Nación
La conversación sobre la barbarie de la guerra
Los líderes de la Farc dieron el paso de admitir lo más atroz del conflicto y pidieron perdón. El reconocimiento se dio luego de que Ingrid Betancourt hiciera un relato sobre el secuestro ante la Comisión de la Verdad. ¿Se está moviendo el país hacia una reconfiguración del posconflicto?
Esta semana Colombia fue por momentos otro país. Un país en diálogo civilizado. Hubo señales muy importantes desde distintas tribunas. De pronto el sosiego asomó y las descalificaciones pendencieras que suelen enzarzar los días se pausaron. Ahora hay evidencia de que nos escuchamos. El lunes Ingrid Betancurt, en una sobrecogedora charla con los miembros de la Comisión de la Verdad, hizo reflexiones estremecedoras sobre la crueldad del secuestro y la paz incierta. Su intervención produjo una serie de efectos y coincidió con asuntos trascendentales que vienen ocurriendo.
Ingrid Betancurt definió el crimen del secuestro como el descuartizamiento de la dignidad pues se trata de la imposición de “una soledad donde no se puede tocar fondo”. Francisco de Roux, presidente de la Comisión, le preguntó acerca cómo no dejarse apresar por las cadenas de odio que deja el cautiverio frente a los culpables. Ella respondió que las barbaridades que se dan en el país surgen en espacios herméticos como el de la pobreza y la exclusión social donde, a falta de Estado, impera la feroz ley del más fuerte. Luego agregó que la paz es la posibilidad de crear un espacio nuevo. Un escenario distinto que de entrada exige valentía, y que aún está por verse si para avanzar a hacia allá los excombatientes serían capaces de admitir lo ocurrido sin justificaciones, con arrepentimiento auténtico “El arrepentimiento es el asco uno siente por algo que hizo que no quiere volver a hacer ni que ocurra nunca más”, explicó.
Vea: “El secuestro es un asesinato”: Ingrid Betancourt
El mismo lunes, por la noche, la cúpula de las extintas Farc produjo una respuesta clara y determinante, como nunca antes. Ocho de los antiguos integrantes del secretariado a través de una carta pública ratificaron que silenciaron “para siempre” los fusiles, y reconocieron que al haber hecho del secuestro un arma de guerra cometieron un crimen abominable del que se arrepienten y por el que le pidieron perdón a sus víctimas y a las familias de estas.
“Hoy en día entendemos el dolor que les causamos a tantas familias –hijos, hijas, madres, padres, hermanos y amigos– que vivieron un infierno esperando tener noticias de sus seres queridos; imaginando si estarían sanos y en qué condiciones estarían siendo sometidos a seguir la vida lejos de sus afectos, de sus proyectos de sus mundos. Les arrebatamos lo más preciado: su libertad y su dignidad. Podemos imaginar el dolor profundo y la angustia de los hijos a hijas de tantos secuestrados por las Farc”, dice un aparte de la carta.
Mucho va de la cínica respuesta del “quizás, quizás, quizás...” de Jesús Santrich, a la carta de esta semana. El partido Farc por fin llamó secuestro, con todas sus letras, al “secuestro” y pidió perdón por haber condenado en vida a miles de colombianos que sufrieron ese método ominoso. De la burla a las víctimas se pasa a la contricción. La Farc advierte correctamente que no ahora con el mea culpa, sino desde que empezaron a perpetrar el secuestro, su legitimidad y credibilidad están heridas de muerte, además de que el crimen les impone en lo individual un lastre en sus conciencias. Precisamente, por todo eso es que el reconocimiento y repudio expresados son pasos caros y en la dirección correcta. Es un mensaje de profunda carga simbólica y aún más significativo si se considera que, tal parece, no se trata de una carta de seis párrafos sino de un hito que marca un cambio de postura propositivo.
