BOGOTÁ
La capital del miedo: la aterradora radiografía de la inseguridad en Bogotá
La inseguridad en la capital del país se desbordó. La gente siente pánico en las calles. Los asesinatos, atracos y extorsiones aumentaron de forma alarmante. ¿Por qué Claudia López perdió el control?
A Óscar Iván Rodríguez, de 36 años, le dispararon en el corazón. Ocurrió a las 7:35 de la mañana, del pasado 10 de agosto, cuando iba en la bicicleta rumbo a su trabajo en el occidente de Bogotá. Dos delincuentes lo abordaron y lo intimidaron con un arma de fuego para atracarlo. Óscar trató de defenderse.
“Él era santandereano y de un temperamento muy fuerte, además amaba esa cicla. Por eso forcejeó con los ladrones”, cuenta Deisy Sandoval, su esposa. Óscar, herido, intentó buscar ayuda y solo alcanzó a correr una cuadra y se desplomó. El tiro fue mortal. “Cuando llegué a los diez minutos, lo encontré tapado con una sábana y grité; en ese momento lo montaron a un carro y se lo llevaron al Hospital de Engativá, a donde llegó muerto”, relata ella. Aunque los delincuentes fueron capturados, un juez los dejó libres por vencimiento de términos, y ahora Deisy y su familia están en alerta por posibles represalias. “Tengo tres hijas y temo que ahora vengan por mí. Tratamos de no salir a ningún lado, acabaron con nuestras vidas”, revela Deisy, angustiada.
La trágica historia de Óscar retrata lo que podría pasarle a cualquiera que se movilice por estos días en las calles de Bogotá. La ciudad está en manos de la criminalidad sin que la alcaldesa Claudia López haya logrado evitarlo. Por eso, el miedo se convirtió en el principal sentimiento que experimenta la gente. Tanto es así que el 76 por ciento de los ciudadanos consideran hoy que Bogotá es insegura. Dicho indicador aumentó 16 puntos porcentuales entre 2019 y 2020, según la Cámara de Comercio, y es el más alto de los últimos cinco años. En el primer semestre de este año, y en comparación con 2020, los homicidios aumentaron 15,2 por ciento.
La posibilidad de que las víctimas mueran en un atraco son ahora mayores, como en el caso de Óscar. Según cifras oficiales, los asesinatos en medio de los robos tuvieron un incremento aterrador del 32,3 por ciento. El hurto a personas creció 21,6 por ciento, y el de celulares, un 18,1 por ciento. En medio de esta ola de violencia, las lesiones (riñas callejeras) subieron un 44,8 por ciento. “El 45 por ciento de las personas que pierden la vida en Bogotá es por intolerancia, por consumo de licor y por riñas”, le dijo a SEMANA el general Luis Rodríguez, comandante de Seguridad Ciudadana de la Policía.
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Las cifras que en 2020 llevaron a la alcaldesa a sacar pecho ya hacen agua. Si bien es cierto que los índices de criminalidad bajaron en ese año por el encierro y la pandemia, lo cierto es que la reactivación trajo consigo una cruda realidad: Bogotá está más insegura que nunca. Las cifras de la Policía muestran que tres personas son asesinadas cada día.
La inseguridad, además, no discrimina estratos ni barrios. Está en todas partes. Fue así como a la propia ex fiscal general Viviane Morales la atracaron violentamente en su apartamento, en el norte de la ciudad, donde estaba en compañía de sus dos hijos. Los ladrones ingresaron por la ventana de la cocina. “En un momento, detrás de mí veo a través del ventanal a un hombre encapuchado, vestido de negro, y a otro que se lanza sobre mi hijo para tratar de inmovilizarlo, porque era el único hombre en ese momento”, contó. “Nos tuvieron amordazados durante más de una hora mientras encontraban todo lo de valor; pasamos por una situación bastante traumática”, contó Morales.
“Todos vivimos en el miedo, la zozobra. Mi hija me dijo una frase: ‘Voy a la calle con miedo’, pero no pensaba que tenía que vivir esa misma situación en mi casa. Hay falta de autoridad, descontrol”, dijo la exfiscal.
