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Daniel tenía 22 años de edad y cursaba sexto semestre de Administración de Negocios en EAFIT. La niña que carga es Luciana, su sobrina. La foto fue tomada el mismo día que lo mataron

INSEGURIDAD

La estela de sangre de una bala perdida

La increíble y trágica historia de una familia de Medellín que ha perdido a sus dos hijos por balazos en medio de la rumba.

28 de noviembre de 2009

Por esos días Daniel, de 22 años, estaba más animado que de costumbre. Sus notas finales en el sexto semestre de administración de la Universidad Eafit eran sobresalientes, andaba en el mejor momento de su relación con Laura, su novia, y estaba planeando sus vacaciones. Era una etapa feliz de su vida y por eso, el pasado primero de noviembre, decidió salir de rumba con sus amigos.

Se dirigieron al barrio Colombia, al sur de Medellín, donde en los últimos cinco años se han instalado los bares y discotecas más exclusivos de la ciudad. Pero lo que nadie esperaba era que a otro estudiante universitario, dos años mayor que él, le daría por disparar de forma indiscriminada en la entrada de la disco y terminara con la vida de Daniel, quien en ese momento de la madrugada había salido a la acera para llamar a Laura.

El alto volumen de la música hizo que los porteros y los vigilantes fueran los únicos en enterarse de lo ocurrido. Ni los amigos de Daniel -que estaban en la zona vip de la disco- ni mucho menos su novia -que estaba a una cuadra- supieron que él había sido acribillado en la entrada del establecimiento. Según los testigos, el asesino fue la misma persona que minutos antes había sido expulsada de la discoteca por "revoltoso".

Antes de ser trasladado a urgencias del Hospital General, un policía contestó el teléfono celular de Daniel que estaba repicando en su bolsillo. Era su novia: "Niña, el joven a quien llama lo acabaron de balear... está siendo trasladado al hospital ", le dijo el agente.

La noticia se regó por todo el barrio. Aunque ya parece un asunto cotidiano que la rumba en el barrio Colombia incluya drogas y armas, la muerte de Daniel prendió las alarmas. Poco a poco fueron saliendo de las discotecas sus amigos y conocidos de la universidad que no creían que a su amigo del equipo de fútbol, del equipo de póquer, que al 'Chiqui' lo hubieran matado.

Consuelo Ramírez, su mamá, parecía estar viviendo la misma escalofriante escena de hace cinco años cuando, en las mismas circunstancias pero en otro establecimiento de Medellín, mataron a Juan David, su hijo de 29 años. Sólo le queda su hija Adriana, que tras la muerte de Daniel ha perdido cinco kilos y está en tratamiento sicológico.

La familia está hundida en la angustia y en la impotencia. No entienden por qué han merecido ese dolor dos veces. Pero, contrario a lo que sucedió con Juan David, cuando el asesino no fue identificado y nadie se movilizó por la muerte, con Daniel no sólo se sabe quién lo mató sino que la mamá ha logrado movilizar a estudiantes, madres y medios de comunicación para que se haga justicia con lo ocurrido.

"Todos nos quedamos callados ante la realidad -dice Consuelo-. Parecemos una sociedad enferma que lo único que hace es tomarle la foto al muerto". Y con esa indignación, el día de la misa en la universidad de su hijo, le entregó una carta al rector para que la repartiera a los estudiantes. Es una carta sentida en la que les pide que no permitan que el asesinato de Daniel se quede impune y sólo sea parte de una estadística de muertes violentas que en Medellín está a punto de completar las 2.000 personas en 2009. Les pide solidaridad en una ciudad donde, según una encuesta de la fundación Amor por Medellín y por Antioquia revelada el pasado jueves, sólo el 60 por ciento de los paisas dicen amar la ciudad. Cifra que sorprende en una región que se caracteriza por su chovinismo.

Ese mismo día de la misa, Consuelo creó un grupo en Facebook ('Solidaridad y justicia por Daniel Sánchez') -que hoy cuenta con 18.000 miembros-, una cadena de correos con la carta comenzó a circular por la red y diferentes postes de la ciudad comenzaron a ser empapelados con la imagen de su hijo. Hace dos semanas montaron varias fotos del presunto asesino en Facebook: Felipe Gómez, estudiante de tercer semestre de negocios de la Universidad de Medellín.

La Policía utilizó una de ellas y la semana pasada sacó un volante ofreciendo recompensa de 10 millones de pesos por la información que dé con su captura. El día de la rueda de prensa Consuelo le envió un mensaje: "Felipe, afronte las consecuencias de los hechos. Entréguese. Si su familia es una familia buena, debe estar sufriendo más que nosotros. Hágalo por ellos". Hasta el cierre de este edición, no se tenían noticias del asesino.

El correo de Consuelo se ha llenado de historias tristes y sorprendentes. Ella dice que de alguna forma eso le ha servido para superar el duelo por sus dos hijos ("porque con Daniel reviví lo de Juan David"). Ella no es la única que los ha perdido de esta manera y por eso le sorprende que con su hijo haya habido tanta solidaridad. Cuenta que le han mandado cartas con tragedias de tres y cuatro hijos de una misma familia asesinados sólo porque estaban haciendo fila en una notaría o en una tienda de barrio.

Los muertos en Medellín están cayendo no sólo por la cruenta lucha entre bandas en los barrios periféricos instrumentalizadas por la mafia sino, a veces, como en el caso del joven Daniel, por el sólo hecho de estar en la calle. Las balas perdidas se han convertido en una ruleta rusa para los habitantes. Los periódicos locales se han llenado de crónicas rojas, pero ante esa realidad la población parece estar anestesiada.

Salvo esta movilización por Daniel, la población, en general, se comporta como si no estuviera ocurriendo nada. Hasta el propio comandante de la Policía del Área Metropolitana, cada vez que hay un nuevo informe de los baleados, advierte que si la gente no supera la apatía en la que se encuentra, la caótica situación de la ciudad difícilmente podrá mejorar. Por el contrario, las cifras de muertos tienden a dispararse aún más y pareciera que la única fórmula para combatirlas fuera el aumento de policías y soldados en los barrios. Fórmula que, hasta el momento, no ha sido efectiva. Ya van más de 800 homicidios más que en 2008. No se sabe qué es peor: si las cifras o la indiferencia. Es tan dramática la situación que hace una semana, en pleno examen final de una de las materias que cursaba Daniel, el profesor preguntó por él, que si era que no sabía que ese día era el final. Una estudiante levantó la mano y le dijo: "Profe, tal vez no lo sepa. Nos estamos matando".