El misterio de la bicicleta abandonada en un semáforo de Bogotá: ¿experimento social, arte o publicidad?
Cinco días estuvo abandonada una bicicleta costosa en una esquina. Por piezas se la iban robando, mientras algunos ciudadanos reflexionaban sobre el sentido de su presencia.
Alexánder Espinel, vendedor de dulces en la esquina de la carrera 15 con calle 77, ni se dio cuenta en qué momento apareció, encadenada al semáforo que hay al otro lado de la vía, una bicicleta cuyo valor ronda los $2,5 millones. "Me descuidé un instante y ya estaba allí", dice. Era la noche del viernes pasado, cuando comenzó el misterio.
En los dos primeros días hubo poco revuelo. Los transeúntes pasaban, extrañados miraban el modelo "fixie" blanco y seguían su camino. Algunos habitantes de calle golpeaban el candado para zafarla, pero al darse cuenta de que era casi irrompible, se iban resignados. "Es un candado que solo se puede quebrar con maquinaria", explicó Nicolás Toca, un aficionado a las bicicletas y del vehículo abandonado.
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Entonces se armaron las hipótesis: "Eso fue que el dueño botó la llave y se embaló para sacar la bicicleta". "Dicen que al que logre romper el candado le van a dar un millón". "Seguro es un experimento social y hay cámaras que están grabando". "Es un homenaje artístico a los compañeros que montan en bicileta y han muerto en las vías". "Es una estrategia para publicitar la marca del candado". De todo se oía entre los asistentes al semáforo, que se volvió lugar de peregrinaje.
Hacia las 6 de la tarde del domingo, cuenta Silva, vigilante del edificio de esa esquina, apareció una patrulla en el semáforo. Con una pulidora, los agentes rompieron el candado y se llevaron la bicicleta. Dos horas después volvió a aparecer. Una camioneta blanca se parqueó a una cuadra y un hombre volvió a encadenar el vehículo. Para entonces, la bicicleta ya era en un objeto de culto.
Primero le pusieron un ramo de rosas. Luego le colgaron una pancarta al poste del semáforo: "Homenaje a los caídos", decía. Le hicieron una especie de altar, rodeándola de velas. Le pegaron clacomanías y algunos la firmaron. Y se tomaron, diariamente, "por ahí unas 300 selfies", calcula el vigilante Silva. A su alrededor se llegaron a conglomerar hasta 50 personas, la mayoría aficionadas al ciclismo urbano. En Facebook crearon un grupo donde se comentaba la cotidianidad de la bicicleta.
En la tarde del martes, la historia tomó otro rumbo. Empezaron a desmantelara. Primero se llevaron una rueda, luego el marco y hasta los piñones. El miércoles a las 8 de la noche ya solo quedaba el centro y una rueda. Un grupo de los que la veían casi como un objeto sagrado se reunieron furiosos en el semáforo. "En Japón cuentan historias de bicicletas que llevan 20 años abandonadas en la calle y nadie las toca, porque piensan ´si no es mío, no lo cojo´. Pero nuestros valores aquí son opuestos a eso", dijo, furioso, Francisco Borda.
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Entre la pequeña multitud apareció un veinteañero que intentó zafar lo que quedaba de la bicicleta. Los presentes quisieron persuadirlo de que desistiera, pero el muchacho no acataba. Entonces, colérico, Nicolás Toca, el veinteañero aficionado al ciclismo urbano, lo espantó a gritos. Para los congregados alrededor a la bicicleta, el asunto se había convertido en una reflexión sobre los valores ciudadanos.
Hacia las 9:00 de la noche se resolvió el misterio. Un hombre y una mujer aparecieron de la nada y, con afán, abrieron el candado, usando la llave, y se llevaron los restos de la bicicleta. Llevaban camisetas con los logos de la marca. Como lo intuyeron algunos, se trataba de un experimento social, en el que participaron también la Policía y los bomberos. El lugar estaba rodeado de cámaras. "La gente no se puede robar una bicicleta solo porque está expuesta", dijo Yeison Segura, representante de la marca. Así, la muchedumbre y el misterio se disiparon y el semáforo de la carrera 15 con calle 77 volvió a ser uno como cualquier otro de la ciudad.