POSCONFLICTO
Los caminos de Iván Márquez
Desde la clandestinidad, el exjefe guerrillero funciona como un centro de gravedad para los excombatientes desencantados con la implementación de la paz, mientras el partido de la Farc enfrenta una profunda división. ¿Por dónde se romperá la cuerda?
Todo indica que viene una fractura profunda en el partido de la Farc. La carta que un grupo de excombatientes dirigió a la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP), y que se hizo pública la semana pasada, confirmó lo que unos habían vaticinado y otros muchos venían sospechando: hay una reunificación de excombatientes alrededor de Iván Márquez. Aunque es difícil calcular en cuánto va el desgrane y qué tanto efecto tendrá, basta detallar a los abajo firmantes.
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Con la misma rigidez jerárquica con la que la exguerrilla hizo públicos sus comunicados durante la guerra, aparecen los nombres de el Paisa, Aldinéver Morantes, Édison Romaña, Albeiro Córdoba, Iván Alí, Enrique Marulanda, Iván Merchán y Rusbel Marulanda, con Iván Márquez, que la encabeza. Todos representan una franja cuya reincorporación, siempre se dijo, era el mayor desafío para el país. Ellos protagonizaron los actos más atroces perpetrados durante la Violencia, tuvieron poder y conocen de fondo el oficio de la guerra.
Si Iván Márquez fue el delegado principal de La Habana. ¿Por qué las críticas de gentil Duarte a las Farc no lo incluyen?
La desconexión de estos ‘coroneles’ con el acuerdo mina la moral de los excombatientes, resquebraja los planes estratégicos de la reincorporación y debilita a la Farc por dentro. ¿La razón? Durante años fueron los hombres claves de la insurgencia. No solo a nivel militar, sino también, en su mayoría, porque ellos consiguen los recursos necesarios para operar. Con esas acciones se ganaron el remoquete de los comandantes más temidos de la organización. Vienen de la escuela del Mono Jojoy y se formaron en las entrañas del bloque Oriental que ambientó la transición de la tradicional guerra de guerrillas a una de movimientos.
Fueron cuadros claves durante la guerra, pero también lo son para el Sistema de Justicia, Verdad, Reparación y no Repetición. Aunque a la fecha no hay motivos para creer que se fueron para alimentar la disidencia o crear una propia, hay razones para temer por lo que pueda pasar con ellos. El documento que Iván Márquez y los excombatientes hicieron público, y que aparece dirigido a la JEP , tiene más tufillo de justificación que un informe detallado de los compromisos que ha venido cumpliendo.
“Pregunta la JEP qué hemos hecho por la reincorporación política, económica y social de los guerrilleros y por la implementación. Nuestra respuesta es TODO; todo lo que ha estado al alcance de nuestras manos”, arrancaba la misiva. A pesar de que muchos sectores de la sociedad los ven todavía como criminales irredentos, ellos se consideran líderes con capacidad de aportarle al país propuestas para atacar las problemáticas regionales. Y reclaman oportunidades para demostrarlo.
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Esa sensación dejó el documento atiborrado de tecnicismos ambientales en el que se refieren a la larga lista de propuestas que hicieron para formalizar la tierra, mitigar el impacto de la minería y hacer sostenible la reincorporación. Ninguna de estas propuestas, según dicen, tuvo eco. Sin embargo, le faltaron varias piezas al memorial de agravios con el que el grupo de excombatientes –en teoría– ratificó su compromiso con el acuerdo.
Ganando tiempo
Cada vez resulta más costoso para el partido de la Farc mantener distancia frente a la decisión de marginarse del proceso que vienen tomando los excombatientes inconformes. En tanto que Iván Márquez y el resto de excomandantes ganan tiempo, los sectores más críticos con el acuerdo de paz se llenan de razones para atacar al partido y al proceso; mientras, la Jurisdicción Especial para la Paz se queda sin mucho margen de maniobra para garantizar su comparecencia.
