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La casa del horror: así torturaban en Bogotá a jóvenes drogadictos, obesos y homosexuales
La Fundación Resurgir a la Vida, para tratar adicciones, terminó convirtiéndose, según denuncias, en un centro de torturas, amenazas y maltratos físicos. SEMANA revela la tenebrosa historia.
“Esa casa era un verdadero infierno, allá nos tenían como secuestrados, nos golpeaban, nos agredían física y psicológicamente, era un horror”. Este es uno de los dolorosos testimonios de personas que fueron internadas por sus familiares en una fundación que les prometía sacarlos de las garras de la drogadicción y el alcoholismo, pero que terminaron viviendo una pesadilla. “Éramos como esclavos, eso no era vida, nos aislaron de nuestras familias y del mundo, no podíamos escapar, estábamos bajo amenazas”.
Se trata de la IPS Resurgir a la Vida, que fue allanada por la Fiscalía el jueves y en un operativo capturó a cinco personas, entre ellos su director y representante legal y otro cuatro funcionarios, quienes tendrán que responder ante los jueces por cargos muy graves como son tortura agravada, secuestro, amenazas y concierto para delinquir. SEMANA revela en exclusiva detalles de esta investigación que desnuda la dramática experiencia de personas que estuvieron por meses, y en ocasiones años, encerradas en esta mal llamada casa del horror, como la denominan quienes hoy se consideran víctimas.
La historia que puso al descubierto lo que ocurría en esta casa parece de película. Uno de los jóvenes que estaba viviendo esta pesadilla en carne propia, por medio de cartas con mensajes cifrados pidió auxilio a uno de sus mejores amigos, quien estaba pendiente de él desde que fue recluido. Eran amigos de infancia y sabía que las cosas no estaban bien, sensación que crecía con cada una de las comunicaciones que leía.
Ya en libertad, no dudó en ir a la Fiscalía y denunciar el horror que según sus palabras se vivía en el interior de esta casa, ubicada en el sector de Normandía, en Bogotá, en la cual no tenía ni derecho a la luz del sol, porque, según narra, nunca los dejaban salir.
Con esta acusación se abrió la caja de pandora y llegaron nuevas y aberrantes denuncias de lo que sucedía en esta casa, en donde la promesa era sacar a los internos de vicios, rehabilitarlos y entregar mejores personas a la sociedad, pero, por el contrario, se convirtió en una suerte de tortura de la que la única alternativa era huir.
Los testimonios señalan que muchas de las personas que tocaban las puertas de esta fundación lo hacían ante el desespero de tener un familiar atrapado en condiciones de drogadicción, alcoholismo y dos aspectos que parece un chiste que se pudieran “tratar” con terapias de este tipo: condición sexual (homosexualidad) y la obesidad. Esto da cuenta de los engaños a los que llegaban en esa casa.“
A un compañero lo juzgaban todo el tiempo porque tenía una condición sexual diferente y era que le gustaban los hombres, era homosexual. Por eso le decían maricón, que él no podía ser un maricón ahí adentro, que eso no era para maricones, que ahí se iba a volver un hombre, le decían”, señala un testimonio.
Hasta los vecinos eran conscientes de la tragedia. SEMANA fue hasta el lugar y constató lo que ocurría. “Ahí funcionaba un centro de rehabilitación y se escuchaban gritos. En alguna ocasión oímos como si personas de la casa maltrataran a un joven que fue por ser homosexual. Había escándalos, ruido y desespero. Ayer cerraron la cuadra y dicen que capturaron una persona y sacaron dos menores de edad”.
En Resurgir a la Vida nada era por las buenas, ni siquiera el ingreso, los testimonios señalan que cuando los jóvenes se negaban a ir voluntariamente para internarse, ellos tenían la solución. Les daban a los familiares unas pastillas que no eran más que unos fuertes sedantes que los dejaban a merced de los funcionarios del centro, que al recibir la llamada llegaban a las casas y aprovechando el estado de indefensión los amarraban “para que ellos mismos no se fueran a lastimar” y los subían a una camioneta blanca. Cuando reaccionaban del sueño profundo estaban ya inmersos en esta pesadilla.
