Judicial
La cruda y dolorosa narración de cómo murieron ocho detenidos en el incendio del CAI de Soacha
La subteniente Aleida del Pilar Gómez, quien estaba al frente de la situación, contó lo que vivió en este luctuoso día. “Soy una persona católica, de una familia humilde, sin ningún antecedente, nunca pensé hacerle daño a nadie y menos causar muerte a una persona”, aseguró en versión libre en la Procuraduría.
El hacinamiento, la prohibición de visitas por la pandemia de covid, la reacción violenta de los familiares de los detenidos, la ausencia de elementos y personal para controlar emergencias, y cosas inconcebibles como unas rejas amarradas con sábanas, fueron el oscuro cóctel que precedió la muerte de ocho detenidos en el CAI de San Mateo, en Soacha, donde todo salió mal. La subteniente, Aleida del Pilar Gómez, con tres meses de egresada de la Escuela de Policía, estaba a cargo de la situación y contó en detalle lo que ocurrió ese trágico 4 de septiembre de 2020. Esta es la versión que dio hoy ante la Procuraduría.
El teniente (César Martínez), comandante del CAI de San Mateo, estaba en una reunión y la subteniente González estaba a cargo. Los familiares de las personas que estaban detenidas esperaban afuera de la estación, muy molestos, porque no se permitían visitas, esto sucedía mientras en el mundo afloraba la crisis por el covid.
Los detenidos también estaban muy violentos, gritaban groserías y atacaban a los policías. La situación estaba tensa y la subintendente se comunicó por teléfono con su superior, para pedirle que se permitieran las visitas de sus familiares pero la respuesta fue negativa. Le dijo que recibiera las encomiendas mientras él regresaba.
Tomó una hoja para llevar los datos de cada uno de los capturados, el teniente Martínez había dado la orden de tomar los datos para realizar unas fichas de contacto de los familiares de los que estaban en la estación, para esta labor estaba contando con la ayuda de su conductor, el patrullero Valencia y de un auxiliar de apellido León. Fueron marcando los elementos para evitar confusiones.
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Alcanzó a recibir los paquetes de tres capturados, pero como se acercaba el relevo de los cuadrantes, debía formar el personal de vigilancia. Para agilizar la entrega y que las familias no tuvieran que esperar, le pidió al auxiliar León que siguiera tomando los datos. Ella fue a formar el personal en un parque contiguo a la estación.
En la parte externa de las estación los familiares estaban molestos porque no los dejaban entrar, estaban agresivos y había mucha gente. Por solicitud de la subteniente Aleida del Pilar Gómez uno de los patrulleros fue a hablar con las familias y les avisó que les iban a recibir las cosas que llevaban para su familiares detenidos, para que se tranquilizaran.
Ese fue el preámbulo de la tragedia. Las cosas empezaban a salirse de control por las protestas de los detenidos y de los familiares, la subteniente llamó por primera vez al Grupo de Operaciones Especiales (GOES) pero no recibió respuesta. Le pidió al patrullero Suárez que le entregara los elementos a los capturados, cuando Suárez se dirige a entregar el primer paquete lo hizo sin problema, cuando va con el segundo paquete el capturado lo devolvió, no lo quiso recibir.
En ese punto los ánimos ya estaban caldeados. Dentro de la celda los detenidos estaban verracos, gritaban cuanta grosería pasaba por su cabeza, y no era para menos, las condiciones de hacinamiento sumado a la negativa de recibir visitas y el hambre por no poder ni siquiera recibir las encomiendas, los tenían con los ánimos crispados. Advertían que iban a acabar con todo, los capturados empezaron a protestar, a lanzar cosas, mandaban bolsas con excrementos y orines, pero eso era habitual en este CAI de San Mateo. La subteniente Aleida del Pilar Gómez en su condición de mujer no tenía contacto con los detenidos.
Hubo una segunda llamada al superior, el teniente César Martínez, comandante del CAI, ante la solicitud de los familiares de permitirles hacer una visita, él accedió con la condición de revisar muy bien que no fueran a entrar elementos externos, “que revisara bien a las femeninas”.
