ENTREVISTA
“Las mentiras han sido parte de nuestra historia política”
El académico Jorge Orlando Melo, autor de la Historia mínima de Colombia, identifica los momentos en los que, desde la independencia, las mentiras y exageraciones sobre ‘el otro’ han determinado las relaciones de poder.
SEMANA: La semana pasada, los que criticaron la marcha a favor de la JEP argumentaron que quienes salían a marchar defendían a los violadores de niños. ¿En qué momento llegamos a esos niveles de degradación del discurso político en Colombia?
Jorge ORLANDO MELO: Las exageraciones y las mentiras han sido recurrentes en la historia política colombiana. No son exclusivas de la coyuntura. Como Colombia, en general, ha sido un país con un juego electoral democrático casi que desde la independencia, con frecuencia los conflictos se han expresado en unos debates políticos bastante intensos. Uno de los primeros fue en 1827 cuando los santanderistas acusaron a Bolívar de estar promoviendo una monarquía –cuando él realmente estaba defendiendo la idea de un presidente superpoderoso, pero no de una monarquía–, y los bolivaristas acusaron a los santanderistas de querer destruir el orden del país y hacerlo ingobernable. En algún momento, quienes defendían la idea del Gobierno de Bogotá regaron la historia de que Bolívar iba a llegar a la ciudad con una cantidad de venezolanos en sus tropas que terminarían violando a todas las señoras. Ese tipo de rumores estuvieron presentes en todas las confrontaciones entre centralismo y federalismo en el siglo XIX.
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SEMANA: ¿En qué otros momentos se hizo evidente la mentira como estrategia política?
J.O.M.: Reitero que Colombia, a diferencia de las naciones vecinas, no era un país con caudillos muy fuertes capaces de ganar el poder con unos hombres a caballo. Había que llevar a la gente a votar, lo cual implicaba asustarla. El temor siempre ha sido una herramienta electoral poderosa, de ahí la razón de muchas exageraciones, rumores y mentiras. En los años treinta y cuarenta los conservadores y propietarios presentan a los liberales como promotores del comunismo más primitivo. Frente a los liberales también se reiteró que, desde 1822 o 1823, habían permitido establecer en Bogotá y en otras ciudades sociedades bíblicas, con el fin de impulsar el protestantismo en Colombia y acabar con la religión católica, defendida por la tradición. Los liberales definieron por un buen tiempo a los conservadores como unos autoritarios que montaron una dictadura para oprimir el pueblo. Esa es la historia del siglo XIX y lleva a las guerras civiles y a la guerra civil de 1899 con la que perdimos a Panamá. Muchos de esos elementos de descalificación siguen vivos en el discurso político y, de hecho, siguen vigentes entre las perspectivas conservadoras que defienden Gobiernos como el actual, y entre las liberales que lo cuestionan.
"El temor siempre ha sido una herramienta electoral poderosa".
SEMANA: ¿Hubo alguna mentira o noticia falsa relacionada con la independencia?
J.O.M.: En la independencia hay un incidente muy especial que lo narra José María Caballero. Él cuenta cómo en Bogotá, después del 20 de julio, el virrey aún tenía el control de las tropas y los miembros de la Real Audiencia todavía no habían aclarado quién iba a gobernar. El 21, un día después, corrió el rumor, que alguien regó, de que venían 400 negros a caballo desde Cartagena a defender al virrey. De alguna manera, esos rumores forzaron al virrey a aceptar la instalación de la junta, que se estableció al día siguiente por la mañana.
SEMANA: En los discursos políticos del siglo XX, ¿cómo se ve ese tono?
J.O.M.: En los años treinta y cuarenta los discursos basados en la descalificación se radicalizaron nuevamente con el intento de la revolución liberal de Alfonso López, y con el cambio de sistema electoral que le dio el voto a todos los adultos varones. Laureano Gómez habló de la ‘idolatría del voto’ y señaló que los liberales eran un monstruo con corazón comunista, que estaban tratando de entregarle el poder a un pueblo ignorante. En plata blanca, decían que los comunistas se iban a tomar el poder a través de los liberales. Por su parte, los liberales aseguraban que todos los conservadores eran terratenientes y opresores. El bipartidismo estuvo relacionado con una exageración monstruosa de la visión del otro.
