TESTIMONIO

Sobrevivir a un ataque con cuchillo: el valiente e inspirador testimonio de Paola Noreña

La comunicadora bogotana volvió a sentir el miedo más profundo luego de que el sospechoso que habría intentado degollarla recuperó la libertad por vencimiento de términos. Este es su doloroso testimonio de valentía y miedo.

25 de agosto de 2018
| Foto: Archivo particular

A los días que salí de la clínica iba caminando por una avenida y en la mitad del separador -así como fue mi ataque-, una señora de avanzada edad me tomó del brazo para no caerse. Ese momento fue terrible, sentí de cerca la muerte nuevamente. Tuve que sentarme en el andén, sudaba, me dieron ganas de llorar. La señora no entendía. Me decía: "no es para tanto". Pero yo no le pude explicar, no es algo que quieras ir ventilando, diciendo sí, fui yo a la que intentaron degollar.

Abril 6 de 2017

Estoy terminando mi jornada laboral (en la Universidad Minuto de Dios). Salgo por la calle del colegio y llego al separador de la avenida. Estoy esperando que pasen los carros para cruzar la segunda avenida cuando me abordan por la espalda. Me cogen del cabello, me jalan y siento el corte en mi cuello. Pienso que me van a lastimar, luego me doy cuenta de que me van a matar. Son instantes de pánico. Forcejeo con esta persona para evitar que me siga enterrando el arma en el cuello. Me corta la mano derecha, con la que intentaba defenderme, me corta mis dedos, pierdo las uñas intentando salvarme. Entonces siento que no tengo más fuerzas. No voy a aguantar más, no puedo seguir resistiendo. Esta persona me tiene por la espalda y no estoy en una posición cómoda para mi defensa.

Pienso en hacer un movimiento brusco. Me agacho, me giro para que esta persona se desacomode y ahí me hace el segundo corte en la cabeza. La sangre empieza a salir por todas partes. Es una abertura muy profunda. Por donde me muevo voy botando sangre. Pido ayuda pero la gente está impactada y no reacciona. Pienso que tengo que salvarme porque no me van a salvar. Me cojo muy fuerte el cuello, la herida que más sangra, como una llave de agua abierta. Me cojo muy fuerte y corro hacia la Calle 80 buscando que un carro pare y me lleve al hospital.

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Pero los carros me esquivan. De repente, un señor en un carro azul frena: "súbete". Cuando me ve queda impactado y empieza a temblar. Me dice "te vas a morir". Luego se calma y dice "no tengo idea de dónde hay un hospital". Yo le respondo "no te preocupes, yo te indico, pero por favor no me vayas a dejar morir". Lo guío hasta la clínica Partenón. Llego, me bajo del carro, camino hasta la clínica. Allí no tengo que decir nada, la gente me abre paso. Estoy completamente ensangrentada. El enfermero me ve e inmediatamente dice, "código de vida". Me ponen en una camilla y los médicos empiezan a salvarme.

Hay un instante en el que creo que estoy soñando. Ahora me voy a despertar, voy a estar en mi casa y voy a estar bien. Pero el tiempo sigue, y ahí está mi mamá, mi familia, ahí están los médicos. Y digo, ¿esto que acabo de vivir realmente pasó? Creo que no tengo tiempo de digerir todo cuando ya estoy, desde urgencias, rindiendo las declaraciones a los investigadores del CTI. Ahí empieza un proceso que sigo llevando a cuestas, pero no hay tiempo para digerir qué pasó y por qué.

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Paola Andrea Noreña, comunicadora social de 27 años, se refiere como "esta persona" a quien la atacó en la tarde del 6 de abril de 2017. El intento de asesinato quedó grabado en las cámaras de seguridad de la zona. Por las imágenes, los investigadores supieron que el agresor era un hombre de 1,80 metros, delgado pero fornido, que llevaba la cara cubierta. Seis días después, mientras ella era sometida a distintos procedimientos médicos, la Policía capturó a Miguel Rozo y lo señaló como su posible agresor.

Rozo fue su novio durante cinco meses. Terminaron la relación cuando Noreña advirtió sus celos exagerados y el rechazo de él hacia sus actividades cotidianas: el trabajo en la Universidad, los estudios de maestría, la afición por el patinaje, el voluntariado en un grupo teatral de una fundación que vela por los derechos de las mujeres.

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Rozo se convirtió en el principal sospechoso del ataque, aunque se declaró inocente. Hace pocos días quedó libre, luego de que una jueza determinara el vencimiento de términos en el proceso. La decisión fue apelada y será revisada en segunda instancia. Con su presunto agresor en libertad, Noreña volvió a sentir un miedo profundo por su vida y la de las personas que ama.

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Tras el ataque yo sentía mucho temor, miraba la cara de los enfermeros, de los médicos, decía en qué momento esta persona se disfraza y se mete al hospital para acabar mi vida. No podía dormir y los médicos decidieron sedarme porque mi nivel de alerta y mi tensión eran tan altos que estaba todo el tiempo despierta.

