POLÍTICA
Un presidente equilibrista: ¿estrategia o descuido?
Lo que algunos interpretan como falta de consensos entre los miembros del gobierno y este y el Centro Democrático , por otros es visto como un ejercicio de equilibrismo.
Este domingo Iván Duque cumple dos meses en la presidencia y muchos aún no lo han podido descifrar. El nuevo mandatario habló durante la campaña de terminar con la polarización y, desde el 7 de agosto, ha enviado señales a las dos orillas –la uribista y la que acompañó al expresidente Juan Manuel Santos en los últimos ocho años– de que no tiene enemigos en ninguna de las dos. Ni siquiera atendió el consejo de algunos asesores para hacer un corte de cuentas con el pasado, para cumplir su anuncio de no utilizar espejo retrovisor. Pero es claro, también, que no quiere repetir la experiencia de su antecesor, a quien eligió el uribismo y después tuvo un duro enfrentamiento con ese sector, que terminó en una oposición feroz.
El juego político de Duque ha sido bienvenido para ponerle fin a la pugnacidad política. Pero no es fácil de sostener. El presidente ha tenido desacuerdos con su propio partido hasta el punto de que la vicepresidenta, Marta Lucía Ramírez, llegó a afirmar que “una cosa es el gobierno y otra cosa es el partido” y ha lanzado mensajes que las fuerzas externas han recibido bien.
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Dentro del gobierno han sonado voces disonantes frente a temas claves. Es normal que entre los ministros haya desacuerdos –porque cada cartera tiene su propia visión institucional– y para dirimirlos están los consejos de ministros. En el caso de Duque, además de esas reuniones, que pueden extenderse durante más de cinco horas, el mandatario prefiere encuentros particulares con los funcionarios que tienen que ver con un asunto concreto.
Pero desacuerdos ha habido y varios han salido a flote. La ministra de Minas María Fernanda Suárez, expresó que quiere “convencer al presidente Duque de que es posible hacer ‘fracking’ responsable”, a pesar de que él había prometido que no lo consideraría. Alberto Carrasquilla anunció que en la reforma tributaria impulsaría el aumento del IVA para los productos de la canasta familiar, cuando, como candidato, Duque insistió en que no estaba de acuerdo con esa posibilidad. Contra las tesis presidenciales del diálogo social, el ministro de Defensa, Guillermo Botero, descalificó la protesta social al decir que muchas veces la financian dineros ilegales. Y por si fuera poco, recién nombrado el embajador Francisco Santos insinuó que Colombia no debería descartar una acción militar en Venezuela, mientras que el mandatario insistía en descartar cualquier opción bélica.
¿Mantendrá el presidente el complejo equilibrio? ¿Logrará acabar con la polarización?
Duque también ha tenido desencuentros con su bancada. Además de los generados por la consulta anticorrupción, ha habido otros episodios. Álvaro Uribe, como jefe del Centro Democrático, aseguró que no respaldaría un aumento en el IVA a la canasta familiar como el que propuso Carrasquilla. Así mismo, radicó un proyecto para aumentar el salario mínimo –de forma extraordinaria y por una vez– sin consultar con el gobierno. Y acompañó a la senadora Paloma Valencia a radicar un proyecto de reforma a la justicia, mientras el Ejecutivo hacía lo mismo con su propio texto. La semana pasada, el expresidente criticó el presupuesto que entregó el gobierno para solucionar la crisis cafetera: “Asesores inducen a error al gobierno”, dijo.
En el Congreso aseguran que las diferencias entre Duque y el partido de gobierno se deben a que los parlamentarios de la línea dura del uribismo sienten que deben hacerles contrapeso a los mensajes moderados del presidente. También a que Álvaro Uribe sigue siendo el jefe natural del Centro Democrático y a que habrían querido una comunicación más fluida entre el Ejecutivo y su bancada.
