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La guerra por Estados Unidos

La increíble historia de un pueblo del Cesar llamado Estados Unidos, de 700 habitantes, donde la guerra entre 'Jorge 40' y 'Simón Trinidad' les costó la vida a 500 personas. Crónica de Armando Neira.

11 de agosto de 2007
Luis Gutiérrez (junto al burro), Nicolás Mendoza (con sombrero), Blanca Díaz Rocha con su hija Cristina Isabel; y Dionisio Barrios Chamorro (sentado). Los cuatro adultos forman parte de los nueve estadounidenses que se quedaron en el pueblo tras la expulsión forzada de los paramilitares

Estados Unidos no tiene agua. Ni luz. Ni teléfonos. Y aunque parezca increíble en el auge de la globalización, aquí aún no ha llegado la señal de televisión, ni la radio y menos los periódicos. Sus escasos habitantes pasan los días contemplando la geografía de cerros verdes y exuberantes en donde sobresale Hollywood, una montaña de vegetación silvestre. Allí dos de los actores más reconocidos del conflicto armado colombiano protagonizaron una guerra en la que apenas quedaron nueve personas para contar el cuento.

Estados Unidos es un corregimiento del municipio de Becerril, en el departamento de Cesar. Está a dos horas de Valledupar y fue aquí en donde, muchos años atrás, Ricardo Palmera, 'Simón Trinidad', comenzó su vida guerrillera en las Farc. En su persecución, al mismo lugar fue a dar Rodrigo Tovar Pupo, 'Jorge 40', de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC). Y lo que empezó como una batalla de insultos entre dos miembros de la elite del departamento, terminó en una confrontación con niveles de sevicia inimaginables.

Al final, uno terminó extraditado, el otro podría correr la misma suerte y Estados Unidos quedó convertido en un pueblo fantasma en donde la maleza penetró por las ventanas, traspasó las puertas, derribó techos y dejó las 123 casas del lugar convertidas en guaridas de animales de monte.

Según estimativos de la Policía, Estados Unidos fue epicentro de una matanza que en los 10 años de mayor violencia cobró las vidas de al menos 500 personas. Fue tal la magnitud de la disputa que cuando los paramilitares se sintieron vencedores, decidieron ir de casa en casa expulsando a los sobrevivientes. Los 220 que quedaban salieron espantados hacia el norte, para Canadá, como se llama la vereda contigua, y de allí monte adentro, a siete horas desyerbando a punta de machete, entraron a Venezuela, en donde aún viven muchos de ellos.

Los resistentes

En Estados Unidos únicamente se quedaron nueve personas. Luis Gutiérrez, de 58 años; Sigifredo Carvajal, de 63; Juan Manuel Cárdenas, de 50; Nicolás Mendoza, de 80, José Daniel Ramos Ramírez, de 70; Blanca Díaz Rocha, de 40; María del Carmen Avendaño, de 57; Luis Emel Avendaño, de 60, y Dionisio Barrios Chamorro, de 88. "A nosotros nos llaman los resistentes porque aguantamos todo el chaparrón de la violencia. Eso es verdad. Aunque también es cierto que no nos fuimos porque se nos acabaron las ganas de vivir y dijimos: 'si esa es la decisión de Dios, que así sea'. Y parece que él se quedó con nosotros", dice don Dionisio.

Juan Contreras Ascanio tiene 60 años, nueve hijos, a su esposa Saturnina y el orgullo de ser uno de los fundadores del pueblo. Fue por allá en la época de la Violencia cuando los chulavitas y los guerrilleros liberales se mataban unos a otros con métodos en los que el corte de franela, el descuartizamiento y el corte de cabeza era usuales. Muchos habitantes de los Santanderes y del norte de Boyacá llegaron hasta este punto de privilegiada variedad climática porque sus tierras están entre los 400 y los 1.700 metros sobre el nivel del mar. Como los visitantes eran 'extranjeros', algunos de pelo rubio y ojos claros, la gente empezó a señalar el lugar como Estados Unidos. Era el sueño de muchos, donde era posible hacer fortuna porque el ganado pastaba libre y los árboles daban abundantes cosechas.

Con semejante nombre, los vecinos del norte, en un acto de sana envidia, bautizaron su vereda como Canadá. Y ya en conjunto decidieron ponerle Hollywood al cerro que tenía la mejor vista. Fue tal el nivel de prosperidad, que Estados Unidos se convirtió en la despensa de Becerril. En el municipio los esfuerzos estaban concentrados en la ganadería, lo que permitió que durante los años dorados produjeran 70.000 litros diarios de leche que demandaba Cicolac.

