NACIÓN
Arte y siembra: memorias de una Medellín violenta
Diecisiete años después de la Operación Orión, la comuna 13 trata de escapar de un contexto de violencia a través de emprendimientos culturales y agrícolas como Agroarte, un camino difícil en el que el primer propósito es no olvidar la historia.
Por Luisa María Alviar Gómez*
Algunas lápidas del Cementerio Parroquial La América tienen inscritas fechas recientes. Son de color gris, blanco, negro y beige y allí reposan los nombres de los fallecidos de la comuna 13. Algunas tienen flores de colores vibrantes, fotos rotas y viejas, frases de duelo, imágenes sagradas. En la entrada se exhiben cuatro diferentes aún sin nombres, aún sin fechas, son las lápidas expuestas para la venta, la próxima identidad de los muertos. Los acompañan, de nuevo, imágenes divinas: dos cruces, la imagen de Jesucristo, la Virgen María. En el centro del cementerio se impone un ángel de pie que se ve desde lejos, levanta la mano izquierda al cielo y con la derecha cubre su boca pidiendo silencio.
El cementerio está construido en círculos concéntricos que permiten ver las miles de tumbas apiladas en paredes. El lugar está cubierto de grafitis. Es el primero en Latinoamérica con murales de pinturas extravagantes. Entrando, del lado izquierdo, se ve un gallo de color negro y gris sobre un fondo blanco, lo rodean moscas azules sobre una montaña con pequeñas casas y edificios. El mural conmemora la Operación Orión, invasión militar que se realizó en la comuna el 16 y 17 de octubre de 2002, y en la que participaron, también, grupos paramilitares, según han denunciado organizaciones de derechos humanos. El mural hace burla del expresidente Uribe —quien ordenó el operativo—, y que para el artista es como el gallo que cuida sus huevos, los tres huevos de la seguridad democrática. Hay más murales sobre las paredes cubiertas de moho.: rostros, plantas, casas y dirigentes políticos. En su mayoría rinden homenaje a las víctimas del conflicto, otros más osados critican al gobierno.
Afuera del cementerio hay un muro de escalinatas de piedras atajadas por una malla de hierro. Sobre ellas hay materas de barro y recipientes de plástico reciclados, todos pintados de colores fuertes y tienen escritos más nombres, más fechas, más frases de duelo. Estas macetas en las que crecen plantas ornamentales de distintas especies tienen dibujos de manos, flores, corazones y estrellas, se trata de una intervención artística, una de las iniciativas del colectivo Agroarte llamada Galería Viva que, dicen, sirve “para recordar el dolor por medio de la vida que da la naturaleza”.
Agroarte, un proyecto de arte, hip hop, memoria y agricultura, nació como un proceso de resistencia frente a la verdad que oculta La Escombrera, terreno en las afueras de la ciudad donde se arrojan residuos de construcción y que el bloque Cacique Nutibara de las AUC, según testimonios de varios desmovilizados, usaba como fosa común para desaparecer los cuerpos de quienes asesinaron antes, durante y después de la Operación Orión. Siete mujeres, cabezas de familia, fundaron el colectivo. En 2011, Luis Fernando Álvarez, conocido como El Aka, rapero y licenciado en artes, tomó el liderazgo del proyecto tras la muerte de una de sus fundadoras. Viste de camiseta, pantalones anchos, gorra, cadena de metal y camándula. Sonríe todo el tiempo y canta por momentos.
—Nosotros pretendemos cerrar los círculos de violencia, curar cuidándonos y acompañándonos, porque hay un momento donde se debe parar y más cuando se nos vuelven cotidianas las lógicas de la muerte y el homicidio —dice.
El Aka creció enterrando a muchos amigos de su adolescencia. Con Agroarte construyó una finca de hectárea y media donde producía, junto a otras personas, el 70% de alimentación para siete familias. Pero la guerra los obligó a abandonar la labor que realizaban y en 2012 salieron desplazados. Actualmente Agroarte trabaja en tres líneas temáticas: el tejido social, el intercambio intergeneracional y la reapropiación del territorio. Su ideología, dice El Aka, es la juntanza, la acción de unirse con otros. Tienen cinco proyectos de acción —entre ellos Galería Viva— en los que la cultura y la memoria son protagonistas dentro de una narrativa de transformación.
