UNIVERSIDAD DEL ROSARIO

Lorenzo María Lleras: el primer constituyente de la Universidad del Rosario

Este martes, la tradicional institución recibe la cruz de Boyacá por sus 365 años construyendo nación. Por su claustro han pasado ilustres líderes que con sus ideas forjaron el país.

Marina Lamus Obregón*
13 de agosto de 2019, 11:27 a. m.
| Foto: Universidad del Rosario

Lorenzo María Lleras (Bogotá, 1811-1868) ingresa al Colegio Mayor del Rosario como alumno manteísta a los trece años de edad. A partir de este momento empieza su educación formal bajo el pénsum de Filosofía; además de las materias curriculares, el joven tiene acceso a un plan cultural poderoso que corría por las venas rosaristas, legado por profesores y alumnos que le habían precedido. Dichos antecesores, en su momento —finales del siglo xviii y comienzos del xix—, habían formado parte de asociaciones dedicadas al estudio de las ciencias y de las ideas políticas, a discutir sobre cambios forzosos en la educación o a participar de manera activa en levantamientos contra la monarquía española.

Asimismo, cuando el adolescente Lorenzo María apenas iniciaba estudios, fue nombrado rector del Colegio Juan Fernández de Sotomayor, reconocido por su talante democrático, sus ideas sobre la soberanía de la nación con base en la representación popular y la formación de ciudadanos republicanos y católicos. Este entorno lo lleva a reflexionar tempranamente sobre su papel dentro del nuevo orden democrático.

En virtud de lo anterior, siendo todavía muy joven, entra a formar parte de la Sociedad Filológica, centro de difusión de ideas y del pensamiento americanista que había alimentado a los revolucionarios independentistas, el cual ya tenía una perspectiva diferente en ese momento. Las circunstancias habían cambiado y los nuevos intelectuales se centraron en la consolidación de sus naciones respectivas. Esto lo pudo profundizar Lleras en Estados Unidos de América, adonde viajó a continuar su formación. Allí entró en contacto con otros escritores y editores latinoamericanos, con el teatro y la literatura angloamericana y, lo más importante para un joven de ideas liberales, a familiarizarse con un modelo de nación, republicano y federal, y a estudiar su Constitución.

Desde entonces, uno de los temas centrales que Lleras sustenta a lo largo de su existencia, en discursos, escritos y traducciones, es el de la democracia, el respeto a las instituciones estatales, la separación de la Iglesia y el Estado, la igualdad de derechos individuales y la educación universal. Su vocación didáctica lo lleva, asimismo, a transmitir estos conceptos de manera sencilla, o a defenderlos en su ejercicio periodístico, político y profesional.

En la práctica política, Lleras promovió la organización de colectivos en los cuales confluían intelectuales, artesanos y labradores, como la Sociedad Democrática Republicana de Artesanos y Labradores Progresistas (1838) y la Sociedad Democrática Republicana (1846). Formó parte del grupo que instituyó el Partido Liberal y en su representación fue elegido diputado por la Provincia de Bogotá (1849). Con esta investidura apoyó la Comisión Corográfica, formuló la apertura de un canal en Chocó —que no prosperó— y tuvo un papel relevante en las ponencias sobre la abolición de la esclavitud que, en principio, no alcanzó las mayorías parlamentarias. Tres años más tarde felizmente se consiguió. La redacción final de la ley se encomendó a Lleras, lo cual se convirtió en uno de sus mayores orgullos. Décadas después, en 1863, fue elegido como delegado a la Convención de Rionegro, y en temas relacionados con la religión y el Estado y la duración del periodo presidencial intervino de manera activa; su labor escritural fue incansable por haber pertenecido a la comisión constitucional. Otro delegado a la Convención, Salvador Camacho Roldán, recuerda a Lleras así:

[…] Poseía un talento claro, pero más escritor que orador, no sobresalió en ese palenque, donde en pueblos nuevos como el nuestro, se requiere más imaginación que juicio, más pasión que verdad, para salir avante en la lid. No era orador ciertamente. Los hábitos literarios del escritor se convertían en un freno que contenía el paso del orador, tenía cierta tendencia a la declamación teatral, y las costumbres del profesor daban algún carácter dogmático a sus palabras. Era de mediana estatura, cabellera abundante, facciones regulares, voz sonora y aspecto risueño algo inclinado a la chanza jovial.1

Pero si a Lleras, según este pormenor, le faltaba la vehemencia que desbordan los oradores persuasivos, en todos sus escritos periodísticos defendió sus ideas con firmeza. Quizá a su pluma le faltó sindéresis, cuando intervino en la redacción de El Cachaco de Bogotá (1833). Su fervor partidista lo indujo a escribir editoriales que le causaron disgustos, amenazas y ahondaron las divisiones y malquerencias políticas. Sin embargo, esta experiencia lo lleva a tener una actitud más ponderada en La Bandera Nacional (1837-1838) y en El Labrador i Artesano (1839), en cuyas páginas salta a la vista su faceta pedagógica. Lleras abre con Florentino González El Correo (1839-1840) y así, a lo largo de su vida, funda o colabora en otros periódicos: La Unión (1844); Crónica Mensual del Colegio Espíritu Santo (1847-1851); Los Principios (1852), para apoyar la candidatura del general José María Obando, a la presidencia, y Diario de Avisos (1860). Dirige El Neogranadino (1853) y El Tiempo (1855), en estos dos últimos, al igual que había hecho en El Cachaco de Bogotá, dejó un importante registro de la actividad cultural y teatral de Bogotá. Sin dichas notas y columnas, habría sido difícil complementar la historia del arte escénico del país, en dichos periodos.