En una entrevista posterior con Diana Calderón, Rodrigo Londoño, jefe del partido Farc, aseguró que la guerra es “un horror que no debe volver a suceder”. Y por primera vez reconoció atrocidades cometidas en la guerrilla como el reclutamiento de menores de 15 años y que las mujeres fueran obligadas a abortar, además del secuestro mismo. Londoño contó que había escuchado dos veces la charla de Ingrid Betancurt y que recientemente había hablado con exguerrilleros incluyendo su propio escolta quien le confesó que había sido reclutado a los 13 años. “Es doloroso, todo eso va configurando unas Farc que yo entró a odiar, porque no tiene nada que ver con las FARC a las que yo ingrese”, dijo Timochenko.
Ese valioso pronunciamiento se dio días después de que los medios de comunicación –incluyendo esta revista– cuestionaron con severidad a Londoño porque en su comparecencia ante la JEP, en el marco del caso 07 por reclutamiento infantil, negó que ese haya sido un fenómeno característico en las Farc. Timochenko reflexiona y ahora lo admite.
Ingrid Bentancut y el líder de las Farc, cada uno desde su óptica y sin entablar una conversación directa, coincidieron en señalar otro elemento que dificulta en extremo perseguir la verdad y avanzar hacia la reconciliación: las redes sociales. En tiempos en que cada persona tiene en su mano la posibilidad de incendiar el debate o de enlodar al adversario, la discusión nacional es una humareda asfixiante. Timochenko señaló que con propósitos guerreristas desde las redes se han distorsionado sus descargos ante la JEP. Y aseguró que en ese juego sucio por momentos han caído los medios de comunicación. Crítica recibida. Ingrid, por su parte, también se refirió a la “crisis de verdad” que vive el mundo pues antes había que probar los hechos mientras que ahora cada cual pregona lo que quiere y lo potencia a través de las plataformas tecnológicas.
El padre de Roux da en el blanco cuando señala que las redes no pueden ser el hábitat de la verdad pues allí pululan los datos sueltos y muchas veces falsos, sin más. Efectivamente, la verdad requiere contexto, argumentos, reflexión y múltiples voces. La polarización hace que esa complejidad sea anulada, y por eso el país termina estancado sin hallar los consensos fundamentales que requiere toda sociedad para avanzar.
Esta semana también tuvo lugar la decisión de la JEP de levantar la reserva que vigilaba las versiones libres rendidas en el macro-caso por reclutamiento y utilización de niños y niñas en el conflicto armado. Una petición planteada por los propios comparecientes de las Farc. El viernes, al cierre de esta edición, Carlos Antonio Lozada cumplía su segunda cita segunda cita ante la JEP y fue aún más allá en sus confesiones: aceptó el fenómeno del reclutamiento infantil y no descartó que se hubieran presentado casos en los que los menores fueran engañados con promesas de ayudar a sus familias a cambio de irse a la guerrilla.
Por ahora, la luz verde para versiones libres públicas es estrictamente para este caso. Pero es lógico que en todos los demás macro-casos ante la JEP se formulará la misma petición, y eso podría significar que el país esté a punto de empezar a conocer de viva voz los más escabrosos relatos de la guerra, aun antes de que los procesos de justicia transicional vayan en etapa avanzada. La determinación de las Farc de al fin pronunciar la verdad sobre la guerra, impone una obligación ética e histórica en el mismo sentido a los agentes del Estado y a los terceros implicados en el conflicto.
Los actos de contrición y la posibilidad de mayor apertura en las versiones de los excombatientes ante la JEP, se dan al mismo tiempo que desde Estados Unidos jefes paramilitares como Salvatore Mancuso y Jorge 40 anuncian que quieren contribuir. Efectivamente, en las próximas semanas varios exjefes paras terminaran sus condenas y anuncian que quieren contribuir con sus relatos para configurar una narrativa más completa de la guerra.
El país requiere tejer una verdad que no agite odios sino que permita observar los errores que como sociedad condujeron al exterminio fratricida, de lo que se trata es de evitar el reciclaje del conflicto armado. Para eso es crucial que los destellos de perdón y verdad de esta semana no sean un momento fugaz.