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La ‘cazapeleas’: ¿Qué le pasa a la alcaldesa Claudia López?
Claudia López se convirtió en un símbolo de la confrontación política. Ha chocado con Duque y sus ministros, con Uribe, Petro, líderes de su partido, exjefes de las Farc y periodistas. Su gestión ha sido caótica y Bogotá está a la deriva, en la peor crisis en décadas.
Esta semana, la alcaldesa Claudia López llevó al extremo la confrontación política en Bogotá. Peleó con todo el que se le atravesó. Con Gustavo Petro, con Álvaro Uribe y con algunos exjefes de las Farc. La mandataria abrió en simultánea varios frentes de batalla que, definitivamente, la desdibujan, la ponen en el ojo del huracán y le hacen un enorme daño a la ciudad.
Su tono pendenciero la tiene fuera de control. Lanzó graves acusaciones en sus redes sociales contra sus opositores, lloró en la radio, hizo maratón de medios y al final no presentó una sola prueba de todos los señalamientos que hizo. Aunque habló de delitos, tampoco radicó las respectivas denuncias en la Fiscalía, como lo debe hacer en su papel de primera autoridad en la capital del país. Hoy, Claudia López ya no es la misma. Más que la alcaldesa, parece una política en campaña permanente. La gente ya lo notó y por eso viene cayendo de manera estrepitosa en las encuestas.
Atrás quedó su promesa de convertir a Bogotá en un “ejemplo global de reconciliación”, palabras que dio en su discurso de posesión, el primero de enero de 2020, y que se las llevó el viento en el último año y medio. Por el contrario, la mandataria ha convertido a la capital del país en un verdadero ring de pelea política, mientras que los habitantes tratan de sobrevivir a la peor crisis en décadas. La pandemia, el desempleo, la quiebra de empresas, la alarmante inseguridad, el caos y la agitación social tienen acorralados a los ciudadanos.
La elección de López suscitó una gran expectativa en el país, tratándose de una mujer que se hizo a pulso y que hasta sus detractores le reconocen sus valientes luchas como investigadora y congresista. Sin embargo, ahora hay un sentimiento de decepción ciudadana frente a ella. “Mi voto por Claudia López fue en contra de la falsedad, el miedo y la desconfianza en los otros candidatos. Esas tres cosas hoy me produce ella”, dijo, por ejemplo, el reconocido actor Fabio Rubiano.
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En su propio partido, la Alianza Verde, las diferencias son públicas. Su incoherencia, su personalidad voluble, sus malas maneras, sus peleas con el Gobierno y la oposición, su actitud déspota y esa costumbre de evadir responsabilidades y buscar otros culpables la perfilan como una alcaldesa impredecible y una líder política poco confiable. Aunque en su posesión habló de “empatía” y “fuerza serena”, nada queda de eso.
Claudia López parece más preocupada por la campaña política que se avecina o por sus futuras aspiraciones presidenciales en 2026, como aseguró el senador Roy Barreras, que por sus obligaciones al frente del Palacio Liévano. Cada paso que da pareciera ser fríamente calculado, como si estuviese siguiendo un libreto o una partitura. En ella hay exceso de marketing y una preocupación casi obsesiva por su imagen. Eso se nota en cada una de sus apariciones, en las que habla en ocasiones con voz quebrada, vestida con la capa de El Principito o el saco de Kung Fu Panda. Todo dejó de ser natural, y ya parece una puesta en escena.
Sin duda, la capital del país es un fortín electoral que todos quieren conquistar. En 2018, aunque Sergio Fajardo no pasó a la segunda vuelta, su votación fue la más alta en la ciudad. Subida en esa ola, López se convirtió en la alcaldesa. Pero hoy las cosas son a otro precio, y su principal crítico, el senador Gustavo Petro, empezó a ganarle la partida electoral en la capital del país.
