JUDICIAL

El monstruo de la soga

Esta es la macabra historia del asesino en serie que mató a más de 60 personas en 5 departamentos del país. La semana pasada la Justicia lo condenó finalmente.

28 de octubre de 2017
Luis Gregorio Ramírez, conocido como el monstruo de la soga, compareció la semana pasada en Valledupar en varias audiencias en las que quedaron en evidencia sus execrables crímenes.

El lunes y miércoles de la semana anterior, en el Palacio de Justicia de Valledupar, se conocieron los detalles de una de las historias más macabras de las últimas décadas en el país. Durante esos dos días se desarrollaron las audiencias contra Luis Gregorio Ramírez, un hombre señalado de torturar y asesinar brutalmente a cerca de 60 personas en un lapso de 5 años.

En los juzgados se vivieron momentos que parecían sacados de una película de terror. Mientras el juez escuchaba a los investigadores y fiscales contar los horrores de sus crímenes, Ramírez, al estilo Hannibal Lecter, jamás mostró arrepentimiento alguno. Por el contrario, con sangre fría y gran cinismo sonreía ante la mirada indignada de decenas de familiares de sus víctimas. Cuando el juez pronunció la sentencia a más de 30 años de prisión, muchos de ellos dejaron escapar lágrimas de alegría, pues habían pensado que los crímenes de sus hijos, padres y hermanos quedarían en la impunidad.

Historia de un asesino

Por el número de víctimas de Ramírez, los investigadores del caso afirman que se trata posiblemente de uno de los mayores asesinos seriales de los últimos tiempos. Lo más aterrador de su caso, que impactó a las poblaciones en las que cometió los crímenes y a las propias autoridades, fue la forma en que les quitó la vida a sus víctimas. Lo hacía en un ritual que supera con creces la imaginación de los libretistas de cualquier serie de asesinos seriales.

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Ramírez, nacido en Valledupar, solo elegía hombres con edades entre los 19 y 30 años de edad. Ninguno medía más de 1,70 metros de estatura ni pesaba más de 60 kilos, con el fin de poder someterlos fácilmente. Cometió sus crímenes en Cesar, Santander, La Guajira, Norte de Santander y Magdalena con una táctica que era simple y efectiva. Se instalaba en alguna población en esas regiones y montaba un negocio casero de reparación de motocicletas. Aprovechaba su carisma y locuacidad para generar confianza entre sus clientes, especialmente entre los mototaxistas, a quienes no les cobraba para ganar su confianza. Cuando lo lograba, atacaba siempre de la misma forma. Con cualquier disculpa, les pedía que lo llevaran hasta un lugar determinado en las afueras de los pueblos. Aprovechando que iba en la parte trasera del vehículo y después de conversar todo el camino con el conductor, de un momento a otro lo sujetaba por la garganta y lo asfixiaba hasta hacerle perder el conocimiento. Pero siempre evitaba asesinarlo en ese momento.

Posteriormente, arrastraba a su víctima desmayada hacia la zona escogida, en la que siempre había árboles apropiados para sus macabros fines. Cuando recobraban el conocimiento, los hombres se descubrían atados con una serie de complejos nudos. Una soga alrededor del cuello iba hasta los tobillos, con lo cual obligaba a que las piernas quedaran elevadas en un ángulo de 45 grados. Para no ahorcarse, la víctima debía realizar un gran esfuerzo para evitar bajar las piernas, ya que al hacerlo tensionaba la cuerda alrededor del cuello. Con el paso de las horas ya no podían resistir, dejaban caer las piernas y morían lentamente por asfixia.

Todo ese tiempo Ramírez se quedaba sentado frente al moribundo, mirando. Una vez fallecía robaba sus pertenencias y la moto, que revendía fácilmente. En algunos casos, enterraba los cuerpos. En otros, los dejaba hasta que aparecían descompuestos, días o semanas después.

Los primeros casos comenzaron a aparecer en 2007 en zonas aledañas a Barrancabermeja. Ese año cinco víctimas murieron asesinadas con ese mismo modus operandi, lo cual incluso desató una ola de protestas de la ciudadanía que reclamaba dar con el asesino.