Pero ya era tarde y la tragedia se veía venir. Alrededor del CAI las familias estaban alborotadas, en ese momento se comunicó nuevamente con el GOES, otra vez no hubo respuesta. Fue el momento en el que empezó a salir humo de la puerta donde el custodio prestaba el servicio. Las familias empezaron a gritar.
En su narración ante la Procuraduría a la subteniente Gómez se le alcanza a sentir la angustia, que se convirtió en tragedia ese 4 de septiembre de 2020. “Pedí apoyo, pedí ambulancias. Suárez, el custodio, corrió con el extintor para intentar apagar el fuego pero no fue suficiente, tuvo que salir porque el humo no lo dejaba respirar”, aseguró.
“En ese momento empezó a caer el techo, todo se llenó de humo y para Suárez fue imposible ingresar de nuevo, afuera tratamos de conectar una manguera para apagar el fuego, mientras se buscaban otros extintores”. No había más que un viejo extintor. Estaban a merced de la ayuda de los vecinos.
El subintendente Enciso, que era el jefe de la vigilancia de ese turno, y aún no se había retirado, recibió la orden de abrir la reja, pero él intentaba ingresar y tenía que volver a salir porque no podía respirar. El conductor del subintendente Gómez, el patrullero Valencia ayudó a desenredar la manguera. Afuera un grupo de policías trataba de contener a las familias que intentaban ingresar, era un riesgo que entraran porque ya el techo se estaba cayendo por el fuego. Las personas quisieron quitarle la pistola al patrullero Valencia, el conductor. La subintendente Gómez intentó pedir apoyo y la radio no funcionaba.
En la oficina había una mujer capturada. Todos gritaban, todo estaba fuera de control. La mujer estaba alterada, gritaba, y se pegó a Gómez para que la ayudara. Ella abrió la ventana para que pudiera respirar. En ese momento Rincón entra, alguien se acerca y dice que había algunos capturados corriendo por la parte de atrás, todo era muy confuso, no se podía ver. “Salté el muro con el patrullero Rodríguez, fuimos a la parte de atrás a verificar, pero era una desinformación, eran las familias las que estaban corriendo”.
Los detenidos seguían a merced del fuego sin lograr abrir la reja, que de forma insólita además de los candados, estaba amarrada con sábanas. Al volver a la estación ya habían sacado a los detenidos, pero no llegaban las ambulancias. En ese momento, la subintendente Gómez empezó a coordinar para moverlos en los carros policiales, llegó solo una ambulancia. El enfermero dijo que los iban a llevar al hospital cardiovascular, luego llegaron los bomberos, pero ya la tragedia había ocurrido. Ellos solo observaron el lugar para que pudiera llegar el CTI (Cuerpo Técnico Investigativo de la Fiscalía) a hacer la verificación.
En cuestión de minutos se dio la tragedia. Clara negligencia, condiciones de reclusión inhumanas, ocho vidas perdidas de forma inexplicable. La subintendente Gómez con una carrera que difícilmente superará los tres meses que llevaba en servicio luego de salir de la escuela de policía, en medio de un proceso penal y disciplinario, quebrada, luego de la cruda narración solo deja una constancia, que muestra el fondo de esta tragedia.
“Quiero mencionar que no tengo curso para manejo de incendios, no teníamos equipos para controlar incendios, no podíamos respirar ni en la parte de afuera. Todo fue muy rápido. Nunca por mi cabeza ha pasado la idea de hacerle daño a alguien, jamás deje de cumplir con mi labor. La prioridad siempre fue cuidar a los capturados”, dice.
Y vino su sentencia final: “Llevaba tres meses de haber salido egresada de las escuela, no he recibido capacitación en manejo de incendios, soy una persona católica, de una familia humilde, sin ningún antecedente, nunca pensé hacerle daño a nadie, y menos causar muerte a una persona”.