Fajardo está relegado; en cambio, Petro y Peñalosa lideran la intención de voto en Bogotá, según la más reciente encuesta del Centro Nacional de Consultoría para SEMANA. Esto explicaría por qué Claudia López decidió irse de frente, con acusaciones muy graves, contra Petro y su movimiento, la Colombia Humana, al señalarlos directamente de estar detrás del caos y la violencia en la ciudad.
“Recapacite, Gustavo. Su apuesta de radicalización, confrontación y caos tal vez le asegure likes, dudo que le garantice la Presidencia”, le dijo al senador. Días después, acusó a esa colectividad de financiar a los jóvenes que secuestran buses. “Con la dotación que les dan dirigentes de Colombia Humana, pinchan, bloquean y secuestran buses, pocos jóvenes radicalizados para hacerles la campaña del caos, la obstrucción y destrucción de TransMilenio y la tranquilidad ciudadana”, aseguró.
Se puede estar de acuerdo o no con Petro. No obstante, las palabras de la alcaldesa sobre él y su grupo político tienen que ir más allá de una opinión. Ella no es la analista política de antaño. Ahora ocupa el segundo cargo de elección popular más importante del país, la Alcaldía de Bogotá, lo cual la obliga a actuar con serenidad, responsabilidad y a seguir el conducto institucional.
Claudia López no quiere entender que sus señalamientos no se pueden quedar en trinos incendiarios, como los que ella misma critica de sus opositores. Si tiene en sus manos información grave y cierta, que compromete supuestamente a Petro y a su grupo político, es su deber presentar las pruebas ante las autoridades competentes y la opinión pública. De lo contrario, todo quedará en una pataleta y en un choque más de tantos que ella provoca a diario en sus redes sociales. “Los señalamientos de Claudia López a Colombia Humana, además de peligrosos e injustos, son oxígeno para la ultraderecha de este país”, dijo la representante a la Cámara Ángela María Robledo.
Además, la vehemencia con la que acusó a la Colombia Humana en Twitter se fue diluyendo poco a poco en las entrevistas de radio. Incluso, cuando le preguntaron por el senador Gustavo Bolívar y su recolecta con la cual financió cascos y gafas para los jóvenes de la primera línea, ella respondió que estaba segura de que el congresista tuvo una buena intención, aunque insistió en que algunos de los encapuchados habían secuestrado buses mientras usaban la dotación apoyada por Bolívar.
Cuando la interrogaron sobre la representante a la Cámara Katherine Miranda, de la Alianza Verde, su partido, y quien ha ayudado en temas de salud a la primera línea, la alcaldesa se vio en aprietos, pero terminó echándola, prácticamente, en el mismo saco de Gustavo Bolívar. Horas antes, Miranda había criticado a la alcaldesa por su arremetida contra la Colombia Humana. “No acepto la estigmatización y señalamientos de esa índole”, dijo ella.
El representante Inti Asprilla, también de la Alianza Verde, no se quedó callado y salió en defensa de Petro y la Colombia Humana. “Claudia López no es la misma persona con la que yo llegué al Verde hace siete años, y creo que no es difícil darse cuenta”, aseguró. Los señalamientos contra el movimiento del senador terminaron profundizando las heridas en la Alianza Verde, una colectividad dividida entre quienes apoyan a Claudia López y quienes están con Petro. Atrás quedó esa unión de 2018, cuando la hoy alcaldesa respaldó en segunda vuelta al líder de la Colombia Humana, apartándose de la decisión de Sergio Fajardo, de quien era su fórmula vicepresidencial.
El exalcalde anunció acciones legales contra López; pero ella, no contenta con el tierrero que armó con la Colombia Humana, decidió emprenderla al mismo tiempo contra el uribismo, con el que siempre ha mantenido una confrontación, y a pesar de que horas antes Uribe la apoyó en sus denuncias sobre la primera línea. Solo que en esta oportunidad, sin individualizar a los supuestos responsables, lanzó una acusación muy grave: “El uribismo quiso matarme”.