La bandera de la xenofobia
Ante esta crítica situación, la alcaldesa Claudia López volvió a encender esta semana la polémica al proponer la creación de un comando especial para perseguir a los venezolanos que delinquen. La decisión, desautorizada de inmediato por el presidente Iván Duque, no solo es xenófoba. También se basa en argumentos sin sustento.
Las estadísticas de la Policía son muy claras. Mientras que López considera que los venezolanos son la mayor causa del aumento de la inseguridad, los números demuestran otra cosa. En Bogotá, en lo corrido de 2021 y hasta el pasado 12 de agosto, fueron capturadas 17.000 personas por todo tipo de delitos, de las cuales 2.470 eran extranjeras, es decir, el 14,5 por ciento. El 80 por ciento quedó en libertad por diferentes razones. Asimismo, en el crimen que más impacta a los ciudadanos, el hurto, solo el 2 por ciento de los autores fueron venezolanos. Eso quiere decir que la mayoría de los delitos en Colombia son cometidos por colombianos. En el caso de los extranjeros, la situación se complica, pues muchos están indocumentados, lo que impide su identificación y judicialización.
Por eso, agitar la bandera de la xenofobia por cuarta vez en un año y ocho meses de gobierno para culpar a los venezolanos es claramente una peligrosa cortina de humo. Esto genera indignación y busca distraer la atención de las razones de fondo sobre el preocupante deterioro de la seguridad en Bogotá, y la incapacidad de la Administración distrital para enfrentar el problema. Lo que anunció Claudia López es propio de regímenes autoritarios que no respetan los derechos humanos y discriminan.
Es como si en Estados Unidos se creara un cuerpo de seguridad para perseguir exclusivamente a los colombianos bajo el argumento de que algunos delinquen. El mundo entero lo condenaría, como lo hizo la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) con el fracasado comando que quería poner en marcha la alcaldesa. “Mensajes y políticas públicas que califican a personas migrantes como delincuentes promueven estigmatización y animadversión de esta población, al culparlas de aumento de índices de violencia y criminalidad en los Estados”, advirtió la CIDH.
“Ella siempre está con el show, el circo, el grito, y de gobernar, nada. Si el 90 por ciento de los delitos no los cometen los venezolanos, ¿por qué hay que estigmatizarlos de esa forma en que ella lo acaba de hacer?”, dijo el senador petrista Armando Benedetti. Esta racha de inseguridad que vive Bogotá coincide con un serio problema de tráfico de armas en el mercado negro, en auge. Por medio de un trabajo de periodismo de inmersión, SEMANA investigó a fondo y detectó qué tan fácil es conseguir un arma ilegal en la ciudad, cuánto cuesta y cómo se comercializa. Los traficantes coinciden en que el negocio está en alquilar el armamento y no en venderlo. Muchas de las armas con las que se asesina en Bogotá son suministradas por organizaciones que tienen su centro de acopio en Soacha y desde allí las distribuyen a zonas como Corabastos y las localidades de Santa Fe, Bosa, Kennedy y Mártires.
Así trafican las armas
En uno de los barrios de Soacha se encuentra Dulcecito. Es miércoles, poco antes de las nueve de la mañana. Así le dicen a un hombre de 28 años que se encarga de surtir de “golosinas” (armas) a la delincuencia en Bogotá y la región del Sumapaz. Al ver que llegan clientes, suelta su taza de chocolate. Hace seguir a quienes buscan “golosinas”, y, antes de entrar a la habitación, pide dejar sobre la mesa del comedor los celulares o cualquier dispositivo con el que se pueda grabar la conversación y poner en peligro la privacidad del negocio.
Cuando se siente seguro, y tras unos minutos de conversación, saca de su armario una especie de tula. “Dicen que la ropa sucia se lava en casa, pero uno a veces tiene que ayudar a limpiarla”, cuenta, con sonrisa cínica, mientras saca unas prendas de unas bolsas negras.
