NACIÓN

Adentro de la fiesta pesada: un laberinto de drogas desconocidas y peligrosas

Adentro de la rumba dura, como en la que Andrea Cabrera se intoxicó, abundan sustancias que llegan desde Europa por internet, algunas simulan ser lo que no son y muchos consumidores, indiferentes e ingenuos, deciden ignorar lo que compran en los antros.

3 de marzo de 2018

En la fila a las afueras de muchos antros en Bogotá las personas esperan con paciencia entrar al rave, como se le conoce a las fiestas electrónicas entre quienes gustan de ellas. Un beat resuena en forma de eco por la calle y adentro ya hay un buen número de cuerpos que se mueven al ritmo de lo que les exige el disck joquey. Es también un desfile de ropa oscura. Pasan chaquetas de cuero, camisetas sisas de algodón, pantalones a cuadros y escotes pronunciados.

Adentro de algunas pistas de baile el consumo de drogas se vuelve parte del paisaje. Y si en una pista no se ha vuelto costumbre, el baño sigue siendo el lugar predilecto para esnifar, fumar, tragar o inyectarse. Adentro el olor de la marihuana se expande, mientras unos inhalan vapores de popper y otra buena mayoría tiene en su cuerpo alguna pepa de éxtasis o, peor aún, algo que simula serlo pero no es.

En una noche así, entre el sábado 3 y el domingo 4 de febrero, a Andrea Cabrera, hija del general Fabricio Cabrera, se le escapó la vida. Y desde entonces el efecto mediático, mezclado con abogados de fama y peso, ha hecho que se ponga interés en el caso. El Mint Social Club, un amanecedero disfrazado de club privado, fue donde Cabrera empezó a sentir su malestar. La Policía ya había intentado cerrarlo por no cumplir restricciones horarias, pero los operativos se frustraron. Los administradores burlaron la restricción argumentando que funcionan como entidad privada que no permite el acceso abierto al público. Ágilmente, cambiaron la razón social y ahora funcionan bajo el nombre de Asodis (Asociación para el Fomento de la Cultura y Entretenimiento Urbano).

La primera reacción después de la muerte de la joven la dio el abogado de la familia Cabrera, Jaime Granados. Dijo que al parecer sus acompañantes, a escondidas de ella, le habían puesto drogas en su bebida. Días después, un audio que Lina León le mandó a Jaime Andrés Esparza –ambos amigos de la víctima- refundió más las cosas: “¡Ya tengo las pepas!”, se escucha. 

El siguiente capítulo lo dieron Luis Miguel Flórez y Mauricio Ladino, quienes estaban esa noche en el mismo club donde el cuerpo de Andrea Cabrera empezó a pedir auxilio y no fue atendido. En la entrevista para Vicky Dávila en La W ambos jóvenes confesaron que se tragaron “un pedazo de pepa”, pero que nunca vieron a Andrea consumir y niegan haberle suministrado alguna sustancia sin su consentimiento.

En los antros donde reinan las pepas de colores y múltiples tienen formas no es difícil reconocer al expendedor o dealer. La mayoría prefiere no consumir alcohol, porque, como pasó con Andrea Cabrera, este es un coctel mortal. En las manos hay botellas de agua para evitar una deshidratación y en las bocas hay bombombum para acabar con la resequedad.

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Vestido de negro de pies a cabeza, sin bailar, con la mirada fija en el disck joquey y un vaso acompañado con media botella de whisky lo delatan entre la multitud. Mira de vez en cuando a los lados y se percata de sus clientes varios metros antes de que se le acerquen al oído para preguntar qué tiene en los bolsillos. “Una pila”, se lee en los labios de una mujer.

Muchas veces los expendedores no tienen claro qué están vendiendo y a los consumidores no les preocupa qué están comprando. Una pepa de éxtasis puede ser en realidad ketamina, cafeína, metanfetamina, 2CB o la mezcla de estas. 

