PAZ
Santos, el equilibrista
El presidente busca salvar el proceso de paz, atraer sectores del No y mantener las formas democráticas. ¿Lo logrará? Puede haber una nueva mayoría por el Sí, pero es poco probable un consenso.
Desde el momento en que se conoció el triunfo del No, el 2 de octubre pasado, se hicieron comparaciones entre ese resultado y el Brexit del Reino Unido. La paradoja es que, en el largo plazo, ese paralelo no se recordará por las similitudes de las dos votaciones sino por su diferencia principal: el Brexit obligó al primer ministro David Cameron a renunciar y Juan Manuel Santos, en cambio, se mantuvo en el poder.
Hay explicaciones formales. Una cosa es un régimen parlamentario, en el que el jefe del gobierno tiene un mandato que depende del Congreso y no tiene una duración definida, y otra un sistema presidencialista en el que se concentran las figuras del jefe del estado y de gobierno, con un tiempo fijo. Mientras la primera ministra Theresa May repite que “Brexit es Brexit”, Santos no solo siguió en la presidencia para terminar su segundo cuatrienio sino para salvar el acuerdo con las FARC a pesar de la derrota del Sí en el plebiscito.
Para hacerlo echó mano de dos elementos: uno jurídico,y otro político. El primero lo encontró en el fallo de la Corte Constitucional que validó el plebiscito. El alto tribunal estipuló que si ganaba el No –como finalmente ocurrió- el presidente no podría implementar lo pactado entre el gobierno y las FARC, pero no perdería sus facultades constitucionales para seguir buscando la paz.
El argumento político surgió en el propio discurso de los defensores del No. Aunque en los 6,5 millones de votantes por esa opción hubo matices muy diversos, varios de los principales voceros justificaron su rechazo al acuerdo firmado en Cartagena, con el discurso de que no se oponían a la negociación con la guerrilla sino al texto que se había pactado. Para algunos grupos del No, esta era una presentación que buscaba un blindaje frente a la acusación de guerreristas o enemigos de la paz. Otros tenían reparos sinceros frente a algunos de los puntos acordados.
Lo cierto es que Santos, en vez de renunciar como Cameron, se aferró a la decisión de la Corte y al discurso de los del No y lanzó una ofensiva para salvar el proceso de paz. La estrategia no es fácil. Implica un equilibrio casi imposible entre los cambios de fondo que quiere el uribismo y las modificaciones aceptables para las FARC. Los del No pueden decir que triunfaron en las urnas. Las FARC, que ya habían firmado un acuerdo, presentado con bombos y platillos frente a la comunidad internacional. Santos se movió entre dos “conejos”: el de mantener la paz a pesar del triunfo del No, por un lado, y el de ir a La Habana a decirle al equipo negociador de las FARC que había que reabrir las discusiones sobre lo que ya se había rubricado.
Son varios los equilibrios que están en juego. Hacer cambios para que algunos sectores que en el plebiscito votaron No o se abstuvieron, se pasen al lado del Sí. Pero esas modificaciones no podían ser tan drásticas como para poner en peligro el proceso o para que molestaran a los que votaron por el Sí, que de hecho fueron casi el mismo número que optó por el No.
La cuadratura del círculo consistía en construir una nueva mayoría: conservar los del Sí, y sumarle los cristianos, Andrés Pastrana, Marta Lucía Ramírez, organizaciones de víctimas y uno que otro abstencionista o votante del No arrepentidos. Y le apuntó a ella con la redacción del nuevo acuerdo que incorpora algunas de los centenares de propuestas que los sectores del No formularon en una maratón de reuniones con voceros del gobierno y con el equipo negociador. El proceso estuvo acompañado de una estrategia de comunicaciones en las que el presidente buscó proyectar una imagen receptiva frente a sus opositores. No solo porque participó en largos encuentros y les dio instrucciones a sus ministros de hacer lo propio, sino porque casi a diario fue informando en minialocuciones de televisión –a las 7:00 p. m. en horario prime- sobre el alcance de esas sesiones de trabajo.
