La historia de Joao, un brasilero que sobrevivió a la selva pero que fue deportado de Panamá. | Foto: Cortesía

Nación

La historia de un migrante brasileño que sobrevivió al Tapón del Darién y fue deportado

Miles de migrantes pasan todos los días por el Tapón del Darién, buscan Panamá para conectarse con Centroamérica y llegar a Estados Unidos. Esta es una travesía casi suicida minada de fieras y paramilitares. Además, muchas personas son deportadas a sus países de origen.

17 de marzo de 2020

Entre Sapzurro y Capurganá hay un mirador desde donde se ven la costa portentosa del mar Caribe que se abre a fuerza de marea en la tierra, creando el golfo de Urabá. Son unos cuantos kilómetros de selva en la que se ha abierto un sendero turístico que todos los días es recorrido por aventureros que quieren conocer un poco de la espesura de la selva del Darién. Pero todo está muy controlado, y quienes ven de verdad la manigua y su entraña son los miles de migrantes que cada día llegan al mirador y se desvían por el monte, rumbo a Panamá, rumbo a Estados Unidos.

En ese mirador hay unas bancas donde la gente se sienta a descansar y a mirar el mar. A ese punto llegó Joao el 13 de julio de 2019. Era sábado, eran las cinco de la tarde. No aparentaba más de 28 años, vestía con una camiseta esqueleto negra, una pantaloneta y chanclas playeras. En la espalda llevaba un morral repleto de provisiones y ropa. En un portugués extraño preguntó cómo podía llegar a Panamá. Creía que podía hacer la del turista: llegar a Sapzurro y luego caminar a La Miel, un caserío del país vecino que está desconectado por vía terrestre de cualquier municipio, y al que solo se ingresa en calidad de turista, no de migrante. Joao no tenía más de 20 dólares y un celular iPhone 4 por que no le darían mucho dinero.

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Nelson, el hombre que administra el sendero —arregla el camino, los desyerba, alimenta a los pequeños micos aulladores que se escuchan como una cascada entre los matorrales—, le dijo a Joao que estaba muy tarde y era arriesgado adentrarse en la selva sin más arma que esas chanclas. Joao estaba decidido, dijo que podía aventurarse porque tenía una carpa y una hamaca, no entendía que lo que tenía enfrente era el gran Tapón del Darién, una selva espesa y difícil. Además, ignoraba las mafias y los paramilitares que dominan la zona por donde pasan cocaína libremente hacia Centroamérica. Después de un diálogo largo que no terminaba de entenderse bien, Joao decidió esperar: esperaría hasta el lunes a que un grupo de “guías” —como les dicen con eufemismo a los coyotes que pasan migrantes por la frontera— pasara con africanos, cubanos y haitianos.

Ya tranquilo, y después de compartir un poco de agua, Joao pidió que le tomaran una foto con el mar detrás. Sonrió con una gran sonrisa de descanso, pues Nelson le dijo que armara la carpa en su pequeña casa —ubicada en la mitad del sendero, llegando al cenit de la montaña—. El lunes a primera hora, Joao salió con los coyotes rumbo a Panamá. Desde entonces desapareció. Debía llegar a su destino en siete días. Se le escribió por Twitter, pero nunca respondió. Lo dieron por muerto: comido por fieras, asesinado por paramilitares. Sin embargo, el sábado 14 de marzo escribió desde Chile. Está vivo. Este fue su mensaje —brevemente editado para la comprensión del lector—:

Hola, hoy vine a contarte un poco sobre la aventura más grande y peligrosa de mi vida, fueron 6 días en la selva de Colombia y Panamá. Viví una aventura peligrosa que casi me costó la vida. Caminamos por una de las selvas más húmedas del mundo. Éramos un grupo de unos 25 extranjeros de Haití, Cuba, Venezuela, Siria, Jamaica y Colombia Yo era el único brasileño en ese grupo. El camino fue muy difícil en todo momento. Subí y bajé montañas en la jungla. Dormí en una tienda de campaña con un amigo de Venezuela (…) Vimos 3 cuerpos. En la jungla vimos muchas serpientes en todo momento; tuvimos que cruzar el río, la parte más difícil fue cuando llegamos a un lugar llamado Tres bocas, tuvimos que decidir muy en serio qué camino tomar, quería subir el río, pero mi amigo, Alvins, dijo que deberíamos bajar el río.

Al sexto día llegamos al campamento, en Panamá, al día siguiente fuimos a un segundo campamento. Todo empeoró. En la mañana nos separaron, Alvins, su esposa y el otro venezolano se quedaron en el campamento, a los otros nos enviaron a la capital, Ciudad de Panamá, era una prisión para inmigrantes. Estuve 18 días atrapado, con un cuerpo frágil que sentía hambre. Me sentía solo, pero el segundo día ya estaba bien, hice muchas amistades con personas de diferentes nacionalidades. Estuve con cubanos, colombianos, haitianos, mexicanos, venezolanos, nicaragüenses, guatemaltecos, costarricenses, salvadoreños, chinos, holandeses, panameños. Después de 18 días llegó la documentación y la resolución que me imponía una multa de 1.005 dólares y la prohibición de volver a Panamá por cinco años. Me llevaron esposado al aeropuerto, me subieron al avión y  regresé a mi gran Brasil.