NACIÓN
“Kiev, entre la desolación y las ganas de derrotar a Putin”: el crudo relato de Salud Hernández-Mora
Tras permanecer una semana en el corazón de la guerra, Salud Hernández-Mora relata cómo la capital ucraniana se prepara para atacar al Ejército ruso.
Es una ciudad fantasma. Calles vacías, negocios cerrados, edificios casi vacíos, filas de carros en las salidas hacia el oeste, retenes militares y policiales por todos lados, dibujan un panorama sombrío. Ni siquiera el fino manto blanco de nieve disimula la tristeza de una ciudad que era, hasta hace dos semanas, una de las más bulliciosas del planeta.
Desde hace días Kiev solo persigue un objetivo: detener el avance ruso e impedir que las huestes de Putin se apoderen de la joya de la corona. Ya han bombardeado sin piedad Irpin, Bucha... localidades de los alrededores que crecieron en los años recientes al ser más barato comprar o alquilar una casa, un apartamento, en cualquiera de ellas que en la capital.
“Lo peor está por llegar”, repiten expertos internacionales. Y, sobre el terreno, tampoco lo dudan. Son conscientes de que librarán una cruzada sangrienta porque el exagente soviético podría llegar al extremo de intentar aplastarlos con el mismo grado de salvajismo con que arrasó Alepo en Siria o Grozni, Chechenia. Pero resistirán, repiten con un entusiasmo contagioso, liderados por un Presidente que les ha convencido de que David puede vencer a Goliat, como ha ocurrido otras veces en la historia.
Pero esa elevada moral choca con la soledad que respira Kiev o Kyiv, como me piden que escriba para evitar el nombre que tradujimos del ruso. La huida de un tercio de su población, cálculo no oficial que transmiten las personas que entrevisto. Y no sería de extrañar, dado el río interminable de carros que huyen de la capital que produce cierto desasosiego.
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Serhii condujo a su esposa, embarazada de ocho meses; a su hermana con dos hijos pequeños y a su madre, hasta la frontera con Rumania por tratarse de una ruta menos transitada que la que limita con Polonia. Él regresó, no tanto por la obligación que tienen los varones entre 18 y 60 años de permanecer en el país, sino porque cree firmemente que todos deben unir fuerzas para derrotar a los rusos.
“No puedo alistarme en el Ejército por las secuelas que me dejó el covid en los pulmones, pero ayudo en otras funciones”, me dice. “Fue muy importante que nuestro Presidente se quedara en Kyiv. Zelenski es el héroe del país, el líder, nuestro Churchill. Muchos no votaron por él pero ahora su carácter firme, su valentía, representa al ucraniano de a pie. Su actuación nos da la fortaleza para defender a la nación hasta la última gota de sangre”.
Su amigo Igor, de 33 años, que era joyero en Kyiv y le iba bien, está en el frente como integrante de las milicias. Nunca cogió un arma, apenas tuvo entrenamiento militar, pero se siente preparado para confrontar al enemigo. “Estamos muy motivados, somos muy patriotas”, dice con orgullo desde el lugar donde se encuentra. Ninguno está autorizado a revelar su posición. Ni siquiera en Kyiv me permiten tomar fotos a los puestos de control. Igor hablaba ruso en su hogar por sus antepasados, como ocurre en muchas familias, pero ahora solo quiere hacerlo en ucraniano. Considera que “es importante identificarse como ucraniano en todo momento”.
Olexi roza los 40 y también se incorporó a la milicia —unidades de defensa territorial formadas por civiles—. Veterano de la guerra de Rusia en el este de Ucrania, estuvo ocho años peleando contra los rusos y esa experiencia le ha llevado a Irpin, una de las zonas más calientes, muy castigada por el Ejército de Putin y de donde miles de ciudadanos indefensos salen despavoridos. “Todos en mi unidad estamos preparados para luchar, para matar a los rusos que nos invaden. Estamos seguros que vamos a ganar esta guerra y vamos a proteger Kyiv”, afirma rotundo.
Les proporcionan munición, pero buscan materiales que puedan servirles para atacar tanques y vehículos militares que llevan pintada la Z en señal de victoria. Presume que su unidad ya ha arrebatado armamento a los rusos y los combaten con esas mismas armas.
Aparte del valor y arrojo que exhiben, insisten en el mismo clamor que replican carteleras publicitarias en las calles de la capital: “Otan, cierren el cielo”, se puede leer en inglés, un signo más de que la guerra que no esperaban ha cortado abruptamente la vida normal que llevaban.
También frenó en seco la rápida recuperación económica que estaba logrando Kyiv a pesar de la pandemia. La inversión foránea y la nacional crecía y miles de ucranianos se trasladaban a la capital en busca de mejores oportunidades laborales. Se ven grúas por todas partes y edificios a medio terminar, proliferan los proyectos de construcción tanto en el casco urbano, donde habitaban cerca de tres millones de personas, como en los suburbios, escenario estos días los peores combates.
Algo que resulta estremecedor caminando por la ciudad es el silencio, solo interrumpido por las ocasionales alarmas antiaéreas. Kyiv está en primera línea de fuego y, salvo servicios esenciales, casi todo permanece cerrado, prácticamente nadie puede trabajar en lo suyo. Están enfocados en contribuir al fin primordial en estos momentos: salvar a Ucrania de los rusos.
Pero no todos exhiben el mismo grado de valentía. Serhii señala que los capitalinos están divididos en dos categorías. La inmensa mayoría, dispuesta a sacrificar su tiempo, trabajo, salarios, ahorros y sus vidas para hacer lo que sea necesario para lograr la victoria, y algunos, que bautizan ‘los sentados en sótanos’, incluidos hombres jóvenes, que observan los toros desde la barrera, con los brazos cruzados. “No entiendo a esos hombres, despotrican contra los rusos, hablan de las hazañas militares de los nuestros, pero no hacen nada. Salen a fumar al lado de los refugios subterráneos y bajan cuando suenan las alarmas. Los desprecio, son bastardos”.
Son lo opuesto a los millones dispuestos a todo, como Ganna, esposa del veterano Olexi. Madre de un niño de 10 años, se negó a partir. Considera que su lugar está en la Kyiv para defenderla hasta el final. Y será un final victorioso, te insisten hasta el infinito.