—Hace un año y medio o dos estamos trabajando la Red Territorial de la Memoria con varias organizaciones de la Comuna 13, donde importan los nodos y el intercambio, eso transforma un poco el panorama en las maneras en que se hace memoria —dice El Aka.
Es un hombre que no le cree a la política, no confía en las estadísticas y piensa que a Medellín la han construido bajo la “arquitectura del ocultamiento” para cubrir “las verdades con progresos materiales y espacios físicos”. Se ríe con ironía cuando menciona que siempre se ha dicho que la ciudad es el milagro de Latinoamérica, y Colombia uno de los países con más felicidad. Con Agroarte ha aprendido a hacer “política de lo cotidiano”, a acercarse a la gente mediante las manifestaciones artísticas y la agricultura, a componer rap y grafitear con los jóvenes, a sembrar con los adultos y viejos.
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En las paredes externas al lado derecho del cementerio está pintado un homenaje a tres mujeres. El fondo es de color fucsia y rosa, sobresalen tres rostros arrugados por el dolor, son miradas profundas y memoria viva. Se trata de Luz Elena Salas, Tere Gómez y Fabiola Lalinde. Esta última tiene a su lado un sirirí amarillo y blanco. El pájaro, que se conoce por defender con insistencia su territorio y que hace referencia a la investigación que hizo Fabiola para encontrar la verdad tras la desaparición forzada de su hijo Luis Fernando Lalinde Lalinde el 3 de octubre de 1984. Según el Centro Nacional de Memoria Histórica, el archivo que logró Lalinde es el “más completo de la primera ejecución extrajudicial por la que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) de la OEA responsabilizó al Estado colombiano” y fue incluido en el “Registro Regional del Programa Memoria del Mundo” de la Unesco.
Desde principios de los años noventa, la violencia y los grupos armados pervivían en la comuna, pero fue con las 12 operaciones militares que hubo en 2002, cuya corona fue Orión, que la guerra con sus dientes (desapariciones, asesinatos, secuestros, torturas) se ensañó en el territorio, marcando un hito en la historia del país. Adelina vive en el barrio Independencia 1, en la cima hasta donde llegan las escaleras eléctricas, inauguradas en la alcaldía de Alonso Salazar. De subida se ven los grafitis que artistas de la zona han dibujado con el pasar de los años. El recorrido comienza con uno que dice “Comunidad en resistencia”. La zona está atestada de turistas, guías locales y vendedores. A la guerra le han sacado provecho y la metamorfosis de la comuna se ha convertido en negocio. El ambiente tiene rasgos de felicidad, suena música de diferentes géneros a unos cuantos pasos de distancia, los colores de la pintura resaltan con el sol. La casa de Adelina está a pocos minutos del final de las escaleras eléctricas. Al bajar un corto tramo de otras escaleras, esta vez de piedra, se llega a su casa. Es pequeña y apenas le entra la luz. La mujer habla sin que se le pregunte.
—Cuando se subió Uribe a la presidencia se empezó la Operación Orión. Eso era lleno de helicópteros y derramaban balas por todas partes. Era bala, bala, bala, y dele, dele, dele. Cayó mucha gente inocente. Pero, de todas maneras, tenía que ser así —dice Adelina.
Narra el contexto del operativo y lo que sucedía en 2002 dentro de la comuna. Baja la voz cuando dice guerrilla, como si fuera una palabra prohibida en los alrededores. De los otros grupos admite que no sabe si eran paramilitares o no, pero agrega que “pudo haber sido gente que venía por medio de este señor”. Recuerda con claridad las escenas del horror vivido, cómo arrastraban a los cuerpos por la loma de su casa y cómo corría la sangre camino abajo. En su casa las balas dejaban rastro en las paredes. Su esposo estuvo amenazado y toda su familia sufrió los enfrentamientos que no cesaban. Hoy Adelina agradece que ninguno tuvo que pagar las consecuencias de la guerra. Dice que ahora vive en la gloria.
