ELECCIONES
Juliana: el enorme dolor, la mayor pérdida en la vida de Rodolfo Hernández
Esta es la historia de la joven estudiante de Derecho secuestrada y asesinada por el ELN.
Si hay algo que conmueve a Rodolfo Hernández, el candidato presidencial que hoy está ya en la segunda vuelta, es Juliana, su hija, la joven que desapareció en 2004 sin dejar rastro y en medio de una historia indescifrable que 17 años después no logra entenderse.
Era la niña de sus ojos. La única hija mujer. La primera en llegar a su vida en la década de los setenta, cuando Rodolfo y Socorro Oliveros, su esposa, no podían concebir. Y ante el anhelo de abrazar una nieta, de la madre del exalcalde, Cecilia Suárez de Hernández, no hubo otra alternativa que adoptar una niña.
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Socorro tomó un carro y pidió que la llevaran a un orfanato dirigido por religiosas católicas, en Bucaramanga. Y allí, después de cumplir con las normas y documentos exigidos, le entregaron a Juliana.
Fue tanta la alegría que inundó el hogar con la niña que Hernández pidió a su esposa regresar al mismo lugar y adoptar un segundo bebé. Querían un hombre y completar la pareja. Uno de los huérfanos, Mauricio, se aferró al dedo de Socorro al verla y no se desprendió de ella. Ambos entendieron que se trataba de un mensaje divino. Era el escogido.
Luis Carlos y Rodolfo José llegaron después, cuando Socorro, que creía que no podría tener hijos, quedó encinta.
Juliana creció como la niña mimada de la casa. Rodolfo la alzaba, la llevaba de la mano, la acompañaba a fiestas y le mostró parte del mundo. Se amaban con locura y el papá no le negaba nada. Socorro era más estricta. Aun así, la relación entre madre e hija era maravillosa.
La joven se independizó pronto. Rodolfo Hernández le regaló un apartamento –como lo hizo con cada uno de sus hijos–, buscando que emprendieran su propio camino. El de Juliana está ubicado en el barrio Sotomayor, en el oriente de Bucaramanga, al lado de la iglesia San Pedro. La escritura aún reposa a su nombre.
Allí vivió desde temprana edad, en un lugar privilegiado, a escasas cuadras de la casa paterna. Llevaba su propia vida porque amaba la libertad, la misma que le costó la vida. O, al menos, el desprendimiento de sus seres queridos.
¿Qué pasó con Juliana? Las versiones fueron varias. Una de ellas apuntó a que en 2004 salió de su apartamento con un joven a tomar una cerveza. Se dirigían a Ocaña a disfrutar de los festivales de enero. “Yo le pedí que no fuera”, rememora Rodolfo Hernández con un tono amargo.
Las chicas, junto con otras compañeras de quinto semestre de Derecho de la Universidad Santo Tomás de Bucaramanga, donde estudiaba Juliana, se hospedaron en una finca. De repente, según versiones de testigos, hombres sin identificar se la llevaron de la finca. Al parecer, eran delincuentes comunes que se enteraron de que era la hija de Rodolfo Hernández, el afamado ingeniero, empresario y constructor de Santander. Una de sus compañeras también fue plagiada, pero días después la dejaron libre. Ella, según contó, no tenía dinero para financiar su liberación y los captores la liberaron.
Rodolfo Hernández empezó una búsqueda que paró en 2021. Habló con intermediarios, envió mensajes a grupos armados, pero no encontró eco. Al contrario, le cobraron a través del teléfono una millonada. Él –quien ya había vivido la historia del secuestro porque las Farc plagiaron a su padre– no aceptó pagar a cambio de que le devolvieran la hija.
Le exigían que –como ocurrió cuando su padre estuvo en cautiverio 135 días por las Farc– fuera y entregara el dinero. El temor en la familia era que él también terminara secuestrado.
Hernández pasó varios años pensando que las Farc habían secuestrado a su pequeña. En Caracol Radio, en abril de 2016, le hicieron el puente con Humberto de la Calle, exjefe negociador de paz con las Farc, quien en la época estaba en La Habana. Él prometió interceder con esa guerrilla, pero ellos, según dijeron, no la tenían en su poder.