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De esto último se quejan varios senadores y representantes del Centro Democrático, que sienten que por tener presidente copartidario deberían conocer de antemano la agenda del gobierno y participar en ella. Pero otros partidos también sienten ese malestar, pues están acostumbrados a una relación más directa con el gobierno y, en el fondo, conservan esperanzas de que el diálogo Congreso-gobierno sea efectivo. Estas dificultades para darles contenido a temas de un ‘pacto nacional’ quedaron la semana pasada en evidencia con la reforma política en la Comisión Primera del Senado: aprobaron el proyecto de la iniciativa parlamentaria, mientras que la del gobierno naufragó.
El presidente también ha buscado equilibrios en materia de nombramientos. El gabinete tiene personas cercanas al expresidente Uribe en carteras claves como Defensa, Trabajo, Hacienda, Interior; y a la vicepresidenta Marta Lucía Ramírez, como el de Transporte. Y los combina con un grupo mayoritario de carácter técnico, formado por expertos bien recibidos en la opinión pública, pero lejanos al Congreso. Otros más –como Cultura y el viceministro de Vivienda– los nombró en contravía de las preferencias del Centro Democrático. De hecho, congresistas de este partido plantearon su descontento frente a ellos y ante la ratificación de funcionarios que venían del gobierno anterior. El director de Migración, Christian Krüger, la consejera Karen Abudinen, el exdirector de Planeación (y hoy de Fogafín) Luis Fernando Mejía son algunos de ellos.
El presidente Duque también ha mirado hacia la otra dirección. Ha tomado decisiones que le han abierto un compás de espera fuera del uribismo y de sus aliados de la derecha.
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Por el uribismo de algunas nominaciones y el antiuribismo de otras, la Silla Vacía ha denominado las decisiones burocráticas de Duque como la política del ying y el yang. Esta se puede deber a varias causas. Una, a que Duque busca tener independencia frente a todos los partidos, incluyendo el suyo, a la hora de definir nombramientos. Otra, a que su espíritu razonable lo lleva a reconocer virtudes de algunos funcionarios, incluso del gobierno anterior. Y tercero, a que ante su interés manifiesto por disminuir la polarización, busca quedar bien con la mayoría de los sectores. Todas estas opciones pueden otorgar réditos, pero también comportan peligros y requieren grandes habilidades de equilibrista.
El presidente Duque también ha mirado hacia la otra dirección. Ha tomado decisiones que le han abierto un compás de espera fuera del uribismo y de sus aliados de la derecha. Sin abandonar su estilo uribista, sus decisiones sobre el proceso de paz han sido mucho más moderadas que sus planteamientos de campaña. Primero dejó atrás la frase de Fernando Londoño de “hacer trizas los acuerdos” y la cambió por “ni trizas ni risas”. Y a partir del 7 de agosto dio señales de que mantendrá los acuerdos, en especial los que tienen que ver con la desmovilización de las bases de la guerrilla. Hasta el momento, Duque no ha presentado proyectos para cambiar las normas que implementaron el proceso de paz. Y la ministra de Justicia, Gloria María Borrero, ha dicho que las principales modificaciones aplicarían a futuro y no hacia el pasado. La ambigüedad ha servido para mantener el compás de espera de las fuerzas políticas que apoyaron el proceso de paz.
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¿Mantendrá el presidente el complejo equilibrio? ¿Logrará acabar con la polarización? Lo cierto es que a Iván Duque el país lo conoce poco. Llegó a Colombia hace escasos cuatro años, después de vivir más de una década en Washington, justo antes de aspirar al Congreso en 2014. Pero en esa campaña tampoco hizo mucho ruido. Formó parte de la lista cerrada impulsada por el expresidente Uribe, en la que el resto de los candidatos no tuvieron que concentrarse en la plaza pública. Pero un periodo legislativo no fue suficiente para que los analistas pudieran descifrar su estilo. “Es un hombre estudioso y amable”, coinciden. Pero aún hay muchos interrogantes sobre cuáles son sus prioridades.