Alguien se tapa el rostro durante varios minutos como si un pensamiento horrible se apoderara de su cabeza. No quita sus manos de la cara. Hace un intento por mover los pies y vuelve a tranquilizarse. A otro un golpe de calor le cae como un rayo y se pierde entre la multitud buscando con desespero un lugar donde enfriar el cuerpo. Una mujer se toca la frente y le grita a su acompañante que no está sudando, que se deshidrata y que necesita con urgencia una botella de agua.

El cuerpo de Andrea Cabrera no presentaba traumas físicos y se descartó cualquier tipo de violencia sexual. La joven de 25 años murió por una intoxicación exógena “por metanfetaminas, es decir, éxtasis", así, con esas palabras, el director de medicina legal Carlos Valdés comunicó la causa de muerte.

Pero la metanfetamina es una cosa, y el éxtasis otra.

La primera, también conocida por el nombre de cristal, es un potente y adictivo estimulante del sistema nervioso, su estructura química hace que se absorba muy bien y de forma rápida. La cantidad necesaria de esta sustancia para producir efecto psicoactivo oscila entre los 5mg y los 10mg, mucho menor a la que necesita el éxtasis que son entre 70mg y 150mg.

En un estudio que realizó el Fondo Nacional de Estupefacientes, junto con el Ministerio de Justicia, Fiscalía y Policía Nacional en 2016 se recolectaron 240 muestras de drogas sintéticas de 14 ciudades, 70 de las cuales eran pepas. De esas 70 muestras el 37% en efecto eran éxtasis puro, 11% éxtasis mezclado con anfetamina o metanfetamina y 20% en realidad eran metanfetamina mezclada muchas veces con cafeína de adulterante.

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El otro 14% eran cosas raras, drogas nuevas que los especialistas llaman Nuevas Sustancias Psicoactivas (NPS por su nombre en inglés).

Medicina Legal confirmó la cantidad de alcohol que ingirió Andrea Cabrera, pero no la cantidad de metanfetaminas o éxtasis. ¿El comprador de la pepa que consumió la joven creía que era solo éxtasis y le metieron metanfetamina? ¿Y si era una mezcla de ambas cosas? ¿Y si la pepa tenía algún porcentaje de NPS? ¿Y si la pepa no tenía los 5mg de metanfetamina sino mucho más?

Y si alguien le metió la sustancia en el trago de Andrea sin su consentimiento, ¿no sabía esa persona que la mezcla de una pepa con alcohol es mortal? Y si Andrea la consumió voluntariamente, igual… ¿no sabía que era mortal?

La droga del amor

De todos los apodos que reciben las drogas alrededor del mundo el del éxtasis es muy preciso. La multitud bailando al ritmo de las mezclas es contagiosa. Algunos, en la punta más alta del viaje, ofrecen a desconocidos un poco de su botella de agua, otros regalan cigarrillos porque sí. Una mujer describiendo el efecto, refiriéndose a un conocido de pocas semanas, decía: “Yo sentía como si a esa persona la amara de verdad”.

Éxtasis o simuladores hacen que la empatía y la euforia salgan a flote. Besos y manos recorriendo cuerpos van y vienen, brazos que se extienden al cielo cuando el beat estalla, miradas libidinosas se cruzan y las luces vuelven más intensa la experiencia cuando alumbran de colores cientos de rostros.

Cuando el éxtasis o MDMA llega al cerebro por consumo vía oral o por esnifarla en su forma de cristal actúa sobre los neurotransmisores, porque estimula la captación de serotonina y así pueden hacer que la sustancia dure en ellos. Pero si se trata de alguna sustancia desconocida o suplantadora puede que disminuya.

- ¿Cuánto por una pila? – pregunta una mujer de pantalón y camisa que se le ven dos tallas más grandes, su novia la acompaña.

- Tengo de veinticinco y treinta y cinco lucas – afirma el expendedor.

- ¿y qué tienen?

- Emdi (MDMA) y ketamina – le responde a la pareja.

Curioso que un expendedor sea tan sincero, pero en la mayoría de los casos a la gente no le interesa saber qué va a consumir, solo compra y se mete sin preguntar y con indiferencia. Por otra parte, puede que un expendedor de calle o desconocido tampoco sepa a ciencia cierta qué tiene en los bolsillos porque el pez mediano al que le compró la mercancía le habrá dicho una cosa y es en verdad otra. Pero este es el antro, y tal vez es mejor ser sincero que tener otro caso como el de Andrea Cabrera.