Me trasladaron de la clínica Partenón a la clínica Méderi porque existía un riesgo de desangrado de esófago por la profundidad de la herida que quedó a dos milímetros de la yugular. Cuando estaba ahí me informaron que él llegó a medianoche, averiguando por mi estado de salud. Eso me dejó muy claro cuáles eran sus intenciones, deja entrever una necesidad de esta persona por estar cerca a mí, por saber sobre mí, y en ese momento por querer indagar cuál era mi estado de salud y hasta dónde había tenido yo un estado de conciencia de los hechos.

Desde que puse la denuncia del ataque mi abogada y los que estaban conmigo me decían que el mayor enemigo es el vencimiento de términos, el tiempo. Es como si todos supieran lo que va a suceder, como la crónica de una muerte anunciada. Y te dicen, "prepárate porque va a pasar". Lo veía venir cada que aplazaban una audiencia porque el juzgado estaba en paro o porque llegó la navidad.

Con la salida de esta persona siento temor por mi vida y la de mi familia y busco los medios de comunicación como refugio y como manera de sentar un precedente por lo que estoy pasando, y con esperanza de que esto no vaya a terminar con un desenlace fatal hacia mí o mi familia.

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A veces tengo pesadillas con la agresión. Sentir personas que caminan detrás mío me genera muchísimo agobio. Que intenten abrazarme me genera muchísima repelencia. No puedo, no puedo. Me siento ahogada, me da fatiga, me da estrés. El dolor en el lóbulo de mi oreja derecha es impresionante, entonces no soporto que me toquen esa parte. En lo físico y lo emocional las secuelas quedan, intentas superarlas pero son inevitables.

Visiblemente quedaron tres cicatrices. La primera va desde la comisura del ojo hasta la parte de atrás de la cabeza al lado derecho y tiene 19 centímetros. La otra es la del cuello, que mide 15 centímetros, va del centro del cuello a la parte de atrás. Y la de la mano derecha, con la mano que me defendí del ataque. El tercer nervio fue uno de los más afectados, y eso generó complicaciones en mi sensibilidad, en los movimientos faciales, la expresión de la cara.

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Mentalmente no te queda sino ser fuerte y continuar. Por fortuna tengo una red de apoyo muy sólida. Mi mamá, mi hermana, mis tías, mis primos han estado siempre ahí. También ha llegado gente a mi vida de muy buen corazón que solo busca ayudarme. Finalmente te concentras en lo positivo, estoy viva, tengo la oportunidad de seguir haciendo lo que me gusta y en lo que creo. Trato de concentrar toda mi energía en eso y de ser un referente positivo para otras mujeres que lidian con lo mismo, o para familias que ya no tienen a sus mamás, hijas o hermanas vivas y ahora tienen que emprender una lucha judicial. A través de redes me han contactado cantidad de personas diciéndome "me está pasando algo similar, por favor, escúchame. A mi presunto agresor lo dejaron libre. Mi proceso lo van a cerrar porque la investigación no avanza"... es algo que me ha impactado muchísimo.

Amigas y conocidas me han confesado: "también soy víctima, me pasó esto". Y quedas sorprendida porque te das cuenta de que la violencia hacia la mujer sigue siendo un tabú. Ellas intentan esconderse tras imágenes de mamá profesional o de mujer exitosa y te das cuenta de que detrás hay una historia de violencia y sobre todo de miedo, porque las mujeres que me contactan en su mayoría me escriben desesperadas y con temor porque no saben cómo actuar.

Eso me ha dado coraje, porque ellas están atentas a cómo estoy actuando. Ahora más que nunca tengo que ser coherente con la vida y con el discurso que siempre he empleado. Tengo que mostrar que no hay que desfallecer, que hay que ser valiente y paciente, que hay que denunciar, hablar y esperar a que la justicia haga lo suyo.

Pero cuando ven la respuesta que estoy recibiendo me dicen: "ves, te lo dije, yo no cuento con el respaldo, no quiero hacer mi caso así de público. Si a ti no te están poniendo atención tampoco lo harán conmigo y esta persona tomará represalias". Y es muy frustrante intentar motivar a las mujeres para que denuncien y no permitan más la violencia en sus vidas, pero no poder demostrarles que el sistema nos protege y nos brinda todo el apoyo para que no se siga perpetuando la impunidad.

Lo que tuve que afrontar después del ataque fue pasar de dar el discurso a tener que aplicarlo. Dejamos que la vida nos lleve, nos apagamos, dejamos que nos ganen las tristezas y los dolores o cogemos esto y lo transformamos en un motor para tomar un nuevo rumbo con pasos más fuertes, ideas más claras, y sobre todo con propósitos más humanos.

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Estuve con él (Miguel Rozo) en la audiencia de juicio oral, en mi declaración. La juez me dio la opción de pasar a una sala contigua para no tener que verlo. Yo no acepté, quise estar en el mismo lugar. No era el momento de temer sino el momento en el que el presunto agresor tenía que escucharme, verme y saber que no me voy a callar y que no descansaré hasta que se haga justicia.