Cuando 'Simón Trinidad' se levantó en armas, llegó a Estados Unidos impulsado por sus sentimientos y por una decisión de estrategia militar. Aquí estaba Victoria Rubio, la 'Toya', una mujer de la que estaba perdidamente enamorado; y este punto es la puerta de entrada a la Serranía del Perijá, clave para la guerra de guerrillas. En aquella época, los insurgentes eran una fuerza que de igual manera resolvía problemas de linderos o del corazón. Cuando las parejas tenían alguna discusión, acudían donde los guerrilleros que daban consejos y determinaban qué hacer.

Durante casi toda la década de los 80, las Farc impusieron sus normas que a casi nadie inquietaban. En esa tónica no estaba, sin embargo, Rodrigo Tovar Pupo. No sólo era una cuestión de ideología sino de envidia porque por aquella época, finales de la década de los 80, el nombre de su futuro enemigo corría de boca en boca, pues Diomedes Díaz lo había incluido en su vallenato titulado El mundo. Es una canción que habla de las injusticias sociales a las que hace frente gente buena como se consideraba en la época al gerente del Banco del Comercio de la ciudad: "...Y por eso a Ricardo Palmera lo queremos tanto, él es el mismo ejemplo", entonaba la voz del 'Cacique de La Junta', acompañada del acordeón de Nicolás 'Colacho' Mendoza.

Con el tiempo, la guerra se empezó a recrudecer y los guerrilleros a perder la cabeza. 'Simón Trinidad' mandó llevar a su campamento, ubicado en las profundidades de la Serranía del Perijá, a Contreras Ascanio para reclamarle, pues se enteró que un hijo suyo había aceptado trabajar de ayudante de buldózer con el municipio de Becerril.

—Usted tiene que decidirse: o le sirve a la revolución o le sirve al gobierno.

El hombre recuerda con nitidez la pregunta y su estado de desconcierto: "Yo no entendía, porque mi hijo había conseguido sólo un trabajo. Humilde pero honesto". 'Simón Trinidad' se mostró implacable y le dijo: "Vamos a su casa". Allí llegó con su tropa, mandó a levantar las gallinas, matar una vaca y preparar un sancocho. Durante tres días se quedó allí. Al final, le dijo que así siempre tenía que mostrarse: colaborador.

El guerrillero fue de casa en casa y, más o menos, hizo lo mismo. Aunque llamaban 'Comandante' a 'Trinidad', en el Frente 41 de las Farc sabían que el jefe era Willinton Vargas, alias 'Carequemada', un hombre que años después, según varias versiones, fue fusilado por orden del mismo Secretariado para poner fin a sus excesos de violencia.

La acusación de los paras

Años después, en la década de los 90, cuando llegaron los paramilitares, fueron a las mismas viviendas en las que habían dormido los guerrilleros y señalaron a sus habitantes como auxiliadores. La gente fue sacada a empellones y culatazos hasta el parque principal. Fusilaron a unos. Se llevaron a otros y se marcharon. La guerrilla se replegó, pero no desapareció.

Un estudioso de la violencia de la región, que prefiere mantener su nombre en reserva, recuerda que 'Jorge 40' entró en furia por lo que consideraba métodos blandos. Según su teoría, "si no se castigaba de manera ejemplar a ese pueblo de subversivos, la guerra no se ganaría jamás". Sus órdenes se cumplieron de manera brutal.

El 15 de junio de 2001 los paramilitares salieron de Becerril y recorrieron en seis camionetas burbuja los 19 kilómetros que separan el casco urbano del corregimiento de Estados Unidos. Se trata de una vía pedregosa, con deformaciones y de difícil recorrido, sobre todo en los tiempos de invierno porque los ríos se salen del cauce y las aguas bajan por la carretera. Ese día, sin embargo, Ana Dilia Arenas Bayona recuerda que el clima era bueno. Los hombres, todos con vestido militar y encapuchados, fueron y sacaron a la gente del pueblo y la concentraron en el pueblo. Advirtieron que sabían quiénes eran guerrilleros y que les daban la oportunidad de irse para siempre porque, de lo contrario, afirmaron, tomarían represalias y no estaban dispuestos a gastar ni una bala.
Tomaron al joven Samuel Durán, un muchacho de 21 años que entre semana trabajaba en el campo y los domingos ayudaba en la iglesia, y lo amarraron a varios caballos. Empezaron a correr con él. El joven se cayó y fue arrastrado. Luego lo picaron con cuchillos. Y finalmente, lo mataron a pedradas.