La alcaldesa soltó esta frase justo cuando sectores de izquierda la señalaron de haberse convertido a la derecha y de aliarse con el uribismo, en un supuesto plan de desprestigio contra Petro y la Colombia Humana. Dicha afirmación también le salió cara ante la opinión pública, porque no solo provocó rechazo en el uribismo, sino que el propio expresidente Uribe la calificó de “deslenguada” y la invitó a gobernar. La mandataria se ha caracterizado por buscarle camorra a Uribe, quien constantemente evita caer en su juego.
Ese mismo día, Claudia López, furiosa, terminó peleando hasta con los exjefes de las Farc que firmaron el acuerdo de La Habana durante el Gobierno de Juan Manuel Santos y que ella tanto ha defendido. Como es natural, de vuelta, recibió fuertes recriminaciones. “Estimada alcaldesa, usted ignora que firmamos un acuerdo de paz y que el haber participado en el conflicto no nos impide opinar, no descalifique y señale desde su pretendida superioridad moral; en este país han asesinado más por lenguas como la suya que por las balas”, le dijo el senador Carlos Antonio Lozada luego de que la alcaldesa criticara a los exjefes de las Farc por no pedir perdón en la Comisión de la Verdad.
En caída libre
A los pocos meses de haber llegado a la Alcaldía, en abril de 2020, López vivía una verdadera luna de miel con los ciudadanos. El 89 por ciento de los encuestados por Invamer aprobaba su gestión y solo el 9 por ciento la desaprobaba. Pero cada una de sus actuaciones, salidas en falso, su excesivo populismo y las cortinas de humo que tiende con sus peleas la han desdibujado por completo, a tal punto que su aprobación cayó del 89 por ciento en abril de 2020 al 50 por ciento en junio de este año; es decir, un desplome de 39 puntos porcentuales.
Por su parte, la desaprobación está hoy en el 47 por ciento, o sea, se disparó 38 puntos porcentuales. El pesimismo se apoderó de la capital del país, pues el 82 por ciento cree que las cosas en Bogotá están empeorando, según Invamer. A Claudia López le cobran que no ha cumplido lo que prometió. El exalcalde de Bogotá Enrique Peñalosa y el exsenador Juan Manuel Galán coincidieron en señalar que no es fácil identificar cuáles han sido sus logros en la Alcaldía. También hay mucho ruido por la contratación en la administración distrital.
En la coyuntura del paro, la mandataria se mostró dubitativa y débil frente a los violentos que destrozaron lo que encontraron a su paso. En principio, la alcaldesa le pidió a la gente que no saliera a marchar por el peligro del contagio y la letalidad del tercer pico de la pandemia, y luego cambió de parecer y terminó ofreciendo perdón a los manifestantes porque, según ella, solo hasta ahora pudo entender las razones de las protestas.
Hoy, la economía de la ciudad está más golpeada que nunca. Unas 50.000 empresas han tenido que cerrar sus puertas y la tasa de desempleo en la capital es del 18,1 por ciento, por encima del promedio de las 13 áreas metropolitanas (16,9 por ciento), de acuerdo con las cifras trimestrales divulgadas por el Dane. Pese a esa tragedia social, la alcaldesa fue particularmente agresiva con una humilde vendedora ambulante que la abordó en el centro cuando ella hacía una transmisión en vivo. “Ayúdenos con algo porque esto está tenaz”, le pidió la mujer. La alcaldesa, en un tono displicente y sin detenerse a escucharla, solo le respondió: “Ahí están trabajando, sumercé. Trabaje juiciosa, trabaje juiciosa, sumercé”.
Pero los problemas no paran ahí. Si hay algo que le ha hecho daño es la inseguridad desbordada. El atraco y el sicariato tienen aterrorizados a los ciudadanos. Hay miedo en las calles. La percepción de inseguridad en Bogotá (76 por ciento) es la más alta de los últimos cinco años, según una encuesta de la Cámara de Comercio. Una de sus peores salidas fue lanzar un mensaje xenófobo tratando de culpar a los venezolanos de la inseguridad. Hasta la Comisión Interamericana de Derechos Humanos le llamó la atención sobre los riesgos de sus declaraciones.
