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Julio Mario Santo Domingo

El empresario barranquillero tuvo una vida apasionante y fue un triunfador nato en todos los campos. Esta es su historia.

8 de octubre de 2011
La vida de los magnates es tormentosa en lo profesional y aburrida en lo personal. Julio Mario no padeció ni lo uno ni lo otro

Fue una coincidencia extraña. Con solo dos días de diferencia murieron Steve Jobs, el gran protagonista de la revolución tecnológica del siglo XXI, y Julio Mario Santo Domingo, el gran protagonista de la vida económica de Colombia en el último medio siglo. Sus vidas y sus carreras no pudieron haber sido más diferentes. Pero así como se dice que prácticamente todos los habitantes del planeta han utilizado algún invento de Jobs, todos los habitantes del país han consumido algún producto o servicio emanado del Grupo Santo Domingo.

Hace apenas diez años era normal en el país despertarse oyendo Caracol Radio o leyendo El Espectador, irse al trabajo en un Renault, comunicarse durante el día con un celular de la entonces Celumóvil, almorzar con unas buenas cervezas de Bavaria, planear un viaje de vacaciones con Avianca y luego regresar a la casa a comer viendo Caracol Televisión. Y esas marcas son solo media docena de los cientos de empresas que la familia Santo Domingo llegó a tener desde que el padre de Julio Mario, el fundador del imperio, Mario Santo Domingo, comenzó a hacer negocios en Barranquilla, a comienzos del siglo XX.

En esos cien años, padre e hijo lograron estar presentes en todos los sectores de la actividad económica del país. Cervecerías, aerolíneas, bancos, compañías de seguros, corporaciones financieras, petroquímicas, medios de comunicación, turismo, energía, reforestación, industria automotriz, camaroneras, comidas rápidas, cines, telefonía, almacenes de depósito, inversiones inmobiliarias, agroindustria y otras más. Son pocos los países del mundo en los que un particular ha llegado a tener tantos tentáculos.

Sin embargo, más interesantes que el éxito empresarial de ese grupo son la personalidad y la vida del hombre que lo construyó: Julio Mario Santo Domingo Pumarejo. Nació hace 88 años en Panamá, donde buena parte de la aristocracia barranquillera tenía sus hijos. Su padre había nacido ahí cuando el istmo aún pertenecía a Colombia y siempre mantuvo sus nexos con este. Mario Santo Domingo había sido un auténtico genio para los negocios. Austero, disciplinado y extremadamente sencillo, logró convertirse en el hombre más rico de la costa y en uno de los hombres más acaudalados del país. Podía vivir como millonario en cualquier capital del mundo, pero lo que le gustaba era Barranquilla, su gente y su trabajo. Y en ese entorno vivió, conquistó y murió sin mayores pretensiones.

Pocas personas podían ser más diferentes a él que su hijo Julio Mario. Hasta los 40 años, su fama era la de un hombre apuesto, indisciplinado, cosmopolita y playboy. El mundo de madrugar, ir a la fábrica, supervisar las cuentas y los envíos era el de su padre, pero no el suyo. Había crecido como hijo de rico y gozaba de todos los privilegios de esa condición. Don Mario lo había enviado a estudiar al Gimnasio Moderno en Bogotá, donde se codeó con todos los cachacos 'niños bien' de su generación. Después terminó sus estudios de bachillerato en Andover, uno de los colegios más prestigiosos de Estados Unidos, donde estudiaron en esa época el futuro presidente George Bush (padre) y el actor Jack Lemmon. Pasó por las universidades de Virginia, Pensilvania y Georgetown, sin graduarse en ninguna. Según la biografía suya escrita por Gerardo Reyes, de varios de esos claustros fue expulsado "por cosas de esas que no se usaban en esa época, como meter viejas al cuarto". Su vocación no era de académico, sino de buen vividor. Mientras a su padre le gustaba La Arenosa, a su hijo le encantaban Nueva York, París y la Costa Azul.

En París conoció a su primera esposa, una bella y elegante brasileña mayor que él llamada Edyala Braga. Estaba casada con el hermano menor del dos veces presidente de Brasil Getulio Vargas, conocido como el Padre de los Pobres. Rápidamente tuvieron lugar un romance, un matrimonio y un divorcio entre ellos, que no pasaron inadvertidos ni en la sociedad parisina ni en la barranquillera. La pareja se fue a vivir a esta última, y el matrimonio duró solo cinco años. Antes de su final, nació el hijo de la pareja, Julio Mario Santo Domingo Braga, quien falleció a los 51 años de un cáncer, dos años antes que su padre. Ese fue uno de los pocos golpes bajos que sufrió un hombre cuya vida, según todos sus allegados, se caracterizó por la buena estrella. Le fue bien en el mundo de los negocios, en el mundo de la sociedad y en el mundo familiar.

Muchos de los grandes magnates tienen vidas tormentosas en lo personal y aburridas en lo profesional. Santo Domingo no padeció ni lo uno ni lo otro. A pesar del fracaso de su primer matrimonio y de la muerte de su hijo mayor, construyó y gozó hasta su último día de un hogar envidiable. Contrajo segundas nupcias con doña Beatrice Dávila, una distinguida dama de la sociedad bogotana, quien fue su compañera de viaje y de alma durante cincuenta años. De esa unión nacieron dos hijos: Alejandro, un banquero de inversión que en la actualidad tiene las riendas del imperio (ver siguiente artículo), y Andrés, un espíritu más bohemio dedicado al negocio de la música. La familia ha residido desde hace 35 años en Nueva York, en donde el apellido Santo Domingo es objeto de admiración, respeto y envidia. Hoy heredan esa posición sus hijos, quienes serán los perpetuadores de la dinastía.

