Providencia
La familia del hombre que murió por salvar a los suyos del huracán Iota recibirá la primera casa en Providencia
La Unidad de Gestión del Riesgo hizo el anuncio: “Nuestra casa quedó totalmente en el piso. Todo destrozado. Todo se fue volando”, cuenta su nuera Kendry Keisy Oneill.
Los días pasan y el dolor de Keisy Oneill no se desvanece. La mujer perdió a su suegro, Rogino Livingston, en medio del huracán Iota. Y cuando la vida de él se apagó, toda la familia se fue un poco con él. El hombre se había aventurado en la noche del huracán a salir para poder ayudar a los suyos y rescatar algunas pertenencias ante el riesgo de perderlo todo. Y, al final, con la vida del líder de la familia también se perdió todo lo material. “Tengo una hija de cuatro años y cuando la veo en una colchoneta eso es lo peor. Ella solamente me pregunta que quiere su casa. Es algo bien difícil”, dice en un video compartido por la Unidad de Gestión del Riesgo.
Kendry Keisy Oneill, su esposo Rojino Bernardo Livingston y su hija, son la familia que recibirá una de las primeras viviendas prefabricadas que @Minvivienda gestionó a través de donaciones. Como ellos, pronto serán más, los beneficiados de estas soluciones habitacionales. pic.twitter.com/YWrUUOSIgh
— UNGRD🇨🇴 (@UNGRD) November 24, 2020
Su esposo Rogino, quien tiene el mismo nombre de su padre, fue uno de los habitantes de providencia que pudo hablar con el presidente Duque el día que este hizo su visita a la isla. El Rojo, como le dicen sus vecinos, increpó al primer mandatario y le habló de las necesidades que tenían todos después de que el huracán Iota arrasara con más del 95 por ciento de la infraestructura de la isla. “La primera casa será para usted”, cuentan que le dijo el jefe de gobierno. Y así fue. “Dios me lo puso ahí”, contó Kendry. SEMANA narró en un informe especial la tragedia de la familia Livingston. Este es el relato de la esposa del hombre que falleció por proteger a quienes amaba.
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El día del huracán, Judith Mc Lean despertó con un presentimiento. Tenía metida en la cabeza la idea de que a su padre, que está enfermo en cama, le iba a pasar algo. Pensaba que como no puede caminar, si la situación se ponía muy fuerte, él no iba a tener cómo resguardarse. Esa angustia, que ella dice premonitoria, no era tan descabellada. Unas horas después, Judith y el resto de habitantes de Providencia vivirían una noche terrorífica que dejó como saldo dos personas muertas y otra desparecida. Entre los muertos, su esposo Rogino Livingston.
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En varios momentos de ese día, Judith, enfermera de profesión, le dijo a su marido que no quería ir a cumplir el turno nocturno que tenía en el hospital, prefería quedarse en casa para pasar la tormenta. Unos minutos antes de las 6 de la tarde se despidieron. Se abrazaron y lloraron, ella insistía en no ir. Él intentó calmarla, le dijo que era “su obligación” y que anduviera “con cuidado en la moto”. Además, para darle más tranquilidad, se comprometió a cuidar a toda la familia.
Judith dice que la experiencia en el hospital fue horrible porque no hicieron nada para protegerlos. Nadie se preocupó por preparar las instalaciones con los elementos mínimos, ni siquiera las ventanas fueron reforzadas. “Al llegar al turno, nosotras mismas colocamos cintas por si se partían o algo. Todos sabían que estaba vuelto nada el hospital”, dice. En su opinión debían haber trasladado al personal médico a un lugar mejor por si había necesidad de atender pacientes y avisarle a la comunidad a dónde los deberían llevar.
Tenía razón, el hospital fue uno de los primeros que comenzó afectarse por la brisa. A las 10:30 de la noche Judith llamó a su casa para contarles que se había empezado a caer el techo. Luego tuvieron que salir corriendo hacia una iglesia pequeña de la calle de enfrente, pero no pudieron entrar porque en la puerta principal había una mula estaba atravesada. Volvieron a cruzar la calle, a una farmacia. Pero al ingresar se dieron cuentas que ya estaba todo colapsado y no había sitio para esconderse. Saltaron una cerca para alcanzar el patio de la iglesia. Con las bancas intentaron bloquear las puertas para frenar el viento. También se empezó a derrumbar el techo. Hicieron pilas con las sillas y se metieron debajo para no resultar heridos, chapaleando en el agua.
Al otro lado de la isla, en el sector de Casa Baja, Rogino y el resto de la familia se habían resguardado en una de las viviendas que están en el terreno familiar. Pero cuando las tejas empezaron a volar, él decidió que lo mejor era salir para el albergue que se había dispuesto en la comunidad. En el camino cambió de opinión y se los llevó a todos a la iglesia del barrio.
Erminda Henri, prima y vecina, hacía un rato estaba en la iglesia, junto a un grupo grande de personas. En un momento en el que el viento arreciaba, sintieron que alguien tocaba muy fuerte en las ventanas. Era Rogino, con sus hijas y el resto de su familia. Al rato alguien dijo que había que estar atentos porque la pared principal se estaba moviendo. La mayoría de las personas estaban ubicadas arriba, cerca del pulpito.
Rogino dijo que se corrieran hacia abajo, muy pegado a otra pared. Era el momento de salir al albergue cercano, pero la puerta estaba trabada, todos empezaron a empujar. Lucharon contra las ráfagas de viento. Lo lograron, pero en la calle corría un arroyo de agua que tumbó a Erminda de espaldas, en el momento en que intentaba entrar por una ventana. Rogino la levantó, la empujó por las nalgas y logró dejarla a salvo. Ayudó a toda su familia y a muchos más. “Me voy a regresar a la iglesia porque dejé allá mi maleta”, dijo él. Esa fue la última vez que lo vieron con vida.
