Judicial
La condena que por fin les llegó a los peligrosos “sayayines” del Bronx. Así asesinaron a policías y sembraron el terror en la zona
SEMANA revela la historia del vil asesinato de un patrullero de la Policía en el temido sector de Bogotá. Dos “sayayines” tendrán que pagar 36 años de cárcel.
Siete años después del megaoperativo que se adelantó en el temido sector del Bronx o el cartucho, en el emblemático barrio del Voto Nacional, en pleno centro Bogotá, se siguen conociendo historias desgarradoras de la sevicia de los llamados “sayayines”, quienes no eran nada más y nada menos que los encargados de manejar el microtráfico de drogas, la prostitución infantil, los secuestros exprés, las extorsiones y una veintena más de acciones ilegales.
Pese a todo lo que ocurrió durante años, y frente a los ojos de las autoridades, al sol de hoy son muy pocas las condenas judiciales en contra de los temidos miembros de esa organización criminal, que llevó la crueldad a un punto extremo.
SEMANA conoció en exclusiva uno de los pocos fallos que demuestran el poco respeto que tenían por la vida y por qué, poco a poco, ese sector se fue convirtiendo en un terreno vedado para las autoridades.
El 4 de septiembre de 2012 cinco ‘sayas’, como se hacían llamar, y que apenas superaban la mayoría de edad, interceptaron a dos agentes de la Policía Nacional que fueron enviados para hacer efectiva una orden de registro y allanamiento en uno de los establecimientos en los que se expendía la droga y que era “administrado” por el llamado Gancho Mosco, uno de los más grandes.
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Sin embargo, los policías solamente pudieron dar unos pocos pasos dentro del inmueble. En cuestión de segundos fueron interceptados y amenazados con arma de fuego por parte de los sayayines quienes, después de gritarles, insultarlos y amenazarlos, los amarraron con cordones y pitas para así quitarles el uniforme y el armamento que portaban.
Debido a la tensa situación y por los antecedentes que se habían presentado en la zona, donde era pan de todos los días los secuestros, torturas y asesinatos selectivos, el patrullero Yeison Mahecha Fierro intentó soltarse y desenfundar su arma de dotación. Sin embargo, uno de los sayayines le disparó, con absoluta sangre fría en el rostro, acabando inmediatamente con su vida.
Su compañero, el también patrullero Jairo Hernán Lancheros, al ver esto intentó defenderse, lo que generó un verdadero infierno en esa vivienda por el cruce de disparos que duró casi 15 minutos. “Con insistencia le decía: ‘dele al tombo’ (...) Óscar Iván Vinuesa, alias Cali, disparaba la ametralladora desde el tercer piso a los policías (...) El Pollo disparaba desde un bahareque al frente de la olla. Felipe Rivas Vinuesa, alias Gerardo, disparaba desde el techo de una caseta”.
La calma, entrecomillas, llegó con el arribo de los agentes del Grupo de Operaciones Especiales de la Policía, quienes lograron llegar a la zona e interceptar a dos de los sayayines más sanguinarios, identificados con los alias de Pollo y Cali.
La escena con la que se encontraron los agentes del Grupo Especial parecía sacada de una película de terror. Al lado del cuerpo sin vida del patrullero Mahecha se encontraban cerca de ocho mil papeletas de bazuco, centenares de vainillas de bala, proveedores, armas hechizas de largo alcance, prendas de uso privativo de las fuerzas armadas y monedas derretidas.
Por sus antecedentes, su acta delictual y el asesinato a sangre fría del patrullero Mahecha que, sea dicho, pasó casi que inadvertido para la sociedad, la Fiscalía General acusó a los sayayines por los delitos de homicidio agravado, concierto para delinquir; y fabricación, tráfico o porte de armas de uso privativo de las Fuerzas Armadas.
Tras varios años de juicio, en los que los abogados de confianza de los sayayines argumentaron que todo se trataba de un mal entendido y que habían sido acusados por testigos sin ningún tipo de credibilidad, con justificaciones como que “el procesado laboraba formalmente en la empresa Súper Láminas Bogotá SAS (...) de modo que no podía estar en la calle del Bronx cuando ocurrieron los hechos”.
Tras varios años de juicio, los procesados fueron sentenciados a 38 años de prisión. Sin embargo, y demostrando que tenían los recursos para pagar una defensa, presentaron un recurso extraordinario ante la Corte Suprema de Justicia.
En el fallo conocido en su totalidad por SEMANA, el alto tribunal ratificó la sentencia condenatoria. Sin embargo, por un error de la Fiscalía, modificó la sentencia inicial, al considerar que no se argumentó de manera correcta el uso de las armas con las que se ejecutó el crimen, dejándola en 36 años de prisión.
El reino del terror
Durante años, la guerra por el control por el microtráfico entre los denominados “ganchos” se fue ampliando en el Bronx. Los que un día fueron aliados se volvieron enemigos a muerte. En esta división de bandos fueron clave los sayayines, quienes se distribuían funciones específicas.
Entre esas se encontraban la seguridad de las ollas, tener el control de las drogas, el ajuste de cuentas, torturas, muertes selectivas y, como lo señalaron varios testigos, “disparar contra la policía para no dejarlos entrar cuando hicieron operativos”.
También hacían requisas y decomisaban armas, “porque a la calle de Bronx no podía entrar ninguna persona con armas diferentes a las de ellos”.
Como una verdadera empresa criminal, también estaban distribuidos por turnos, cada uno de 24 horas y lo hacían entre 18 personas. “Ellos trabajaban desde las 8:00 de la mañana hasta las 8:00 de la mañana del otro día, ahí les recibe el otro grupo de sayas y así sucesivamente”. Por esto, recibían entre 80.000 y 100.000 pesos por turno diario.
De esta forma se fueron apoderando de la zona sembrando el terror en cada esquina. Un testigo recordó claramente la forma en cómo lo torturaron por una deuda de 25.000 pesos. “Me golpearon con cachas de revólveres, me dieron planazos de machete, y me trataron de poner un perro pitbull en la cara, porque ellos tienen perros de ese tipo destinados para torturar a la gente”.