Las hijas de doña Ana Dilia -Luisa Fernanda y Luisa Alejandra, mellizas que entonces tenían 7 años- fueron obligadas a ver la escena. Nadie lloró porque los asesinos advirtieron que quien lo hiciera se estaba confesando como amigo del "guerrillero".

Es misma tarde, se inició el éxodo, aunque la gran mayoría se quedó. Al día siguiente los paramilitares volvieron y cometieron un crimen similar. Y luego otro más. Durante más de cinco años, se encarnizaron con Estados Unidos. "Ningún otro punto del departamento sufrió tanto como nuestro pueblo", dice el alcalde de Becerril Carlos Alberto Támara. Según el Observatorio de Derechos Humanos de la Vicepresidencia, entre 2000 y 2004, en este municipio hubo 831 homicidios.

Los registros de la Policía dicen que aquí estuvo 'Tolemaida', un ex militar nacido en El Difícil (Magdalena), responsable de más de 300 asesinatos en la región y lugarteniente de 'Jorge 40'. Y quien, según los testimonios, solía descuartizar a sus víctimas y arrojar las partes para que las devoraran los animales. Fue tan atroz la violencia, que en diciembre de 2001 sólo quedaban las nueve personas mencionadas. Y los paramilitares se adelantaron a declarar la victoria.

Quienes se marcharon lo hicieron sin derramar una lágrima. No hubo entierros ni velaciones. Los cuerpos recogidos fueron llevados al cementerio y sepultados de prisa: una bóveda de ladrillo, tierra y encima una lata de cinc con una cubierta de adobe. El tiempo empezó a deteriorar las improvisadas sepulturas. Hoy se ven los restos óseos cuando el viento levanta las latas. Allí están las calaveras, con los jirones de ropa y el pelo entre la tierra.

La dinámica de confrontación entre los dos protágonistas de esta historia cambió por dos hechos que tuvieron resonancia nacional. 'Simón Trinidad' fue capturado el 2 de enero de 2004 en Quito, Ecuador, y el primero de enero del año siguiente fue extraditado a Estados Unidos. Posteriormente, el 9 de marzo de 2006, 'Jorge 40' se desmovilizó con 4.000 hombres del Bloque Norte de las AUC en cercanías de Valledupar.

Ese mismo año llegó a Estados Unidos el Ejército. Una unidad del Batallón Especial Energético y Vial Número dos, adscrito a la Brigada número 10, se estableció en el cerro Hollywood. Fueron enviados en el programa de seguridad democrática impulsada por el presidente Álvaro Uribe que, entre otros aspectos, quería la presencia de Fuerza Pública en todos los rincones del país.

Hubo un tiempo en que eran más militares que civiles. La idea era que la gente que se había quedado se comunicara con los sobrevivientes para pedirles que retornaran. El alcalde Támara dio el ejemplo, compró una parcela de 15 hectáreas y llevó a su papá a cultivar la tierra.

El ejemplo sirvió y otros se enteraron del hecho y se animaron a regresar. La profesora Luz Marina García aceptó el ofrecimiento de trabajar en la escuela. Subió por la trocha y se encontró con la sede escolar. Era un espacio devorado por la maleza, sin vidrios ni puertas, sin luz y sin agua. Cuenta que duró una semana entera encerrada en la escuela sin salir y sin dormir porque le daba miedo regresarse y, peor aun, dar un paso más. Volvió a sonreír cuando una niña rubia, de ojos azules, llegó con su hermanito. —¿Quiénes son ustedes? "Somos yanquis". A la maestra le dio mucha risa y tristeza al tiempo: —¿Por qué dicen eso? "Es que somos de Estados Unidos".

Entonces se entusiasmó por la inocencia infantil y decidió quedarse. En septiembre volvió doña Ana Dilia. Se paró frente a la casa de los esposos Álix y Rafael López, y de Luz y Luis Moreno. Recordó los tiempos de prosperidad antes de que llegaran 'Simón Trinidad' y 'Jorge 40' con sus tropas bien armadas. Por aquella época, la casa de los López era un granero en donde siempre se encontraba el pan fresco y las bebidas frías para calmar la sed. La casa de los Moreno era un billar en donde los muchachos hacían sus apuestas de palabras porque por aquellos tiempos aquí no se conocían ni los ladrones.

