Investigación
La enfermera asesina que estremece a Colombia: confesó crimen de su mejor amiga y sospechan que también mató a cuatro familiares
SEMANA revela la historia de una enfermera colombiana que asesinó a su mejor amiga inyectándole una sustancia mientras dormía. Al menos cuatro familiares fallecieron bajo su cuidado, al parecer de la misma manera.
En 2017, mientras en Dinamarca los principales medios de comunicación contaban la escabrosa historia de Christina Aistrup Hansen, una enfermera condenada por homicidio de tres de sus pacientes y el intento de un cuarto crimen, inspirando incluso libros y una de las series más exitosas de Netflix, en Aguachica (Cesar) estaban tras la pista de Marcela García, una auxiliar de enfermería que con una inyección letal había asesinado a su mejor amiga, y hechos extraños acompañaron la muerte de cuatro familiares de la profesional en salud que estaban bajo su cuidado.
La historia de Marcela tiene de escalofriante lo mismo que de intrigante. Nació en 1989 y su familia siempre le vio un don especial para el servicio con los demás, fue carismática y empática, según la describen las personas más allegadas que hablaron con SEMANA y pidieron guardar el anonimato.
A medida que fue creciendo, le apostó a prepararse en una labor loable como lo es la de ser auxiliar de enfermería, allí aprendió los cuidados de un paciente, el funcionamiento del cuerpo humano, se capacitó para aplicar diferentes tipos de tratamientos. En un país donde la tasa de desempleo es alta, Marcela no logró vincularse a una clínica u hospital. Atendía a los llamados de los familiares que requerían cuidados en su salud y trabajaba en otro tipo de negocios comerciales.
En uno de esos trabajos que consiguió en el municipio de la Jagua de Ibirico (Cesar) conoció a Yoleiny Lobo Gutiérrez, una jovencita de 20 años con quien formó una estrecha amistad durante tres años. Cuando la empresa quebró y se quedaron sin trabajo, se regresaron a Aguachica. La noche del 16 de abril de 2016 pasó lo inesperado. Marcela le pidió hospedaje a Yoleiny, la familia de esta última era muy humilde, su mamá solo tenía una cama, así que cuando llegaba ella dormían juntas, pero con la visita el tema sería diferente.
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La señora decidió irse a quedar donde una amiga para darle espacio a la de su hija. Salió de la casa a las 7:00 p. m. y fue la última vez que la vio con vida, porque al otro día, cuando llegó a las 8:00 a. m., su hija estaba acostada, como dormida aún con piyama, pero con los labios morados y completamente fría. Diez horas antes había muerto, al parecer, por un paro cardiorrespiratorio, según los primeros informes de Medicina Legal.
Yoleiny Lobo no sufría de ninguna enfermedad, la muerte no tenía explicación. Marcela, su amiga, llamó a la hermana de la fallecida preguntando por ella, como si no supiera qué estaba pasando. Varios testigos la vieron llegar la noche anterior y salir cerca de la medianoche con un bolso y una especie de pañoleta en la cabeza. Lo que despertó la suspicacia de Nelly Lobo, hermana de Yoleiny. “Inicialmente, pensé que había sido una muerte natural, pero después de hablar con Marcela sospeché que algo más había pasado”, dijo la mujer a este medio. Pidió a la Sijín de la Policía investigar con rigurosidad.
Al realizar el análisis del cuerpo, Medicina Legal encontró un pequeño, pero clave detalle dentro de la investigación: en el brazo derecho, justo donde se dobla el codo, Yoleiny tenía un chuzón de aguja, pero ella no había ido recientemente a exámenes médicos, ni tampoco estaba medicándose. Eso incrementó la sospecha de un posible homicidio por las características del punzón. Además, la inyección fue suministrada por alguien que tenía conocimiento en el cuidado de la salud. En la casa no había rastro de agujas ni guantes, lo que indicaba que era un hecho premeditado.
