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Ella es Laura Sarabia, la mujer que le habla al oído al presidente Gustavo Petro: tiene 28 años, es cristiana, lee la Biblia, viene de familia militar y es muy prudente
Laura Sarabia, a sus 28 años, es la persona más cercana al presidente. Él confía en su prudencia, capacidad de trabajo y orden. Esta es la historia de vida de una mujer cristiana, lectora de la Biblia y con una herencia militar que no olvida.
Días después de dar a luz a Alejandro Parra, su primer hijo, Laura Sarabia recibió una llamada telefónica. Al otro lado, Gustavo Petro la saludó y mostró su alegría por el nacimiento. Ocurrió en junio de 2022. “Felicitaciones”, le dijo, emocionado.
Verónica Alcocer, la primera dama, también pasó al teléfono y tuvo el mismo gesto. Por esa época, Laura, una joven de 28 años, profesional en relaciones internacionales y estudios políticos de la Universidad Militar Nueva Granada, se había convertido en pieza clave de la campaña de Petro a la presidencia.
Fue la mujer que organizó la agenda del candidato y se encargó, junto con el hoy embajador de Colombia en Venezuela, Armando Benedetti, de darle forma a la campaña del líder del Pacto Histórico. Al final de la llamada, Petro, quien viajó de vacaciones a Italia horas después, pasó de nuevo al teléfono y le lanzó la propuesta: “Quiero que me acompañes como jefe de gabinete”. Laura, quien estaba recién salida de la clínica, quedó de una pieza. Sin embargo, sin asomo de duda, respondió que estaba a su disposición.
Se trató de una de las primeras designaciones del nuevo presidente. Ocho días después, en medio de su dieta, Laura ya estaba al frente de las llamadas, las órdenes del mandatario electo y el empalme con el saliente Gobierno de Iván Duque.
En realidad, ella entendió en poco tiempo el ritmo de Petro, un hombre enigmático, leído, que cita autores, que habla de todos los temas, pero que, en ocasiones, es disperso y poco metódico y ordenado a la hora de dirigir y hacer política. Laura llegó a la campaña porque Benedetti, con quien ella trabajó durante varios años en el Congreso, la llevó con él. Poco a poco, ella se fue ganando su propio espacio.
Un mes después de aterrizar en la candidatura, la joven bogotana manejó la logística de la campaña, mientras el exsenador barranquillero definió las estrategias, calculó las alianzas, acercó al líder progresista con la prensa y estuvo al tanto del cumplimiento de la agenda del entonces candidato presidencial.
En medio de la campaña, Laura estaba embarazada, pero ello no fue impedimento. La barriga fue creciendo poco a poco, mientras la recta final se acercaba. El entonces candidato decidió aumentar sus recorridos por todo el país, de cara a la segunda vuelta presidencial, con el fin de conquistar el electorado que descuidaba Rodolfo Hernández. Laura, pese a su condición, acompañó siempre a Petro.
Por fortuna, fue una gestación normal que sorteó con buena alimentación y una cita mensual de chequeo con el especialista. Sin embargo, dos meses antes de la segunda vuelta, no pudo subirse a un avión. Por eso, coordinó por teléfono cada uno de los movimientos del candidato, que punteaba en las encuestas. Y casi nada –según cuentan quienes trabajaron a su lado– se le pasaba por alto. Sabía de las reuniones de Petro, sus alianzas, sus estrategias. Hablaba en confianza con su anillo más cercano, que entendió que su prudencia era una de sus mayores virtudes y hasta conoció los mayores secretos de la campaña.
En el equipo de la campaña presidencial comprendieron su estado de embarazo. El hoy mandatario se volvió protector. Y, aunque tenía los ojos del país encima y la presión de un Rodolfo Hernández que le respiraba en el cuello, no dejaba de preguntarle cómo avanzaba la gestación. En ocasiones, a Petro no le gustaba ver a Laura, especialista en marketing político y estrategias de campaña de la Universidad Externado, subida en las tarimas por el riesgo que eso implicaba. Los demás compañeros no le permitían que corriera ni cargara elementos pesados.
¿Y Alejandro? El niño no fue problema. Andrés Parra, el esposo de Laura, abogado de la Universidad Javeriana con especialización en Derecho Constitucional del Externado, e igual de joven a ella (él tiene 32 años), comprendió que no podía cortarle las alas a su esposa y optaron por distribuir el tiempo. Los primeros días de posesionada –recuerda Parra– no fueron fáciles. Alejandro no pasaba los tres meses y la madre debía lactarlo. Lo hacía con la ayuda de extractores en las mañanas antes de salir. Laura tenía un extractor en su casa, otro en la oficina y uno más en el carro.