Su pelea con la Policía ha resultado ser una barrera para poder consolidar una política de seguridad ciudadana exitosa. Aunque en la campaña prometió que sería la jefe de la Policía y que haría “temblar” a los delincuentes, la historia es al revés. No ha podido comandar a los uniformados, que se sienten maltratados cuando ella generaliza y los culpa de lo divino y lo humano. A veces apoya al Esmad, pero en otras ocasiones se va en su contra, siempre al vaivén de la galería. En reuniones privadas con el Gobierno, ha pedido angustiosamente la militarización ante las graves alteraciones del orden público, y luego en sus redes sociales ha dicho que no está de acuerdo con la asistencia militar. ¿En cuál Claudia López pueden confiar los ciudadanos?
En septiembre de 2020 descargó la responsabilidad en la Policía por los desórdenes que se vivieron en Bogotá durante dos días, y que dejaron 13 muertos. De igual manera, afirmó que los oficiales no le hicieron caso. Recientemente, salió con una frase muy desafortunada: “Ni Policía ni Esmad tienen autorización para quitarles ojos a nuestros jóvenes”. Como si en la institución hubiera una política tan macabra.
Así mismo, los delincuentes no han temblado, como lo prometió. Por el contrario, se han apoderado de calles enteras y de barrios donde impiden el libre tránsito de los ciudadanos, y han destrozado locales comerciales, sedes bancarias, cajeros, bienes públicos, articulados y estaciones de TransMilenio, sin que nadie lo impida. La inseguridad ha llegado a tal nivel que un grupo de encapuchados logró secuestrar seis buses con pasajeros a bordo, mientras que los intimidaban con cuchillos. El microtráfico se descaró. Actualmente, hay tráfico de droga sin ningún pudor, y a plena luz del día, en el Portal de las Américas, como recientemente lo evidenciaron las cámaras de Noticias RCN.
Aunque el paro se suspendió, Claudia López no ha podido retomar el control del orden público en diversas zonas de la ciudad, como Usme, Suba y Kennedy. Su dualidad frente a los jóvenes que han protagonizado las manifestaciones y varios hechos violentos también llama la atención. Un día los llama “mis muchachos”, con voz trémula y tono maternal. Luego denuncia a algunos por vandalismo y después les ofrece una mesa de diálogo, que fracasa sin siquiera instalarse por falta de confianza y porque ella no estuvo presente. También ha dicho que el uribismo y el petrismo usan, supuestamente, a los jóvenes como “carne de cañón”. Lo que hay en el fondo es una rapiña electoral por el voto de ellos para 2022.
A excepción del secretario de Gobierno, Luis Ernesto Gómez, Bogotá desconoce prácticamente quiénes son los secretarios que trabajan por la ciudad al lado de la alcaldesa. Los ha anulado, por lo menos ante los ciudadanos. Todo gira en torno a ella, quien ha opacado la labor que muchos de ellos hacen. A otros, como al saliente secretario de Seguridad, Hugo Acero, los reprende en público. La renuncia del funcionario estaba cantada desde hace meses debido a las profundas diferencias en el manejo de la seguridad, y, particularmente, en la relación con la Policía. Esto sin contar que un audio que se filtró mostró que la alcaldesa ha maltratado, a punta de gritos, a su propia gente. Se trata de una conducta muy alejada de la dulce Claudia López que se vendió en campaña. De nada le han valido los costosos asesores y los cambios para el manejo de su imagen y las comunicaciones.
Al final, la mandataria, investida del gran poder que tiene, siempre hace lo que quiere, así sea equivocado. En su segunda Alcaldía, a Peñalosa lo recuerdan por su eslogan “Impopulares, pero eficientes”. Hoy, López corre el riesgo de quedar etiquetada como “impopular e ineficiente”.