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Agroarte, con su apuesta cultural, le hace contrapeso a la violencia con “una visión del pasado con el lenguaje del presente”, como dice El Aka. El Hip Hop Agrario es su herramienta de protesta: “Si el Hip Hop es calle, debajo de la calle hay tierra, y la tierra contiene nuestras historias, nuestras memorias y nuestras luchas”. Los integrantes de Agroarte recorren la comuna e “intervienen el tejido social”. La comunidad aprende de sus proyectos. Los jóvenes se unen en coros unísonos de versos en rima. Se han creado más de trescientas canciones de chicos que hacen el himno de su barrio. Algunas más producidas se graban en los estudios ELC Records y FB7 Estudio. Se hace arte con las palabras, y también con las manos, que guían la trayectoria de los pinceles sobre los muros de la 13.
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Las canciones y grafitis no son el único proyecto cultural del colectivo. Su acción performática, denominada Cuerpos Gramaticales, es un espectáculo de remembranzas, un espacio creativo para intentar superar las heridas de la violencia. Durante seis horas las personas se siembran, en el suelo, algunos con las piernas cruzadas, otros con ellas extendidas, se cubren de tierra hasta la cintura o el pecho, compartiendo espacio con una planta. El performance, que ilustra la violencia de las torturas y la desaparición, se ha presentado dieciséis veces en Colombia y dos veces en Barcelona y Guernica, España.
—En últimas es el cuerpo el que escribe la gramática de las violencias, el que escribe esas historias. Cada persona que está aquí habla desde sus dolores y trata de hacer catarsis —dice El Aka.
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Los emprendimientos culturales como Agroarte no prosperan con tanta facilidad en Medellín. En 2017, el entonces senador Iván Duque, tramitó la Ley Naranja (o Ley 1834), que tiene el objetivo de “desarrollar, fomentar, incentivar y proteger las industrias creativas”, y que ademásestablece que “el Gobierno Nacional deberá formular una Política Integral de la Economía Creativa, denominada Política Naranja, con miras a desarrollar los objetivos y postulados de la ley”. La realidad más allá de la ley es otra. El panorama de Medellín es desesperanzador, dicen quienes sobreviven en el mundo cultural. El Aka dice que siempre han tenido problemas con los gobernantes de turno, pues cuando critican por medio del arte, terminan marginados de muchos espacios. Por su parte, Jeihhco, líder social de la comuna, rapero y miembro de Casa Kolacho, muestra su inconformidad.
—En Colombia siempre toca luchar y lidiar con el Estado, con su burocracia. Siempre hace falta un papel, un documento, una firma, un sello. Siempre hay un IVA más, un porcentaje menos —dice Jeihhco.
Está sentado en una pequeña sala de Casa Kolacho, centro cultural de hip hop, una vivienda de fachada color naranja que está ubicada a unas cuantas cuadras de la estación San Javier del metro. En su entrada hay un mural repleto de grafitis, el nombre de la casa resalta en amarillo encima del marco de la puerta. En la habitación del lado dos jóvenes practican sus pasos de breakdance al ritmo de la música que reproduce una grabadora. Jeihhco es grande, serio y amable. Piensa que la cultura y el arte permiten reconstruir el país, expresarse y salvar vidas. Dice que le gusta juntar y se considera un enredador, alguien que une redes para el tejido social. Su discurso y el de El Aka tienen un punto de encuentro.
— No solo hay poco apoyo de parte de las autoridades sino que aparte hay trabas. Vamos a hacer un evento y llega la policía, vamos a pintar y no hay permiso, vamos a vender unas camisetas y llega la Dian. Juegan con los sueños de la gente, los truncan— se queja Jeihhco.
Critica que el actual alcalde, Federico Gutiérrez, ha mercantilizado los procesos culturales. Califica los cuatro años de gobierno como “nefastos” para el movimiento cultural. “Los referentes son Karol G, J Balvin, Maluma y un par más y se olvidan de que hace cuarenta años en los barrios hay procesos culturales resistiendo a la guerra, salvando pelados de la guerra, mostrándoles otras opciones de vida”. Dice que con gran facilidad fracasan los emprendimientos de este tipo. Cree que la Economía Naranja no es una de las prioridades que debería tener el país, pues “está planteada desde los negocios y descarta la base social de los emprendimientos”.
