de quiebre más importantes de su gobierno.
Iván Duque como candidato a la presidencia resumía su posición frente al acuerdo de paz con la frase: “Ni risas, ni trizas”. Esa era una forma de tratar de quedar bien con las dos partes, lo cual en términos electorales era muy importante. Sin embargo, el Centro Democrático, su partido, se inclinaba más por las trizas, y para llevar las banderas de Uribe, Duque tuvo que ajustarse a ese discurso. Por eso, a pesar de decir que no acabaría con el proceso de paz, proponía modificaciones que producirían ese efecto. El legado del No definitivamente le sirvió para ganar las elecciones, pero después del 7 de agosto aterrizó en la realidad.
Y esta indica que el acuerdo de paz era menos modificable de lo que decía el uribismo y muchas de esas propuestas no eran viables. Para comenzar, por cuenta de los errores de la implementación y el caso Santrich el acuerdo se estaba desintegrando por sí solo. Las disidencias estaban creciendo y los comandantes no veían ninguna seguridad jurídica hacia adelante.
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A pesar de este limbo, la comunidad internacional en bloque seguía jugada por el acuerdo. Palabras más, palabras menos, todos los interlocutores de peso le dejaron saber al nuevo presidente que la implementación de lo pactado era un requisito para que sus respectivos países tuvieran una buena relación con Colombia. Eso lo sintió el canciller, Carlos Holmes Trujillo, en sus viajes a Bruselas para presentarse ante la Unión Europea y a Nueva York ante el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Uno a uno los jefes de Estado, cancilleres o representantes de esos organismos, con quienes tuvo contacto, le dejaron claro ese mensaje.
En la zona de reincorporación de Pondores (La Guajira) Iván Duque se respondió todas las inquietudes que tenían los excombatientes.
Y lo mismo le sucedió al presidente. A pesar de que en la foto apareció con Donald Trump, ha tenido la oportunidad de calibrar, no solo en las Naciones Unidas, sino en varios escenarios, el ambiente que tiene el acuerdo ante la comunidad internacional. La persona que más ha servido para transmitirle ese mensaje es el enviado especial de la Unión Europea, Eamon Gilmore. Este exministro de Relaciones Exteriores irlandés vivió de cerca el proceso de Irlanda del Norte y se ha convertido en uno de los primeros abanderados del proceso de paz colombiano en el mundo.
Iván Duque decidió tomar el toro por los cuernos y, en un acto que puede significar un punto de inflexión en su gobierno, fue personalmente a Pondores en La Guajira para hablar con excombatientes de las Farc en proceso de reincorporación
Gilmore, un hombre sin agenda, combina una personalidad cálida y discreta con una enorme experiencia y cero ingenuidad política. Él ha tenido muy buena química con el presidente Duque y ha sabido transmitirle los riesgos de dejar el acuerdo de paz a la deriva.
Eamon Gilmore en la rueda de prensa junto al presidente Iván Duque. Foto: SIG
La combinación de la incertidumbre del futuro del acuerdo y de la presión internacional hizo que el presidente enfrentara una nueva realidad: a pesar de que tuvo su base política en el sector del No en el plebiscito, ahora su lugar en la historia dependerá de si puede salvar el acuerdo. Ya el problema no es si Santos manejó bien o mal ese proceso, sino la posibilidad de que bajo su mandato se reinicie un nuevo ciclo de violencia.
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Hasta ahora, Duque se había limitado a no insistir en algunos planteamientos electorales que habían dado la impresión de que iba a modificar la JEP para beneficiar a los militares, meter a la cárcel a los cabecillas y no permitirles a los condenados participar en política. En la práctica hay un intento de modificar la JEP al crear una sala independiente para juzgar a los miembros de las Fuerzas Armadas. Esa iniciativa provino de la senadora Paloma Valencia, pero no del gobierno. Los expertos han dicho que eso le crea una enorme inseguridad jurídica a los militares, muchos de los cuales comparten esa apreciación. De hecho, esta semana el general (r) Mario Montoya se presentó ante el tribunal de justicia transicional.
Sí va a ser una realidad, en cambio, el acto legislativo que elimina la conexidad del narcotráfico con el delito político. Esa modificación, que ya había resuelto la Corte Suprema de Justicia cuando creó jurisprudencia en cuanto a los paramilitares, solo tiene efecto en el acuerdo hacia delante. Es decir, sería un palo en la rueda, pero en la negociación con el ELN.
Por todo lo anterior, Iván Duque decidió tomar el toro por los cuernos no como candidato, sino como jefe de Estado. En lo que puede significar un punto de inflexión en su gobierno, decidió ir personalmente a Pondores en La Guajira y ponerle el pecho y la cara por primera vez a las Farc en su proceso de reincorporación. Esa visita tuvo un impacto enorme entre los excombatientes que tenían incertidumbre sobre su futuro. Parte de esos temores obedecen a que cuando el presidente hacía declaraciones sobre el proceso de paz, siempre puntualizaba que le iba a cumplir a la base, lo que daba a entender que no tenían esa misma garantía los cabecillas.
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La visita de la semana pasada aclaró esa ambigüedad. El presidente aceptó contestarles las preguntas a los excombatientes y no solo los tranquilizó con su compromiso de cumplir el acuerdo, sino que les hizo ofrecimientos que han creado expectativas en los reincorporados. Entre sus interlocutores estaba Joaquín Gómez, uno de los líderes históricos más duros de las Farc, quien a pesar de sus profundas reservas sobre la implementación del acuerdo se ha mantenido en él. El encuentro persona a persona entre el presidente de la república y los miembros de la dirigencia de la Farc abrió la puerta para una nueva percepción de cada una de las partes sobre la otra, lo cual le ha dado un nuevo aliento a un proceso que para muchos iba en caída libre.
Este paso, sin embargo, tiene un valor simbólico porque todo está por hacer. Santos logró firmar el acuerdo, pero no pudo implementarlo. Ahora queda en manos de Duque esa responsabilidad. No va a ser fácil, pues tendrá que caminar por la cuerda floja entre la necesidad de implementar el acuerdo y la imposibilidad de darle gusto al ala radical de su partido. Habrá que ver si lo logra y pasa a la historia como el presidente que materializó la paz en Colombia o el que dio pie a un nuevo capítulo de sangre y muerte.