TRAGEDIA
La dolorosa historia del bebé que no pudo nacer por los bloqueos: hablan los padres
La tragedia de Yon y Mary, la pareja que perdió a su bebé en una ambulancia, en medio de una carretera bloqueada por el paro que lleva más de 15 días, conmovió a Colombia y al mundo. En Chocontá, donde SEMANA los visitó, tratan de reponerse de su dolor.
Fue el peor día del paro nacional, y el peor de las vidas de Luz Mary Arévalo y Yon Fredy Abril. A las dos de la mañana de ese martes 4 de mayo, un dolor bajito despertó a la mujer, y a él, la voz de su pareja pidiéndole ayuda. Se levantaron de la cama de inmediato; el temor de perder a un bebé, por cuarta vez, no les permitía desperdiciar un minuto. Sabían que aquel síntoma no daba espera, y tenían que recorrer un largo camino desde su casa, en la vereda de Guanguita, hasta el hospital San Martín de Porres de Chocontá, en el departamento de Cundinamarca.
Yon llamó a uno de sus mejores amigos para pedirle que los llevara. Los 12 kilómetros que debían recorrer se hacen en 40 minutos en carro. Estaban tranquilos. Aunque faltaban tres meses para que el bebé completara los nueve de gestación, tenían la certeza de que esta vez sí iban a alcanzar el sueño de ser padres. Ambos confiaban que con su fe y sus ahorros –que invirtieron en un tratamiento médico–, Mary por fin traería al mundo el fruto de su amor.
Un amor que nació en la Navidad de 2013, el 24 de diciembre, durante una misa. Desde entonces, cada domingo, Yon vestía sus mejores prendas para visitar a esa mujer a la que le robaba algunas sonrisas, a pesar de su seriedad. La llenó de detalles y descubrió su ternura. “Cuando uno se enamora todo se le hace bonito”, dice Mary. “Me enamoró porque es una muchacha echada pa lante, trabajadora y muy de su casa”, confiesa Yon.
Si se veían cada domingo era porque los dos trabajaban de lunes a sábado. Yon, sembrando papa, arvejas, habas y “maicito”. Mary, cosechando fresas, como aprendió a hacerlo desde los 12 años, cuando tuvo que dejar de estudiar a fin de ayudar a sus padres con los gastos para sacar adelante a sus cuatro hermanos menores.
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Cinco meses de noviazgo, apenas, para saber que no querían separarse nunca. “No nos volamos”, recuerda Yon. Hablaron con el papá de Mary, y tras el visto bueno de la familia, se organizaron, como prefiere decir ella. “No nos casamos porque no teníamos plata”, cuentan. Lo que les sobraba era ganas de salir adelante juntos.
Desde que se fueron a vivir a la finca de los Abril Gómez, la familia de Yon, Mary dejó de trabajar. Se dedicó a cuidar la casa, a brillar el piso con cera roja, a colgar cortinas azul cielo en las ventanas, a cocinarle a su esposo las “sopitas” que más le gustan y le quitan el frío. Querían tener hijos. Preferiblemente un niño, “que corriera y llorara”. Mary cuenta que la primera vez que perdieron un bebé pensaron que era algo que a cualquiera podía pasarle. Las otras dos veces lo tomaron con resignación. El cuarto embarazo llegó sin buscarlo. “Yo estaba planificando y pensé, con algo de miedo, que por algo Dios lo había querido así”.
Pero esta vez no lo dejaron todo en manos de Dios. También se pusieron en las de un ginecólogo, que encontró problemas en el cuello uterino de Mary. El procedimiento para que el bebé se desarrollara completamente antes de nacer estaba dando resultados. “Nos endeudamos con 7 millones de pesos para que me hicieran un tratamiento y un cerclaje cervical”. Todo iba bien. Mary y Yon bajaban a Chocontá cada mes para asistir a los controles. Pero esa madrugada del 4 de mayo el dolor los despertó de su sueño.
En el hospital, después de hacerle varios análisis, el médico diagnosticó que el dolor bajito del que Mary se quejaba era una infección urinaria. “Menos mal es algo controlable”, pensaron. Pero el mal síntoma persistió, por lo que no había mejor remedio que trasladarla a Bogotá, en ambulancia, para proteger su vida y la del bebé. Debían hacerle una cesárea y poner al prematuro en incubadora.
“Nos arriesgamos”. De inmediato organizaron la salida, pero sin saberlo, en la vía que comunica a Tunja con Bogotá, a la altura del municipio de Tocancipá, los esperaba una piedra en el camino que no pudieron remover. Un grupo de manifestantes, aproximadamente 200 según el relato de Yon, bloquearon la carretera e impidieron el paso de la ambulancia. Cuando el chofer explicó la emergencia, que le llevó a activar las sirenas, le gritaron mentiroso y una lluvia de groserías.
