Conflicto armado
La historia de Rocío Pineda, la primera mujer que coordina la Mesa de Víctimas de Tierralta, Córdoba
Cuando tenía 11 años, tuvo que salir huyendo de su casa por cuenta de un enfrentamiento entre grupos armados ilegales. Ahora, es la primera mujer en liderar este importante espacio de participación.
Rocío Pineda Arrieta es una mujer de 36 años con un don de la palabra excepcional. Se siente muy orgullosa de ser la primera mujer en coordinar la Mesa de Víctimas de Tierralta, en Córdoba, y no dudó en alzar la voz para hacerlo saber.
“Siempre fueron hombres los que coordinaron la mesa de víctimas de Tierralta”, explica con entusiasmo. “Todo el mundo creía que los hombres eran los que sabían coordinar, pero esta vez nos arriesgamos y ganamos la coordinación. Ahora estamos aquí representando a las víctimas, que son muchas”, dijo durante un encuentro con 60 víctimas del conflicto armado de los municipios cordobeses de Tierralta y Valencia.
Estas mesas, dispuestas por la Unidad para las Víctimas, están conformadas por las organizaciones de víctimas (OV) y las organizaciones defensoras de los derechos de las víctimas (ODV). En estos espacios, las víctimas del conflicto armado como Rocio pueden participar en la elaboración de planes de acción territorial (PAT) para la atención y reparación integral. Al evento también asistió el director de la Unidad de Investigación y Acusación de la JEP, Giovanni Álvarez Santoyo, quien aseguró que “llegamos para trabajar con las víctimas y, por supuesto, para darles la verdad y la justicia que se merecen”.
Rocío es la tercera de nueve hermanos, siete mujeres y dos hombres. “He intentado estudiar muchas cosas”, cuenta. “Estudié licenciatura en Educación Básica, con énfasis en Humanidades e Inglés. Soy maestra de profesión, aunque no estoy ejerciendo en este momento. Me gané el concurso de posconflicto, pero no pude conseguir una plaza. También hice siete semestres de Psicología, pero por cuestiones económicas no he podido terminar”.
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La relación de Rocío con el conflicto armado se remonta a finales de la década de 1990. La historia de los habitantes de Tierralta y del departamento de Córdoba en general es similar: primero fueron los guerrilleros y después los paramilitares los que sembraron el miedo y destruyeron todo a su paso.
Rocío tenía unos 11 años cuando se produjo un enfrentamiento entre grupos armados ilegales cerca de su casa. Uno de los grupos les mandó decir que no querían ver a nadie en su finca cuando regresaran. “Nosotros salimos ese día, en medio de la balacera. Dormimos en el pueblo más cercano. Aunque estaba muy niña, salí con mis hermanitos menores en los hombros porque era una de las mayores. Mi mamá tenía a los otros chicos”, contó.
“Fue una experiencia muy traumática”, recordó Rocío. “Mi papá tenía 60 hectáreas de tierra. Teníamos animales. Teníamos casi una vida hecha allí. Y todo dejarlo todo. Vender mal todo (…) Nos cambió la vida totalmente. A raíz del estrés, mi mamá sufrió una enfermedad. Ella es diabética y tiene amputaciones”, añadió.
A pesar de todo lo que ha vivido, Rocío no se deja vencer. “Sé que hay mucha gente que la ha pasado igual o peor que yo”, dijo.
“Estoy viva y luchando en favor de aquellas personas que necesitan alguna ayuda, que no pueden expresarse como lo hago yo, que no tienen el acceso que yo tengo a coordinar o a contactar a algunas personas. Yo soy una persona a la que la comunidad acude. Me preguntan qué hacer, dónde voy, sáqueme una cita. En todo eso me he convertido, a mucho honor”, finalizó diciendo.
Doña Gertrudis María Pacheco Cabria, de 77 años, también participó en el evento. Fue víctima de desplazamiento forzado por cuenta de la oleada de violencia paramilitar que se desató. Doña Gertrudis y los suyos tuvieron que salir corriendo de su finca.
“Yo hablé con ‘el Mono’ Mancuso y le dije que iba a ir a la finca a buscar algo de lo que habíamos dejado porque no teníamos qué comer. Y dijo que él no respondía por nada, que si iba era por mi gusto. Entonces me pregunté: ¿quién se va a meter a la boca del lobo?”, recordó
En consecuencia, la finca de doña Gertrudis quedó abandonada. Una situación que, de acuerdo con su narración, fue aprovecha por una mujer para apoderarse de esa tierra y sembrarla con coca.