Todo ese poder fue construido alrededor de un solo negocio: la cerveza. A pesar de que los Santo Domingo llegaron a tener 200 empresas, la vaca lechera siempre fue una sola: Bavaria. Su liquidez era tan grande que los obligaba a diversificar en docenas de negocios que no eran rentables. En ellos se podía llegar a perder miles de millones de pesos, pero la cerveza daba para todo. Uno de los factores que han permitido la consolidación de la fortuna Santo Domingo en la última década ha sido la decisión de vender todos esos negocios marginales y concentrarse en lo que siempre han sabido hacer bien y nunca les ha fallado, la cerveza. El pionero en ese campo fue don Mario, quien en los años treinta compró la cervecería Águila de Barranquilla, con la cual llegó muy pronto a dominar el mercado de la costa. En 1968, mediante una ingeniosa fusión, los Santo Domingo acabaron por adquirir el control de Bavaria, la empresa privada más grande del país. El negocio en el fondo fue tan genial como polémico. Bavaria dominaba el mercado cervecero, pero era una compañía en bolsa en la cual ningún accionista tenía más del 5 por ciento. Águila era una empresa mucho más pequeña, pero en el intercambio de acciones de la fusión se convirtió en la accionista mayoritaria con un porcentaje cercano al 10 por ciento. Desde esta plataforma, Santo Domingo acabó, en menos de medio siglo, a través de diversos golpes de jugador de póker, por convertirse en el propietario del 75 por ciento de la empresa y del monopolio de la cerveza en Colombia.

Esas jugadas maestras fueron de varios tipos. Se requirió, por una parte, que Santo Domingo le comprara al resto de la familia sus participaciones en las empresas, hacer aumentos de capital en que el único comprador fuera él y, por último, comprar las otras cervecerías o quebrar aquellas que no le fueran vendidas. Ninguna de estas tres jugadas era fácil.

El patriarca Mario Santo Domingo tenía cuatro hijos: Julio Mario, Luis Felipe, Beatriz Alicia y Cecilia. La herencia después de su muerte, por lo tanto, quedaría repartida en cuatro partes. Sin embargo, como el otro hijo varón murió en un accidente automovilístico en 1963, las riendas de los negocios recayeron en manos de Julio Mario, el hijo mayor. En 1972 murió su hermana Cecilia y como no tuvo hijos, su viudo aceptó venderle a Julio Mario la participación del grupo que le correspondía a su mujer. A su otra hermana, Beatriz Alicia, también le compró gran parte de sus acciones. Y por último, negoció la participación de los hijos de su hermano fallecido en medio de un conflicto familiar bastante álgido. Con todas estas movidas, la fortuna de una familia había acabado concentrada casi en su totalidad en la cabeza del primogénito.

Pero aun sumando las acciones de sus hermanos, la participación de Santo Domingo en Bavaria apenas superaba el 10 por ciento al comenzar la década de los setenta. ¿Cómo se logró pasar de ahí a un 75 por ciento en cuarenta años? Básicamente a punta de aumentos de capital. Cada tanto tiempo se hacía una emisión de acciones a su medida. Las condiciones en que se sacaban al mercado no eran muy atractivas para el inversionista pequeño, de tal suerte que casi toda la emisión era siempre adquirida por Santo Domingo. Bajo esta modalidad, cuando se retiró Carlos Cure de la presidencia de la cervecera, en 1983, el porcentaje de Santo Domingo había pasado de un poco más del 10 al 42 por ciento. Durante los 15 años siguientes en los que la empresa fue gerenciada por Augusto López, los aumentos de capital produjeron un salto al 68 por ciento. Y después de esto, una oferta pública de adquisición (OPA) hecha a los accionistas minoritarios, con una prima del 20 por ciento sobre el precio en bolsa, le permitió a Santo Domingo quedar de dueño de Bavaria en una proporción cercana al 75 por ciento.

En esos mismos años, esa empresa había logrado no solo quedarse con el monopolio de la cerveza en el país, sino convertirse en una multinacional. Obtuvo el control total del mercado colombiano a través de una serie de movimientos financieros que le permitieron al final fusionarse con Cervunión, la cervecería paisa. Y la expansión internacional se logró inicialmente a través de la compra a un precio de ganga de las cervecerías de Ecuador y de Portugal. Esta última fue vendida para concentrarse en Latinoamérica, lo que desembocó en las adquisiciones de los monopolios del negocio tanto en Panamá como en Perú. Con esto, Bavaria se consolidó como el ama y señora de gran parte del mercado regional.

Esto le dio la capacidad para negociar con SabMiller y repetir a nivel internacional lo que Águila había hecho con Bavaria en 1968: un intercambio de acciones en el cual se ingresa como minoritario, pero rápidamente se comienzan a dar pasos de animal grande. En esta ocasión la fusión entre Bavaria y SabMiller convirtió a esta última en la segunda cervecera más grande del mundo y dejó a la familia Santo Domingo con el 15,1 por ciento de la multinacional. El valor de esas acciones se acerca hoy a los 9.000 millones de dólares y, al cierre de esta edición, el precio estaba subiendo ante especulaciones de que Anheuser Busch InBev, la cervecería más grande del mundo, estaría interesada en comprar SabMiller. Si eso llegara a suceder, lo cual es difícil, la pequeña cervecería barranquillera heredada por Julio Mario Santo Domingo podría acabar controlando la tercera parte del mercado mundial de la cerveza. El hombre responsable de este milagro económico no solo fue el protagonista central de la historia empresarial del país en la segunda mitad del siglo XX, sino que también dejó muy en alto el nombre de Colombia en el resto del mundo.