El alimento se preservaba en neveras portátiles. En ocasiones, Andrés la sorprendía con Alejandro en la Casa de Nariño. Ella se escapaba de sus extensas jornadas con el presidente para alimentar al pequeño. Era la única forma de desempeñar su papel de madre y profesional.
En los viajes de Estado fuera de Colombia, Laura no tuvo otra alternativa que desplazarse sola porque los recorridos son extenuantes para un bebé. Andrés estuvo al frente de todo, mientras su esposa regresaba.
“Laura vive muy conectada conmigo y el bebé, hacemos videollamadas, vive muy pendiente de los dos”, cuenta Andrés. Además, los abuelos paternos y maternos se reúnen en Bogotá para cuidar al niño. Alejandro tiene seis meses y ya visita a su madre en el palacio presidencial, pero ahora no para de alimentarse porque consume una leche medicada. Lo hace para acompañarla en algunos de los eventos sociales.
El bebé se roba las miradas de los ministros y del presidente Petro. A las cuatro de la mañana de un día cualquiera, antes de que suene el despertador, Laura está al frente de su bicicleta elíptica haciendo cardio y levantando pesas, una herencia militar que no evade desde su corta edad y que le impartieron Octavio Sarabia y María del Rosario Torres, sus padres. El primero es un suboficial retirado de la Fuerza Aérea y la segunda es una funcionaria que lleva más de 15 años en el Ministerio de Defensa. Después, Laura es testigo de primera mano de las decisiones presidenciales. Trabaja al lado del jefe de Estado, le habla al oído, le maneja la agenda, le sirve de puente con sus ministros y toma decisiones.
Ella tiene varias agendas y dos celulares, el oficial y el personal, pero el primero lo utiliza cuando sale del país. Desde el otro responde mensajes las 24 horas. Con el presidente se escribe permanentemente.
Quienes trabajan a su lado resaltan su destreza para las respuestas y concretar las tareas pendientes. En su léxico no existe la palabra no. Y Petro admira su capacidad de organización. En los consejos de ministros escribe todo lo planteado. Una llamada de Laura no se puede dejar de contestar, dicen en la Casa de Nariño. Ella es la voz del presidente, un mandatario que pocas veces habla por teléfono y prefiere que lo haga su jefe de gabinete.
Su rostro se asemeja al de una mujer tímida, pero no lo es. Al contrario, habla con firmeza y sin titubeos. Escapa a las entrevistas y a los lentes de las cámaras porque no tiene afán de protagonismo.
En su proyecto de vida no están las aspiraciones políticas. Por eso, prefiere seguir, al menos por ahora, como una funcionaria técnica, que se hizo a pulso, que no tiene apellido de abolengo, pero que no lo necesitó para convertirse en la mujer más joven al lado del jefe de Estado. De hecho, no es consciente del poder que tiene.
Laura, quien vive informada al cien por ciento y habla mirando fijamente a los ojos de su interlocutor, responde por la agenda del presidente, pero no es la responsable de las decisiones del mandatario a última hora ni de sus incumplimientos, ampliamente conocidos y cuestionados por la oposición. Ella plasma la ruta diaria, pero el jefe de Estado es autónomo en sus pasos.
Laura descansa los domingos si nada extraordinario ocurre. Ese día lo dedica a su familia. No se despega de Alejandro y de Andrés. Van a almorzar juntos, a caminar. O, en ocasiones, escapan al ruido del poder y el escenario público para refugiarse en su casa en el noroccidente de Bogotá. Es cristiana, aunque no practicante ni fanática. En su casa tiene tres Biblias, algunas de ellas rayadas con marcadores donde encuentra las enseñanzas. En su celular personal tiene una aplicación en la que lee, en sus ratos libres, versículos en inglés en voz baja.
Laura, la mayor de tres hijos, es hoy la mujer más cercana al mandatario. “Trabajar con Gustavo Petro es un aprendizaje constante, es un presidente que conoce el país de una forma que muy pocos lo conocen. Un presidente que vive por la sonrisa de su gente. Y que su único objetivo es que Colombia algún día alcance la paz”, le dijo a SEMANA.
Su prudencia, lealtad, conocimiento y capacidad de trabajo la han convertido en una funcionaria fundamental para Petro y la Casa de Nariño.