Durante los siguientes 5 años, empezaron a aparecer reportes y víctimas en una gran variedad de lugares en 5departamentos. Valledupar tenía el mayor número de casos con 11 víctimas. Un policía judicial asignado al Magdalena Medio comenzó a unir las piezas. Y al verificar los casos se dio cuenta de que se trataba de un asesino en serie y no de varios crímenes aislados como se creía. Con esa información contactó al grupo de perfilación criminal de la Dirección de Investigación Criminal e Interpol, quienes se sumaron a la investigación. Lo que descubrieron fue aún más espeluznante.

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Aplicando las técnicas de investigación del FBI para este tipo de casos, comenzaron por realizar un rastreo en bases de datos de más de 10 años en busca de información sobre personas desaparecidas, en particular que trabajaran en mototaxismo. Descubrieron que había 60 reportes entre 2007 y 2012 de 5 departamentos. “Muchos de esos cuerpos habían sido enterrados como NN. Empezamos a investigar uno por uno y verificamos que presentaban las mismas características, habían sido amarrados con sogas y murieron por asfixia. Logramos ubicar a 23 familiares de esos 60 casos reportados”, contó a SEMANA el oficial encargado del grupo de perfilación de la Dijín.

Las entrevistas a las familias, así como las labores de verificación de los sitios en los que trabajaban las víctimas permitieron a los sabuesos aplicar por primera vez en la historia del país lo que se conoce como identificación de patrón de conducta. Esto en términos simples quiere decir que por medio del análisis de las pruebas y evidencias de las escenas del crimen, así como de las necropsias de las víctimas, los investigadores pueden elaborar un perfil muy detallado del asesino. “Identificamos su ‘firma’ o huella psicológica, que esencialmente era la forma como en todos los casos usaba las sogas para torturar y asfixiar, razón por la cual empezó a ser conocido como el monstruo de la soga. También evidenciamos que acudía a lo que se llama periodos de enfriamiento. Es decir que dejaba pasar un tiempo entre un asesinato y otro. En el caso de Ramírez fue de máximo tres meses. Cometió la mayoría de los asesinatos en promedio cada mes”, explica el oficial.

Al establecer los tiempos exactos y los sitios en los que abandonaba los cuerpos, los investigadores pudieron realizar una serie de cruces y análisis de líneas telefónicas, lo que les permitió seguir la ruta del asesino. Esto debido a que descubrieron que siempre robaba el celular de sus víctimas y lo usaba durante un tiempo.

Ese complejo rompecabezas los llevó hasta Santa Marta. En esa ciudad, el asesino tenía su casa en la que vivía con su esposa y sus cinco hijos. Cuando no estaba de viaje permanecía allí. Al allanar el lugar, como en un thriller de terror, los hombres de la Dijín encontraron algo que los sorprendió, pero que resultó clave durante el juicio. En armarios y cajones tenía guardados las cédulas, las billeteras, los cascos y las placas de las motos de gran parte de sus víctimas. “Conservan ese tipo de elementos como una especie de ‘trofeos’. Al verlos o tocarlos, este tipo de criminales reviven el momento del crimen, lo que les genera una sensación de poder o placer”, afirma el investigador.

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Con todo este arsenal de información el paso siguiente era capturarlo. Lo hicieron en un retén cuando iba para su casa manejando una motocicleta de una de sus últimas víctimas. De los 60 asesinatos que se le atribuyen, la investigación que han desarrollado en los últimos dos años los perfiladores criminales de la Dijín permitió identificar y devolver a los familiares 23 cadáveres. “Con este resultado científico e investigativo, la Policía y la Fiscalía sirven a la administración de justicia, pero sobre todo contribuimos en algo a la tranquilidad de las familias al impedir que estos crímenes queden en la impunidad. Quien los cometió respondió ante la justicia”, dijo el general Jorge Luis Vargas, director de la Dijín.

Nadie sabe qué llevó a Ramírez a cometer estos asesinatos. Por ahora lo único cierto es que desde la semana pasada este hombre está en uno de los pabellones más estrictos de la cárcel de máxima seguridad de Valledupar. Allí permanecerá los próximos 36 años. Paradójicamente, el único preso que está en ese mismo lugar del penal es otro asesino en serie, Luis Alfredo Garavito, condenado por la muerte de más de un centenar de menores de edad. Solo él acompañará al asesino de la soga.