Pueblo fantasma 

Cuando doña Ana Dilia llegó, vio las dos viviendas sin techos, invadidas por el cardón, el matarratón, el palo de mirto, el guarumo y otras plantas que crecían en los espaciosos locales. Eso fue en septiembre del año pasado. Ella cuenta sin avergonzarse que fue la primera mujer que volvió a llorar en Estados Unidos.

Fue un llanto largo y desconsolado. Todos los que habían retornado y los nueve que no se habían ido empezaron a llorar. Fue un desahogo colectivo. De dolor por lo que habían sufrido y de rabia por la soledad en que cayeron porque su caso nunca mereció ni siquiera una primera página de la prensa bogotana. ¿Alguien sabía que Estados Unidos queda en Colombia y que allí hubo varios centenares de víctimas? La semana pasada el Canal RCN presentó un conmovedor reportaje que lo vio Colombia pero aquí nadie porque no existe la televisión.

Los otros servicios son precarios. No hay agua potable porque durante los casi siete años de abandono, las raíces de los árboles se metieron entre las tuberías y dejaron el líquido turbio. La energía no ha sido instalada porque los pobladores no han pagado la deuda con Electricaribe que individualmente suma varios millones. "No lo hemos hecho porque ellos no entienden que estuvimos desplazados y que como no vivíamos acá, no podíamos pagar", dice uno de los pobladores.

"Uno de los problemas está en que la gente tuvo miedo y sufrió tanto, que huyeron de Estados Unidos, hacia Canadá y de allí a Venezuela. Nunca se registraron como víctimas del conflicto, por lo que su caso no existe", dice el alcalde. De ahí que Acción Social de la Presidencia de la República no los tenga como censados en su ítem de desplazados.

La situación no sólo es un trámite burocrático sino que trasciende el tema de la Ley de Justicia y Paz. ¿Por qué? Ninguno de los habitantes que conversaron con los enviados de SEMANA se ha acercado a la Fiscalía para reclamar y señalar a los que le causaron tanto daño. "En Bogotá de pronto no saben lo que es el miedo. Aquí sí sabemos y lo mejor es callar y echar pa'lante", explica don Nicolás Mendoza, testigo de lo ocurrido aquí. Por eso, él decidió que va a guardar silencio. De hecho, ninguna persona aquí habla en voz alta de 'Simón Trinidad' ni de 'Jorge 40'. "Sabemos que 'Trinidad' está en el otro Estados Unidos y que a 'Jorge 40' se lo pueden llevar. Pero de pronto vuelven".

Por eso, los habitantes sueñan con el futuro. Pero ¿hay futuro? Al menos son bastante optimistas. Dijeron, por ejemplo, que su sueño es levantar una iglesia y esperar que el Dios que no los olvidó en su mayor momento de dificultad ilumine a un sacerdote para que decida venir a oficiar sus misas. Igual, ofrecen el trabajo a un enfermero para que atienda el puesto de salud, con la advertencia, eso sí, de que al principio le pagarán con café, guayabas, tomates y moras que han vuelto a brotar, porque plata no hay.

Y el alcalde está metido en un programa que manejará la Asociación de Usuarios Campesinos, de 50 burros que serán entregados a los niños que vuelvan a la escuela porque la mayoría tiene que hacer entre dos y tres horas el trayecto para tomar las clases.

Existe una dosis elevada de optimismo entre los pobladores. Ya hay 52 familias, 150 niños y cuatro profesoras. La escuela tiene tres aulas. En una reciben clases los pequeños de primero a tercero, y en la otra, los de cuarto a quinto. Casi todos los niños van descalzos. Sus cuadernos son humildes y sus uniformes modestos. Sin embargo, pueden ser los niños con más sueños de Colombia. Un ejemplo: hay una tercera aula. Se llama 'El salón de informática'. Tiene tres enchufes, siete sillas y tres mesas de cemento. No hay luz y el sopor es permanente. Allí van los niños a clases con la directora. Ella les enseña a manejar el ratón, a cuidar el teclado, a limpiar la pantalla. "Pero, ¿y los computadores? !Si no hay!". La respuesta de la profesora es sorprendente: "¡Por ahora no importa. Los niños se los imaginan!". Así es la vida en Estados Unidos, un paraíso que queda debajo de Canadá y marcado para siempre en la historia de la violencia colombiana.