“Me trajeron amarrado a la fuerza, acá me siento como un animal”, dice una de las víctimas. Otro describe su tragedia así: “En el instituto me quitaron la ropa, me dejaron obligado, no me dejaban hablar con mi familia, no permitían ir al baño a los compañeros con el lema que están haciendo respetar el hogar. Los facilitadores los amarraban a la cama con cordones, los amarraban a las sillas y les tiraban baldes de agua fría y castigos como estar de plantón toda la noche. Lo peor es cuando me dicen que no iba a volver a ver a la familia. Todo lo supervisaban, cartas llamadas y visitas”. Tampoco había televisores o revistas o algo que los conectara con el exterior.
Las versiones coinciden en que eran sometidos a un ritual de ingreso, les quitaban toda la ropa y pertenencias, a los hombres los rapaban, y en una especie de patio, con mangueras, desnudos, los bañaban con escobas de cerdas duras y detergente. Como animales. Era el bautizo, de ahí en adelante les tenía que quedar claro quiénes mandaban en esa casa. A cualquier amago de indisciplina los amarraban a la vista de los demás para que el mensaje no tuviera duda.
El trato era igual de violento sin importar si se trataba de un hombre o una mujer. Una joven que estuvo recluida y también fue drogada para internarla, contó que, al despertar, un hombre la tenía sometida con la rodilla en el cuello.
Al estilo de un campo de concentración, debían acatar a pie juntillas un estricto reglamento. Cinco minutos en la ducha, las idas al baño no dependían de las necesidades, sino de un horario, por eso, señalan las denuncias, en ocasiones al no aguantar más terminaban haciéndolas en los cuartos.
Lo más duro y tenebroso, que se convertía en una amenaza, era el que dominaban “el pasillo azul”. A quienes no cumplían las órdenes los golpeaban con palos, puños y patadas, y luego los amarraban y los dejaban toda la noche. Ahí también hacían el “tratamiento” a las personas que tenían problemas de obesidad. Servían las mesas y mientras la gente comía, ellos eran amarrados, con su plato al frente, pero sin la posibilidad de probar bocado, solo recibían insultos, era una tortura.
Los testimonios son desgarradores, todos los que estaban en este lugar lanzan frases como “duré cuatro meses sin saber de mi papá y mi mamá”, “aquí todos estamos en contra de nuestra voluntad”, “en la parte de atrás a los compañeros le pegaban feo, en la cara…”, “por favor, que alguien les diga a nuestras familias que nos saquen de aquí”, ninguno quería continuar viviendo esa tragedia.
Dicen que el servicio de salud era pésimo, un médico y una psiquiatra iban de vez en cuando. En una grabación se escucha cuando un funcionario dice que el psiquiatra dio la orden de internar a una muchacha, pero el director de la fundación, quien es un ingeniero, dijo que le dieran una droga para la esquizofrenia (quetiapina), la inmovilizaran y la dejara encerrada. Ese fue el tratamiento, ordenado por una persona que no sabe nada de medicina. Durante la pandemia hubo casos de covid y no hubo aislamiento ni tratamiento, exponiéndolos a todos.
Hace apenas un mes, cuando se conoció de este centro de tortura, el fiscal general, Francisco Barbosa, conformó un equipo de Policía Judicial, médicos, psiquiatras y psicólogos forenses, genetistas y fiscales para sacar adelante la investigación. Con seguimientos, interceptaciones y pruebas técnicas, reconstruyeron la tragedia que vivían los jóvenes en esa casa en Normandía para presentarla ante los jueces.
La Fiscalía llegó el jueves e irrumpió de manera sorpresiva; al principio, las 35 personas que estaban ahí, entre ellos dos menores, un adulto de 62 años y un extranjero, sintieron temor, así vivían, nerviosos. Pero al reconocer los uniformes de las autoridades sintieron llegar la libertad y así lo expresó la mayoría. Los recluidos fueron claros al señalar que estaban ahí en contra de su voluntad.