De allí lo primero que sale, entre el relleno de unas almohadas, son seis armas. Las pone sobre la cama, como si se tratara de la vitrina de un almacén. “¿Cuál quiere?”, pregunta. “Esta vale 60.000 pesos el día y tiene diez municiones que valen 80.000. Usted verá si las utiliza todas con un solo cristiano o para varios”, dice con frialdad. Y agrega: “A no ser que solo la quiera para asustar, pero es mejor que estén preparados”.
Las armas que ofrece varían de precio. Dice que está mostrando la más económica, porque se ha usado varias veces. “Si se deja pillar, se meten en una embalada”, advierte. Enseguida cuenta que en el barrio María Paz un socio tiene unas armas con menos uso y por esas puede cobrar entre 300.000 y 500.000 pesos el día de alquiler. Ofrece un servicio adicional: enviar a una mujer con un coche de bebé que esté cerca de “donde se va a hacer la vuelta” para que ella recoja el arma sin generar sospecha y así las autoridades no puedan demostrar que el “cliente” fue el responsable del asesinato. Otro servicio es vender municiones con cianuro para ser más efectivos en la misión. Cada cartucho vale 20.000 pesos.
Al final, también ofreció armas dummies de venta en los Sanandresitos. Son casi idénticas a las originales y por 2.000.0000 de pesos las adecúan para que puedan disparar. Para alquilar un arma, la persona se compromete a devolverla o a responder con su vida. De esta forma, se aseguran de que el arma regrese a este círculo de la muerte.
De las armas que ruedan en el mercado negro en Bogotá, algunas fueron hurtadas en los CAI y en las asonadas del paro. El tema es preocupante si se tiene en cuenta que más del 70 por ciento de los homicidios en el país son cometidos con armas de fuego, el 90 por ciento de las cuales son ilegales. Una de las armas que más se vende en Bogotá es la hechiza. Solo tienen un tiro, porque son improvisadas con un tubo, y puede valer 300.000 pesos. La Policía también ha identificado armas impresas en 3D que matan y se consiguen en el mercado desde los 2 millones de pesos. Las armas ilegales llegan a Colombia por trochas y puertos desde Panamá, Ecuador, Perú y Brasil, principalmente.
Entre enero y julio de este año, ocurrieron 658 asesinatos en Bogotá y la mayoría de ellos (391) fueron cometidos con arma de fuego. El día más crítico es el domingo en la madrugada, seguido del jueves y el sábado por la noche. Las víctimas, en su mayoría, son hombres, entre los 20 y 29 años. Esta situación debería llevar a la alcaldesa a trabajar urgentemente con las autoridades para combatir de manera efectiva el tráfico de armas y golpear la criminalidad.
De mal en peor
Aunque la mandataria prometió en campaña que sería la jefe de la Policía y haría “temblar” a los delincuentes, son ellos los que la tienen en la cuerda floja frente a la opinión pública y haciendo temblar de miedo a los ciudadanos. La alcaldesa parece que se ha propuesto tener una mala relación con la institución. Constantemente culpa a los uniformados, no los lidera ni los apoya. Por el contrario, son varios los episodios en los cuales ha salido con frases destempladas: “Ni la Policía ni el Esmad tienen autorización para quitarles ojos a nuestros jóvenes”.
Sus órdenes al Esmad, en medio de los peores disturbios, han sido contradictorias y al vaivén de lo que se diga en las redes sociales o de lo que muestran las encuestas, sin importar el bienestar general ni sus obligaciones como la mandataria de casi 8 millones de habitantes.
“Claudia López, como está acostumbrada a hacerlo, se lava las manos cada vez que las cosas le salen mal. Le echa la culpa de la inseguridad al Gobierno nacional, a la Policía y ahora, de nuevo, a los venezolanos. Una vez más, está mostrando desconocimiento e inexperiencia”, dijo Miguel Uribe, excandidato a la alcaldía.
Mientras tanto, la situación de los policías en las calles es crítica. Ya varios han muerto a manos de delincuentes en medio de tiroteos sorpresivos a plena luz del día, como le ocurrió al patrullero Humberto Sabogal, de 41 años, quien falleció después de ser atacado a tiros junto con su compañero de patrulla, Jesús Pineda. El hecho ocurrió el pasado 11 de agosto, en el barrio Ciudad Berna, en la avenida Caracas con calle 11 sur. Ese día recibieron una llamada en la que los alertaban de un vehículo sospechoso en la zona. Ellos se fueron de inmediato en su motocicleta hasta el punto.