La pista para saber si en realidad la muerte fue generada estaba en los resultados de los exámenes toxicológicos, efectivamente arrojaron que en su cuerpo había gran cantidad de fenotiazina levomepromazina. Estos medicamentos son usados normalmente para tratar trastornos mentales y emocionales graves.
Tienen propiedades sedantes para reducir la ansiedad, combatir el dolor e inducir al sueño. La sustancia suministrada en proporciones inadecuadas genera trastornos en el sistema nervioso como convulsiones, somnolencia, arritmias cardíacas o embolismo pulmonar. Todo lo anterior explica por qué el cuerpo de la joven evidenció en la necropsia secreciones rojas espumosas en los pulmones.
Lo que llamó la atención de los investigadores es que en los testimonios recolectados de los familiares de Marcela, un hermano de ella que apenas había cumplido la mayoría de edad, tres años atrás, había amanecido muerto de la misma manera y los exámenes arrojaron que tenía la misma sustancia, según se lee en documentos de la Fiscalía General de la Nación.
Pero en su momento no se atrevieron a denunciar por el grado de consanguinidad. Sin embargo, tras los hechos, algunos familiares decidieron romper el silencio y contar que otras tres muertes se dieron de manera extraña mientras Marcela estaba con ellos. En dos de los casos cuando prestaba atención en la salud.
Fue llamada para cuidar a un tío político que requería cuidados paliativos. A las pocas noches de haber llegado Marcela, el hombre falleció de manera repentina por una aparente falla cardiorrespiratoria. Nadie realizó análisis de Medicina Legal, por lo que el señor venía con quebrantos de salud.
Lo mismo pasó en 2010, cuando la llevaron a Cartagena a cuidar a la esposa de un tío que padecía cáncer, pues estaba estable, y necesitaban un relevo mientras descansaba su familiar. La mujer se despidió feliz, cuando su esposo llegó a la terminal de transporte recibió la llamada de su sobrina en la que decía que la tía se había puesto mal de un momento a otro y había muerto. Al estar enferma tampoco realizaron valoración de Medicina Legal.
Pero las coincidencias no paran ahí, tres meses antes de la muerte de su hermano, en 2013, Marcela se ofreció para ir a cuidar a su abuela en Ocaña (Norte de Santander). No estaba enferma, pero vivía sola. El 14 de febrero uno de sus hijos se despidió pasadas las 8:00 p. m., la dejó sonriente, realizando los quehaceres de la casa, y se pusieron cita al otro día en la mañana.
A las 11:00 p. m. recibió la llamada en la que una de sus sobrinas le decía que Marcela le había avisado que la abuela se había puesto mal de repente. Él corrió y cuando llegó la señora estaba aparentemente dormida en una de las camas de la casa. “Mi abuela murió, tío”, fue lo que recuerda él que le dijo Marcela. Cuando plantearon la posibilidad de hacerle una necropsia, ella le habría aconsejado que mejor no, porque era muy costosa y que seguramente la hipertensión, que a veces la aquejaba, era la causa de su deceso.
Cuando empezó la investigación por la muerte de Yoleiny, los familiares narraron los hechos a los investigadores. En contra de Marcela emitieron una orden de captura y un allanamiento, los dos resultaron infructuosos. “Ella se voló y así mantuvo varios meses”, dijo Nelly. Luego, la misma Marcela se entregó ante las autoridades. Aunque inicialmente dijo ser inocente, al final terminó firmando un preacuerdo en el que acepta haber sido la homicida de su amiga Yoleiny, sin mayores detalles.
Por haber cooperado con la justicia, la pena, que podía ser de más de dos décadas, bajó a 17 años de prisión. Actualmente, tiene detención domiciliaria porque estando tras las rejas quedó embarazada y el 28 de marzo pasado un juez de Bucaramanga le otorgó el beneficio de casa por cárcel. “Tememos que vuelva a hacer de las suyas con esas inyecciones peligrosas”, es el llamado que hacen las personas cercanas a las víctimas y sus mismos familiares.