Además de sus empresas periodísticas, actividad política y desempeño en cargos gubernamentales a lo largo de su vida —alcalde de Santafé, secretario de la Gobernación de la Provincia de Bogotá, oficial mayor de la Secretaría del Interior y Relaciones Exteriores y Hacienda, secretario de Relaciones Exteriores, entre otros—, su vocación fue la educación. Enseñar a leer y escribir, comunicar conocimientos a todas las personas cualesquiera fuera su condición, y extender la instrucción pública a todos los rincones del país fueron sus ideales. Esto es digno de resaltar, pues algunos dirigentes del siglo XIX no estaban de acuerdo con la universalidad educativa y algunos otros no le dieron la importancia capital que Lleras sí le atribuyó. Ser profesor, según sus palabras, era la más pacífica y humilde de las profesiones, y estuvo convencido siempre que instruir era uno de sus deberes para con la república.

Desde joven, Lleras enseñó en varios colegios y universidades, en especial estuvo vinculado a su alma máter, el Colegio Mayor del Rosario, donde también fue su rector (1843).1 Aunque fue en el Colegio del Espíritu Santo, abierto por él en 1846, en el barrio San Victorino, donde pudo llevar a la práctica su modelo pedagógico y favorecer las artes y las ciencias entre profesores y alumnos, e hizo converger en una misma aula a becarios, hijos de obreros, con hijos de familias prominentes del país, pues Lleras formó hombres de letras y de gobierno provenientes de distintas regiones. Los más destacados entre ellos fueron: José Jerónimo Triana, conocido como el sabio Triana, profesor de la institución; Santiago Pérez y Santos Acosta, quienes llegaron a ser presidentes de la República; escritores y dramaturgos, educadores, traductores y un largo etcétera. Precisamente en María, la novela más destacada de Jorge Isaacs, Efraín, el protagonista de la ficción, estudia en el mismo colegio del autor; de esta manera, Isaacs deja testimonio de su paso por el establecimiento. Así lo recuerda Efraín: “Era yo niño aun cuando me alejaron de la casa paterna para que diera principio a mis estudios en el colegio del Dr. Lorenzo María Lleras, establecido en Bogotá hacía pocos años, y famoso en toda la República por aquel tiempo”.2

Debido a que el país carecía de materiales didácticos modernos, Lleras los importó de Europa y escribió dos métodos para la enseñanza. El primero de ellos, el Catecismo de agrimensura apropiado al uso de los granadinos, y el segundo, Elementos de pronunciación, prosodia y ortografía de la lengua inglesa, cartilla básica para el aprendizaje de este idioma, la cual fue utilizada durante varias décadas por profesores y alumnos. Con el paso del tiempo, algunos de sus descendientes la siguieron utilizando —haciendo los ajustes necesarios— y lo promocionaron como “el método Lleras”, todavía en los años cuarenta del siglo xx. Además de la cartilla, Lleras fue traductor de textos teóricos y de obras literarias, escritas en inglés, algunas de las cuales se publicaron.

Aporte indiscutible fue su dedicación a las artes escénicas mientras estuvo a cargo del Colegio del Rosario y del Colegio del Espíritu Santo. En ambos construyó teatros pequeños, ajustados a las necesidades de ambas instituciones; pero fue en el segundo donde fomentó la redacción de dramas y comedias, la representación de obras en español, inglés y francés, como parte del currículo. Igualmente, en dos etapas de su vida se dedicó al teatro profesional: en 1833 y 1834, como director artístico y traductor; y desde 1855 hasta 1859 como empresario y director de la Compañía Dramática Nacional.

Su actividad fue encomiable al impulsar el desarrollo del teatro nacional, promover obras, autores y publicaciones. El canon decimonónico sería bastante pobre sin este legado literario. La historia del teatro lírico parte asimismo de sus gestiones para traer al interior del país a una compañía italiana, con repertorio operístico romántico, género desconocido por el grueso del público. Esta primera agrupación abre las puertas a otras compañías que no incluían a esta parte del país en el itinerario de sus giras artísticas.

La producción literaria de Lleras es amplia; sin embargo, la recogida por él en su libro Versos juveniles, y en la edad madura en Ecos de la prisión (1861), privilegia los poemas patrióticos. Y resulta ser su producción menos feliz, porque expresa sentimientos de manera vehemente, pues se deja llevar por la vorágine de las emociones. Lleras pensaba que esa era la mejor manera de comunicar su amor a la patria y de retratar su espíritu en épocas de turbulencia. Por tanto, no se permitió el tiempo suficiente para pulir sus versos escritos al ritmo agitado de su corazón, para trabajar de manera más precisa la palabra poética.

Es posible que al final de sus días, cuando manifiesta la intención de recoger toda su obra poética para publicarla, hubiera podido dejar un retrato más complejo de sí mismo, de su voz humorística o de otras facetas de su voz lírica profunda. Y así fue como dejó inconclusa esta y otras tareas literarias, y su “pacífica y humilde” profesión, en las aulas de su colegio que había reabierto con gran ilusión, hacía poco tiempo. Sin embargo, Lleras muere teniendo la certeza de que varios de sus numerosos hijos seguirían sus pasos, prolongarían su legado dedicándose a enseñar y a fomentar el arte y las ciencias.

*Investigadora

1 Salvador Camacho Roldán, Mis memorias, tomo II (Bogotá: abc, 1946), 225.
2 Jorge Isaacs, María (Bogotá: Imprenta de Gaitán, 1867), 5.

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