Cuenta Pineda que al llegar allí no vieron ningún carro. Sin embargo, cuatro hombres estaban en una esquina. Los uniformados les solicitaron una requisa, lo que desató una tragedia. “Uno de ellos desenfunda un arma de fuego”, recuerda hoy Pineda desde una cama en el Hospital Central de la Policía. Agradece que él sobrevivió para contar esta historia, pues su compañero no corrió con la misma suerte. Ese día perdieron la estabilidad de la moto.
Sabogal se paró rápidamente, mientras Pineda, desde el suelo, pedía refuerzos. Pero en cuestión de segundos se escucharon las detonaciones. Una de ellas impactó en el costado izquierdo del tórax de Sabogal, dejando a sus dos hijos, de 10 y 8 años, sin papá. La familia quedó desamparada. “Sentí un vacío y un dolor, pero me negaba a creer que era mi hermano”, dice Álex, hermano de Sabogal. Señala que a las 11:10 de la mañana le dieron la noticia que le destruyó la vida a su mamá: su hijo consentido no había soportado la cirugía.
Daniel Mejía, ex secretario de Seguridad de Bogotá, señala que la ciudad “ha retrocedido” en los homicidios, el principal indicador, pues vienen en aumento. “En la Administración anterior se redujo, en promedio, entre el 7 y 12 por ciento cada año. La tasa de homicidios se recibió en 17,3 casos por 100.000 habitantes y se entregó, más o menos, en 12 casos por 100.000 habitantes. Se han perdido zonas de la ciudad que se habían recuperado”.
Mejía pone de presente lo que está ocurriendo en el Portal de las Américas y en Suba. “Hay ciertas zonas de la ciudad donde hay un control territorial de grupos de microtráfico escudados o arropados bajo la manta de la protesta pacífica”.
Por eso, en las noches se volvió común que los ciudadanos queden atrapados en sus propias casas, en algunos sectores de Bogotá, como Suba o Kennedy, resguardándose en medio de los disturbios y la destrucción provocada por los vándalos. La ciudad es hoy el epicentro de la acción de bandas criminales, de grupos dedicados al microtráfico, de disidencias de las Farc, de milicianos del ELN y de la llamada primera línea, que está en la mira de las autoridades.
Relatos de miedo
Las historias de inseguridad en Bogotá tienen rostro. Por ejemplo, Antonina Canal, terapeuta y conferencista, fue víctima de un robo en su casa ubicada en la vía a La Calera. El atraco se produjo el pasado 14 de mayo en horas de la noche cuando más de diez hombres armados ingresaron a su vivienda. Todo quedó registrado en un live que ella emitía justamente en ese instante.
Cuando estaba en la transmisión en directo, varios hombres llegaron al lugar donde se encontraba conectada. “¿Qué pasó?”, le dijo Antonina a uno de los asaltantes, antes de cortar la transmisión sin poder darles mayores explicaciones a sus seguidores. “¡Quieta ahí!”, gritó un hombre fuera de cámara.
Antonina contó que fue amordazada junto con su hijo, su madre y la empleada doméstica durante dos horas. “Con una pistola en la cabeza, nos amarraron pies y manos. Yo les dije que les daba todo, pero que me dejaran vivir. Empiezan a sacar todas las cosas, me empiezan a patear e insultar, preguntándome que en dónde estaba la plata (…) Revuelcan todo y nos ponen una cobija en la cabeza. Dijeron que, si la levantábamos, nos mataban”, agrega.
Relató que los ladrones le pedían ubicar la caja fuerte, pero ella les explicó que no tenía. Entonces, los delincuentes se pusieron muy violentos hasta el punto de amenazarla con secuestrar a su hijo e, incluso, matarla. Como sus seguidores se dieron cuenta de lo que pasó por el live, varios de ellos llamaron a su asistente para contarle lo que había sucedido. Esa persona se comunicó con una vecina, quien, a la larga, fue la que acabó con las horas de terror.