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Daniel Carvalho, ingeniero civil de la Universidad Eafit y actual concejal de Medellín, dice que son varios los retos de los emprendimientos culturales. Recalca la necesidad de identificar las deficiencias en materia de formación y de profesionalización de los emprendedores, al igual que la formación de un público que a nivel local y nacional no es abiertamente consumidor de productos culturales. Su sostenibilidad es también uno de los desafíos.
—Un emprendimiento requiere ser sostenible financieramente, pero esto no significa que toda iniciativa cultural tenga que ligarse a esa visión económica. En Medellín, hay un historial de iniciativas culturales que, si bien no generan dinero, sí generan un impacto social muy grande, y a esto también hay que apostarle.
Dice que las economías creativas deberían tener cabida dentro de las dinámicas de la sociedad. Desde 2016, ha puesto el tema sobre la mesa y asegura que se han logrado avances como, por ejemplo, que en el Estatuto Tributario se hayan definido incentivos para las empresas e industrias creativas y culturales de la ciudad, y que en el Plan de Desarrollo Económico quedó estipulado que estas son una nueva área de oportunidad económica.
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Desde hace varios años, San Javier tiene espacios culturales y deportivos que nacen en las iniciativas de líderes locales, alternativas de vida diferentes a las armas y el microtráfico. Los habitantes dicen que sienten “una calma relativa”, que se hace evidente en la seguridad que lleva a los cientos de turistas hasta la comuna para conocer los grafitis que adornan la zona, escuchar la música que retumba en cada esquina, recorrer las estrechas calles de asfalto que ascienden en lomas que casi llegan al cielo. Pero la violencia persiste.
—Después de la desmovilización de los paramilitares, vinieron algunos de nuevo, ya reinsertados, a hacer las bandas que hoy conocemos, y en este territorio tenemos hoy 27 combos armados. Tenemos una Alcaldía del show que muestra por el mundo el milagro de Medellín, la Comuna 13, pero nunca hizo un aporte de más, sino que calentó más el territorio —dice El Aka
Carlos Cadena, profesor de Eafit y coordinador académico de URBAM (Centro de Estudios Urbanos y Ambientales) está de acuerdo con que el gobierno de Federico Gutiérrez se va dejándole muchos retos a la ciudad.
—En muchos sentidos supo comunicar la urgencia de varias de las discusiones globales, pero no supo ejecutar. No hubo concordancia entre lo que muchas de sus comunicaciones públicas decían y lo que estaban haciendo y priorizando —comenta.
Carlos es fiel admirador y seguidor de Agroarte. Es amigo de El Aka, a quien define como una persona como ninguna otra, una inspiración. Considera que las propuestas del colectivo son “creativas, propositivas y simbólicas” y trabajan para apoyar la ciudad y su urgente necesidad de cambio. Ha participado de sus procesos, actividades y encuentros. Destaca la labor de la siembra para contribuir a la agenda de desarrollo sostenible de la ciudad y el arte para “devolver la esperanza en la acción humana”.
Agroarte ha crecido en Medellín con fuerza. Sus proyectos tienen un alcance social que hace honor a la memoria. Evocan los heridos, los desplazados, los desaparecidos, los muertos, aquellos que quedaron en la mitad del camino de la vida a causa de una guerra devastadora. En el Cementerio Parroquial La América hay un espacio dedicado a ellos, una esquina cimentada en el recuerdo. Es un vivero con plantas que sobresalen de otras materas de barro. Unas cuantas sillas de colores decoran el lugar. Crece el llamado “Árbol de la Memoria”, del que cuelgan ramas curveadas hacia el suelo. Tiene dos bifurcaciones con pequeños letreros de colores, uno más grande, de metal, se levanta desde el césped; la frase de Neruda “¿Qué aprendió el árbol de la tierra para conversar con el cielo?”, está escrita sobre él. En las tumbas del cementerio permanece la muerte, en el vivero la vida, siempre a la espera de más nombres, más fechas sobre las lápidas de piedra.
*Estudiante del pregrado de Comunicación Social de la Universidad Eafit.