La familia confirmó que el ELN había sido el responsable y la delincuencia la había vendido a esa guerrilla. Hernández, cuando se convirtió en alcalde de Bucaramanga, pidió una cita y habló con el expresidente Juan Manuel Santos. “Le pedí ayuda y él prometió ayudarme, hizo lo que estuvo a su alcance”, relató el hoy candidato. En la época, Santos avanzaba en instalar una mesa de diálogo con los elenos.
Desde el momento del secuestro, la vida en la familia Hernández Oliveros cambió. Socorro entró en una profunda tristeza y Rodolfo, su esposo, se dedicó a tender puentes para encontrar noticias de su hija, pero con la convicción de que no pagaría un peso. Entregar plata a los delincuentes era seguir propiciando el secuestro de nuevas víctimas, repetía.
Los días pasaron, las noticias cada vez eran más remotas y el duelo empezó a hacerlo cada uno por aparte. Rodolfo José y sus demás hermanos se hicieron a la idea de que Juliana se había ido del país. Y la familia no fue ajena a las falsas noticias. “A tu hermana la vimos en Unicentro en Bogotá, en Cali”, le dijeron varias veces a Rodolfo, pero era falso.
El hoy candidato a la Presidencia aún no asimila lo ocurrido. Era la primera hija, la joven que vio crecer y que le sacó más de un dolor de cabeza. Cuando no sobrepasaba los 20 años, Juliana quiso aprender a hablar inglés. El exalcalde la envió de intercambio a Londres. La joven estudió, pero, al mismo tiempo, se enamoró de un judío radicado en Inglaterra. “Papito, me voy a casar”, le informó ella a Rodolfo y él, sin pensarlo dos veces, compró tiquetes, voló y la trajo de regreso. Era impensable que su hija, a sus 19 años, estuviera frente al altar.
Aunque su familia tenía dinero, ella no era ostentosa. Se mostraba orgullosa de su padre, pero no con la fortuna que podía amasar. Por esto, jamás se movilizó en un carro blindado, pese a los problemas de seguridad que siempre rodearon a la familia. Rodolfo, en su momento, le prometió un auto con chofer porque no sabía conducir, pero ella no aceptó. Amaba su libertad.
El candidato presidencial empezó a hacer el duelo por su hija en 2021. Hasta ese año, él guardó una leve esperanza de que Juliana se apareciera por su oficina, o le enviara un mensaje que jamás llegó. “Ella está muerta, es lo que creo”, dijo.
Su esperanza llegó a tal punto que el apartamento ubicado en Sotomayor, barrio de Bucaramanga, aún está a nombre de Juliana Hernández Oliveros y años después de su secuestro permaneció con sus pertenencias intactas. Luego se arrendó y el canon mensual va a la cuenta bancaria que aún aparece a nombre de la joven.
En la junta directiva de la constructora que tiene Hernández, su hija, como los demás miembros de la familia, tiene un asiento, así el de ella siempre esté vacío. “Jurídicamente Juliana está viva: pagamos los impuestos de ella, la retención en la fuente, todo lo que ella tiene se maneja como si estuviera en otro país y cuando venga, si ocurre un milagro, se le entregan las cuentas”, dijo su hermano.
La orden fue de Rodolfo Hernández hasta 2021 porque por razones contables el tema ha sido engorroso. Él, mediante una acción judicial, espera que a su hija la declaren como víctima de desaparición forzada y así sus cosas pasarán automáticamente a nombre de su madre, Socorro.
“No creo que ella esté viva, si lo estuviera ya me hubiera mandado una razón. A ella la ajusticiaron, seguramente, ante mi negativa de no sacar plata para pagar al grupo armado”, reconoce el candidato, quien durante el cara a cara de SEMANA y El Tiempo recordó el lamentable episodio de su hija, un hecho que despertó la solidaridad, pero también el repudio de sus críticos más ácidos, que estiman que el candidato utiliza lo ocurrido durante cada campaña política. “Siempre habrá críticos, eso simplemente es la politiquería”, desdeña Hernández. “Yo trato de no hablar de eso, pero cuando tocan el tema fijo mi posición”, afirmó.