Después envió a Humberto De la Calle y al equipo negociador a Cuba para cumplir una curiosa tarea: ponerse la camiseta del No y adelantar una negociación relámpago para introducirle cambios a los acuerdos que ellos mismos habían suscrito. Las FARC reaccionaron de manera constructiva –aceptaron el argumento de De la Calle en el sentido de que había que reconocer la realidad política generada por el triunfo del No- y el nuevo cónclave produjo humo blanco al finalizar la noche del viernes pasado.
¿Logró Santos los equilibrios que buscaba? La respuesta depende de las reacciones de los voceros del No. Por ahora, el uribismo y las FARC han chocado sobre el alcance del nuevo acuerdo, anunciado en La Habana el sábado en la noche. Mientras el expresidente Uribe -después de reunirse tres horas con Santos- hizo una breve declaración para expresar que espera que el texto modificado “no tenga un alcance definitivo”, las FARC han enfatizado exactamente lo contrario: “hemos presentado hoy a la nación colombiana el nuevo acuerdo de paz DEFINITIVO”, escribió en su twitter Iván Márquez, con mayúsculas y todo.
El equilibrio entre las FARC y la oposición no es la única pelota que Santos tiene que mantener en el aire. Otra es la de los pastores religiosos, que pedían que se excluyera la “ideología de género”, y en la otra orilla la comunidad LGTBI y asociaciones de mujeres que temen que, para satisfacer a los cristianos, se excluyan los temas relacionados con el reconocimiento de que han sido víctimas del conflicto y que, en consecuencia, deben ser reparados. ¿Quedarán satisfechos los dos?
Y hay otros equilibrios complejos. El de las formas, por ejemplo. El presidente Santos tiene que cuidar la institucionalidad y la legitimidad porque, al fin y al cabo, hubo un triunfo del No en el plebiscito. Tiene facultades para renegociar y buscar la paz, pero la ejecución del nuevo acuerdo necesita de fórmulas legales y políticas de igual fuerza a un plebiscito. Al fin y al cabo, este último es un mandato popular: una decisión de la máxima autoridad en una democracia. Un exceso de laxitud formal podría linear en contra no solo a los del No, sino a sectores del Sí y de la propia comunidad internacional. Mantener esta pelota en el aire, sin que se caiga, dependerá de las decisiones del primer mandatario sobre cómo se refrendará y se tramitará el nuevo acuerdo. El punto está pendiente, y no es fácil.
Nadie sabe si el presidente Santos consideró su renuncia el 2 de octubre, en compañía de su familia en la Casa Privada del palacio presidencial, donde se enteró de la derrota del Sí. Pero en los cuarenta días transcurridos desde entonces su posición se ha fortalecido. Su imagen positiva se incrementó, y según el Centro de Consultoría supera el 40 por ciento. Y, sobre todo, recibió el Premio Nóbel de la paz, que recibirá el 10 de diciembre con un nuevo acuerdo con las Farc bajo el brazo y, posiblemente, con un proceso iniciado con el ELN.
El día del anuncio del Nobel, Santos dijo que le dedicaría el resto de su vida a esa causa. Es lo que suelen hacer quienes reciben esa distinción: incluso hay reuniones frecuentes entre ellos. Por ahora, lo que es un hecho es que en los 21 meses que le restan de su segundo periodo se concentrará en consolidar el proceso de paz. Lo cual significa salvar el objetivo de que las FARC se transformen en una organización política y desarmada, a pesar del triunfo del No. Y hacerlo con una mayoría a favor, que resulte del apoyo al nuevo acuerdo que, en todo caso, no será un consenso. El presidente-Nóbel tiene en sus manos una labor propia de un experimentado equilibrista.
*Director editorial de Revista SEMANA