"Con exageraciones, se descalificaba cualquier reclamo campesino, diciendo que era influencia del comunismo internacional".
SEMANA: ¿Fake news que recuerde en particular?
J.O.M.: La mentira más repetida de la historia colombiana del siglo XX es probablemente la que construyó Laureano Gómez en el sentido de que si los liberales ganaban las elecciones, era porque había 1.800.000 cédulas falsas. Los discursos entre partidos tienden a suavizarse con el Frente Nacional, que, sin embargo, trajo otras narrativas. El establecimiento confrontó a los movimientos sociales, estudiantiles, sindicales, que recogían influencias de la Revolución cubana. Con exageraciones, se descalificaba cualquier reclamo campesino, diciendo que era influencia del comunismo internacional. Esas narrativas de terror al comunismo ocasionaron una represión muy violenta. Marquetalia y Villarrica no tuvieron la lógica de cualquier ataque militar. Las mentiras y las exageraciones han justificado la violencia en Colombia, pero lo han hecho de lado y lado. Ante esos planteamientos tan exagerados del establecimiento, la guerrilla también lo convirtió en monstruo y señaló que la única manera de combatirlo era por la vía armada. Pero quiero irme para atrás de nuevo y recordar otro episodio: el de la masacre de las bananeras. Esta tuvo lugar para enfrentar a 50 locos que pensaban que podían tomar el poder a partir de una huelga bananera, pero cuyo actuar era para el establecimiento el riesgo de una revolución bolchevique. Narrativas tan polarizantes y radicalizadas se ven después en actos violentos como los que ocurrieron entre Turbay y el M-19, cuando el Gobierno se salió de la legalidad y promovió torturas. En consecuencia, en la narrativa de las organizaciones sociales y de defensores de derechos humanos, se afianzó la idea de que los Gobiernos tienden a ser represivos por naturaleza. La polarización política, fortalecida con el discurso, ha dado lugar a la violencia.
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SEMANA: ¿Las exageraciones y las mentiras en el discurso son construcciones exclusivas de las élites políticas?
J.O.M.: De élite y de gente de la calle que reproduce los discursos que vienen desde arriba. Los discursos se afianzan en las tiendas de barrio, pero también vienen de sectores que no necesariamente son élites. Los sindicatos también los recrean, los militares lo hicieron mucho tiempo y las guerrillas igual.
SEMANA: Ahora las noticias falsas se reproducen, especialmente, por las redes sociales. ¿Qué pasaba en otras épocas?
J.O.M.: En otras épocas eran los bandos, que subalternos de la autoridad leían con tambores. Los afiches en las paredes fueron otro método de descalificación. En la época de la independencia y en el siglo XX fueron recurrentes y burlones, similares a lo que serían los memes hoy.
SEMANA: En contextos tan radicalizados como el colombiano, y desde la perspectiva de un historiador, ¿qué se necesita para que las sociedades enfrenten los rumores, las noticias falsas, las mentiras?
J.O.M.: Creo que todos esos elementos perturban mucho y que una información correcta les permitiría a los ciudadanos tomar mejores decisiones. Pero lograrlo es muy difícil. En Colombia hay referentes culturales, de la mentira, otros derivados de la polarización tradicional y ahora vigentes. Pero es muy difícil sobreponerse a ellos. Hay problemas relacionados con la cultura, pero otros derivados de la polarización centralistas-federalistas, liberales-conservadores, establecimiento-revolucionarios, guerrilleros-paramilitares. Cuando hay posiciones tan emocionales, la gente generalmente se va por el camino de la burla o del ataque personal para descalificar al otro. Yo creo que la clave en nuestro país es repensar el sistema escolar para que los niños aprendan a argumentar. Las ciencias sociales juegan un papel esencial en ello y en reivindicar la importancia de validar los testimonios. La trazabilidad, esencial para los historiadores y para los periodistas, debe pensarse como parte fundamental de las decisiones políticas.