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Elvia y Deimer se dan un beso a través de sus tapabocas, frente al notario de Juan de Acosta, en el Atlántico. | Foto: Archivo Particular

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La historia de un matrimonio en tiempo del coronavirus

Elvia Molina Molina y Deimer Ochoa, habitantes del corregimiento de Aguas Vivas, en Atlántico, dicen que los duros momentos vividos en estos días los motivaron para sellar su amor. Este es el romántico relato que se esconde detrás de una curiosa imagen.

22 de mayo de 2020

¿Casarse en días de coronavirus?, pareciera una pregunta con una respuesta segura para la mayoría de las personas del mundo. Menos para Elvia Patricia Molina Molina y Deimer Ochoa Villanueva, una pareja de habitantes del corregimiento de Aguas Vivas, en el municipio del Piojó, en Atlántico, quienes motivados por la dura situación que han tenido que sortear por causa de la pandemia decidieron que no había mejor momento para sellar su amor.

Como recuerdo, una curiosa foto en la que aparecen, ella con el vestido blanco que siempre soñó y él en un elegante traje negro, dándose un romántico beso a través de los tapabocas. Como único testigo, el notario que los casó.

Detrás de la llamativa imagen hay una gran historia de siete años de amor, dos pequeños hijos como presente, Moisés David de 6 años y Hazel de 2, y el salto de unos difíciles obstáculos que casi les impiden cumplir por segunda vez la cita de la ceremonia en la notaría única de Juan de Acosta, un municipio vecino.

El hecho también tiene una gran dosis de valor. La historia comienza en diciembre del año pasado cuando Deimer, quien trabaja como vigilante, le pide a Elvia que se casen y le propone que la ceremonia sea en febrero, para aprovechar la plata que debía recibir por derecho de sus cesantías, para comprar las argollas.

En el momento de la ceremonia, en la notaría los novios se tuvieron que sentar guardando una distancia establecida.

Emocionados, a comienzos de año los novios empezaron a hacer los trámites de los papeles correspondientes en la Registraduría y apartaron la fecha en la notaría. Ella consiguió el vestido. Pero el día del matrimonio se acercaba y a Deimer no le pagaban en la empresa. En la notaría los llamaron varias veces a avisarle que los documentos se vencían al mes. Tristes, al final no pudieron cumplir la fecha.

Desesperados, el 11 de marzo Deimer prestó un millón de pesos con la esperanza de devolverlo cuando le dieran lo de las cesantías. Aprovecharon y pagaron una parte de las argollas en un local de Barranquilla. Al día siguiente llevaron los papeles que faltaban a la notaría. Sin embargo, a las pocas horas empezaron a escuchar sobre la cuarentena por la covid-19. Con el enredo de las noticias y el embrollo que se armó en todo el país, no alcanzaron a retirar los anillos. Todos los planes se quedaron congelados por una palabra y una enfermedad de la que nunca habían oído hablar.

Con la emergencia, el matrimonio pasó a un segundo plano. A finales de marzo, cuando por fin le pagaron las cesantías, a Deimer se le daño la moto, así que tuvo que usar una buena parte de la plata para arreglarla porque es la que utiliza para ir a trabajar.

Preocupados, en los días siguientes llamaron a la secretaría de la notaría y propusieron reprogramar la ceremonia para junio. Así habían quedado sus planes. Pero, una llamada del notario Mauricio Meyer los sorprendió el lunes pasado. “Los caso el jueves o ya no se sabe cuándo”, les dijo por el teléfono. La urgencia se debió a que en el municipio fue confirmado el primer caso de coronavirus y la notaría iba a quedar abierta, hasta nueva orden, solo para situaciones de urgencia, lo que no incluye matrimonios.

No tuvieron que hablarlo mucho para decidirse. Los últimos dos años de congregación en una iglesia los han hecho valor más la vida de pareja. Y Elvia dice que la dura situación que vive el mundo en estos días los ha unido mucho más, por lo que no querían desaprovechar la oportunidad. Tuvieron que correr para estar listos. A ella le prestaron unos zapatos, un collar y hasta un tocado en la familia. Deimer no tenía un peso en el bolsillo porque sus pagos los recibe los primeros días de cada mes.

“No teníamos nada de nada. Con lo único que contábamos era con 60 mil pesos de un subsidio que nos dan en la caja de compensación para los niños. Eso sí, nunca pensamos en aplazar, teníamos muchas ganas de mostrarles a nuestros hijos que este compromiso es real después de tantos sufrimientos y necesidades que hemos vivido”, cuenta la novia.

Las instrucciones del notario Meyer fueron claras: los iba a casar, pero tenían que ir solos, sin familaires, ni siquiera los niños. Eso sí, tenían que usar tapabocas y guantes obligatoriamente. “Y ni pensar en quitárselos en el momento del beso”, les advirtió.

El miércoles por la noche, aprovechando que estaba en su pico y cédula, Deimer fue en la moto a Baranoa, otro municipio vecino, y recogió la plata del subsidio. Le puso 10 mil de gasolina para que les alcanzara para irse y regresar a la notaría. Pero, cuando fue a pedirle el permiso de movilización al inspector de policía del corregimiento, para evitar tener problemas con las autoridades por las restricriones vigentes, este se ofreció a llevarlos en su carro, con la condición de que le colaboraran con el gasto de gasolina.

Se casaron felices a las 10 de la mañana de este jueves. La celebración quedó aplazada por ahora. Con lo que les quedó del subsidio y la plata de un sobre sorpresa que les dieron unos amigos de la iglesia compraron un pollo y lo cocinaron para ellos y los niños. Otras personas les hicieron decorar una pared de la casa con un letrero que decía Nuestra Boda y dos pompones rojos y dos blancos. Moisés David y Hazel fueron vestidos para la ocasión. “Nuestro matrimonio es un ejemplo, porque no tuvimos para comprar cosas materiales, pero demostramos que lo importante es que el amor nunca falla. Dios permitió que todo fuera posible para este día”.

Al regresar a la casa, se conectaron por internet con unos amigos, bailaron el vals y escucharon un discurso de cómo se deben tratar los esposos y el respeto que deben tener con los hijos.

Los anillos aún están en la vitrina del almacén de San Andresito, pero Elvia los mira cada cierta hora en una foto que guarda en su celular. Le dijeron que en cuanto abran el centro comercial donde funciona el local los pueden ir a reclamar, pero ellos han seguido pagando las cuotas juiciosamente, incluidos los intereses. Elvia dice que esta dichosa, ya que en medio de tanta incertidumbre el amor venció al miedo.