Judith amaneció bajo las sillas de la pequeña capilla, con sus compañeros. Cuando todo se calmó, los médicos del turno se fueron a sus casas junto a la otra enfermera, ahí cerca, en el centro de la isla. A ella no le quedaba otra opción que caminar hasta Casa Baja, en el otro lado. Eran las 10 de la mañana.
Luego que empezó a bajar el agua, en medio de la angustia de la familia Livingston, un tío se asomó y vio unas botas amarillas debajo de los escombros afuera del albergue. Sasha, una de las hijas de Rogino, comenzó a gritar porque sabía que eran del color que él las usaba. El cuerpo del hombre de 47 años, conocido en Providencia como Fuentes o Puerto Pipí, quedó debajo de una de las paredes. Como a casi todos los habitantes de Providencia —y a los turistas—, a él también lo sorprendió la intensidad del huracán Iota que este fin de semana embistió el archipiélago colombiano.
Mientras Judith seguía su travesía. En muchos puntos el viento la hacía imposible, no podía avanzar. Tenía que agarrarse de los postes, varias veces terminó en el suelo, en una de esas se cayó sobre el hombro y el viento la arrastró raspándose la barriga. La angustia por no saber nada de su familia era más grande que el miedo. Durante el camino tenía la esperanza de que en cualquier momento iba a parecer Rogino, quien venía a buscarla.
Llegó al barrio a la 5 de la tarde, sin saber lo que había pasado. Unos metros antes de la casa se encontró con un amigo. “Sentido pésame”, le dijo el vecino. Judith preguntó angustiada si su papá había muerto. El amigo se quedó callado, intentó tranquilizarla y la subió a la moto. Al llegar a la puerta, Sasha corrió a abrazarla y le dio la triste noticia de la muerte de Rogino. Lo encontró tirado en el piso. No lo podía creer, le dijo que se levantara. “Fue como si me hubieran matado a mi también. Una noche que no quisiera volver a vivir”, cuenta, sentada frente a la ruinas de lo que fue su hogar.
Ella cree que si hubiesen estado juntos él estaría vivo. No lo habría dejado salir a buscar la maleta o lo hubiese ido a buscar. Cree que Rogino se cayó y terminó ahogándose, porque botaba mucha agua por la boca.
“Me arrepiento de haber ido a trabajar esa noche. ¿Por qué no nos llevaron al sótano de la Alcaldía como al resto de funcionarios? Nosotros no teníamos porque sufrir todo lo que sufrimos esa noche. Tengo rabia y dolor que no sé cuándo se me pasará. No prepararon a la isla, ni el hospital tenía una plan de contingencia siendo algo que se veía venir hace semanas. Nadie hizo nada”, insiste con rabia.
De Rogino solo se escuchan buenos comentarios en su barrio y el resto de Providencia. Era todo un personaje, reconocido por su nobleza, su vocación familiar y su don de servicio. Durante varios años fue conductor de un autobús, de ahí vienen sus apodos de Fuentes y Puerto Pipi “En la mañana, antes de salir en el sonaba el pito y empezaba a gritar los destino a los que supuestamente iba. ‘Centro, Puerto Pipi...’”, cuenta Erminda que decía siempre.
Tres días después de la horrible noche que vivieron con Iota, Judith y la familia Livingston no sabían qué hacer con el cuerpo de Rogino que se empezó a descomponer sobre una mesa esperando a que alguna autoridad llegara. Intentaron encontrar un ataúd para enterrarlo, pero no encontraron uno solo en toda la isla. En un momento pensaron que la última opción era sepultarlo envuelto en sábanas.
Pero, apareció un amigo que es bombero y dijo que usando una planta eléctrica podía construir un cajón. A las 5 de la tarde terminó de hacerlo y faltando 15 minutos para las 6 de la tarde del miércoles lo pudieron enterrar. A pesar de la situación asistió un buen número de amigos y vecinos. “Murió salvando vidas, es un héroe. No entiendo porque la gente dice que fue un milagro que no hubiera más muertes, porque para mí esta muerte vale por miles”, dice Judith.
Lo que le duele más es que el cuerpo de su esposo pasó tanto tiempo a la intemperie sin que ningún funcionario los ayudara. La familia le pidió apoyo al Ejército, a la Policía y a la alcaldía, pero nadie llegó. “Y ese turno no valió la pena, solo había un solo paciente en el hospital esa noche. Un joven con problemas psiquiátricos. Perdí momentos para estar con mi esposo. El Hospital fue uno de los primeros lugares que se derrumbó, cuando empezó el caos la orden de la directora fue que trataran de salvar algunos equipos”, replica con tristeza.
Cuando se le pregunta sobre el futuro, Judith que los ve como algo difícil y que no cree mucho que en 100 días puedan reconstruir toda la isla, como lo anunció el presidente Iván Duque. Además, le importa muy poco. “Mi esposo nadie lo puede revivir. Una vida vale más que mil cosas materiales”.
La infraestructura de Providencia quedó destruida en un 98 % después de ser embestida el pasado fin de semana por el huracán Iota, de categoría 5 en la escala de Saffir-Simpson, según el balance de las autoridades. San Andrés sufrió afectaciones fuertes en la parte sur y Santa Catalina prácticamente quedó arrasada. La Familia Livingston - Mc Lean es una de las que perdió absolutamente toda la casa, sus elementos y hasta la ropa, incluyendo la que Rogenio había metido en la maleta que se regresó a buscar esa noche, la que él mismo había recogido con prendas de todos previendo que podrían necesitarla.