“Mi vecina salió con una linterna, y el marido hizo unos disparos, acá tenemos una red de protección. En ese momento, yo solamente rezaba, decía que se llevaran todo lo material, pero no a mi hijo. Solamente visualizaba el momento en que llegara la policía y saliéramos de esto”, narró Antonina.
En TransMilenio la inseguridad es dramática y se han registrado asesinatos en estaciones y buses. Para las mujeres, es toda una odisea. Si no las roban, se ven sometidas a tocamientos. En menos de un mes, Ángela Patricia Monroy, de 49 años, ha sufrido dos violentos atracos. El primero sucedió el 12 de enero de este año. “Nos van a matar”, fue su primer pensamiento al ver que todos los delincuentes portaban enormes cuchillos de carnicería con los que amedrentaron a las víctimas. Ángela intentó esconder su celular entre los senos, pero el ladrón más cercano a ella se percató y le puso el cuchillo en el rostro. Ella no tuvo más remedio que entregarlo. Una joven a su lado forcejeó para no dejarse robar, pero fue herida en el hombro, lo que aumentó el pánico de todos.
El conductor, desesperado, accionó el cierre de puertas a la fuerza y arrancó rápidamente. “Yo estaba temblando y me tomó un momento reaccionar. Todo era llanto dentro del bus”, cuenta.
Ángela no había tenido tiempo de reponerse de la traumática experiencia cuando un mes después volvió a caer en las manos de la delincuencia. A diferencia del anterior atraco, en la zona de Los Héroes, los asaltantes llevaban armas de fuego. “Empecé a gritar y me lancé hacia el puesto del conductor”, relata. La banda exigió que los pasajeros entregaran todo. Al final, huyeron. Desde entonces, Ángela siente terror cada vez que cruza por una estación de TransMilenio y juró nunca más usar el servicio. “Ni loca me vuelvo a montar ahí”, dice.
El caso del periodista Jeisson Vera es doloroso. “Hoy sentí de cerca la muerte”. Así comenzó el relato de lo que sufrió el pasado 12 de agosto en el sur de Bogotá, hacia las diez de la mañana, cuando iba como pasajero en un taxi hacia su casa, en el occidente de la ciudad. El vehículo recorría la avenida Primero de Mayo y se detuvo en el semáforo de la calle 24. Jeisson estaba chateando desprevenido y, por eso, no vio a los hombres que se acercaron al taxi. Con bujías y piedras, rompieron los vidrios traseros y se abalanzaron sobre él. “Lo primero que hicieron fue lanzarme un cuchillazo al abdomen, me corrí, puse la mano, y tengo una cortada”, relata.
De inmediato, los ladrones le exigieron su teléfono móvil, a lo cual Jeisson, temblando y en silencio, accedió sin resistencia. Sin embargo, otro estruendo lo sacó del shock, pues rompieron la ventana trasera y halaron su maleta, amenazándolo con más cuchillos. “Quedé muy asustado, se me pasó de todo por la cabeza. Gracias a Dios, estoy sano y salvo”, asegura.
Otras víctimas no han corrido con la misma suerte. A una mujer de 35 años le dispararon en la cara, en el barrio El Jazmín de Puente Aranda, en medio de un atraco. Las cámaras de seguridad la muestran cuando iba caminando para tomar un bus. En ese momento, cuatro delincuentes, dos de ellos a bordo de motocicletas, se le acercaron para asaltarla. Pese a que entregó lo que llevaba, le dispararon directamente en el rostro. La mujer sufre los estragos de la lesión.
Con todo este panorama, es claro que la seguridad se le salió de las manos a Claudia López. O ella corrige el rumbo, o la situación en Bogotá corre el riesgo de empeorar. Antes que pensar en su imagen, su carrera política, los votos, las encuestas, las redes sociales o en cazar camorras día y noche con el Gobierno, sus contradictores políticos y hasta con los militantes de su partido que la critican, ella tiene la obligación de cumplir el compromiso que adquirió con los ciudadanos al ser elegida alcaldesa. Esa, hoy, debe ser su prioridad.