Desde esa muerte la demanda de MDMA se ha reducido. Y varios duros de rangos medios, de este oscuro mercado, han caído.

Igual la juventud muchas veces es ciega. Y cuando la pepa, con sus formas divertidas y colores llamativos llega a las manos más ingenuas, la curiosidad se alborota. Una pepa compartida entre dos amigos buscando nuevas experiencias, cuarenta minutos después, una bomba estalla en sus cabezas y los coge desprevenidos. Ser joven es sentir que la muerte está lejos, pero puede estar al lado de la barra o del disck joquey.

Para complicar más las cosas, las campañas para combatir el consumo de éxtasis usando las muertes de jóvenes son inútiles.

De Europa para el mundo

Reznor, el nombre ficticio de un expendedor, abre su portátil y se sumerge en el internet profundo o Deep Web. Entrar ahí es acceder a un abanico de opciones que van desde armas hasta drogas.

Ha comprado 2CB por internet. Pero en realidad, a ese polvo blanco nadie lo conoce por ese nombre. En las calles y discotecas se vende algo de color rosado pero no corresponde a la famosa droga de moda. La receta rosada –dice Reznor- se compone por ketamina, MDMA y alguna NPS, de vez en cuento contiene 2CB.

“Hay gente medio decente que le echa 2CB puro imagínese eso, es una bomba peligrosa mesclar ketamina con MDMA y tusi... les echan colorantes y pueden quedar de cualquier color... gente con ínfulas de Heisenberg”, afirma.

Entrar a este mercado ilegal por internet es como ingresar a alguna página de ventas donde hay fotos de productos y vendedores con reputación alta. Todo bajo transacciones con bitcoines. El hecho de pagar con criptomoneda dificulta el rastreo y el origen de la compra, pues se trata de una moneda descentralizada sin control alguno.

En 2018 la Policía, en cabeza de la Dijín, ha realizado 26.901 incautaciones, 116 capturas por venta de drogas sintéticas y 25 allanamientos. En 2017 se realizó una operación mundial en la que participó Colombia contra AlphaBay, considerado el mercado más grande que existió en la Darkweb –la parte más profunda de la Deepweb- y que había acumulado más de 200.000 usuarios y 40.000 vendedores. Según las estimaciones, se realizaron transacciones por 1.000’000.000 USD.

Dice  Reznor que en Colombia se “puede navegar cagado de la risa”. Que en Europa un vendedor  puede asegurar que la entrega está garantizada, pero a ese mismo vendedor se le pide encargo para Colombia y cobra más, se demora ocho semanas y si no llega no se devuelve el dinero.

“Porque el sistema postal de nosotros es una mierda y cuando mandan eso lo hacen por la empresa más barata, usted no lo manda por DHL, eso es un correo chino o alguna vaina así. De 10 pedidos que se hacen deben llegar unos cuatro o tres, siempre se pierde la mayoría. Porque el sobre no llega”, asevera.

Luego de conseguir algo llamativo, el pedido de Reznor llega en un sobre, que adentro tiene otro sobre, que adentro tiene una bolsa de aluminio, que adentro tiene una bolsa sellada al vacío y que adentro tiene una bolsa ziploc con droga. Algunos vendedores son más creativos: mandan el encargo adentro de un libro con crayones para niños.

Esperará a sus contactos para que le hablen a su WhatsApp y pregunten por lo último que haya llegado. Acordarán un punto de encuentro, horas antes de la rumba, en algún lugar discreto. Reznor le entregará a su cliente alguna bolsa de galletas con droga adentro, o una envoltura de algún dulce con la pepa que ha viajado 9256 km, todo para no levantar sospechas.

Ha vendido todo en el rave. Los cuerpos cansados ya no pueden más, el efecto se ha ido y el sol sale por las montañas. Como si fueran zombis caminan lento ante la incomodidad de los primeros rayos del sol. Unos usan gafas, otros muestran con orgullo sus negras ojeras. En ocho días la historia se repetirá.