Fue el momento en que comenzó la “tortura” más grande, como lo describe Mary: “Cuando gritaron que iban a darle bote a la ambulancia, que si no nos devolvíamos para el pueblo le prendían fuego, nos agarró una angustia de morir quemados. Prácticamente expulsé al bebé en ese instante”.
Para Yon fue espantoso: “Yo estaba adelante y el chofer me dijo que subiera la ventana”. Le hizo caso. Él solo pensaba en rogarles a todos, quería explicarles que su esposa estaba enferma y que iban a salvar la vida de su hijo. “Era desesperante escuchar los gritos”, recuerda con una calma que conmueve, casi 15 días después de aquella tragedia.
Salvador, como se llamaría el bebé, murió a los cinco minutos por falta de oxígeno. “Si se cría, será el salvador de mi vida”, dijo Mary para explicar la razón por la cual descartaron otros nombres. Con voz pausada y un llanto que brota sin escándalo, esta mujer, que apenas puede conciliar el sueño, busca consuelo pensando en que en algo debe servir la muerte de su bebé.“
Hoy Salvador no está conmigo, pero de pronto les dejó un mensaje a toda esa gente. Sé que él no ha sido el único que ha muerto en esas circunstancias. Ojalá mi experiencia sirva para que protesten sin violencia”.
A sus 29 años, Mary camina despacio, un poco por la recuperación física y la cuarentena de la dieta, pero mucho más por la tristeza. Se arropa bajo un chal con el que le hace el quite al frío que caracteriza a Chocontá, ese paraíso verde donde nació. Y aún se sobresalta cuando a su mente vuelven aquellas miradas, las de los encapuchados que, después de abrir las puertas de la ambulancia, se abalanzaron sobre ella.
En las noches, cuando Yon intenta dormir, Mary da vueltas en la cama tratando de entender lo que les pasó. Evita que el rencor se convierta en un veneno que consuma su alma. “No culpo a esa gente. Yo tengo impotencia; ellos tenían rabia. Pero así como todos tenemos derecho a protestar por nuestros derechos, también debemos respetarnos unos a otros”. Así se expresa esta mujer que solo llegó a quinto de primaria, pero a la que le sobra coherencia, humildad y amor.
Ante la pregunta de qué necesitan, los dos responden casi al mismo tiempo: “¡Trabajo!”. Yon tenía, desde hace tres años, un puesto en las minas de carbón de Lenguazaque, pero como lleva dos semanas sin poder regresar, lo llamaron para avisarle que ya le habían encontrado reemplazo. A Mary un trabajo le ayudaría a distraer su mente, que describe como un “sancocho de piedras revueltas”. Ambos claman por ocuparse, para mitigar un poco su dolor, pero sobre todo porque las deudas asfixian y necesitan saldarlas.
Tras la muerte de Salvador, ha llegado la mano solidaria de varios “ángeles de la guarda”, como dice Yon. La Consejera Presidencial para la Equidad de la Mujer, Gheidy Gallo Santos, gestionó personalmente el regreso a Chocontá de la pareja, desde el hospital de Zipaquirá donde le hicieron el legrado a Mary. Después de evitarles el dolor adicional de tener que dejar el cuerpo del bebé para estudios patológicos, por falta de recursos para hacerle un funeral, Gallo Santos organizó lo que ella sintió como una “caravana por la vida”: la ambulancia en la que regresaron Yon y Mary, el carro fúnebre con el pequeño cuerpo de Salvador, y las mujeres de la Consejería que aquel día los escoltaban.
“Ellos nos enseñan todo el tiempo con su humildad y capacidad de perdonar. En la Consejería condenamos cualquier tipo de violencia en contra de la mujer, venga de donde venga”, dice Gallo Santos.
Además, la funcionaria y su equipo escucharon el llamado de la pareja para conseguir empleo. La ayuda de la Alcaldía de Chocontá permitió que hicieran contacto con varios empresarios del municipio. Yon tiene una entrevista con los socios de una exportadora de truchas, en la laguna de Tota, quienes ofrecen contratarlo con todas las de la ley. Es posible que Mary cultive arándanos en su casa, pues se han establecido contactos con una compañía que le ayudaría con la asistencia técnica, la semilla y el cultivo, y que le enseñaría cuándo lo debe regar.
El paisaje se va despejando. Yon y Mary tratan de tomarlo con calma. La misma que él pide a los manifestantes si la solución a los problemas de Colombia estuviera en sus manos: “Con la guerra no vamos a superar nada, y menos si el pueblo sigue atacando al mismo pueblo”.
“El día que no nos dejaron pasar y murió mi bebé, esa gente no sabía lo que estaba haciendo. Muchos se movían porque veían moverse a los demás. Necesitamos un cambio en el mundo, porque no solo es esta nación la que está viviendo una crisis”.