Las otras peleas
Con la llegada de la pandemia, las relaciones entre Claudia López y el Gobierno se volvieron cada vez más tensas. Todo 2020 estuvo marcado por sus choques constantes con el presidente Duque y sus ministros, algunos de los cuales la han tenido que desmentir públicamente a raíz de sus señalamientos. La alcaldesa se enfrentó con el presidente por el cierre del aeropuerto El Dorado, por las unidades de cuidados intensivos, por los respiradores, por las vacunas, por prácticamente todo. Lo culpó de los picos, pidió cuarentenas de manera continua y, en el momento de la reapertura, se quejó con el Gobierno, descargándole toda la responsabilidad, especialmente por la pérdida de vidas, y aferrándose al falso dilema de vida o economía.
Ahora, casi un año y medio después, cuando se dio cuenta de que las constantes restricciones acabaron con miles de empresas y agravaron el desempleo y la pobreza, su discurso cambió y empezó a apuntarle a la reapertura. Bogotá ha pagado los platos rotos de la pugnacidad y esa premeditada falta de trabajo en equipo del Palacio Liévano con la Casa de Nariño. La jugadita de dejar una silla vacía marcada a último minuto con el nombre del presidente Duque, aún sabiendo con antelación que el mandatario no asistiría a un acto en la plaza de Bolívar, dejó completamente en evidencia unas malas intenciones.
Claudia López, en su afán de figurar, se ha esforzado por plantear una rivalidad inexistente con el presidente. Para ella han primado, además, sus diferencias políticas con el uribismo (que vienen del pasado) frente a las necesidades de los habitantes de la ciudad, más allá de sus ideologías. Afortunadamente, Duque tampoco le ha comprado todas las peleas que ella le ha planteado. Los choques más frecuentes de la mandataria han sido con el ministro de Salud, Fernando Ruiz, y de Defensa, Diego Molano.
La alcaldesa se ha salido más de una vez de los protocolos, como el día en el que, sin ningún sustento científico, anunció que la cepa británica ya circulaba en Bogotá. El Ministerio de Salud la desmintió y, realmente, lo que buscaba ella era desviar y acallar el escándalo por sus polémicas vacaciones en Costa Rica, a comienzos de año, en pleno segundo pico de la covid-19, y que tuvo que suspender de manera abrupta.
Con algunos periodistas ha sido intolerante, y solo tiene una buena actitud con aquellos que la elogian y aplauden. En varias ruedas de prensa se ha puesto brava porque los reporteros le preguntan por temas que la incomodan y respecto a los cuales ella no quiere hablar. Ha llegado al colmo de quererles imponer que le pregunten solo lo que ella desea.
El exfiscal general Néstor Humberto Martínez contó, en una entrevista con SEMANA, que la mandataria está vetando a los medios de comunicación que la critican, retirándoles la publicidad, como si se tratara de recursos de su bolsillo y no de todos los contribuyentes. Esa actitud vulnera la libertad de prensa y dista mucho de una Claudia López demócrata. En contraste, esos comportamientos la perfilan como una gobernante autoritaria e intolerante.
La alcaldesa de Bogotá es una mujer preparada, muy capaz y esforzada. No puede ocultar que tiene aspiraciones presidenciales, lo cual es legítimo. Sin embargo, su estrategia equivocada desde que llegó a la Alcaldía está erosionando, poco a poco, su capital político, y de esa manera podría echar a perder su futuro electoral.
Es hora de que haga un alto en el camino y entienda que, por encima de todo, debería estar su compromiso por la ciudad y sus pobladores, sumidos en una crisis sin precedentes. También debe revisar sus formas. Una funcionaria de su nivel no puede estar protagonizando todo tipo de peleas y escándalos por medio de sus redes sociales. Es necesario que sea responsable, mesurada y se enfoque en resolver los problemas de la gente. Claudia López todavía está a tiempo de corregir el rumbo. Nadie quiere a una ‘cazapeleas’ en el Palacio Liévano, y mucho menos en la Casa de Nariño.