Para varios expertos consultados por SEMANA, la carta recoge el sentir acerca de la implementación que existe en las entrañas de la antigua guerrilla. Pero varios silencios, sumados a lo que dice la carta, permiten medir la temperatura de lo que pasa: 1) no se refieren a su futuro, 2) tampoco hay un compromiso explícito con la JEP y 3) omiten la innegable división del partido.
Dos años después de la firma en el Teatro Colón, el asunto ya superó el chisme de pasillo o las enemistades y diferencias ideológicas que solo les competen a las huestes del movimiento. En estos tiempos cualquier decisión que tomen incidirá directamente en el aterrizaje del acuerdo y, por ende, en la calidad del posconflicto que vivirá el país luego de que dejaron las armas.
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En particular, preocupa el camino que decida transitar Iván Márquez. No en vano a muchos molestó que tras refugiarse en Miravalle (Caquetá) se haya llevado al excomandante de la columna Teófilo Forero y haya permitido que este incumpla los tiempos fijados por la JEP. El exjefe negociador de la exguerrilla se dejó guiar, entre otras cosas, por el rumor de que lo iban a capturar. Pero el Paisa, que lideraba el único proyecto productivo financiado con recursos del Estado, no tenía ninguna razón de peso para huir. Al dilema de no tener abogado, se le suma el proceso de incumplimiento en contra suya.
Ahora bien, aunque no todos han sido citados en los estrados judiciales, los hombres que en este momento rodean a Márquez a final de cuentas están llamados a comparecer. No solo para responder por las atrocidades que cometieron, sino también porque conocen una parte de la verdad que tanto reclaman las víctimas. Por eso inquieta tanto el rumbo que tomarán una vez decidan salir del limbo en el que andan. ¿Siguen dentro del proceso? ¿Se marginarán de una vida política o insurgente? ¿Levantarán su propia disidencia o se unirán a la de Gentil Duarte, John 40 y Mordisco?
Aunque hay quienes se aferran a la idea de que ellos mantendrán su compromiso con el acuerdo, no significa que permanezcan en el partido. La fractura es un secreto a voces. Falta ver cuándo y quién llama a oficializar la división enquistada desde los ochenta, pero evidenciada hace tres años cuando el Estado mayor se reunió en La Habana –en pleno– después de 13 años. De acuerdo con versiones de prensa, meses antes de la firma del acuerdo, Iván Márquez insistía “en una revolución mundial anticapitalista y socialista”.
Sobre ese escenario versan precisamente varios interrogantes que al final de cuentas moldearon el proceso, pero que, ahora en la implementación, comienzan a pasar factura. ¿Por qué enviaron a negociar a un hombre que no estaba convencido de la salida negociada del conflicto? ¿Fue una forma de amarrarlo y evitar que se emancipara? Si Iván Márquez tenía otro proyecto en mente, ¿por qué aceptó el reto durante seis años?
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Uno de los detalles, sin embargo, que más llama la atención de todo lo que está pasando aparece en los comunicados que Gentil Duarte ha hecho públicos. Ninguno de ellos ataca al jefe del equipo negociador. “El desmantelamiento, desarme y entrega de las Farc constituye un flagrante acto de traición por parte de Timoleón Jiménez, Carlos Antonio Lozada, Pastor Alape y Mauricio Jaramillo, quienes se valieron del ascenso pérfido y traicionero a los máximos cargos de dirección para acometer semejante infamia”, dice el documento publicado en octubre. Si Iván Márquez fue el delegado principal de esa guerrilla, ¿por qué esas críticas no lo incluyen? Al final de cuentas, él llevó la batuta de la negociación.
El riesgo de que la reincorporación fracase sigue latente y, por eso, tanto el gobierno como las Farc, así como los alcaldes, gobernadores y comunidades de las zonas saben que no hay mucho tiempo. La implementación de los acuerdos es cada vez más urgente para todos. Se van a cumplir los dos años de la entrega de la mensualidad pecuniaria a los exguerrilleros y no hay cómo garantizar que hagan un tránsito sostenible a la vida civil. Con el paso de los días, el riesgo de las deserciones aumenta.